Venezuela

El bachaquero y el sofá

Nos encanta ver el síntoma para evitar trabajar en las causas de la enfermedad. Y ya no es, ni siquiera, asunto de política económica o industrial.

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Foto: Andrea Hernández

Todos los días se repite el chiste del marido que encontró a su mujer haciendo el amor con otro hombre en el sofá y para resolver su problema matrimonial decidió vender el sofá. Una y otra vez fijamos la mirada en el sofá. Mañana será la alfombra y la mesa del comedor.

Con el tiempo irán quedando muy pocos muebles que vender. Bachaqueros, colombianos, paramilitares, mafias. No sigamos más. Nos encanta ver el síntoma para evitar trabajar en las causas de la enfermedad. Y ya no es, ni siquiera, asunto de política económica o industrial. Lo único que puede detener la infidelidad de la mujer es un cambio radical en los términos de la relación marital, en el contrato social.

Más allá del bachaquero y el sofá, lo que hay en el trasfondo es un hondo malestar social que no es producto inmediato de la inflación o la escasez. Todo lo que hemos vivido durante estos larguísimos 17 años de destrucción, todo el proceso llamado chavismo o revolución, no es más que la manifestación sintomática de la resistencia al cambio necesario que tarde o temprano llegará.

Como el terremoto producto del desplazamiento y movimiento de las placas tectónicas, lo que sucedía en la Venezuela previa a la revolución era un proceso profundo de recomposición y reordenamiento de las relaciones entre el Estado y la sociedad.

Como en casi todas las naciones contemporáneas ganadas en complejidad, la sociedad venezolana se había fortalecido con mecanismos de autoorganización y autorregulación y el Estado había ido transfiriendo a la sociedad funciones para las cuales tenía limitada capacidad de conocimiento técnico, intervención y control.

Ni el Estado liberal, ni el Estado social ni el Estado prestacional eran modelos capaces de atajar el desajuste producido entre el orden institucional, el aparato del Estado y la sociedad. Y ante la incapacidad de la élite dominante de concebir un nuevo modelo de Estado y sociedad adaptado a las mudanzas y profundas alteraciones que ocurrían, se nos coló un movimiento defensivo que puso a la nación entera en regresión para no encarar el futuro y la transformación.

La sociedad pasiva, receptora de las prestaciones del Estado ha llegado a su límite. El Estado gestor y prestador directo que interviene los medios llegó a su fin. No toca ahora la creación de un nuevo orden para acoger a una sociedad que tiene que ser robusta, autorregulada, y un Estado distinto, sobre todo garante de los derechos individuales y sociales.

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