El 24 de febrero pasado, Rusia, miembro permanente del Consejo de seguridad, rompió la seguridad colectiva mundial con un acto de agresión, invasión y anexión. Violó deliberadamente la Carta de las Naciones Unidas y el principio de igualdad soberana de los Estados. Su invasión a Ucrania fue declarada ilegal por la Corte internacional de justicia, que exigió el retiro de las fuerzas rusas.
Al invadir Ucrania, Rusia abrió la puerta al retorno de las guerras de anexión: lo que pasa hoy en Europa puede repetirse mañana en Asia, en África o en Latinoamérica. Esta agresión nos devuelve a la edad de los imperialismos y de las colonias, cuyo capítulo pensábamos cerrado desde hace décadas. Esta agresión nos conduce hacia conflictos amplios y permanentes, donde la soberanía y la seguridad de cada uno no dependen sino de una relación de fuerzas militares, donde los que se consideran fuertes buscan someter por todos los medios a los que ellos consideran débiles.
En consecuencia, Europa no puede ser la única oponiéndose a esta guerra. Es responsabilidad de todos los que están comprometidos con respetar la Carta de las Naciones Unidas y que sienten injusticia frente a las consecuencias energéticas, alimentarias y económicas trágicas de la guerra conducida por Rusia. También es responsabilidad de los no alineados, cuya lucha siempre fue en pro de la paz, la soberanía y la integridad territorial – hoy atacadas directamente. Oponerse a la guerra en Ucrania significa rechazar la ley del más fuerte y la violación de los principios de las Naciones Unidas. Significa promover el respeto a valores universales y no solamente “occidentales”.
Desde el principio de la guerra, Francia ha buscado la paz. Por el diálogo continuo con Rusia, por el apoyo humanitario, económico y militar al pueblo ucraniano, por la condenación de la invasión a un Estado soberano y a los crímenes de guerra cometidos por Rusia, por su apoyo a los esfuerzos de la Agencia internacional de la energía atómica para prevenir las consecuencias de la guerra sobre la seguridad nuclear. Con sus aliados, tomó sanciones justificadas. ¿Qué país podría considerar que, cuando un vecino potente le haga lo mismo, la mejor respuesta sería el silencio y la ausencia de sanciones? Hoy, solamente un acuerdo que respete el derecho internacional permitirá restablecer la paz.
Francia rechaza la narrativa oponiendo el “Occidente” con el resto del mundo. El imperialismo contemporáneo no es europeo u occidental. Él toma la forma de una invasión territorial conjugado a una guerra híbrida a nivel mundial, usando el precio de la energía, la seguridad alimentaria, la seguridad nuclear, el acceso a la información y los movimientos de población como armas de división y de destrucción. Por estas razones, esta guerra afecta las soberanías de todos.
Más allá de los principios, el mundo simplemente no puede permitirse una nueva partición en bloques tal como la promueve Rusia. Nuestros desafíos comunes son cada vez más numerosos y urgentes, y requieren de nuevas cooperaciones. Frente a las crisis, al cambio climático, a las pandemias, a la inflación, los más vulnerables siempre son los más afectados. Urge que el mundo se una para ayudar a los más frágiles a enfrentar estos desafíos. No es hora ni de la guerra ni de la revancha contra el “Occidente”. Es hora de un nuevo contrato eficiente y respetuoso entre el Norte y el Sur para la alimentación, el clima, la biodiversidad y la educación.
Frente a estos desafíos globales, Francia contribuye de lleno. Duplicó su financiación al Programa mundial de alimentos. Construyó con la Unión europea los “corredores de solidaridad” que permitieron sacar más de 10 millones de toneladas de cereales de Ucrania. Lideró la iniciativa FARM para abastecer los países vulnerables a bajos precios sin condición política y para invertir en la producción agrícola de los países que quieren salir de la dependencia. Francia también promueve la solidaridad financiera y tecnológica de los países ricos hacia aquellos en desarrollo para acelerar la transición ecológica. Y es uno de los primeros donantes al Fondo mundial contra el SIDA, la tuberculosis y el paludismo.
¿Los que como Rusia proponen un “nuevo orden internacional” pueden decir lo mismo? ¿Ofrecen financiación frente a la transición climática? ¿Son solidarios de los más vulnerables en materia de salud, de alimentación y de educación? ¿O será que su “nuevo orden” no es nada más que un regreso al antiguo orden hegemónico, basado en la invasión al vecino y la violación de las fronteras?
Todavía estamos a tiempo para juntarnos y dar este combate en común, en el respeto mutuo. Pero si no somos capaces de dar este combate, que es el único verdadero combate, él será la fuente de todas las fracturas y los conflictos por venir.