Crónica

Vestida para matar: cuando la mujer es la que agrede

Los medios, las redes sociales y los expedientes criminales muestran a toda hora hombres que maltratan, violan o matan mujeres. Pero también las hay agresoras, que cometen crímenes atroces tan perversos como ellos. Solo que sus casos pasan menos advertidos acaso porque el machismo, la violencia y el acercamiento al sexo supuestamente “débil” las envuelven en impunidad

Composición fotográfica: Mercedes Rojas
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Al mundo todavía le queda trabajo por delante en cuanto a la seguridad de las mujeres. Tanto en el orgulloso Occidente como en el Oriente fundamentalista, los derechos y libertades de ellas se ven amenazados por costumbres y políticas que disminuyen su quehacer en el mundo moderno, muchas veces haciendo mella en derechos humanos elementales: tráfico de personas, pedofilia, matrimonios arreglados, violencia doméstica, acoso. Pero esa no es la única realidad y la mujer no solo cumple un rol de víctima.

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¿Qué pasa cuando las hembras se destacan por consagrarse como victimarias? Hay casos tanto reales como de ficción, de la vida misma o de literatura. El de la condesa Darya Nikolayevna Saltykova, por ejemplo. Le atribuyen 138 sirvientas torturadas; o el de Cibell Naime, asesina de dos hombres por culpa de un gato angora; o el de Iris Varela, que ha levantado la mano siempre que ha podido en la televisión nacional. Los tres constituyen un catálogo de la infamia y el agravio, al que se puede sumar el reciente éxito viral de Mi querida María Victoria, en el que una madre venezolana pone “carácter”, ejemplificando la barbarie en miniatura, signo de estos tiempos. Apocalíptico o no, lo cierto es que los arquetipos femeninos deben asumirse en todas sus variantes y complejidades. Al igual que los hombres, las mujeres también destruyen las cosas a su paso.

Sulay Márquez tiene 43 años y cinco hijos repartidos entre sus últimas tres parejas. Con amargura recuerda a su progenitora, que falleció de cáncer a mediados de 2013. “Maíta nos pegaba todo el tiempo, a mí y a mis hermanas. Le gustaba empatarse con hombres más jóvenes a los que mantenía. Pero los trataba a las patadas, ¿sabes? Eso era palo, golpe, arañazos, como si fueran un hijo más. Yo no sé cómo hacía para conseguirse esos pendejos que le aguantaban todo. Me imagino que se quedaban por los reales. Maíta nunca estuvo en paz con nadie. Por todo gritaba y maldecía. Eso fue un solo pujo durante casi setenta años. Yo nunca fui así con mis hijos, más bien salí blandita. Pero mis maridos sí me han pegado mucho. Pero les puse un para’o y ahora estoy sola”.

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Martha Caravaggio es arquitecta y no dice su edad mientras sonríe en algún chiste de rigor y enciende su segundo Belmont. Se inquieta sobre la naturaleza de este artículo, hasta que rompe la pausa. “Cuando papá se fue de la casa mamá quedó loca y empezó a pegarnos más a menudo. Vivíamos con los brazos morados, y a veces la cara. Después de grandes fuimos a terapia. Te puedo decir que los tres teníamos problemas de alguna manera relacionados con el maltrato que nos dio mi mamá. Yo la entiendo y la he perdonado, en parte: nada fácil quedarse sola con tres niños y un trabajo, porque mi papá no se hizo cargo de nosotros en lo absoluto. Pero me da rabia cuando me pregunto dónde estaban los demás, mis tíos y las maestras. ¿Nadie se dio cuenta? Fuimos malos estudiantes, mis hermanos tenían problemas serios para comunicarse y encajar en el grupo, se peleaban con todos. Muchas veces mi mamá nos maltrató frente al resto de la familia. Nadie hizo nada. Bueno, eso no pasa aquí, por lo visto, solo en las películas gringas cuando llaman a Servicio Social. Madre solo hay una y la nuestra nos costó un realero en terapia porque un hombre la dejó”.

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La indolencia, la burla, acaso la incredulidad, juegan un papel importante en situaciones que van de lo hilarante a lo dramático. Policías y abogados tienen una opinión al respecto. Jorge Chiriques, agente de la Policía del Municipio Sotillo, estado Anzoátegui, declara: “las mujeres no denuncian por miedo o por alcahuetas. El hombre no denuncia por pena. Es un círculo vicioso, si te pones a ver. Una mujer puede buscar la manera de defenderse. ¿Te acuerdas de la película con Jennifer López donde jode al marido maltratador? Yo sí estoy de acuerdo con eso. Pero si eres hombre y la mujer te maltrata, quedas mal: si la denuncias pasas por mariquito y si te defiendes y la jodes quedas como un abusador. En todo caso es importante resaltar a la colectividad que toda persona corre riesgo de ser víctima, porque el victimario, sea hombre o mujer, está en capacidad de desarrollar su perversidad. Por ejemplo, estadísticamente es más factible que un hombre abuse sexualmente de los niños que una mujer, pero ahí tú ves en los barrios cómo hay hombres que abusan de los hijos de sus parejas y ellas se hacen las locas, sea por miedo o por maldad. Para mí eso es complicidad y es tanto delito como lo otro. Y yo sí estoy de acuerdo, por ejemplo, con darle unos buenos correazos al carajito si se porta mal, pero hay madres que joden a los hijos con saña, se ve que pagan con ellos la arrechera. Eso hay que denunciarlo, hay un límite y ahí está la Lopnna”.

Anderson

Luego de perderse en algunas cavilaciones de tipo clínicas o sicológicas retoma Jorge su cháchara. “Hay que buscar ayuda especializada. Las cosas han cambiado y uno no puedo criar a los niños como antes, a punta de maltratos. Te puedo contar también que una vez recibimos una llamada para dirigirnos a una casa donde encontramos a la mujer con una crisis de nervios porque creía que había asesinado al marido: resulta que, harta de los golpes que éste le propinaba cuando llegaba borracho, esperó a que el hombre se durmiera en la hamaca que luego procedió a coser. Entonces lo cayó a palos, para descargar la rabia. Dijo que no pensaba matarlo, solo castigarlo, pero cuando vio la sangre se asustó. Al final no lo mató pero estuvo muy cerca. El hombre no levantó cargos, pero supe que siguieron maltratándose mutuamente hasta que al final se dejaron. Hay que asumir culpas, es lamentable que por tantas fallas en el sistema una mujer sienta que debe tomar la justicia en sus manos”.

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Por su parte, el abogado Luciano Andersen relata que durante su servicio en la comunidad de Las Minas de Baruta, estado Miranda, atendió un caso ilustrativo: el señor Cipriano Gómez solicitó asistencia legal, harto de las burlas y la indiferencia de la policía, al denunciar que su esposa lo agredía constantemente hasta llegar al punto de amenazarlo con un cuchillo. “¿Qué esperan ellos?”, se preguntaba Gómez. “¿Un muerto? ¿Que yo la agreda? Si fuera el caso contrario, seguramente ya hubiesen actuado”, adujo. El divorcio y poner distancia de por medio era la única solución. Asimismo, Andersen recuerda la reacción de un par de abogadas que siguieron el caso con atención: risitas sardónicas y cero compasión, comentarios del tipo “ese es un varón domado”. “Es evidente que la mujer violenta y el machismo van de la mano”, concluye Andersen.

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Ana Julia Ramos, barcelonesa de 55 años, admite que fue una madre absolutamente inadecuada. “Yo bebía mucho. Empecé de muchacha y caí varias veces presa porque robaba. Nunca lastimé a nadie, pero sí me cogí lo que no era mío. A mis hijos les pegué mucho, porque eso fue lo que me enseñaron”. Se detiene en el relato para secarse unas lágrimas y continúa: “mi mamá me quemaba con un tizón, nosotros vivíamos en Vidoño. Cuando se calentaba conmigo me zampaba una pescozada y me quemaba los brazos. Yo vivía arrecha. Mis hijos también vivieron así y a los dieciséis el mayor cogió la calle para que yo no le pegara más. No te sé explicar. No es que yo no quiera a mis muchachos, pero cuando uno vive enfermo con la rabia no piensa, mi amor. Lo que me ayudó mucho fue que mi hija menor me dijo para ir al Club de Leones y meternos en unos cursos de manualidades. De ahí me remitieron a una psicóloga y a un psiquiatra. Hicimos muchas cosas. Hay unas que yo no entiendo y todavía me pega la rabia, pero me la estoy llevando mejor con mis hijos mayores. Nos ponemos a ver videos en YouTube y nos reímos”.

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Víctima o ejecutora del mal, la mujer existe como el hombre y ambos tienen el derecho a exigir justicia y el deber de correr con la consecuencia de sus actos. Nada nuevo, pero parece que todavía es necesario aclararlo.

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