Espectáculos

Luisa, la historia del billete de veinte

He aquí la historia de Luisa Cáceres de Arismendi, que llegó a ser el rostro con moño y peineta en el billete rosado de veinte bolívares, lo que, a la luz de la inflación de 1.000%, convengamos en que no terminó siendo gran cosa. “Durante años se convirtió en el modelo a seguir de la mujer venezolana: abnegada, dedicada a su marido y al hogar y ajena a la política”, ha dicho de ella Inés Quintero, presidenta de la Academia Nacional de la Historia.

Publicidad
Luisa-Caceres-Pelicula
Foto: cortesía

La vida de Luisa, que fue más “de Arismendi” que Cáceres, deja más preguntas que respuestas. ¿Su resistencia como presa política fue más lealtad a un esposo (como sugiere Quintero) que lealtad a algún concepto de nación? ¿Hubo otras mujeres que merecieron más que ella llegar al Panteón (y salir en un billete)? ¿Las mujeres han jugado más un trapo que un papel en la historia, como decía Mafalda? Luisa, ópera prima del director Juan Carlos Wessolossky, no se atreve a responderlas.

Digámoslo de una vez: Luisa no es una película de tesis, es decir, que defienda una idea más o menos a contracorriente del pensamiento convencional. Veremos un producto de época más o menos bien hechecito, contado de manera más o menos lineal, para conmover a doñas de las generaciones previas a la futbolista Deyna Castellanos, capaz de meter un gol de media cancha, o de Yulimar Rojas, la medallista olímpica de plata que le declaró amor a su novia en las redes sociales.

La protagoniza Eliana López, una actriz más o menos de mi edad (40 y pico años) que interpreta a una niña de 15 que se casó con un militar de más o menos mi edad, lo que no pasaría de una anécdota si Eliana López fuera más o menos convincente. Jamás noté una evolución interior de su personaje. ¿En qué momento exacto ocurrió la transición de Luisa de adolescente calenturienta, que observa por un huequito en la pared de bahareque a dos esclavos que hacen el amor (y que a los 45 minutos cronometrados de película sigue jugando con gallinitas), a la mujer de guáramo del billetico de veinte? ¿Qué significaba para una niña acostarse con un tipo que podía ser su papá? ¿Qué cambió en Luisa su relación con Juan Bautista Arismendi (un Carlos Mata cuya edad prefiero no indagar y que sobrelleva con dignidad unas escenas de acción que le deben haber dejado muy agotado) luego de cuatro años de cautiverio y separación? ¿Se sintió realizada como posterior mamá de 11 muchachos antes de su muerte en 1866? Respuesta: las siglas N.P.I.

A pesar de que es una de las mujeres de su época de las que más sabemos, relativamente poco sabemos de Luisa Cáceres de Arismendi. Tan poco como lo que conocemos del director Juan Carlos Wessolossky, aparte de que dirigió parcialmente la telenovela histórica Centauros y Guerreras (TVES) y tuvo una polémica pública con el productor-actor-escritor Henry Galué, con un predecible trasfondo político.

Que poco sepamos de Luisa Cáceres y sus motivaciones sicológicas en 1814 podría servirle de excusa a Wessolossky para contar una historia chata con la musiquita sentimental de toda la vida, si no fuera porque el cine contemporáneo le ofrecía múltiples herramientas para compensar el vacío de datos: hay cosas que se llaman libertades históricas, narraciones oníricas, monólogos interiores, paralelismos temporales, etcétera. En síntesis: osadía e imaginación. No todas las películas pueden derrocharlas y eso también hay que comprenderlo.
Sí queda claro que, 200 años después, Margarita es una lágrima. De la heroína del castillo de Santa Rosa pasamos a Villa Rosa.

Dije que Luisa es una película sin planteamientos de autor, lo que no es 100% cierto. En realidad hay un par de giros de dibujo libre que se permite Wessolossky. Uno de ellos es la introducción de un tal Bianchi, especie de Jack Sparrow espagueti interpretado por Víctor Cámara, lo que, además de enfrentar nada menos que a los galanes de Cristal y Topacio (casi que el regreso de Luke, Leia y Han Solo), permite configurar una dualidad masculina clásica del folletín romántico femenino (“Juan Bautista es como la luz del sol, Bianchi es como la noche”, o algo así, llega a decir Luisa), e insufla un mínimo de tensión sexual bajo las enaguas de la protagonista.

Por otra parte Wessolosky, que evidentemente parece oponerse al proceso revolucionario venezolano contemporáneo, aprovecha la rivalidad Juan Bautista-Bianchi para poner en boca de la Luisa post-Tumba (el calabozo del Sebin) un alegato en contra del resentimiento: “Venezuela nos necesita unidos, de lo contrario estaremos destinados a ser un país de fracasados”. Bastante decir para una película histórica venezolana contemporánea.

Del reparto “joven” de Luisa prefiero mejor guardar silencio antes que herir la sensibilidad de gente tan inefable como Aileen Celeste, aunque hay unos cuantos veteranos dignos. Aracelys Prieto (la solterona tía Eulalia) siempre ha sido una de las más desaprovechadas actrices de comedia de este país. Miguel Ferrari hace un villano aceptable. Félix Loreto, coqueteando airosamente con la caricatura, transmite porqué la llegada de las tropas de Boves a Caracas daba más miedo que el ISIS. Ya hablé de Carlos Mata, que hace lo posible con un guión con líneas al estilo de: “Te amo, Luisa, pero quiero amarte en libertad”.

Por cierto, solo había 20 personas (contándome) en la sala de 140 butacas de Los Próceres (Caracas) en la que vi la película este lunes popular, lo que cuento no para ensañarme con Luisa, sino para retratar un pésimo momento de convocatoria del cine nacional en general y de recesión en el negocio de la exhibición cinematográfica. En fin, la historia del billete rosado de veinte.

Publicidad
Publicidad