Curiosidades

Las empleadas domésticas regresan a Colombia

No sólo médicos, profesores universitarios y estudiantes están dejando Venezuela. También lo hacen trabajadoras domésticas de origen colombiano que ven escurrirse la prosperidad que las condujo al exilio. Autorrepatriarse no es lo que anhelaban, pero significa tranquilidad

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Hace un año, María no se imaginaba de vuelta a Colombia. Pero se hartó. La vida digna que anhelaba se ha diluido entre colas y un salario inadmisible. Llegó en 1998, cuando Venezuela se echaba cuesta abajo pero aún sonaba a promesa, sobre todo al otro lado de una frontera infectada de guerrilla y malos augurios.

Su madre había venido al país cuando ella era una adolescente, hace casi cuarenta años. Los hermanos quedaron con la abuela y el respaldo de un puntual envío de dinero trabajado como ayudante doméstica. Venezuela era lo conocido, lo seguro. Cartas y llamadas hablaban de un lugar para prosperar. María entendió y vino. La madre volvió al lar natal, pero a diferencia de María, satisfecha por lo logrado en la lejanía.

María siempre estuvo en el país de forma legal, con cédula de residente, lo cual de todas maneras —según dice, sin esconder cierta pereza— resultaba un impedimento para trámites como una cuenta bancaria. Tampoco le hacía falta. Los años de Cadivi fueron la panacea. Envió dinero suficiente para construir la bella casa que la aguarda muy cerca de Cartagena de Indias, mantener a dos hijos allá y dos aquí. Todavía alcanzaba para sentirse a salvo de la inflación criolla. Las remesas iban en dólares, parte de ellas se devolvían y la vida tenía semblante de mercado negro y certeza.

«Ay mija, me voy pa mi tierra, esto ya no se aguanta», me dijo hace menos de un mes. Trabajó hasta esta semana. Nos despedimos con lágrimas. Fueron casi siete años compartiendo zozobras tres días a la semana, cocinando los mejores garbanzos del planeta. Su adiós no relataba tristeza sino alivio. Un inmenso alivio.

María y muchos emigrantes son supervivientes de oficio. Entienden el exilio con menos dolor que quienes tanto merodeamos el tema desde la palabra, la rabia, el miedo. Son tajantes a la hora de buscar la felicidad. «Uno tiene que vivir donde sea más fácil, donde comprar pollo o papel de baño no parezca un vallenato. Si esto mejora, quizá un día vuelva». Al entregarme las llaves no pude más que desearle buen viaje y una vida larga, sana y feliz. Ya la extrañamos. Es invalorable su lección de valentía y asertividad, aunque nada podamos —ni queramos— hacer con ella por lo pronto.

Antes de cerrarse el ascensor alcanzó a repetir por enésima vez: «Si consigue trabajo en Bogotá me llama, yo me mudo. Váyase, allá va a estar mejor que aquí».

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