Cultura

Moonlight: una hermosa luz directa al Óscar

Escrita y dirigida por un "desconocido", Moonlight es un relato novedoso sobre la identidad afroamericana. Alejándose de los lugares comunes del género, muy tratado en Estados Unidos, la historia del personaje principal es tan íntima como universal. Al terminar el filme sentimos que nuestro corazón se movió del lugar en el que estaba cuando inició la película.

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No alcanzará el espacio ni hay palabras para describir el precioso y detallado trabajo de Barry Jenkins, un joven de apenas 37 años que ya había dado muestras de su talento en los círculos independientes con el interesante ensayo Medicine for Melancholy (2008). Moonlight, es la hermana mayor de la anterior: un reflejo de las relaciones (y reacciones) humanas en un contexto violento.

Moonlight se desarrolla entre los 80s y los 90s, cuando la droga en Miami convertía los barrios en disputas públicas por el control del negocio y las escuelas reproducían esa violencia en los recesos. A diferencia de John Singleton (Boys in the hood), los hermanos Hughes (Menace II Society), Spike Lee (Jungle Fever) o F. Gary Gray (Straight Outta Compton), Jenkins hace un filme en el que el ghetto es apenas un contexto y los abusos físicos y sicológicos la simple consecuencia.

En lugar de enfocarse en las armas, los tiroteos y los diálogos repletos de groserías, el director trabaja un solo punto de vista, el de Chiron, una voz que se refugia en el silencio. Asistimos entonces como espectadores a su evolución. Desde la niñez, marcada por la madre drogadicta y los irracionales compañeros de escuela, hasta la madurez. En este sentido, hay semejanzas con la genial Boyhood (Richard Linklater). Todo el sufrimiento contenido del pequeño deriva en un renacimiento lógico para el desarrollo de la historia.

Hablar de Moonlight es hablar de sus protagonistas. Porque este es un filme que sobresale por sus inteligentes interpretaciones (de allí la abundancia de primeros planos y la fijación en los rostros). Empezando por el trío que representa a Chiron: Alex. R. Hibbert (niñez), un debutante que tiene la ardua tarea de introducir al personaje; refleja todas las dudas del que crece sin amor. Sigue Ashton Sanders (adolescencia), quien ya había llevado las riendas de The Retrieval, pero aquí asume el riesgo de hacernos sentir, sin apenas palabras, la confusión sexual del protagonista y cierra el magnífico Trevante Rodhes (madurez). Vale detenerse en él.

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Cuando Rodhes entra en cuadro, Jenkins nos obliga a tomar una decisión. ¿Creemos o no en este cambio? ¿Es verosímil? Obviamente el físico del nuevo Chiron plantea la duda. Linklater (Boyhood) resolvió esto filmando a los mismos actores por 11 años, sin embargo en Moonlight el guión obligaba a otra cosa y es Rhodes el que se encarga, de nuevo con sus silencios, con su timidez, con sus inseguridades, de recordarnos que sigue siendo Chiron. Todo un logro para un rostro nuevo en Hollywood.

Si se pudiera dar un Oscar a mejor actor secundario, Hibbert, Sanders y Rhodes deberían recibirlo como unidad. No obstante, ellos no son los únicos que sobresalen. La británica Naomie Harris (Spectre 007, Skyfall), quien no ha tenido la oportunidad de demostrar todo su talento, se come la pantalla en los pocos segundos que aparece. Es Paula, la madre ausente que marca el destino del hijo, una figura que ya hemos visto en otras tragedias y cuyo epítome sería Mo’Nique (Precious).

Jenkins consigue que las escenas de Paula sean lo suficientemente contundentes para que, a pesar de no ser muchas, encuadren perfectamente en el desarrollo del drama. Los mínimos diálogos entre madre e hijo son contundentes. Y ojo con Mahershala Ali, un actor que viene dando pasos firmes en su transición de la televisión (House of Cards, Luke Cage) al cine. En 2016 interpretó de manera muy diferente a dos traficantes. Al de buen corazón (Juan en Moonlight) y al indeferente (Marlon en Kicks), ambos con una profunda sutileza.

A la par del elenco, Moonlight tiene un ingrediente clave: la música. El compositor y pianista Nicholas Britell (12 Years SlaveThe Big Short, Free State of Jones, A Tale of Love and Darkness) es el encargado de todos los temas, salvo algunas piezas de Goodie Mob, Boris Gardiner, Barbara Lewis y Wolfgang Amadeus Mozart (la maravillosa Vesperae Solennes de Confessore K, 339).

Britell fue productor del cortometraje Whiplash, que ganaría el premio al mejor corto de ficción en 2013 en el Festival de Sundance. Posteriormente colaboraría en el largometraje. Por eso no sorprende la calidad y la astucia de cada sonido escogido para representar un estado de ánimo o para acompañar a una situación límite. Porque allí donde muchos directores dejan que el ensordecedor hip-hop invada una escena (el cliché de las películas de negros), Britell coloca un violín y donde se espera un rap, aparece una balada (Every Nigger is a Star/Hello Stranger).

Finalmente, no haría honor esta pequeña reseña a la película si no reconociera la fantástica fotografía de James Laxton, quien, para mi sorpresa también realizó esta labor en Tusk (2014), la fantástica cinta sobre mitos urbanos de Kevin Smith. La Miami que vemos, alejada del neón y el glamour, pero repleta de anocheceres azules, es su creación. De esta forma le da sentido al título de la película.

Juan: Llevo mucho tiempo aquí. Afuera de Cuba. Muchos negros son cubanos. Yo era un chico salvaje, igual que tú. Corriendo sin zapatos, con la luna afuera. Una vez corría hacia esa vieja, corriendo y auyando como un tonto. Esa vieja me detuvo y me dijo: «corriendo, atrapas la luz. A la luz de la luna, los chicos negros parecen azules. Tú eres azul. Así te voy a llamar, ‘azul'». 

Chiron: ¿Así es tu nombre? ¿Azul?

Juan: Nah… En algún momento tienes que decidir por ti mismo quién vas a ser. No puedes dejar que otro tome esa decisión por ti.

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