Crónica

Catia sin luz, Catia sin vida

En Catia no falta la música, la bulla, el gentío recorriendo las calles y los comerciantes dispuestos a vender lo que sea. El populoso sector del oeste caraqueño se caracteriza por eso. Pero en la capital se cerró el mes con todo, menos broche de oro: un apagón sumió a la Gran Caracas en caos. Cuando la oscuridad reina, Catia también se apaga

FOTOGRAFÍAS: AGENCIAS
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Una muchacha sentada en una silla en el balcón de su apartamento amamanta a su hija de pocos meses de nacida. De vez en cuando baja la cabeza y sopla a la cara de su bebé para alejarla, al menos por unos momentos, del calor sofocante del día. Entra y sale de su vivienda, ansiosa, sin saber muy bien qué hacer con su retoño en brazos. Tiene las cortinas abiertas de par en par y adentro del pequeño apartamento reina la oscuridad, a excepción de una discreta vela. No hay luz.

La historia es parecida en otras viviendas de la Séptima Avenida. Un señor descansa sobre una gavera vieja de cervezas mientras sus dos hijos corretean en el interior de la casa, sin nada mejor en qué ocupar el tiempo. Él ni los regaña, a sabiendas de que mantenerlos entretenidos sin luz será toda una proeza. Una familia entera sacó sus sillas del comedor y se acomodó bajo el sol a echar cuento en la terraza de su pequeño edificio, en una especie de reunión familiar, un encuentro matutino obligado por la crisis. Un joven prefiere fumar pegado a la ventana y mirar a la calle en busca de algo interesante. Su cara de aburrimiento demuestra que no tuvo suerte en eso de encontrar entretenimiento.

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Abajo, en el asfalto, la ciudad también parece estar adormecida, apática, apagada. Unos pocos esperan “jeeps” para llegar a La Silsa o Casalta, la cola para abordar la ruta 605 del Metrobus rumbo a La Paz o el 23 de Enero no pasa de las 10 personas, la licorería de la esquina está cerrada, al igual que el cafetín y el abasto. No hay cornetas de carros que alboroten la mañana, ni una salsa que salpique de sabor el ambiente, ni el clásico “plátanos maduros, barato el plátano” del camión que se para todos los días cerca de la Calle Argentina. El típico ruido, el desorden, el bullicio también se extinguió. Catia se había quedado sin luz.

La electricidad en el sector Pérez Bonalde de la populosa zona caraqueña, ubicada en el municipio Libertador, se fue a las 9 de la mañana, casi en punto, del martes 31 de julio. Hasta las señales telefónicas dijeron “hasta luego” con el apagón. Ante la imposibilidad de comunicarse o curiosear en las redes sociales, los vecinos salieron de sus casas a comprobar si a todos les había pasado lo mismo. Varios andaban despeinados, todavía con la ropa de dormir encima. Otros lucían ropa de oficina, a punto de salir a luchar en el transporte público con destino a sus lugares de trabajo. Al abrirse las puertas de las viviendas, los olores inundaron el pasillo, como prueba de que muchos, aquellos afortunados con gas eléctrico, se habían quedado con el almuerzo a medio cocinar sobre la hornilla. “Esa vuelve ahorita”, dijo alguien antes de volver a entrar a su apartamento. Nada más alejado de la realidad.

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Los bombillos se volvieron a encender pasadas las 12 del mediodía, así como la señal telefónica. Pero el daño ya estaba hecho: la zona del oeste no volvió a prenderse. No había luz suficiente para devolverle la vida que había perdido. En la avenida El Atlántico varios locales permanecían cerrados al regreso de la luz, entre ellos la carnicería y los chinos. “Esos vuelven después de la hora de almuerzo”, soltó un muchacho que alquila teléfonos frente al comercio. Eso nunca pasó. El negocio que vende pollo a la brasa tenía una puerta cerrada y otra abierta, como quien trabaja a media máquina, a punto de cambiar de decisión y marcar la milla. Los que venden verduras y los que venden pescado en la Sexta Avenida tampoco montaron sus puestos en la calle. Para qué, habrán dicho, si no había a quien ofrecerle mercancía. Además, ¿cómo hacían sin punto de venta? Un día libre no planificado.

El bulevar no estaba abarrotado de personas, algo inusual si se trata de un martes en pleno mediodía. Un grupo se acercaba a la santamaría del Banco Nacional de Crédito a ver si alguien los atendía. “Cerraron porque se fue la luz, pero ya llegó hace rato”. El intento era en vano, solo servían los cajeros automáticos y mientras hubiera luz. Los únicos que estaban, inamovibles en el lugar, eran los manteleros que venden ropa y artículos de segunda y hasta de tercera mano. “A la orden, todo barato”, decían cada vez que alguien miraba, así sea de reojo, la mercancía. Los asientos dispuestos a lo largo del bulevar estaban todos ocupados, pero no se trataban de transeúntes que querían tomar aire un rato bajo la sombra de los árboles, sino de personas que aguardaban a que la estación del Metro de Pérez Bonalde abriera de nuevo sus puertas. El transporte subterráneo estaba fuera de servicio. “Abrirán pronto porque la luz ya llegó”, la frase que se repetían entre ellos, buscando alguna lógica a la situación. Catiacita3 En la Calle Colombia, algunos esperaban unidades de transporte público que los trasladara hasta el centro o el este de Caracas. No pasaban muchas, una de vez en cuando. Las que lo hacían, iban hasta el tope, con valientes –¿o indiscretos? – guindados en las puertas. “Tempranito en la mañana intenté irme en camionetica, pero qué va. Eso fue imposible. Si ahora no puedo, me regreso a mi casa a dormir”, aseguró Viviana Blanco, residente de la zona. No sabía si le descontarían el día o no en las oficinas donde trabaja, pero no tenía otra alternativa. Atravesar la ciudad en esa situación era una utopía. Los que aprovecharon el día para hacer su agosto fueron los mototaxistas. Las carreras que normalmente cuestan un millón, este martes a oscuras valían el doble. Y si era por transferencias, hasta el triple. “Me querían cobrar cuatro millones hasta Altamira. Se volvieron locos”, manifestó la treintañera. Apagón4

El Mercado Municipal de Catia, inaugurado en 1951 en la parroquia Sucre, también estaba cerrado. El edificio de arquitectura colonial, un referente en la zona por ser la única estructura nombrada monumento histórico de Catia, bajó sus puertas luego del primer apagón, temprano en la mañana. Los casi 2.000 trabajadores distribuidos en más de sesenta locales no tuvieron de otra que trancar su santamaría y esperar al día siguiente para hacer unos cuantos bolívares.

La presencia de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en la conocida “calle de los bachaqueros” no hacía sino aumentar la soledad que dominaba la jornada. Incluso había pocos buhoneros, en su mayoría seguían aquellos que venden en efectivo y no dependen del punto de venta. “No podemos desperdiciar ningún día de trabajo”, dijo José Miguel Aparicio, quien vende cambures desde hace cinco años. Pero otros se contagiaron de las calles vacías. “Yo ya me voy, no hay nada de gente”, dijo un señor de la tercera edad que vende ají. No quiso esperar más, guardaba sus pimientos en un guacal, a punto de irse y el reloj ni había marcado las 3 de la tarde.

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En La Gran Feria del Pollo la desacostumbrada serenidad era evidente. La cola para comprar el alimento por lo general nunca baja de 30 personas y ya al mediodía las neveras se quedan limpias Sin embargo, ese día ni había gente, solo unos cuantos clientes. “Estuvimos toda la mañana sin luz, menos mal que todo lo tenemos congelado y las neveras son potentes. A la 1 PM se volvió a ir. Esperemos que no pase otra vez, es un fastidio trabajar así”, afirmó un vendedor que no quiso revelar su nombre.

En la Calle Colombia también transitaban los carros sin problemas, sin que el gentío que comúnmente camina por dondequiera desespere a los conductores. “¿De cuándo a acá la Calle Colombia está tan sola? Nunca”, expresó Teresa Uribe*, con más de 40 años viviendo en el sector. Ni ella sabía con qué comparar el día. “Ni los domingos hay tan poca gente”. El ambiente, soltó finalmente, era digno de una jornada de elecciones. “Todo el mundo se quedó en su casa”. Pero la alegría por el regreso de la luz duró poco. A las 4 de la tarde se marchó otra vez. Algunos comerciantes esperanzados esperaron para comprobar si volvía. Ante la sospecha de que no regresaría y a pocos minutos para las 5:30 PM, decidieron irse también. A esa hora, ya no tenía sentido, se habían perdido las ventas del día. El lugar se llenó de ruidos de santamarías siendo bajadas. La llovizna de la tarde terminó por empujarlos a sus casas. Catiacita2 Los que quedaban se podían contar con los dedos de una mano. El Hospital Pediátrico Elías Toro, en la calle Colombia, seguía con sus puertas abiertas, pero con dificultades. “Estamos trabajando gracias a la luz de la planta eléctrica”, señaló el vigilante. La farmacia que trabaja 24 horas casi no cumple su promesa. “Si la luz no llega, vamos a cerrar”, mencionó alguien detrás del mostrador. A las 6:30 PM, la panadería más concurrida de la zona, que usualmente tranca las puertas a las 11 de la noche, estaba cerrada. A las 7 de la noche, casi puntual otra vez, la luz volvió. Los bombillos de los barrios volvieron a brillar y las lámparas de los bloques del 23 de Enero iluminaron de nuevo. Se escuchó uno que otro grito de alegría. Aunque la mayoría era consciente: mejor no celebrar mucho, no se sabe cuándo se volverían a quedar a oscuras.

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El resto de la ciudad

La luz se fue en toda la Gran Caracas. El 80% de la capital quedó a oscuras, además de afectar Guarenas, Guatire, Altos Mirandinos, Valles del Tuy y el estado Vargas. Las líneas 1 y 3 del Metro de Caracas se paralizaron, los caraqueños llenaron las calles con intención de llegar a sus trabajos, así fuese caminando, y los comercios también se vieron afectados por el apagón. La falta de electricidad no es asunto nuevo en el país. En el interior, pasar noches en vela es casi la regla. Muchos se han acostumbrados a vivir preparados ante cualquier apagón, eso es lo común, lo constante. El caso de Maracaibo es abrumador: la ausencia de luz en la ciudad más calurosa de la nación es ahora la rutina de los ciudadanos, quienes han cambiado su cotidianidad a los trancazos debido a los cortes que a veces alcanzan las 36 horas. Hasta las labores hospitalarias se han visto entorpecidas por la falta del suministro eléctrico. Nadie se salva. 

Ser la capital no tiene nada de beneficioso: también impera la oscuridad. Aunque en Caracas los cortes eléctricos se presentaban de forma esporádica, con menor intensidad que el resto de los estados, los apagones se vuelven más comunes a medida que aumenta la crisis. La frase de “Caracas es Caracas, lo demás es monte y culebra” quedó obsoleta.

El Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, también sufrió las consecuencias de la falla eléctrica, retrasando los vuelos programados. Además, la Asamblea Nacional se vio obligada a suspender su sesión del día por los apagones.

Catiacita1El gobierno tampoco se puso de acuerdo en las razones del apagón de este 31 de julio. “La falla tiene su origen en Santa Teresa. Se está trabajando para reponer el servicio”, anunció el ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez.  Según un informe del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), la falla se debía a un «corte de cables de control de los transformadores de tensión».

A las horas, el ministro Jorge Rodríguez indicó que el problema con el servicio era por “una afectación en el Parque Guatopo, sector El Peñón, en Ocumare del Tuy” y que el inconveniente había generado “la caída de una línea importante y por tanto hemos tenido deficiencias en el suministro eléctrico”. Aseguró que «las condiciones atmosféricas» y el «difícil acceso a la zona donde ocurrió la falla» imposibilitaron una pronta respuesta. “Esperemos que en los próximos minutos se resuelva de forma definitiva”, expresó.

El presidente Nicolás Maduro dijo la razón más mencionada por el gobierno para atribuir las fallas eléctricas: sabotaje. “Hoy sabotearon el sistema eléctrico de Caracas y la respuesta del pueblo de Caracas fue moral, apoyo, comprensión. No pudieron. Al mediodía teníamos restituido el sistema a pesar de que era difícil saber dónde fue el corte”, dijo en una reunión desde el Palacio Blanco de Miraflores, siguiendo el anuncio que ya había hecho el ministro Luis Motta Domínguez. Se olvidaron de la versión de Jorge.

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La deficiencia en el suministro en varios sectores de la capital se extendió por más de cuatro horas, hasta la tarde, incluso hasta la noche. Y las promesas de reestablecer el servicio no fueron suficientes. En la avenida Francisco de Miranda, a la altura de Chacaíto, un grupo de personas protestó por las pocas unidades de transporte público y ante la imposibilidad de poder regresar a sus hogares en horas de la tarde. En Los Flores de Catia, vecinos quemaron cauchos para mostrar su descontento.

“¿Quién me va a reparar a mí la nevera o la lavadora si se echa a perder? Ya no se pueden comprar con los ahorros en Navidad, eso ya no existe. Y si no puedo ir a trabajar, nadie me paga ese día”, expresó con molestia una compradora en el oeste de Caracas. “En este país ya no se puede vivir”.

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