Crónica

Recorrer El Silencio o volver a la raíz

Hacer ciudad también es sentirla bajo los pies, caminarla, tejerla un paso a la vez mientras la mirada devanea por las fachadas, interioridades y detalles de los edificios que la cimentan. La Caracas histórica es una ruta para amar

Fotografías: Felipe Rotjes
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Parada frente a los icónicos bloques de El Silencio, conmueve la imagen: Paulina Villanueva le da la espalda a la obra suscrita por su padre para compartir con un centenar de embelesados caracadictos la historia de esa primigenia hazaña de la modernidad y la arquitectura social —siete minutos que se convierten en un viaje asombroso—, tópicos y consignas que derivan en vocación para el celebérrimo Carlos Raúl Villanueva. Esencial distintivo de su trabajo.

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Convocados por las redes, el grupo que va de visera y zapatillas, ha acudido en tropel al llamado de CCS City 450, para conmemorar el redondo aniversario de la ciudad, para rastrearla, donde quiera que esté, y hacerla propia. En este primer punto de la serie de doce recorridos previstos —doce mañanas de sábado que comprometen y cultivan la ciudadanía—, los devotos urbanitas están boquiabiertos. Asombra la belleza del ritmo continuo de las arcadas que sostienen la amable fachada de los famosos bloques de El Silencio; refresca la música de fondo del gorgoteo acuático de las toninas de Narváez.

cita5Y sorprende cuando con voz emocionada la también arquitecta Paulina Villanueva da cuenta de las hondas excavaciones que fue menester hacer, 20 metros a lo profundo; de la quebrada embaulada; y del trabajo veloz —¡dos meses para alzar aquella maravilla!— dirigido por el señero arquitecto, su dilecto maestro. Consterna también cuando revela que el diseño de los bloques contempla patios interiores y ventanales desde los puestos de la lavandería cosa que las madres —o los padres: cualquiera puede lavar— vigilaran desde el quehacer doméstico los juegos de los pequeños.

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Arquitectura con dimensión humana y social —“papá siempre trabajó para el Estado”—, Paulina Villanueva añade que la creatividad de su padre “sirvió a la educación, ahí está la Ciudad Universitaria; al arte, allí está el Museo de Bellas Artes; a la sociedad, aquí están estos edificios”, y que Carlos Raúl Villanueva nunca escatimó en calidad de hechura, como tampoco desaprovecharía los espacios para propiciar la convivencia. Profesor como ella, el gran hacedor diría, no obstante, que su mejor obra de arquitectura fue el puente espiritual que estableció con sus alumnos. Aplausos.

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Rubí Trabacilo, conspicua residente de aquel apartamento de las flores rojas en el balcón, confirma entonces con su testimonio lo que ha dicho Paulina y hace loas a la deliciosa amplitud y comodidad de los apartamentos y da cuenta del embeleso que le produce vivir allí y ver, a cualquier hora, el Ávila, las emblemáticas torres de El Silencio, y la fuente de Narváez, con su sonido consolador. También se conversa sobre el nombre de El Silencio, vinculado a la mudez que se impuso en la bulliciosa zona cuando la peste; y, ejercicio de memoria mediante, no pocos reconocen en lo que es el punto de partida de la jornada, que la Plaza OLeary fue el lugar de encuentro por excelencia, y que, espacio imán para los líderes políticos desde mediados del siglo XX, allí profirieron sus arengas en pro de la democracia, por cierto, con seductor verbo.

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Viraje a la esquina noreste, ver el redondo Teatro Junín —suscrito por los arquitectos John y Drew Eberson, 1946-1949— inaugurado una noche, a las 9, con la película La cenicienta de los estudios Disney. Ahora convertido en espacio de proselitismo, mantiene la teatral pasamanería, no sus funciones. “Es lamentable que la ciudad al convertir el este en quimera abandonara el centro, muchos edificios quedaran de alguna manera huérfanos, y tienen solo vida en horario de oficina”, añade el arquitecto y estudioso de la historia de los cines caraqueños Nikolaij Sidorkovs. “Las fotos de la época registran a las damas ataviadas con vestidos de gala y a los caballeros de flux y pajarita llegando al Junín”.

cita4La siguiente estación es la Plaza Caracas. María Isabel Peña se detiene frente al mural de Guayasamín —Homenaje al hombre americano—, el artista plástico ecuatoriano que recibiera no poco apoyo de Nelson Rockefeller, el emprendedor estadounidense que se enamoró de Caracas: aquí invirtió y aquí pasó su luna de miel. A propósito de pensar el espacio público, y de mirar con ojo de buen cubero, salta a la vista que las míticas torres de El Silencio —suscritas por Cipriano Domínguez—, no exhiben su mejor rostro. Obra que se descifra en lenguaje moderno, inspiradas en Le Corbusier y con guiños al Rockefeller Center, corona cada edificio una fachada particular. Toca asumir los emblemas.

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Ahora junto al Palacio Municipal, resulta un goce entrar en el Museo Caracas, sitio de energías patrióticas e históricas, allí se dio misa y allí se reunieron los venezolanos en convocatoria rebelde para torcer su destino de colonia. William Rodríguez, 22 años de trabajo con el público, corrige la creencia de que el 5 de julio se declaró la independencia. “Desde el 3 comenzaron las deliberaciones y luego ese día se acordó su declaración, pero no se firma el acta entonces, la termina de redactar Juan Germán Roscio, el 7 y luego la suscriben los patriotas a favor del movimiento independentista, el 5 se proclama”. Encerrada en vidrio, provoca suspiros otra página fundamental de la historia, una escrita un año antes, el acta del 19 de abril de 1810. El libro abierto que la contiene parece que estuviera vivo, que hiciera señas. Sesión de fotos, preguntas, la historia negándose a ser pasado —¿cuándo lo es?—, los caracadictos dejan el arbolado patio interior, maravilla urbana que deviene hallazgo para muchos.

cita3Mañana en la que Luis Rafael Bergolla (Luis Ra, de Caracas en 365) por los parlantes se reafirma como conspicuo rutero, más de uno se persigna en el recorrido ante las iglesias míticas, son palpadas las rugosidades de las fachadas históricas de Gradillas a San Jacinto —Bolívar viviría en la adyacencias recién casado con su prima María Teresa—, se dice un asombrado ¡oooh! en coro cuando alguien comenta que la casa natal no es tal, que no fue exactamente esa la casa suya, y que esa, de San Jacinto, se compró y se convirtió en su museo después. Día para hallazgos, la caminata por las callejuelas empedradas y sin circulación vehicular desde los años setentas, incluye la observación del campanario de la Torre, el reconocimiento del edificio sede de la Vicepresidencia de la República, suscrito por Carlos Guinand Sandoz, y la admiración por el premiado diseño de la sede del Banco Central de Venezuela, del arquitecto Tomas Sanabria, cuyos espacios bajos, abiertos, dialogan con la calle y hacen espacio público.

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Un alto frente al edificio Phelps: audaz construcción en la ciudad sísmica porque sube el rango de la altura de entonces a unos temerarios ocho pisos, lo suscribe el arquitecto Clifford Charles Wendehack, 1944-1946. Y sin duda maravilla el portón, delicado tejido de herrería que no se flanquea. Vaya paradoja: Phelps fundó el grupo 1BC, nomenclatura empresarial de la que proviene la cerrada RCTV, y ahora allí funciona una televisora de contenido oficialista.

Expresa reverencia, en la misma avenida Urdaneta, en el edificio Karam, del arquitecto Arthur Guy Mayger. Edificio con ducto para el correo y demás singularidades de los cuarentas, fue sede de un bar famoso, el Pasapoga, reducto de la nocturnidad caraqueña donde ligaron Juan Domingo Perón, exiliado en el país en tiempos perezjimenistas, e Isabelita luego de Perón. Atalaya para reconocer en la avenida que se anchó para darle majestuosidad y en el sueño sacrificó centenares de casas coloniales, el anhelo de modernidad atravesaría a Caracas de oeste a este con el humo de los carros.

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cita2Caminata que abarca en la agenda del día la llamada Ciudad Histórica, los participantes, masa entusiasmada con la ocurrencia de la Fundación Espacio, referente de arquitectura caraqueña que así celebra sus diez años, y claro, los 450 de Caracas, dirigida por los profesores de la Universidad Simón Bolívar Franco Micucci y Aliz Mena, y con quienes se alía la también arquitecto María Isabel Peña, profesora de la Central, convocan a un concurso que premiará las diez mejores sugerencias de uso o rescate del espacio público, de las cuales tres ¡serán ejecutadas!

Cierra este recorrido en la plaza El Venezolano, helados incluidos. Los que no son habitue quedan convencidos de que más que visitar Caracas, hay que vivirla. Coserla. A pie se puede, caminar también es una forma de tejer.

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