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Los 7 pecados capitales de este ciclo vinotinto

También podrían ser las siete plagas de Egipto: Chita no pudo transmitir una actitud ni ver el bosque más allá de los árboles, aunque también conspiró en su contra el azar y un entorno enrarecido. A los 51 años, su carrera como entrenador no debería estar acabada

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1. Proyecto (ausencia de)

“Le he metido el pecho, pero no se han dado los resultados”, dijo Chita de la manera más honesta posible en la rueda de prensa luego del Venezuela-Chile (1-4), quizás su última como seleccionador. Las hormigas trabajan, pero son ciegas. Nadie recuerda demasiado un hormiguero. Los remadores sin duda meten pecho, se fajan y sudan, pero un barco necesita un timonel: una mente rectora y analítica. Un seleccionador no es un entrenador cualquiera. Es el timonel y el mascarón de proa visible del proyecto futbolístico entero de un país, lo que incluye el largo plazo. Creo que nunca he escuchado a Chita hablar, por ejemplo, del Mundial de 2022. Chita tiene limitaciones de formación para poner los hechos en perspectiva, incluso para abstraerse de los malos resultados, recordar que el fútbol se trata de un juego y reírse un poco de su propia “tragedia”. A los 51 años, sin embargo, es joven. Su carrera no está acabada. Tiene tiempo para aprender. No sólo de fútbol, de la vida.

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2. Actitud (falta de)

Aquí es donde vienen las comparaciones odiosas. Richard Páez, en su momento estelar, era un mago de la motivación psicológica. Vestuario afuera, además, el discurso también era contagioso. Hasta servía de imagen de campañas publicitarias. Cada ser humano es único, valioso e irrepetible. Ningún equipo del mundo, ni el Barcelona, juega bien los 90 minutos de todos los partidos. Pero a diferencia de aquel Venezuela-Colombia de la Copa América que quedará como la rosa del Principito, los partidos de la Vinotinto de Chita dieron la impresión de que eran fetos sietemesinos cuyos pulmones no alcanzaban para sobrevivir fuera de la incubadora. No es un tema solo de preparación física, sino de entender que hay que navegar entre los altibajos y biorritmos del cronómetro. Lo de Chile fue elocuente. En los últimos minutos, ya Venezuela estaba totalmente rendida. Chile fue creciendo luego de un comienzo adverso y de las ausencias. Es fácil decirlo ahora, pero ante Perú, quedó la impresión de que el equipo se replegó muy temprano y que sería muy complicado resguardar durante media hora el arco ante un local volcado. La osadía era un tubo de Ovomaltina cuya mitad era puro aire.

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3. Suerte (mala)

Es reiterativo y suena a excusa, pero cuando se escriba la historia de este ciclo (¿truncado?), Chita Sanvicente podrá cantar aquella letra de Caramelos de Cianuro que dice: todo lo que a ti te sale natural, a mí me sale mal. El pudo-ser-y-jamás-lo-sabremos del partido de Chile fue la lesión (inducida) de Arquímedes Figuera, un mediocampista de contención que no es un Arturo Vidal, pero llegaba crecido en su fútbol modesto. El error en la entrega de Luis Manuel Seijas antes del 1-3 es otro ejemplo, no se sabe si confundió el rojo de Chile con el rojo del Santa Fe: es ocioso hundir el dedo más en la llaga. El azar es un factor que interviene en los deportes. Y en el ciclo de Chita hubo un componente de azar que prácticamente siempre le fue adverso. Sin eludir sus responsabilidades, Sanvicente podrá grabar su micro de Nuestro Insólito Universo.

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4. Defensa (insegura)

Y siguen las comparaciones odiosas, pero de la etapa de César Farías, por ejemplo, no quedó el recuerdo de tanta precariedad en la parte de atrás. Era uno de esos entrenadores que partía de la premisa de que una defensa sólida sostiene todos los palitos chinos. Aquí pueden venir todas las explicaciones posibles. Que Oswaldo Vizcarrondo es el líder de la zaga de este proceso, y que no hace olvidar a José Manuel Rey. Que Mikel Villanueva es una revelación por su arrojo para lanzarse al ataque, pero que todavía es un proyecto de lateral izquierdo integral. Que hubo errores infantiles (véase pecado capital 3). Pero lo único cierto y lo único claro es que hubo una firme, salvaje y bendita inseguridad defensiva.

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5. Entorno (negativo)

Hay gente a la que no le gusta que uno hable de política o economía cuando escribe de deportes. Piensan, quizás con razón, que una pelota es el único planeta en el que pueden refugiarse de la polarización o de la escasez. Pero toda esa atmósfera-país está también allí en el fútbol, como la calima de los incendios cuyas cenizas no podemos dejar de respirar. No es lo mismo el país del voluntarismo de Hugo Chávez, de la maquinaria de mercadotecnia de Polar (esa sí era una Polar-ización) y de la relativa bonanza petrolera de la década pasada que la Venezuela de la PDVSA quebrada y el débil liderazgo de Nicolás Maduro. No hay jugador que salga a la cancha a perder, pero es indudable que el pegamento ya no aglutina tanto. Y aunque deprima decirlo, la crisis alimentaria tendrá incidencia en la formación de talento.

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6. Gerencia (raspada)

Aquí no hay títere que quede con cabeza. El deporte venezolano pasa por una de las crisis éticas más graves de su historia y es inconcebible que dos disciplinas tan populares como el fútbol y el beisbol tengan federaciones presididas en el pasado o el presente por personajes como Rafael Esquivel y Edwin Zerpa. Laureano González, el encargado de la FVF, no parece un personaje precisamente querido por los jugadores, lo que no quiere decir que estos queden libres de responsabilidades. De hecho el incidente de la carta fue bastante incoherente.

7. Confianza (poca)

Se puede aducir que no recibió el cargo de seleccionador inmediatamente después del Mundial Brasil 2014 y que careció de tiempo para armar un verdadero proyecto personal, pero Chita tuvo poca intuición desde el comienzo para jugársela y elegir a los hombres comprometidos plenamente con sus ideas, si es que había tales ideas. La generación 2016 de la Vinotinto tiene disrupciones, pero siempre habrá once sobre la cancha, te los conozcas o no de memoria. La confianza no los convertirá milagrosamente en cracks, pero les hará sentir que forman parte de algo que les supera como átomos dispersos. Un proyecto común contagia la valentía de proyectarte.

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