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El fútbol sigue avisando al Barça ¿Lo escuchará?

La derrota 3-0 ante la Juventus, en Turín, es otro pesado golpe a una institución que se ha alejado de su esencia. Los italianos fueron brillantes en la ejecución de un plan que encontró en Mascherano y Mathieu los cómplices necesarios. Mientras desde la tribuna algunos hablan de remontadas y demás sandeces que sólo le pertenecen a la incertidumbre, el club catalán debe aceptar esta enésima señal: la vuelta a la excelencia no es cosa de poner a tal o cual entrenador sino el retorno a una hoja de ruta que no debió ser desechada con tanta ligereza.

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(AFP)

En un deporte colectivo, jugar no es cualquier cosa. Jugar es un conjunto de acciones que comunican a cada uno de los integrantes de un equipo. Se juega mal o bien siempre que la comunicación sea buena o deficiente. Se puede jugar en corto, largo, con más o menor posesión, lo importante es cómo se agremian estos jugadores, y para ello, aunque suene a lugar común debe existir un lenguaje que hermane a ese colectivo.

Es muy simple decir que se juega para ganar. Salvo el petardista o embaucador de turno, todo competidor quiere y busca el triunfo. Por ello no deja de sorprenderme que algunos comerciantes de la estupidez hagan carrera gritando que ellos quieren ganar. Hágase notar que estos señores gritan, porque la insensatez no puede ser expresada de otra manera que con alaridos, bailes y groserías. La obligación de todo aquel que se autodenomina “analista” es comprender esa comunicación que sostiene eso que llaman juego. No es sencillo y tampoco se aprende en cursos.

Le decía que se puede jugar de mil maneras posibles. El FC Barcelona adoptó, desde hace mucho tiempo un estilo, una lengua, que se enseña desde las edades más tempranas. No es mejor ni peor que otros, es el propio. La semilla la sembró Laureano Ruiz, y con Johan Cruyff se potenció para convertirse en el idioma Barça. Hasta su sublimación, con Pep Guardiola, hubo muchos entrenadores que aportaron, como Louis van Gaal y Frank Rijkaard. Para conocer al detalle lo que aquí menciono vale la pena leer y releer el libro “Senda de Campeones”, de Martí Perarnau. En él están casi todas las raíces del idioma al que hago referencia.

Pero, en el santo nombre de la evolución, este equipo fue abandonando su ortodoxia. Primero de la mano de Tito Vilanova y luego con la conducción Luis Enrique. De ser un organismo que “masticaba” con paciencia cada avance, con Tito comenzó la era de la aceleración, y con Lucho -enorme entrenador, hoy señalado por una nueva derrota, pero magnífico entrenador- se potenció, gracias a la conformación del tridente y las ideas del director técnico, ese gusto por jugar a las carreras. Muchos lo llamaron evolución, pero, con el permiso de quienes así lo creen, me permito dudar.

El club catalán dejó de jugar a desordenar al rival para jugar con el rival. Me explico: en tiempos de la construcción de la obra “Guardiolista”, la circulación del balón no era lenta como algunos sostenían, sino que esta tenía un objetivo: mover al equipo contrario hasta encontrar el espacio y ahí sí, ¡pum!, punto, set y partido. Aquello no era más que la continuación de esa idea parida por los padres Johan y Laureano. Con la MSN, esa construcción dejó de ser paciente para entregarse al vértigo de Neymar, la potencia de Luis Suárez y la magia de Lionel Messi. De manera simplista podría decirse que, de depender de la dinámica de los once jugadores en cancha -Víctor Valdés incluido-, el equipo, en su búsqueda del progreso de la idea, se entregó a la irreverencia del tridente.

Quizá no haya mayor prueba de esto que trato de explicar que el cambio en Andrés Iniesta: el manchego mutó en un volante “box to box”, haciendo largos recorridos, un Iniesta distinto al del Barça anterior o al de la selección española.

Al “jugar con el rival” se dejó de lado lo que los hizo inmortales: el ataque posicional, aquello que ayudó a someter futbolísticamente a sus adversarios, y que ayudó a construir quizá la mayor virtud del Pep Team: la defensa hacia delante. Teniendo los diez futbolistas de campo en zona del contrario, defender atacando no suponía grandes desplazamientos. Con la llegada de la evolución, el equipo se fue alejando de esos principios y, gracias a las maravillosas prestaciones del tridente, empezó a sentirse cómodo en las largas transiciones defensa-ataque. Ello suponía que no eran necesarios mediocampistas o interiores del perfil de Xavi o el mismo Iniesta, sino jugadores más propensos al área a área. Jugó con el rival porque necesitaba que el contrincante avanzara y dejara desamparadas zonas que luego explotaría la MSN.

¿Qué tiene que ver todo esto con la derrota ante la Juventus? Las posibles soluciones a tantos problemas que les creaba el conjunto italiano no nacieron del colectivo, sino que partieron de arrebatos emocionales e individuales.

Cuando el Barcelona de Guardiola tenía malas tardes, o como, Perarnau bautizó, “partidos de barro”, buscaba respuestas desde el juego, desde ese lenguaje en común que hermanaba al equipo, comenzando por Valdés hasta llegar a Messi, pasando por Piqué, Busquets, Xavi e Iniesta. Podían ganar, empatar o perder, pero, lejos del común denominador de los equipos, no abusaba de la herramienta del centro al área, casi diría que ni la consideraba una opción. Aquel conjunto tenía en la circulación de la pelota y la dinámica de los futbolistas el primer paso, la primera respuesta.

Por distintos motivos que no vale la pena repasar, el Barcelona se quedó sin Xavi, sin Thiago Alcántara, sin Cesc Fàbregas y sin herederos en las categorías inferiores. Quedaron Iniesta y un puñado de mediocampistas que, a pesar de sus grandes cualidades, no ofrecen opciones que se diferencien del vértigo del tridente. Ni Iván Rakitic, ni André Gomes, ni Denis Suárez han demostrado poseer esos recursos. Claro que Suárez todavía es joven y conoce un poco más el estilo Barça que los otros, pero en los escasos momentos claves en los que ha participado, no se ha salido, no demuestra estar listo para convertirse en heredero de aquellos que ya no están o de los que están por irse.

Eesto que aquí comento no es la única pata coja de la mesa. La planificación deportiva quedó en evidencia al ceder al único sustituto verdadero de Busquets (Sergi Samper); no se contrató un lateral derecho tras la salida de Dani Álves, aun cuando la ausencia de “feeling” entre Luis Enrique y Aleix Vidal era notoria, y se dependió en exceso de Jeremy Mathieu, futbolista que desde hace año y medio no posee nivel Barça. Todo eso suma, lo mismo que colocar a Javier Mascherano de volante central, condicionando el inicio de cada avance hasta hacerlo insoportable y previsible. Cada enfrentamiento contra los llamados “equipos top” dejó más dudas que certezas, pero ya no había tiempo de solucionarlas, a pesar de que el 1-3-4-3 sirvió para calmar, temporalmente, los vientos de una tormenta inminente. Ya se sabe, al diablo se le puede espantar, pero siempre regresa.

La tan cacareada búsqueda de una evolución táctica debe someterse a revisión, ya que, lejos de proponer nuevas respuestas, centró casi todas sus fuerzas en el tridente, las emociones, y quién sabe si lo divino. Muchas veces fichan los presidentes, pero quien llegue en el mes de junio debe tener la fuerza para tomar decisiones, sin importar cuan antipáticas sean.

Sigo creyendo que Luis Enrique es un maravilloso entrenador, y que seguramente, en un par de años, y con una camiseta roja, seguirá construyendo equipos competitivos. Pero lejos de buscarle un sustituto, el Barcelona debe replantearse si la idea de Cruyff, que ahora juran y perjuran defender hasta las últimas consecuencias, se parece a esto que se vio en Turín, o si, por el contrario, es necesario volver a las fuentes, algo que se hizo con Rijkaard y luego con Guardiola.

“Al Dream Team lo mató el fichaje de Romario, porque, a pesar de sus goles, empezamos a tener una referencia fija que condicionaba la idea original”. Esto me lo dijo alguien a quien no le puedo refutar ese análisis. La frase me dejó pensando porque, en aquel año, Romario ganó el trofeo Pichichi, el Barcelona obtuvo la Liga y llegó hasta la final de la Liga de Campeones de Europa. Pero el fútbol es cualquier cosa menos una actividad lineal en la que dos más dos sumen cuatro, y lo que se juega el club catalán con sus próximas decisiones no es quien ha sido hasta hoy, sino quien quiere ser a partir de hoy. Eso, y nada más que eso. Y todo pasa por retomar aquel viejo lenguaje que, como el viento, ya es viejo, pero no deja de soplar.

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