La crisis corrompió el juego de los niños

Los niños desde sus juegos miran y escuchan su entorno. Se preguntan por sus meriendas y distracciones. También tratan de explicarse conceptos: crisis, escasez, Maduro y oposición. Sufren, hablan y se quejan. La inocencia e infancia la viven algunos con preocupación y tormento, mientras los padres buscan formas para protegerlos

Composición fotográfica: Norkis Arias
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Entre juegos y comiquitas, la mirada de los niños puede resultar acuciosa a la hora de tamizar la realidad que los circunda. Para los padres de la Venezuela actual es un desafío criar a su descendencia en un entorno saludable que permita un crecimiento integral. La inseguridad, la escasez y la diatriba política se cuelan indefectiblemente en la convivencia cotidiana, dejando en la superficie el convulso estigma que acompaña al gentilicio. En suma, padres asustados y confundidos intentan sortear la amargura de la crisis para ofrecer a sus hijos una vida lo más confortable y segura posible, mientras estos crecen, con la mirada atenta, elaborando sus propias inquietudes y soluciones.

Mario tiene diez años. Cuando llamé a su mamá por teléfono no dudó en atender mi curiosidad después del permiso. “Yo tengo una pregunta muy importante que le hice a mi papá la semana pasada: ¿aquí los pollos se extinguieron como los dinosaurios? Es que mi mamá no consigue pollito de verdad, para freír con harina como a mí me gusta. Otra cosa que yo quiero saber es por qué no tenemos poder. Tú sabes, poder para salir y hacer lo que queramos. Antes no era así. Antes íbamos a comer perros (calientes) en Plaza Mayor. Yo estoy muy fastidiado, los sábados no hacemos nada y mi mamá se pone brava”, cuenta.

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“Se me ocurren una dos o tres historias sobre la relación de Emiliana con la política”, explicó su papá a través del chat de Facebook y sigue: “la primera se remonta al 2012, cuando ella tenía seis años. En ese entonces eran las elecciones presidenciales. Fue interesante que su salón de clase de pronto se politizó. La discusión consistía en determinar quién era chavista y quién era caprilista. Una de sus compañeritas más queridas venía de una familia chavista con importantes lazos económicos con el gobierno. La niñita estaba preocupada, pues era una de las pocas en el salón. Emiliana hablaba de eso con frecuencia. También con preocupación. Una mañana, rumbo al colegio, me preguntó muy seria si ella podría ser siempre ‘caprilista’, pero tener un pedacito aunque fuese pequeño de chavista para que su amiguita no quedase tan sola. Otra historia fue hace poco, cuando nos fuimos del país. Un día estábamos cocinando juntos. Me preguntó cómo era mi vida de pequeño. Le conté algunas generalidades. Entonces me dijo: ‘Bueno, es lo que me imaginaba: eras un niño muy maduro…’ Se quedó callada, luego empezó a reírse. Entonces dijo: ‘Uf, ¡qué problema! ¿Ese señor no podía llamarse Martínez? Uno está hablando de cosas interesantes y ¡zuas!, se mete en la conversación como si él también fuese interesante. Y créeme: no lo es”.

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“Este es mi cuento”, compartió Ana, una madre a punto de emigrar. “Andrés tiene seis años y medio. Hace un par de semanas me hizo esta pregunta: ‘Mami, ¿por qué la gente de aquí no colabora?’. Yo más que responderle lo que hice fue darle la razón. Me asombró que siendo tan pequeño se cuestionara el porqué de eso, demostrando que en su estructura lo normal es ‘dar’. Pero más allá de mi asombro también me dio tranquilidad: mi hijo pequeño entiende que no es un ente solo en el mundo y me dijo mucho de la salud de su nivel de sociabilidad. Al final nuestra conversación al respecto terminó así: ‘Ay mami menos mal que nosotros pronto ya no vamos a vivir aquí, no me gusta estar en un lugar donde la gente NO colabore’.

En el caso de Susana acontece lo siguiente, en el marco de un espíritu migratorio que se manifiesta desde muy temprano. “Tengo dos chamos, uno de cinco y otro de once. El de cinco años no parece darse cuenta de mucho, más allá de que no puede comer sus galletas favoritas en la merienda porque no las consigo. Algunas veces nos pide juguetes que ve en la TV y cuando le explico que aquí no hay, se molesta porque no entiende que no pueda tener lo que otros sí. El mayor es otra historia. Pregunta mucho sobre lo que sucede, su visión es todavía de ‘buenos contra malos’. Comenta con frecuencia que quisiera vivir en otro país como sus amigos que se van del colegio. Ve cómo niños de su edad tienen acceso a juegos y cosas que aquí no existen o no podemos comprar. Él es alérgico a la leche de vaca y como no consigo leche de soya he tenido que sustituir por otras cosas que a él no le gustan, y el otro día con mucha rabia me dijo que estaba harto de vivir así. Me parte el corazón. Por otro lado, a menudo lo escucho bromear con sus amigos acerca de la escasez o de las tonterías de Maduro, copiando lo que hacemos los adultos. Me preocupa que haya crecido sin respeto a la investidura del presidente y del gobierno en general. Una vez fueron a darle una charla de la Oficina Nacional Antidrogas (ONA) y él les dijo que las drogas eran malas porque te quemaban el cerebro como a Chávez. Me llamaron del colegio entre divertidos y preocupados por su respuesta.”

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“Mis hijos son echados para adelante”, apuntó un orgulloso José, padre de 39 años y tres hijos. “Marly  de 13 años, Ricky de ocho y Jonathan de cinco se saben adaptar a las cosas que están pasando. Pero vamos a salir de esto, de la guerra económica y de algunos errores que ha cometido el gobierno, porque están a tiempo de rectificar. Si no hay pan comemos arepa y viceversa, ellos lo que te pueden decir es que hay que tener paciencia y valor. Yo trato de darle todo lo que necesiten y de que estén pendientes de sus cosas de niños. Uno también tiene que poner de su parte, no te vas a poner a hablar enfrente de ellos sobre las cosas que te estresan.”

“Mis hijos, Luna (10) y Santiago (12), tienen un sentido del humor que a mí me encanta”, adelantó Micaela, mientras sacaba las bolsas de un escueto mercado de su automóvil y añade: “esos niños se la pasan todo el día haciendo chistes y montando memes en Facebook. Son unas lanzas. Yo trato de que estén relajados, de que no me vean mal por la arrechera que cargo todo el día por la escasez, las colas y la inseguridad. Pero a veces me salen con cosas que me dejan en el sitio: Luna preguntó hace poco que si nos íbamos a morir por la falta de pastillas, porque en su salón estaban hablando de eso. ‘Mami, el país se está cayendo’, me dijo después, y que si teníamos pasta de diente de sobra para cambiársela a una compañerita que andaba pidiendo, a cambio de jabón. Santiago lo que dice es que quiere irse del país cuando crezca aunque le da miedo no verme más”.

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“Yo tengo un chamo de 12 años, Joseíto, y va malísimo en el colegio. Pero qué le puedo decir yo”, declaró Daniel, visiblemente preocupado mientras esperaba que le sirvieran 600 bolívares de jamón. “El carro se me terminó de apagar y ya no puedo hacer carreritas como taxista, con eso era que nos aguantábamos para comer. Él anda muy mala conducta. Yo digo que es por el hambre, eso de estar comiendo arepa sola es de lo último, y para rematar se quedó sin celular, y yo no tengo para comprarle otro. La mayor ya se fue de la casa y a veces nos trae alguito. Francamente yo te digo que no sé qué hacer. Ya viene la compradera de útiles otra vez. Joseíto no habla mucho conmigo, mejor anda y pregúntale tú, ahí viene”.

―Hola, Joseíto. ¿Te puedo preguntar algo?

―Dale.

―¿Qué piensas de la situación del país? ¿Hay algo que te preocupe?

―Pienso que es una ladilla. En mi salón todos bachaqueamos o hacemos trueque ―confesó con una repentina carcajada.

— Yo quiero que todo sea como cuando estaba pequeño. Mi papá y mi mamá eran diferentes. Eso, pues. Quiero comerme dos empanadas y dos jugos en la merienda, como antes. Quiero que mi mamá esté más en la casa y no haciendo colas, porque antes ella hacía tortas y veía películas conmigo.

Andrea compartió en pocas líneas la cotidianidad lúdica de sus sobrinos, Paula (8) y David (6) que juegan a hacer cola y se gritan “señoraaaaa, no se coleeeee”, situación que provoca risa e indignación entre los adultos que los rodean. Por su parte, Ítalo respondió a través de Twitter, escueto pero letal: “Mi hijo mayor se va a Alemania en agosto. Cumple 18. A los 11 me dijo que se iba, desde entonces vivía rumiando esa idea. Va un año a mejorar el idioma antes de postularse a las universidades que allá son gratuitas. Me dijo: ‘Convierte mi cuarto en tu estudio, yo no vuelvo’. Y a su hermano de 11 años le dice que aprenda el idioma para que se vaya con él cuando salga de quinto año. Imagínate”.

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II

Nathaly Ponce, psicóloga venezolana radicada en Panamá, traza un planteamiento que arroja luces sobre el recorrido emocional infantil en el contexto social que lo rodea, puntualizando la importancia de establecer una dosis equilibrada de realidad, acorde con las capacidades del pueril receptor. “Lo primero que hay que resaltar es que, desde hace ya un buen tiempo, la realidad venezolana es un asunto que no ha estado oculto o lejos de los niños, niñas y adolescentes, y tratar de hacerlo es como querer ocultar el sol con un dedo. Sin embargo, el malestar psíquico y la sintomatología que puedan presentar los más jóvenes responde en parte al hecho de que manejan mucha más información de la que pueden procesar, comprender y elaborar. Los padres, docentes y adultos en general no están conscientes de que cuando hablan sobre la crisis del país los niños y adolescentes están escuchando, y que esto que escuchan los va a afectar como sujetos de lenguaje, aunque estén es sus primeros años. Te pongo el ejemplo de un niño de 9 años al que atendí en mi consulta, en Panamá, por casi dos años. Cuando llega, evidentemente enojado, lo primero que hace es dibujar una calavera. Tras varias sesiones, es capaz de poner en palabras lo siguiente: ‘Mi papá me dijo que nos veníamos a Panamá porque en Venezuela no hay comida, no hay nada, nos pueden secuestrar, matan gente… Pero yo no quiero, toda mi familia está allá, mi abuela, mis primos… Yo no quiero que los maten’. Los niños saben, comprenden buena parte de lo que escuchan, leen y observan, y también hacen sus propias conclusiones, pero sin la posibilidad de tomar decisiones o acciones que los protejan, den contención o mejoren parcialmente la realidad en la que viven”.

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La especialista aconseja racionar la información, que se brinde al niño, niña o adolescente la cantidad justa que pueda procesar, sin mentiras o disfraces, pero sin llegar al extremo de exponerlos ante un real con el cual ni siquiera el adulto puede en estos momentos lidiar sin un altísimo costo. “No todo se debe decir ni se tiene que hablar. Tampoco es recomendable hablar de la problemática socio-económica en todas las conversaciones que se tienen durante el día, como si fuera un abrebocas o el pase para poder establecer una empatía que permita el vínculo o la comunicación; de hecho, esto hace que el tiempo de calidad que se pasa con los más pequeños, en el que se muestra interés por su realidad infantil, sus descubrimientos, situaciones de vida, etc., sea cada vez menos, cosa que también está ocurriendo entre los adultos: no se habla si no es de la problemática del país, lo cual borra todo lo que también somos como sujetos”.

Corresponde a los padres establecer filtros que permitan al niño involucrarse en una realidad ineludible de forma sana, acaso lo menos traumática posible. Elsa tomó conciencia de ello recientemente. “Típico que uno está viendo las noticias por Twitter y comentando las cosas con los muchachitos alrededor, y uno cree que no le están parando a lo que uno dice pero resulta que sí. En estos días cuando salió el video del enfrentamiento en Cariaco entre la Guardia Nacional y la gente, yo estaba toda curiosa y me puse a verlo con mi comadre, y mi hija de siete años estaba ahí. Ella no lo vio, pero cuando escuchó la gritadera y las detonaciones, se alteró mucho, y desde entonces no deja de preguntarme si eso va a pasarnos a nosotros cuando salgamos a comprar”.

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Continúa Ponce: “En la infancia, el niño necesita que se le hable, que se le incluya, pero también que se le considere y acompañe en su etapa infantil, y no que sean ellos los que nos acompañen a nosotros, como adultos, en nuestro día a día. Una excelente opción es brindarle al niño la oportunidad de hablar y expresar lo que siente y le preocupa. A través de preguntas como de qué te gustaría hablar, qué has pensado de eso que escuchaste/viste, cómo te sientes con respecto a lo que vivimos, entre otras posibilidades, son la apertura para que el niño pueda elaborar sus pensamientos y malestares, ordenarlos y transmitirlos a sus padres o cuidadores, lo cual les permitirá orientarlos y darles contención. Si desconocemos lo que ellos piensan y sienten es muy difícil que se les pueda consolar o ayudar de forma asertiva —es como ponerle al niño un suéter porque la madre tiene frío, pero sin saber si él lo tiene. Es imposible proteger a los niños y jóvenes de la realidad del país, de la escasez, la violencia, la miseria. El reto de ejercer la maternidad y la paternidad en estos días radica en poder lograr un balance entre mantener y proteger lo infantil y, sin embargo, no desconocer la realidad social”.

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En una visita que hice a la comunidad de Guanta, en Anzoátegui, a propósito de una asamblea de ciudadanos, me conseguí con una niña de nueve años que dibujaba instalada en una silla, frente a una bodega donde algunos adultos conversaban. Curiosa, le pedí que me enseñara su dibujo, puesto que yo también disfruto de cruzar trazos sobre el papel. Para mi sorpresa —tristeza, mejor dicho—, encontré que la niña había esbozado una suerte de tarjetón electoral donde figuraban dos opciones claras: PSUB (sic) y la mud (sic). La niña preguntó cuál prefería yo y me limité a sonreír, desencajada. Acto seguido le ofrecí enseñarle cómo dibujar un gato, a lo que ella respondió entusiasta, trazando su propio felino y una sonrisa generosa.

El desafío es proteger la belleza en todas sus instancias.

*Algunos nombres fueron cambiados por decisión de los padres.

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