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La brillante oscuridad de Andy Murray

Andy Murray tomó la decisión más difícil de todas. Esas palabras que nadie espera escuchar llegaron en la jornada del 11 de enero, cuando reveló que esa lesión en la cadera que se asomó en 2017 y que lo fue apartando gradualmente del tenis ha generado un desgaste que lo empujó hasta sacarlo del camino.

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Fotografía: AP

La noticia fue tomada con la incomodidad habitual de quien se ve obligado a decir adiós cuando el amor por algo sigue latente. La despedida nunca es tan triste como aquella que no se planifica, esa en la que la corriente es tan fuerte que de nada vale remar.
Lo del escocés es el ejemplo de la triste realidad. No todos son como Rafael Nadal, quien aún sigue activo pese a sus maltrechas rodillas, o Juan Martín del Potro, apartado largo tiempo por intervenciones en las muñecas. Pero no siempre se gana, no siempre se sale airoso.
Su camino fue tan cercano a su final, que el patrón dramático de sus victorias fue directamente proporcional a su anuncio de retiro en Australia, aunque espera llegar a Wimbledon para una última batalla. Los triunfos sufridos, los largos peloteos, las caídas constantes. Nadie puede juzgar a Murray por sus logros sin atender sus fracasos.
Su historia se quebró en dos partes cuando logró ser dirigido por Ivan Lendl, otro que mordió el polvo en repetidas oportunidades hasta terminar de explotar su talento. El británico no fue más que su versión 2.0.
Tan inteligente como temperamental, nunca pudo desligar la elaboración pensada con los gritos por cada error no forzado. Esconder bajo la alfombra su frustración no fue una tarea cumplida, pero alcanzó a sumar éxitos con un ajedrez mental que lo convirtió en uno de los mejores elementos en tiros de sensibilidad de toda su generación.
Si Novak Djokovic es el monstruo forjado por el dominio de Roger Federer y Nadal, Murray es el último eslabón del cuarteto brillante. Su palmarés bien podría apartarlo un tanto de los primeros tres del ranking masculino, pero no por ello se le puede eclipsar. Los números, al final de la jornada, son no más que la consecuencia de una acción y en ese desarrollo fue que Murray se mostró como alguien diferente.
Nadie disfruta la oscuridad de la derrota, pero cada traspié tenía su norte. A pesar de que sus lágrimas que acompañaron su discurso eran previsibles, no hay forma de que su descanso no sea grato.
Cuando llegue el día que su cuerpo finalmente diga que fue suficiente, bien sea en Melbourne o Londres, el reposo tras un día productivo se disfruta más que nunca.
No hay adiós grato ni retiro que no se llore por dentro, pero Murray, así como lo hizo a lo largo de su carrera, tomó una decisión con inteligencia antes de que la frustración reflejada en la pista marcara el fin de la peor forma posible.
Un ciclo termina. Un referente se va. El tenis, aunque todavía no lo note, comienza a vivir el final de una época.]]>

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