Investigación

Los últimos latidos del sistema de salud de Venezuela

En el Día Mundial de la Salud, los venezolanos deben recorrer hospitales para lograr ser atendidos. A principios de año, la familia Alcalá ruleteó por cinco centros hospitalarios para que Ángel Mateo, de dos años de edad, fuera tratado luego de haber recibido cuatro tiros en el abdomen. Por falta de medicamentos y de atención oportuna el niño murió. Los indicadores revelan que el sistema de salud venezolano está entre los peores de la región

Composición de portada: Víctor Amaya
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Ni la delincuencia ni la crisis humanitaria se tomaron vacaciones. El 25 de diciembre en la madrugada, en lugar de estar jugando con los regalos que el Niño Jesús acababa de traerle, Ángel Mateo Alcalá, de 2 años de edad, recibió cuatro balazos en el abdomen. Ese día sus padres lo llevaron junto a sus dos hermanas a una reunión familiar en Tacarigua de Mamporal, en el estado Miranda. Cuando regresaban a casa, a las 11:40 pm, aproximadamente, unas motos interceptaron el autobús en el que iba la familia, propiedad del padre, Ángel, y empezaron a disparar. Hasta ahí llegó la Navidad para los Alcalá.
Lo que siguió es una historia de vértigo sin final feliz debajo del arbolito. Lograron huir de los motorizados y llevaron al niño a un Pronto Socorro cercano, donde no pudieron atenderlo por falta de insumos y medicamentos, pero al menos les ofrecieron una ambulancia para trasladarlo a un hospital en Caracas. “Llegamos a El Llanito —Hospital Domingo Luciani— y lo lanzaron en una camilla. Nos dijeron que había que operarlo y que si no lo atendían antes de las 7:00 am iba a morirse, que teníamos que buscar a dónde trasladarlo porque ahí no iban a poder atenderlo. Solo le pusieron solución, porque no tenían cupo en la terapia intensiva. Me fui en cholas como andaba, a caminar por Petare hasta el Pérez de León y tampoco ahí lo podían aceptar”, cuenta el padre del niño.
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A las 3:00 am, cuando aceptaron que allí no obtendrían la atención que necesitaban, tomaron un taxi, pues tampoco había ambulancias disponibles, y se llevaron a Ángel Mateo al Hospital Universitario de Caracas, en la Universidad Central de Venezuela. Ahí tampoco tenían con qué responder a las heridas. Una doctora le recomendó que lo llevaran al Hospital Pediátrico Elías Toro. De nuevo a bordo de un taxi cruzaron la ciudad. Un poco antes del temido límite de las 7:00 am fue recibido en el centro de salud de Caricuao.
“Después de que lo operaron el 26 de diciembre, volvieron a operarlo el 28. Nos dijeron que el niño estaba estable y fue cuando decidí devolverme a Higuerote, donde vivimos, a seguir trabajando en la línea de transporte porque todos los medicamentos los pagamos nosotros y eran muy caros”, relata el hombre. La familia debía conseguir todo lo que necesitaba Ángel Mateo, cada bolsa de colostomía les costó 17.000 bolívares, y ellos compraron 20, solo en eso gastaron 340.000 bolívares. Además, debían aportar el omeprazol, la solución salina, el povidine y el profenid. Con ayuda de los compañeros de la línea de transporte Encarnación y de amigos de la familia lograron costear los gastos.
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Pero la tranquilidad duró apenas cinco días. El tres de enero comenzaron a notar que el niño tenía la barriga muy hinchada. A pesar de que los doctores de guardia le decían que estaba bien, cuando llegaron los médicos encargados tuvieron que operarlo nuevamente: el pequeño estaba lleno de pus. “Me acuerdo y me da mucha rabia. Le hicieron una colostomía porque tenía el intestino infectado y le había dado peritonitis. Los médicos estuvieron de vacaciones desde el 28 de diciembre hasta el 4 de enero. Aparte de los tiros, mi hijo sufrió la crisis de los hospitales”.
El 10 de enero era necesaria una nueva intervención. A Ángel Mateo se le habían “reventado las vísceras”. “Se le salieron las paredes del estómago. Se le veían las tripitas y los pulmones no le respondían. Nos dijeron que nos iban a dar cinco horas para conseguir un cupo en una terapia intensiva porque si no el niño iba a morir”. Consiguieron que lo aceptaran en el Hospital Universitario de Caracas (HUC), pero ya era muy tarde. A medianoche le dio un infarto del que pudieron rescatarlo, pero media hora después tuvo otro fulminante. El caso está ahora en manos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC). “Es la historia más mala que he podido contar en mi vida. Perdí al único varón que tenía. El mundo está perdido, dios mío, la gente no tiene sangre, ¿cómo no atendieron a mi niño a tiempo?”, lamenta Ángel.
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Panorama negro
El pronóstico médico de 2017 no es alentador. El sistema de salud venezolano es un gran barco baleado que hace aguas a un ritmo tan acelerado como inevitable, y 2016 no dejó cerca ni siquiera un tapón. El año pasado terminó con los peores indicadores sanitarios de los últimos tiempos que ubican a Venezuela en posiciones vergonzosas al compararse con otros países latinoamericanos. Los datos demuestran que el sistema no está dando los resultados que los ciudadanos requieren y el costo se está pagando con vidas.
Jorge Díaz-Polanco advierte que la violencia es también un problema de salud pública. “Lo más importante en este momento es arreglar la situación de violencia y reforzar la atención primaria de las poblaciones más depauperadas. Somos una multitud solitaria que no tiene a quién acudir. Si a eso se le agrega la falta de medicamentos, de insumos, de información, lo que se espera es un deterioro progresivo de las condiciones de vida que se va a manifestar en aumento de la mortalidad infantil y materna, en más asesinatos, y en desorden generalizado”.
Y ya se ha manifestado. La mortalidad infantil se incrementó de 14,7 fallecidos por cada mil nacidos vivos en 2013 a 18,6 fallecidos por cada mil nacidos vivos en 2016. Eso se traduce en 10.500 bebés muertos en un año. La mortalidad materna ascendió a 130 madres fallecidas por cada 100.000 nacidos vivos, o a 750 madres muertas en todo 2016. Los datos fueron recabados por el Ministerio de Salud hasta el 19 de diciembre de 2016, pero dado el silencio gubernamental fueron divulgados por el ex ministro de Sanidad José Félix Oletta.
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Los indicadores nos montan en una macabra máquina del tiempo: el de mortalidad infantil nos traslada a los niveles de 1999 y el de mortalidad materna nos lleva hasta 1957, incluso antes de la democracia. “Estamos en una situación de deterioro profundo en la atención materno-infantil, es un retroceso muy importante solo superado en Suramérica por Bolivia, Guyana y Suriname, y similares a las cifras de Paraguay. Estamos ocupando la cuarta casilla en términos negativos del indicador de mortalidad materna en Suramérica. No se están cumpliendo metas de promoción, prevención, de atención de la madre y el niño”, alerta Oletta, quien también es miembro de la Sociedad Venezolana de Salud Pública.
El “ruleteo” del que fue víctima Ángel Mateo tiene explicación: en 2016 hubo 5.178 camas hospitalarias menos que el año anterior, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Hospitales realizada por el Observatorio Venezolano de Salud (OVS). También según esta consulta realizada en 23 hospitales de todo el país, 75,68% de las unidades de terapia intensiva pediátricas funcionan de forma intermitente, al igual que 80% de las UTI de adultos.
A pesar de que en diciembre el gobierno aseguró que se harían compras de medicamentos e insumos a través del Fondo Estratégico y del Fondo Rotatorio de las Naciones Unidas, aún no se ha realizado el primer pedido. Tampoco ha atracado en ningún puerto el barco con mercancía médica que enviarían en calidad de préstamo desde República Dominicana. Aún más grave: “Se cerró 2016 sin compras de medicamentos de alto costo ni medicamentos esenciales. 2017 será un año catastrófico para las personas que dependen de una medicina para vivir”, asevera Francisco Valencia, presidente de la Coalición de Organizaciones por el Derecho a la Salud y la Vida.
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Recuento
El año pasado dejó los peores registros epidemiológicos para el país. La difteria reapareció luego de 24 años de haber sido erradicada. “Para el cierre de 2016 Venezuela va a tener no menos de 400 casos de difteria. Eso representa cerca del 80% de los casos de todo el continente y nos está señalando el fracaso de los programas de prevención de enfermedades infectocontagiosas”, asegura Oletta.
Tampoco fue posible controlar las enfermedades endémicas. De hecho, si hay que buscar un tiempo en el que realmente hayan estado descontroladas, seguramente este momento lleva la delantera: más de la mitad del país está en epidemia o en alerta de epidemia por malaria. 238.763 casos se esparcieron por 17 entidades federales. Esto representa un incremento de 72% con respecto a la cantidad de infecciones por paludismo que hubo en todo 2015.
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A las enfermedades emergentes mucho menos se les pudo hacer frente. El virus zika se manifestó de forma sintomática en al menos 1.000.000 de personas, de acuerdo con los cálculos de la Sociedad Venezolana de Salud Pública, cifra que podría cuadruplicarse puesto que por cada caso en que se manifestaron los síntomas hay tres casos en los que pasaron desapercibidos. Como complicaciones del virus, el Síndrome Guillain-Barré atacó a unas 1.000 personas, seis veces más de lo que se registra anualmente en Venezuela, y al menos 61 niños nacieron con microcefalia.
Para 2017, además de la falta de medicamentos e insumos, la depauperación de la infraestructura hospitalaria y la falta de personal, los venezolanos tendrán que estar atentos a la reaparición de la fiebre amarilla, que ya ataca a colombianos y brasileños; la encefalitis equina venezolana, que tiene brotes en Colombia; y el virus del Nilo Occidental, que tiene casos en Florida.
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