Cultura

Manchester by the Sea o dénle ya el Óscar a Cassey Affleck

Kenneth Lonergan logra reivindicarse después del difícil proceso que significó estrenar Margaret en medio de disputas legales. Cinco años después nos regala una obra maestra, en la que Cassey Affleck consigue el pico más alto de su carrera. Cuentan que fue Matt Damon, durante la producción de Margaret, quien le dio la idea a Lonergan para la historia de Manchester by the Sea. Incluso que iba a ser el protagonista, pero por agenda no pudo responder al compromiso abriéndole la oportunidad a Cassey Aflleck. Debemos agradecer que así sucediera porque la actuación del hermano menor de Batman es para presidir el Actors Studio.

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Dos películas vinieron a mi mente mientras veía Manchester by the Sea: la increíble Tyranossaur (2011, Paddy Considine), por la violencia, a veces contenida a veces manifiesta de su protagonista, interpretado de manera extraordinaria por Peter Mullan y la depresiva The End of Love (2012, Mark Webber). Ambas cintas comparten una belleza, y al mismo tiempo tristeza, abrumadora.

También hay similitudes con otros filmes clásicos, como Ordinary People (1980), el exitoso debut detrás de las cámaras de Robert Redford, que narra las consecuencias de la pérdida de un hijo en una familia clase media con graves problemas de comunicación. La imposibilidad de superar la culpa y la consecuencia de la ira reprimida son muy bien trabajados en un elenco que incluía al gran Donald Sutherland y a la reciente fallecida Mary Tyler Moore.

Sin embargo, la verdadera referencia Manchester by the Sea es su mismo director. En el año 2000 le entregó al mundo una de las mejores cintas independientes de la historia y por  la cual Mark Rufallo sería bautizado como «el nuevo Marlon Brando»: You Can Count on Me. La cinta, nominada a dos premios Óscar, cuenta la historia de dos hermanos con personalidades completamente diferentes y viejas cuentas por saldar. En el guión también hay un sobrino y una tragedia familiar de fondo.

En 2011 aparecería Margaret, una cinta que dejaba muchas interrogantes por lo atropellado de su desarrollo y su desacertado final. Luego se sabría que tras haber sido rodada en 2005 (y agregadas otras escenas de 2006), el montaje de Lonergan no fue aprobado por la principal productora, desatándose una disputa legal que retrasó el lanzamiento. Al distribuirse sin publicidad y en muy pocas salas, la película fue un desastre económico. Cinco años tardaría el director en sacarse ese clavo.

Margaret tira de la culpa como motor. Lisa (Anna Paquin) se siente responsable de un accidente de autobús en el que murió una mujer. La imposibilidad de resarcir el daño le genera una serie de frustraciones que rompen la comunicación entre ella y sus seres queridos. Manchester by the Sea toma piezas de este filme y de You Can Count Me. Sin embargo, a diferencia de ellos, el lugar donde se desarrolla la trama tiene un protagonismo clave, de allí el título.

¿Cómo administramos el dolor y el perdón?

Cuando mi padre murió, el cuerpo debía pasar una noche en un refrigerador porque la cremación no se podía realizar inmediatamente. Mi madre no quería que él estuviera solo en una nevera y me pidió que lo acompañara hasta el día siguiente. Debido a su estado de afección por el deceso, asentí. Me tocó fingir que seguía al automóvil que llevaba el cuerpo para luego desviarme y dormir en casa de un hermano. ¿Por qué reaccionamos de esta manera ante una de las grandes certezas de nuestras vidas, la muerte?

«A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd», escribió el poeta y político francés Alphone de Lanartine, reconocido como el primer romántico de su país y autor de un poema muy famoso, Le Lac (El Lago). La melancolía presente en el texto refiere al tópico literario mal dii siécle, un sentimiento de decadencia y hastío, del que solo se puede salir a base de coraje.

En Manchester by the Sea, Patrick (Lucas Hedge) sufre un ataque de pánico cuando abre el refrigerador y sale disparado un pollo. «No quiero que mi papá esté en ese congelador». Deportista, atlético, no entiende qué sucede con su respiración tras asociar el alimento con el cuerpo de su padre, el cual no puede ser enterrado por las capas de hielo que cubren el cementerio. Lee, su tío, no sabe cómo ayudarle a superar esa sensación de ahogamiento y solo se sienta a su lado. Y ese es el asunto central del filme: ¿qué pasa cuando no sabemos qué hacer con el dolor? ¿Qué sucede cuando simplemente no podemos superar una pérdida?

El cine está inundado de filmes sobre la culpa. Maestros como Wim Wenders (Todo saldrá bien) y Gus Van Sant (Paranoid Park) han fracasado al intentar hacernos llegar el sufrimiento de los que la padecen. Allí donde ellos erraron Lonergan prevalece. Le basta un diálogo, de frases incompletas y palabras cortadas, para contagiarnos. Porque la fuerza argumental de Manchester by the Sea parte de las conversaciones (o silencios). Es desgarrador, por ejemplo, el reencuentro entre Lee y su exesposa Randi (espectacular Michelle Williams). Imposible frenar las lágrimas.

No obstante, si se agudiza la mirada, no estamos ante una obra pesimista. Patrick está allí para servir de equilibrio. Asume con estoicismo el duelo, ofreciendo otra lectura a las reacciones humanas ante la tragedia. La sutil escena final, en la que una simple pelota ejerce de metáfora, es una invitación a entender que los manuales de Paulo Coelho y Walter Riso son simples panfletos.

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