Adiós patria querida...hola España

No es un secreto para nadie. Los censos lo refrendan: 2832 venezolanos se han hecho españoles. La cifra, sin embargo, se engorda. Se calculan hasta 200 mil criollos en la Madre Patria. Mientras el número crece, casi de manera exponencial, los nuevos inmigrantes se inventan empresas, actos culturales y maromas para no olvidar la tierra que los parió

Composición: Nathalie Saad
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“Finalmente, luego de diez años, soy española”. Hashtag overwhelmed. Otro: “Somos más de 130 en la cola para la nacionalidad. La primera en la fila llegó a las 12 de la medianoche… yo estoy en la posición 80”. Emoticono con los ojos pelaos —me siento abrumada. Y todavía hay gente que piensa que las colas no se hacen en Europa. Es la selfie más deseada: primer plano del rostro sonriente, brazo extendido cogiendo la cámara, pasaporte vinotinto de la Comunidad Europea. España. Para todos los demás: ciudadanía extracomunitaria.

En el año 2002, según cifras oficiales, 438 venezolanos obtuvieron la nacionalidad por residencia. Al año siguiente, cien más. Al año siguiente, otros doscientos. Y así, hasta 2.832 en 2012. Pero la cifra total es gorda. Y difícil de calcular.

“Se dice que somos unos 200 mil venezolanos”, cuenta el periodista Noé Pernía, desde Madrid. La cifra es alta porque suma a los criollos que tiene la “doble” —que salieron de Maiquetía con dos pasaportes vinotintos bajo el brazo—, a los que sólo tienen uno, los que vienen con visado de estudiante, los que se quedaron sin papeles. Todos. El Consulado en Madrid sólo registra unos 24 mil. Y no votan más de 7.500. Situación similar a la de Barcelona, donde suman 20 mil, pero no votan más de 5 mil. “Hay venezolanos que no les interesa pasar por aquí”, dicen en la sede consular de Urquinaona, en Barcelona.

Xiomary Rubio llegó en noviembre. Trabajaba en el Hospital Central de Maracay. Vino en verano y se enamoró de la ciudad. Es psicóloga infantil. Está hoy en una charla en Casa América Catalunya para ver “qué puedo hacer para quedarme”. Conexión Barcelona, una empresa que ofrece servicios para estudiantes extranjeros, organizó el evento donde Carolina Pedraza, colombiana, y Amanda Lozano, española, abogadas de una cooperativa de servicios jurídicos, explican todo el papeleo previo a la selfie. En la sala hay gente de Perú, Chile, México, Colombia, y cómo no, Venezuela. Xiomary está haciendo un máster en autismo en el Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP). “Hice autismo porque era lo que me permitía Cadivi”, esa valla cambiaria que debe sortear todo venezolano estudiante en el extranjero. “Yo no quiero ser psicopedagoga”. Pero de momento, le está gustando. En el ISEP hay al menos tres venezolanas trabajando.

El 8 de noviembre de 2014 se le vence el visado. Termina un máster y comienza otro. Ya se matriculó, y así podría renovar su tarjeta de estudiante, el NIE, Número de Identificación de Extranjera. Es un trámite que se puede hacer sin necesidad de salir de España, pero para evitar negativas de Cadivi, se plantea regresar al país, preparar trámites cambiarios y empezar de nuevo. Para el visado le piden justificar recursos económicos. Sin Cadivi, esos recursos se quedan en agua. Para Cadivi le piden presentar el visado. Y en marzo, se le vence el pasaporte. Tendría justo los seis meses antes de la caducidad, para sortear diversas vallas en su personal carrera de obstáculos. “Es una cultura del desgaste”, dice.
Para el año 2012, poco más de 2 mil venezolanos obtuvieron su autorización de estancia por estudios en vigor. El año anterior, los visados de estudiantes casi tocan los 3 mil. Es una cifra sostenida desde 2008.

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Todo comenzó en Miami. Natacha Lander vive en Madrid desde 1999. Trabajaba en derecho público. Vino a hacer su doctorado, y ahora está casada con un austríaco y tienes dos hijas morochas. Es la presidenta del Venezuelan Business Club (VBC), una “red de networking internacional cuyo propósito es cohesionar y promover los intereses de la comunidad profesional y empresarial venezolana en el exterior”. VBC tiene su sede principal en Doral, “al lado del Arepazo2”, en Florida. Fue una iniciativa del abogado Miguel Villaroel y del ingeniero de Sistemas —con una especialización en Administración y Gerencia—, Daniel Naim. Natacha es la presidenta de la sucursal madrileña.

Entre los miembros de Madrid, Miami y Panamá, el VBC suma unos 4 mil asociados. “En Madrid ya pasamos de los cien”. Detectaron que la comunidad venezolana en el exterior tenía poco de comunidad. “Había mucha competencia”. Y por ello se propusieron generar encuentros, procurar conexiones para favorecer los negocios: “No hacer un gueto”, advierte, “tenemos que abrirnos”.

El 23 de abril de este año hicieron su primer acercamiento a Barcelona. En Diada de Sant Jordi, cuando la ciudad se inunda de rosas y libros. Convencidos de que frente a unos limones, los venezolanos no tardan en hacer limonada, organizaron su encuentro mensual “La Limonada”, en el Mutuo Centro de Arte: “Recuerda traer tus tarjetas de visita”, anunciaron en Twitter.

La membresía a este grupo comporta un aporte anual de 60 euros para estudiantes, 120 para individuos y 240 para empresas —que incluyen hasta tres personas). De esta manera se puede ir a todos los eventos. Las actividades que organizan pueden ser de formación, para recibir asesoría en temas legales y fiscales; de intercambio de contactos profesionales, o de acuerdo a necesidades específicas que soliciten los miembros. Están orientados al negocio. “Hay varias formas de hacer país”, dice Natacha, convencida de que fortalecer los vínculos entre nosotros, es una de ellas. “No somos para nada un grupo cerrado y nos gusta adaptarnos a las necesidades y realidades de cada sede”.

Porque ser venezolano, además de una nacionalidad, es un nicho de mercado. Con esta idea, Adriana Rubial, caraqueña con casi 8 años en Barcelona, desarrolla La Veneguía: un directorio de negocios criollos en Catalunya. Adriana es más conocida en la ciudad por su activismo político. En las elecciones siempre ha representado a la oposición y en los últimos meses de protesta, ha coordinado la mayoría de las movilizaciones. En noviembre de 2013, cuando la calma dominaba el panorama, pensó que la comunidad venezolana necesitaba una herramienta como La Veneguía. “La gente no sabía qué negocios venezolanos había”, dice. Habla desde un lugar para comerse una arepa —en Barcelona La Taguara ya tiene dos locales—, hasta un médico venezolano para curar dolencias, o un peluquero para cambiar de look. Su idea es lograr unas páginas amarillas. De momento tiene unos 25 clientes y el proyecto está en pleno desarrollo: “todo el mundo que ha visto la idea, le ha gustado, poco a poco va creciendo”.

La medicina es acaso uno de los campos donde hay más dinamismo en este momento. Corre la leyenda urbana de que, en un turno de guardia del Hospital Universitario Vall d’Hebron, todos los médicos son venezolanos. De momento, la unidad de comunicación del hospital confirma que de los 547 residentes que tienen actualmente, 15 son criollos.
Los médicos son buenos candidatos para la obtención de una “tarjeta azul” de la Unión Europea, destinada a profesionales altamente cualificados con un mínimo de cinco años de ejercicio profesional. En 2008, cuando el instrumento se hizo noticia, El País tituló: “La UE crea la tarjeta azul para captar inmigrantes cualificados”. Siempre que haya un empleador dispuesto, es una manera para encontrar trabajo, antes de tocar el aeropuerto de Barajas.

Pero entre tantos papeles, una vez que el aterrizaje es definitivo, llega la pregunta por la cultura. ¿Cómo no extraviar la venezolanidad? Por ejemplo: Grecia Dominguez, monitora de teatro en colegios y planes vacacionales para niños, se lanza 45 minutos en tren un domingo para llegar de Terrassa al casal del Barri Pou de la Figuera y ensayar, al son de Tati Carama, la Fiesta de San Juan. Tati es un maracucho encantador y un vigoroso músico que deja las palmas en las percusiones. El propósito de ambos es: “rescatar nuestras tradiciones, para nosotros y nuestros hijos que crecen aquí y no tienen muchas oportunidades de vivirlas; pero también para darlas a conocer entre la comunidad catalana que nos acoge y las diversas comunidades inmigrantes que conviven en Barcelona”.

Así, Paraguaná pudo sentirse en Barcelona el domingo que celebraron el velorio de La Cruz de mayo. Y el 23 de junio Tati, que impulsa la Asociación Sant Joan Entre Dos Pueblos, volvió con su repiqueteo de tambores, desde el Carrer Blai, hasta la Plaça dels Ocellets, en Poble Sec, donde curiosamente suelen vivir muchos venezolanos, para sentirse vivo en la tierra que dejó en lejanía —esa que se separa y, paradójicamente, se une con un océano. Tanto Grecia como Tati tocan la década viviendo en España: “Aquí no hay trabajo”, sentencia él. Y nunca vivió de Cadivi. Eso sí, sortea la crisis de la mejor manera: a punta de golpe de tambor y con “sangueo”.

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