Crónica

El discreto encanto del Camino de los Españoles

Escondido entre la vegetación, se distingue un hilo irregular en las faldas occidentales del cerro El Ávila. Sin mayores contratiempos, el Camino de los Españoles es un retiro rural a metros de distancia de la caótica capital venezolana, que a pesar de acumular historia patria se sume en el olvido mientras sus habitantes disfrutan de condiciones privilegiadas

Fotografías: Andrea Tosta
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Cerro arriba, la parroquia La Pastora esconde la entrada a un sendero que exuda paz. Donde los asesinatos, robos y secuestros quedan atrás. Donde los pájaros llenan los espacios vacíos de la música alta que se escucha desde horas de la tarde en Puerta Caracas, donde se empina la subida a la calma. El Camino de los Españoles es el secreto mejor guardado de El Ávila y cerca de 350 familias que han vivido al borde de su ruta por generaciones lo atestiguan.

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“Aquí el ruido que se escucha es el de los animales y los niños”, dice entre risas Cristian Mustiola, de 33 años. Al igual que sus antepasados, vive donde nació, en Campo Alegre, una de las pocas zonas pobladas que acompañan los 17,8 kilómetros de camino. En el día, recorre el centro de la capital al volante de un autobús, sorteando el tráfico caraqueño de 6 de la mañana a 4 de la tarde. En la noche, disfruta del retiro en el que se siente afortunado de hallarse, donde brota agua de manantial y el servicio eléctrico se recibe sin racionamiento ni cortes –de los que aún se impresiona. Mustiola, certero, afirma: “Me quedo por la tranquilidad. Esto es una maravilla. Acá no se dan los robos ni los secuestros que se escuchan abajo. A veces se oyen cosas por el lado de Maiquetía, uno que otro ratero, pero por acá nada”.

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Los sábados y domingos, el joven ayuda a llevar la orden, cortar vegetales y preparar condumios en el negocio de Elba García, también habitante de Campo Alegre. A la orilla de la vía, García de 53 años instala su puesto informal: la única oferta de comida en todo el camino, con hamburguesas, perros calientes, pepitos, parrillas al carbón, bollitos y chucherías variadas en el menú. Sus ingresos dependen de la clientela, que en un buen fin de semana puede alcanzar unas 25 personas a lo sumo, todas habitantes de las zonas pobladas del camino. Rara vez atiende excursionistas, mucho menos turistas. “Yo soy autóctona de acá, como mis abuelos, y esto de verdad que no lo cambio. Yo no me mudaría, ¿pa’ qué? ¿pa’ exponerme a que me roben? Acá estamos tranquilos”, dice la abuela que disfruta de la vida en familia más que del ajetreo caraqueño, al que tiene que acudir dos veces por semana.

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Los panes y las proteínas de su menú las compra en la ciudad, mientras que los vegetales los cultiva en su huerta. Al igual que ella, la mayoría de quienes habitan aquellos rincones de El Ávila dedica parte de su faena diaria a la agricultura. Largas hectáreas con sus distintos verdores geométricamente delimitados se divisan desde sus puntos más altos, como la hacienda de Juana Espinoza, habitante de Hoyo de la Cumbre, zona poblada que colinda con el sendero en el estado Vargas.

Con 64 años vive junto con su madre, esposo y hermano en el terreno de sus antepasados, todos habitantes del mismo pueblo. A pesar de haber sido un “verano fuerte”, sus trabajadores llenan sus tierras de hortalizas de la época: tomate, cebollín, lechuga, romero, perejil y tunas. Espinoza baja a la capital y compra las semillas para su huerta “de a poquito, como 2 veces a la semana. Ahora no se consigue mucho, pero aquí seguimos, hasta que se nos acabe”. Como ella, otros 90 caseríos concentran la siembra de dicha área formalmente perteneciente al estado Vargas.

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A la buena de Dios

La calma hoy en día atesorada por sus habitantes fue producto de los avances tecnológicos que asumió progresivamente la capital. La maquinaria dejó atrás al camino predilecto de los comerciantes y de los héroes independentistas, cuyo uso data desde finales del siglo XVI. La instalación del ferrocarril Caracas-La Guaira en 1883 marcó un antes y un después en su recurrente uso. Por órdenes de la Corona Española, el Camino de los Españoles, también llamado de la Marina o Camino Real, se convirtió para 1602 en la ruta oficial entre Santiago de León de Caracas y La Guaira. Su creación unificó los senderos de Dos Aguadas y Culebrillas, antiguamente transitados por los indígenas criollos, para convertirlos en la vía comercial usada por más de 350 años.

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El pasaje que serpentea por el oeste al cerro El Ávila es suelo sagrado para los venezolanos. Desde 1590 fue la conexión de la ciudad con la civilización, por la que transitaron héroes de la independencia criolla, recuerda Derbys López, presidente de la Fundación Historia Ecoturismo y Ambiente (Fundhea). Incluso, señala cómo los restos de Simón Bolívar provenientes de Colombia cruzaron la vía con la única carreta registrada en 1842, cuando sus exequias serían realizadas en la Catedral de Caracas para ser trasladadas posteriormente al Panteón Nacional.

Su conservación estuvo en la mira de las autoridades en la época de la colonia. La profesora universitaria Hebe Oquendo Chacón dedicada al estudio de la Venezuela colonial en su ensayo Relación del camino de Caracas a La Guaira propuesto por el ingeniero Francisco Jacott explica que se mantuvo medianamente preservado, con su maleza regularmente cortada, “a pesar de que la normativa metropolitana establecía no sólo su conservación sino que lo catalogaba como Camino Real, de modo que fuese considerado para el tránsito lícito, tanto para el comercio como para el paso de recuas (conjunto de animales de carga) o pastores con sus rebaños de ganado”.

Cuatro siglos después, la estabilidad y los amortiguadores se ponen a prueba a medida que se avanza en el trayecto de asfalto, que de a ratos se convierte en tierra y se complementa con una que otra sección del empedrado original, instalado entre 1756 y 1804 según estimaciones del profesor universitario, historiador y antropólogo Emanuele Amodio plasmadas en El Camino de los Españoles (1997). Las personas que recorren el camino en dos ruedas son consideradas aventureras, como quienes compraron motos para una movilización más expedita o los ciclistas que apuestan por romper records y descubrir vías olvidadas. Un rústico es el vehículo propicio para completar el sendero que inicia en la plaza de La Pastora, en Caracas, y culmina en la actual Maiquetía.

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El sexagenario Domingo Fermín lo recorre al menos una vez al mes con visitantes curiosos en su camioneta azul claro 4×4 del siglo pasado. El “yisero” de profesión surca los relieves, esquiva los huecos, se sorprende con los asfaltados, mientras se cuestiona la mala señal radioeléctrica en una ruta bordeada por antenas repetidoras. “Es muy raro que hagan arreglos por acá. Nos tienen abandonados. La mayoría de los trabajos que se hacen acá los hacemos nosotros mismos, como los bacheados”, dice el hombre de sonrisa amplia y risa fácil.

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La atención gubernamental se concentra en mampostería que se percibe al apenas cruzar Puerta Caracas. Desde allí hasta el sector Llano Grande, 2,93 kilómetros de camino se acondicionaron con coloridos murales como parte de la gestión de Juan Barreto en la Alcaldía Metropolitana de Caracas en 2007. Ocho años después, el entonces jefe de gobierno del Distrito Capital, Juan Carlos Dugarte, inauguró nuevamente el reacondicionamiento del mismo sector en conmemoración del aniversario 448 de la capital. La segunda etapa prometida, que incluía un mirador, fuentes de soda, canchas de usos múltiples y locales para uso comercial, parece habérsela llevado las fuertes brisas que azotan mientras cae el atardecer.

Patimonio olvidado

Los malandros en moto son casi espejismos por aquel sendero doble vía de asfalto. Sin embargo, no todo fue tranquilidad desde su creación oficial en tiempos de la colonia. Las invasiones eran, más que una preocupación, un miedo latente. El fantasma del pirata Amyas Preston aún rondaba las esquinas de la desprotegida ciudad. Fue en 1595 cuando entró por las afueras por San Bernardino –zona considerada para aquel entonces la periferia de Caracas- y saqueó la ciudad. Aunado a la recolección de impuestos y la lucha contra las enfermedades, la protección de la ciudad fue un hecho determinante para el establecimiento del Camino Real, tal como lo explica Amodio en su obra.

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“Era una vía bien fortificada, a fin de preservarse, en caso de ataque, de algún enemigo”, explica Hebe Oquendo Chacón en su ensayo. Cinco puntos de vigilancia eran centinelas de La Guaira, el mayor puerto del país: el fortín de San Joaquín de La Cuchilla, la Atalaya o fortín del medio, el fortín del salto del indio o del agua, además de dos puntos vigías: el castillo negro –que recibe su nombre por sus paredes pintadas con carbón- y el castillo blanco. A finales de los 80, el arquitecto Graziano Gasparini dirigió la reconstrucción del fortín de San Joaquín de La Cuchilla: una cubierta del perímetro con baldosas rojizas, muchas actualmente destruidas, que choca con la rústica y colonial pared de piedra que se erige sobre los bordes de la estructura. Sin embargo, el abandono del proyecto llegó primero que los retoques a todos los fortines.

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De los cinco permanecen solo sus ruinas. Se atisban los suelos aún delimitados de las estructuras ya desaparecidas, con paredes incompletas y piedras enterradas en los suelos del cerro. La militarización del castillo blanco, que alberga las antenas de la Armada, imposibilita su vista. El resto ofrece vistas de Caracas y Vargas. Puntos como Las Adjuntas, el Hotel Humboldt, Ciudad Caribia, el puerto de Maiquetía y el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar son claramente identificables desde esas fortalezas ubicadas a más de mil metros sobre el nivel del mar.

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El Camino de los Españoles, conocido como Camino Real o de los Marinos, y sus cinco fortalezas brindan una vista privilegiada de la capital, del Mar Caribe y del estado Vargas. Desde el mirador José Martí –creado en 1985 y ubicado antes de llegar a las zonas pobladas- se divisan las consecuencias arquitectónicas del acelerado crecimiento urbano caraqueño.

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La vigilancia actual del sendero se remite a los mismos pobladores de la zona que se resguardan entre ellos, regidos por las normativas de Inparques por ser considerados pueblos originarios. El Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso del Parque Nacional El Ávila es su manual de buenas conductas. Sin embargo, las quejas de la ausencia de guardaparques son recurrentes entre los pobladores y fundaciones que frecuentan la zona. “El camino está desasistido por Inparques, que tampoco lava ni presta la batea, porque mucha gente ha pedido espacio para mantener los fortines. Casi ningún sitio histórico del parque es atendido”, explica López. El Camino de los Españoles, Patrimonio Cultural del país, se hunde en el olvido, con atardeceres inigualables de fondo y su calma casi siempre imperturbable.

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