Cultura

Caracas también le dio marco a Estados Unidos

Domingo para elegir bien —ay, Caracas, no te dejes—, también será una recomendable escogencia en la agenda de la esperanza y la persistencia en las horas previas una visita a la exposición Our architects, arquitectos norteamericanos en Ccs, en la sala TAC, de Paseo Las Mercedes, que, sobre la obra de insignes firmas de arquitectura estadounidense en Caracas, está a punto de clausurar; y no porque personeros del gobierno cartearan en algún momento con respingos antiimperialistas que no entienden la pertinencia de esta enjundiosa investigación, acaso más conmovidos, ojalá, con las dos exposiciones anteriores organizadas por Docomomo (Documentos del Movimiento Moderno), Las Italias en Caracas y Suite Iberia: al menos no se tomaron la molestia de escribir

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Exitoso esfuerzo liderado por los arquitectos Hannia Gómez y Frank Alcock, con la participación devota de más de un centenar de estudiantes de arquitectura —algunos domingos contaron con más de 600 visitantes—, deriva, la puesta en escena de fotografías y maquetas, textos y videos, en un revival, más que nostálgico, de la ciudad posible. Catálogo suculento del pasado reciente y boyante, y de construcciones icónicas que aún están en pie entre la maleza, la muestra es un viaje emotivo a través de imágenes que te dejan boquiabierto. Foco en orondas fachadas, que sugieren ideales de estreno y nuevas formas de vida que se asomaron, que podrán volver, también están a la vista, dispuestas in situ, en los textos enmarcados y sin duda en la imaginación —una exposición es la tentadora punta de un iceberg—, las estancias decoradas con mobiliario cortado con líneas pulcras, sin perifollo: así las oficinas y así las casas, las que poblarían damas ataviadas con vestidos acinturados y a la rodilla y caballeros que, desde butacas de ligeros grosores, miraron a través de ventanales sin cerrojos, la ciudad vergel.

Se trata de un registro de buena parte de construcciones hechas a la medida de los nuevos habitantes de la ciudad: el hotel Potomac en San Bernardino, el centro comercial Las Mercedes que albergaría el irremediable CADA, los edificios de la Good Year, la Creole y la Schell, las Torre Phelps y Boulton, el Country Club, el Hipódromo, el Helicoide y el Cubo Negro, entre decenas más, en zonas específicas influenciadas por el american way of life de los ejecutivos de las transnacionales que se mudaron al valle con su gusto intacto por la fuente de soda, la hamburguesa y la malteada. Así se construyeron el mítico Sears y el emblemático hotel Ávila, en zonas llamadas circuitos petroleros, en la narrativa del arquitecto y escritor Henry Vicente, entre los que estudian este proceso sociológico, arquitectónico y urbano de la ciudad.
Es una oportunidad también, la exposición, para reflexionar sobre la contingencia de la modernidad de la que quedan reliquias y de una ciudad reformateada acaso con sentido de ocasión y como la espuma, que se alzó con arrebato. Asistimos al resumen de un lapso de lujo y a un paréntesis de vértigo, ese con que saboreamos el futuro y sus mieses, y de cuyo mareo aun no nos reponemos. Ver la exposición es asimismo un ejercicio de asombro que nos lleva por entre puntos reconocidos y sentimientos inéditos y en diversos tiempos, como el anhelo, en el presente, de presente.

Exposición en la que Caracas es la protagonista, la Caracas que hechizó al rico empresario Nelson Rockefeller —aquí pasó su luna de miel—, provoca la reflexión acerca de lo que hemos sido, una sociedad de intentos y de pasiones, y de lo que podemos ser, y acaso incluso propone la reconciliación con la hibridez que somos como ciudad cimera de América del Sur, abierta y curiosa, nunca hermética o ensimismada. Acompañada la circunstancia expositiva con conferencias a cuento —sobre las complejidades del montaje, sobre la saga en la ciudad de cada arquitecto, Vestuti, entre ellos, quien de la cátedra y el trazo sobre hormigón pasó al diseño de las hermosas sillas de Kuruba, inspiradas en las autóctonas larenses, sobre las fuentes de soda, heladito incluido—, ha sido esta muestra grata compañía para los caraqueños ávidos y también para la ciudad, precisamente cuando, en sus 450, nos pide anhelante votos, más devotos y menos tortas. Hermosa conmemoración que arrancó puntual: Our architects, arquitectos norteamericanos en Ccs, abrió, contra todo pronóstico, el mismo 25 de julio, tensiones mediante.

Es que la única postergación que cabe es la de que se prolongue unas semanas más. Se trata de un viaje insoslayable, un esfuerzo de producción, montaje, investigación, recreación que literalmente coloca nuestra memoria contra la pared y amplía nuestras perspectivas. Exultante el país, como tentadora consecuencia del dinero que entró líquido y caliente en las arcas del estado, derritiendo toda imposibilidad, está a la vista todo cuanto aceleraría con vehemencia el crecimiento desbocado de un tiempo climático, desde los cincuentas y hasta los ochentas, cuando el freno comenzó a sentirse. ¿Y acaso no es factible la reedición del mejor sueño desde dinámicas consensuadas?
Taza de plata a cuyo borde se acercó buena parte del país y alrededores —nunca todos, siempre ha quedado alguien que no—, la exposición, que nos invita a vernos en este espejo de belleza donde están enmarcada la historia, la fe, la constancia y el ojo amador de los que persisten a favor, recuerda este performance el esplendor sin ambages que vivimos y a cuyas orillas nos toca navegar en equipo. No perdernos.

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