"Perreras": movilizarse en camiones o morir en el intento
Decenas de muertos y heridos ha dejado el uso de vehículos improvisados para transportar pasajeros en el país petrolero. En un contexto de hiperinflación, el transporte público está paralizado en 90% y hasta las autoridades han optado por activar y respaldar el uso de camiones para movilizar gente
Unos sesenta pasajeros viajan amontonados en una cabina semejante a una jaula. Varios cuelgan del estribo. Van en uno de los camiones que autoridades venezolanas ofrecen como solución a la crisis del transporte y que han ocasionado accidentes fatales.
Lejos de prohibirlos por sus condiciones inseguras, varios gobernadores y alcaldes oficialistas activaron su propia flota gratuita de «perreras», como se conoce a estos vehículos por su parecido con los empleados antaño para recoger a los perros callejeros. «Amor por Caracas», se lee en las unidades de la alcaldía de Libertador, municipio de Caracas, donde despacha el presidente socialista Nicolás Maduro, un exchofer de autobús.
No hay datos oficiales del Ministerio del Transporte; sin embargo, el Poder Legislativo lleva la cuenta de las consecuencias que ha traído la degradación del transporte en todo el país: 39 muertos y 255 heridos por el uso de este tipo de vehículos. Los datos fueron suministrados por la diputada Nora Bracho, quien es presidenta de la Comisión de Administración y Servicios del Poder Legislativo, el 10 de julio. Según Bracho, en el país hay 250 mil unidades y solo 25 mil están operativas, un déficit de 90%. En este contexto, las perreras se han ido extendiendo. Están “africanizando nuestro pueblo”, denunció.
Solamente el siniestro de un camión dejó 16 fallecidos en mayo en la ciudad de Mérida. Otra víctima fue Fernando Moreno, de 63 años, quien cayó cuando subía a «una perrera» el 15 de junio en La Yaguara, una zona popular de la capital, de acuerdo con testigos.
«Son lo más feo que hay. Es como que te montaras en una jaula ganadera, empuja pa’cá, empuja pa’llá», comenta José Miguel, albañil de 20 años que vive en Los Valles del Tuy. Estos vehículos enrejados proliferaron por miles en manos privadas antes de que autoridades chavistas los bendijeran. Para José Miguel, formalizar su uso «es una burla». «Coño, si vas a dar algo que sean unos autobuses que uno vaya bien. ¡Cómo vas a dar una perrera!».
En defensa de esta alternativa, Víctor Zerpa, conductor de uno de los camiones, afirma que «la alcaldesa de Libertador, Érika Farías, los puso porque los transportistas están saboteando». Unas 40 personas caben en la perrera de Víctor, de 60 años, quien luce dos tatuajes en el cuello, uno con el rostro de Hugo Chávez y otro con la firma del difunto expresidente.
Quebrados por la hiperinflación
Un 90% de la flota de transporte público en Venezuela está paralizada ante la imposibilidad de sufragar los altos costos de los repuestos, según gremios a los que el gobierno acusa de «sabotaje». «La hiperinflación nos tiene fregados a todos. De 12.000 autobuses que había, solo queda 10%», dice Oscar Gutiérrez, chofer y dirigente gremial del estado Miranda, donde está Caracas.
El FMI proyecta que la inflación cerrará este año en 13.800%, en un contexto de escasez de todo tipo de bienes básicos. Una llanta para un autobús grande, por ejemplo, cuesta 1.000 millones de bolívares, unos 300 dólares en el mercado negro, al menos la primera semana de julio de 2018. Sin embargo, un bus de 30 pasajeros apenas produce cinco millones de bolívares diarios (1,5 dólares).
La crisis se extiende a varias regiones. En el petrolero estado Zulia, el más poblado, Henry Morales debe esperar horas para movilizarse en lo que sea. «Me he montado en camiones de basura, volteos y camionetas sin techo», relata el trabajador hospitalario de 51 años.
Algunos conductores de autobús han llegado al extremo de trabajar únicamente en las horas de menos calor para alargar la vida de los neumáticos, cuenta Gutiérrez. La flota venezolana es de las más viejas de la región. «Los más nuevos los importó el gobierno en 2015 y ya hay un cementerio de estos buses. El mismo Estado no ha podido mantenerlos», añade.
Agárrate duro
La escasez de efectivo es otro dolor de cabeza. Un pasaje urbano puede costar 30.000 bolívares, pero los bancos solo entregan 100.000 diarios. Entre la falta de buses y billetes, muchos optan por las perreras gratuitas. «Prefiero montarme en camiones que caminar tantas horas», justifica Ruth Mata, comerciante de 52 años que ha tenido que recorrer a pie varios kilómetros hasta su casa en Caracas, soportando una desviación de columna.
A las perreras se suman otros medios de transporte insospechados en la otrora potencia petrolera, como los camiones tipo cava, que durante el día movilizan alimentos y en la tarde seres humanos. «Vivimos una agonía», dice Humberto Navarro mientras paga el pasaje al chofer de uno de estos vehículos.
Los problemas de movilidad han colapsado el metro de Caracas, de facto gratuito pues los absurdos precios de los boletos no cubrían los costos de operación. Mientras, en la empobrecida barriada caraqueña de Petare, Candelaria Segovia, de 52 años, se aferra a la baranda de una perrera para no caerse. «Si no tenemos reales no nos dejan subir en los autobuses, los camiones son más baratos», cuenta. A Óscar Gutiérrez, conductor desde hace 35 años, le tocó parar por falta de repuestos y cree que el problema empeorará. «Estamos como un enfermo desahuciado».
No son pocos los que prefieren ni acercarse al Metro de Caracas. A cambio, luchan a diario para poder tomar una camionetica, pero las unidades de transporte no son suficiente y la escasez de efectivo hace más complicado el traslado
En Venezuela, las esperanzas financieras de Eliset González están puestas en un nicho de mercado. Ella ha optado por sacarle provecho a lo que para otros es desecho. Su historia se replica, pues ahora en el país latinoamericano nada se bota hasta que no sea inevitable A diario, Eliset González se sienta en un puesto en un mercado de Caracas y repara bombillas rotas para aquellos que no pueden permitirse una nueva en una nación devastada por la crisis. "Siento que con esto ayudo a la comunidad ya que esos bombillos están súper caros. Además, me ayudo yo también", dijo González, que aprendió a desarmarlos y repararlos en prisión, donde pasó varios años por robo. Según sus cálculos, una bombilla fluorescente compacta nueva puede costar el equivalente a varios dólares en la devaluada moneda venezolana, o el equivalente a casi el salario de un mes. Pese a esto, la calidad es tan mala que puede durar apenas una semana. Con una reparación, pueden funcionar durante más de seis meses más y por una parte de ese precio, explicó González. "Aprendí esto en un centro penitenciario en donde estuve privada de libertad. Allí me dediqué a estudiar", dijo González. Su extraño trabajo es una respuesta ingeniosa al caos económico que domina la que en su día fue una rica nación petrolera, donde la escasez de comida y medicamentos ha llevado a más de cuatro millones de venezolanos a buscar refugio en todo el mundo en los últimos años. El año pasado, la creciente hiperinflación alcanzó el millón por ciento. Pero en este escenario de decadencia económica, la historia de González no es original. En otra parte de la ciudad, Vladimir Fajardo reúne algo de dinero reciclando objetos aleatorios. Muchos días se sienta en una acera de Caracas y utiliza una cuchara afilada para construir autos de juguete con botellas de plástico, a los que les instala un sistema interno de poleas con bandas de goma para hacer que las partes del coche giren. Cada juguete le toma alrededor de media hora. "Hay gente que me dice ‘¿y si te doy un dólar? ¿Un dólar te sirve?’”, dijo Fajardo. “Sí, deme un dólar. Después lo vendo y con eso como”. Fajardo, que en el pasado tuvo problemas de drogadicción y recorre los vecindarios de la capital venezolana en busca de clientes, está orgulloso de su trabajo. Sus mayores seguidores son "los que conocen de la creatividad y saben de esto", apuntó. Para Elizabeth Cordido, una psicóloga social en la Universidad Metropolitana de Caracas, los intentos de los venezolanos por sobrevivir reciclando artículos que de otra forma irían a la basura es, de algún modo, positivo. Pero apuntó que "es muy negativo que sea a través de la pobreza y del incremento de la pobreza que hayamos llegado a esto”. "Da lástima. Es doloroso", señaló.
Salir de Venezuela para lanzar, desde afuera, un salvavidas económico a quienes quedan atrás. La realidad de muchos se trastoca por la velocidad en que la hiperinflación devora incluso los envíos en divisas extranjeras. Por las calles de Perú el tema corre de boca en boca. Y la presión por producir más dinero marca la agenda