Dossier

Los actores de la protesta

Hay de todo en las manifestaciones y cada quien ha sabido asumir su rol. Son héroes y villanos, aunque esa perspectiva dependerá del cristal con el que se les mire. Un grupo pone las armas y el otro las víctimas. Entre todos se construye la historia que, día a día, se está contando

Diseño: Pedro Agranitis
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líder estudiantil corregido
Podrían mezclarse con un estudiante más. Van a clases como sus compañeros, presentan exámenes como todos, tienen grupos de amigos incondicionales con los que comparten chistes y vivencias. Sin embargo, la franela que identifica a sus respectivos movimientos estudiantiles los delata. Es su uniforme designado al momento de protestar por cualquier injusticia, además de sus zapatos de goma y unos bluejeans. Toman las calles con aplomo y no temen a las cámaras de los medios de comunicación ni a las tarimas de la oposición donde suben para dar las arengas a los suyos, a los chamos, a los resteados. Su mensaje es claro: oponerse al régimen de Nicolás Maduro para transformar a Venezuela en una tierra de oportunidades que, tanto ellos como los demás ciudadanos, podrán disfrutar. El futuro se decide hoy y se quiere disfrutar y no solo legarlo a las siguientes generaciones.
Se preparan en las aulas de las distintas universidades del país, no solo para convertirse en profesionales de la República, sino para ser la cara de sus casas de estudio. Son los encargados de liderar a los estudiantes que buscan un cambio político, económico y social. No solo con discursos y organización, sino con acciones de calle, convencionales o creativas. Con caras serias y voz firme, les hablan de los distintos planes de acción a sus compañeros de clases, profesores y demás trabajadores con los que hacen vida en sus respectivos campus. Su discurso se extiende a toda la juventud venezolana, incluso muchos adultos que ven en sus caras un salvavidas de la crisis.
La coyuntura los ha llevado a ser representantes de una joven generación que se opone firmemente a la dictadura venezolana. Lo busquen o no, se perfilan políticamente a pesar de su corta edad, tal como sucedió en 2014, 2007 o incluso en el siglo pasado con la generación del 28. Los líderes estudiantiles tienen entre 18 y 24 años, como máximo. Ellos mismos se distancian de quienes sobrepasan ese rango, especialmente si los estudios son su última prioridad.
Se empeñan en cursar su carrera universitaria y culminarla con éxito. Tienen la madurez para entender que perder clases de forma innecesaria no es una opción. Menos esquivar evaluaciones o actividades pautadas que los acerquen a su fecha de graduación. Solo cuando la calle llama, están dispuestos a sacrificarlas. Primero va su país.
cruz verde
Son estudiantes de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV) que hacen valer el juramento hipocrático con sus uniformes quirúrgicos, sus zapatos de goma y el mayor temple que pueden acumular cuando las bombas lacrimógenas explotan, o golpean. No pasan desapercibidos. Sus cascos blancos con cruces verdes son sinónimo de salvación y admiración. Su llegada a las marchas es aplaudida por quienes protestan, su paso entre manifestantes ocurre al ritmo de consignas que terceros gritan: “¡Valientes!”, “¡Dios los bendiga!”. Con su acción, le roban protagonismo a políticos, músicos y personalidades sin quererlo.
Ellos cambian las gorras y las banderas de Venezuela por máscaras antigases y protector solar. Además, un envase con atomizador lleno de Maalox con agua cuelga de sus correas como un arma, que desenfundan cuando el gas comienza causar escozor en la piel y las mucosas de los reprimidos. Algunos incluso llevan collarines atados a sus morrales, que van llenos de kits médicos equitativamente repartidos entre los integrantes del grupo. Con donaciones provenientes de dentro y fuera del país se apertrechan de los insumos necesarios para asistir a los heridos de las manifestaciones opositoras. Cuentan con Bacitracina, Betametasona, Hidrocortisona, gotas para los ojos con solución salina, broncodilatadores, yelcos, vías, solución fisiológica, suturas, cánulas de mayo para respiración asistida, anestésicos, vendas, Furfuril para las quemaduras, antialérgicos, sales para hidratación oral, agua oxigenada, alcohol, guantes, tapabocas, y mística. Esa no va empaquetada.
En las concentraciones chavistas no tienen nada que buscar. Allí no hay lesionados que sanar, tampoco represión que sortear. Sin embargo, no discriminan cuando de ayudar se trata: atienden a marchistas, policías y guardias nacionales por igual. Para ello, se dividen en tres grupos equitativos. El Rojo es la línea de fuego. Allí se ubican quienes ya acumulan experiencia por haber curado heridos durante las protestas de 2014; el Naranja guarda una distancia prudencial del peligro inminente y remite a los afectados graves al grupo Verde, que atiende en el momento o envía a los afectados al centro de salud más cercano. La organización es la clave de su éxito. Hasta para adentrarse al conflicto entre fuerzas policiales y la muchedumbre enardecida, lo hacen en fila india en pequeños núcleos de ocho personas, todas agarradas de sus morrales.
abuelitos
Algunos usan bastón, otros se mueven con paso ágil. Quienes están en la tercera edad en Venezuela se adentran en las distintas manifestaciones con un espíritu libertario que los hermana con los más jóvenes. Este grupo está conformado por adultos mayores de 60 años que están conscientes de sus capacidades y limitaciones. Gracias a sus vivencias saben que la protesta pacífica es de las formas más efectivas para mostrar el descontento. Gritan con fuerza consignas inteligentes, alzan sus frágiles brazos con pancartas de denuncia. Están dispuestos a caminar kilómetros a paso lento con sus zapatos de goma y su mayor determinación y a correr de las bombas lacrimógenas, de ser el caso.
Ya no son los mismos jóvenes que una vez salieron a las calles a quejarse en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Tampoco los adultos que mostraron su desacuerdo con las políticas del fallecido expresidente Hugo Chávez. Los achaques de la vejez los ha hecho más vulnerables de lo que quisieran, no solamente en el aspecto físico. Se han visto forzados a vivir sus años dorados haciendo colas en los supermercados para comprar productos regulados. Peregrinan a diario en distintas farmacias para buscar medicinas cuyo precio puede exceder el monto total de su pensión o para ni siquiera encontrarlas en los anaqueles, en el peor de los casos. Para colmo, han visto cómo la promesa del chavismo de estabilidad económica y reivindicaciones se ha desmoronado ante ellos, al igual que sus ahorros para un retiro digno que acumularon desde tiempos de democracia.
Saben que Venezuela puede ser próspera como algunos la vivieron, y por eso alzan sus voces en contra de la dictadura desde sus respectivas trincheras. Ellos acompañan a las nuevas generaciones en la calle, como lo han hecho desde hace años ya. Esos conocen el olor del gas lacrimógeno y sus antídotos. Otros lo hacen desde la opinión pública por medio de redes sociales como Twitter y Facebook, además de cadenas y mensajes de WhatsApp. El desprestigio del gobierno de Maduro es su objetivo.
pnb
La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y la Policía Nacional Bolivariana (PNB) son la cara más visible de la represión. Ambos portan botas negras y sus caras más serias. Se apostan en las rutas de las movilizaciones opositoras para contener a la masa y evitar, en la mayoría de los casos, que llegue a su destino. Incluso custodian los puntos de llegada de la marcha desde horas antes, al igual que sus principales vías de acceso. Tienen equipos antimotines, como escudos debidamente identificados, bombas lacrimógenas, gas pimienta, y hasta proyectiles que disparan con intimidantes escopetas. Ambos cuerpos armados se movilizan en motos, aunque dependiendo de la magnitud de la movilización pueden acompañarse con tanquetas y ballenas.
Su trabajo está ahora manchado de sangre. Su proceder ha encendido las alarmas nacionales e internacionales ante la violación de los Derechos Humanos. Los excesos en la actuación van desde detenciones arbitrarias, denunciadas por la propia fiscal general Luisa Ortega Díaz, pasando por el disparo de lacrimógenas o perdigones a quemarropa, hasta muertes.
Tanto la Guardia como la Policía han apresado a más de 200 personas desde el 4 de abril, dentro y fuera de la capital venezolana. Hieren con su fuerza bruta y hostigan a comunidades enteras a punta de gas lacrimógeno. No dudan al soltar golpes, patadas, cachazos a periodistas, fotógrafos y demás civiles, a los que incluso les han robado sus equipos de trabajo, según reportes de varias ONG. Incluso matan, como fue el caso de Manuel Felipe Molina, de 46 años, que fue asesinado con un tiro en el cuello el miércoles 17 de mayo en Táchira y el Ministerio Público acusó a tres sargentos.
Los opositores les gritan, los condenan, los desprecian. No falta quien diga que también ellos son venezolanos y que padecen los mismos problemas. El chavismo los aplaude, como defensores del orden público.
A ellos se les suma una tercera fuerza de represión: los grupos paramilitares armados. Su irreverencia causa temor entre los manifestantes. No temen en halar el gatillo de sus armas, ni en disolver una concentración pacífica a punta de tiros. Son públicas las ocasiones en las que la GNB y la PNB no hacen mayor amago para detenerlos o aprehenderlos.
estudiantes corregido
No están a merced de ningún gobierno sino al servicio de su propio futuro. Muchos de los que forman parte de esta generación ni siquiera habían nacido en 1998 cuando Hugo Chávez llegó a la Presidencia. Ahora son ellos, los que nunca votaron por este sistema, quienes tratan de cambiarlo. La responsabilidad les cayó encima y han sabido asumirla. Se les reconoce por sus morrales, que en vez de tener libros, cuadernos y lápices; van cargados con botellas llenas de antiácidos y bicarbonato, y pañuelos para protegerse del veneno lacrimógeno que los ha ido a perseguir hasta sus propias casas: las universidades. Otros han sufrido el horror de los disparos cerca de las aulas, como el miércoles 17 de mayo cuando la Guardia Nacional disparó balas a alumnos de la UPEL de Maracay.
Tienen la energía, la creatividad y el carisma. Han acompañado cada marcha desde hace casi 50 días. Se apoyan de la flexibilidad académica, pero eso no significa que hayan dejado de estudiar. La resistencia está en su formación. Sus protestas incluyen las clases magistrales; en sus campus, en plazas y hasta en el medio de la calle. Allí han aprendido sobre pobreza, democracia, resistencia efectiva a los gases, la constituyente y características de gobiernos dictatoriales. Además son los primeros voluntarios. En esos espacios aprovechan para recolectar insumos médicos que sirvan a la Cruz Verde.
Hace rato que dejaron de ser los “manitas blancas”. Los estudiantes han tenido que aprender a ensuciarse. Utilizan los cartuchos de bombas lacrimógenas para escribir un mensaje: NO+Represión y difundirlo en las redes sociales. “No más muertes”, también exigen. De sus filas han salido muchas de las víctimas: al menos 10 fallecidos y centenares de heridos.
Participan porque en sus veintes deben lidiar con preocupaciones de personas de cuarenta. Ansiedades por las que en definitiva no pasaron sus padres, a quienes nunca les faltó el papel tualé. Son incómodos para el Gobierno que prefiere comprar armas en lugar de libros, pero en la noche más oscura del país, los estudiantes siempre son luz.
guarimbero
Aparecen en el momento justo. Cuando la masa los ve llegar les abre el paso. Saben que deben asumir la delantera. Atraviesan la concentración en medio de aplausos. “¡Valientes!”, les gritan. Y lo son. Cada una de las piezas que conforman su indumentaria cumple un propósito: lentes de buceo para proteger los ojos del ardor de los gases; la cara tapada con una franela que hace las veces de capucha y resguarda su identidad; las manos con guantes para poder devolver las bombas; cascos con la palabra “resistencia” para cuidar sus molleras del golpe inoportuno de una lacrimógena. A medida que el calendario suma días de represión han perfeccionado sus máscaras antigases: algunas abarcan todo el rostro, otras tienen varios filtros, y las más rudimentarias están hechas con botellas de plástico y peluches. No importa. Lo relevante para ellos es el enfrentamiento.
Se apertrechan con escudos fabricados en madera, aluminio o hasta antenas de Directv. Mapas de Venezuela, los colores de la bandera, estrofas del Himno Nacional, vírgenes o el término “libertad” los adornan. Cualquier inscripción que toque el corazón de los funcionarios de seguridad del Estado –sus enemigos– y los persuada de atacarlos o, mejor aún, los intimide. Es el tablón contra los perdigones.
Son duchos en la preparación de bombas molotov. Aunque en la refriega no son los responsables de armar la mezcla, de eso se encarga la retaguardia. Han desarrollado brazo. Exhiben la habilidad de un pitcher para que el explosivo golpee la tanqueta. Lo suyo también ha sido ensayo y error. Lanzan pintura para disminuir la visibilidad de sus atacantes, y pupú para atacar su estómago y su espíritu.
Son volátiles y desconfiados. Caminan rápido, con los puños apretados. Quieren terminar pronto con la misión que se autoimpusieron. Algunos son peligrosos. Su radicalismo es su principal adversario. El que hace que así como le echan loas, otros les lancen insultos. En especial cuando trancan las calles o destruyen el mobiliario. Hasta ahora su principal trofeo son los escudos de plástico de la GNB o la puerta de una tanqueta.
líder politico corregido
Los hay recién salidos de las universidades y los hay veteranos, los llamados “zorros viejos”; pero el trabajo de todos es uno solo: mantener la calle caliente y repetir cual letanía las exigencias de las protesta: libertad de los presos políticos, abrir un canal humanitario, establecer un cronograma electoral, respeto a la Asamblea Nacional y reinstitucionalizar el país. Ese es el único diálogo al que acceden, no al que ha querido imponer el presidente Nicolás Maduro.
Están acostumbrados al contacto, al abrazo de una abuela o al beso de un niño. Ahora han debido curtirse también en la rudeza de un Guardia Nacional y en el escozor del gas pimienta. A diferencia de las manifestaciones que hubo en el país en 2014, en esta oportunidad han decidido acompañar a los ciudadanos hasta el final y tragar “gas del bueno” junto a ellos. Así que se les ve por ahí con la cara pintada de blanco por la mezcla del bicarbonato con el Maalox o con sus máscaras anti gases. En la vanguardia, más de uno ha resultado herido o asfixiado. Es el costo de su liderazgo que se paga con moretones.
Asumen dos roles en medio de la concentración. Por un lado, arengar a los opositores para que la manifestación no decaiga y, por otro, negociar con los cuerpos de seguridad del Estado para que las marchas logren cumplir sus objetivos o al menos se acerquen más al destino propuesto. Lo último no se ha conseguido. Una tercera tarea es la de ser la voz de la conciencia de los asistentes que quieren ponerse violentos o marchar hasta Miraflores y también de los que creen en cacerías de brujas, sobre todo de los hijos de mandamases chavistas que se encuentran en el exterior.
Los flashes no los amilanan. Les gustan. Las cámaras están donde están ellos o ellos están donde haya cámaras. Da igual. Hay necesidad de protagonismo, lo que no les resta compromiso. Es parte de su trabajo. Tienen sobre sus hombros el peso de la historia. Aún está por definirse si podrán con ella o si les arrollará.
fotoperiodista
Si hay un incendio no huyen. Los reporteros corren en dirección a las llamas. Una credencial no basta para protegerlos. Al estar en la línea de fuego, deben salir a cubrir las protestas con máscara antigases, casco y chaleco antibalas. Lo que no hace que dejen de lado el lapicero y la libreta. Asisten a cada movilización para registrar lo peculiar y particular. Tras cincuenta días de protestas han tenido que reinventarse en ángulos y enfoques.
Los hay de prensa, radio, televisión, agencias internacionales y freelance. El objetivo siempre es el mismo: informar. Son curadores de la noticia. Los responsables de verificar la cadena de Whatsapp –que suele ser falsa– y llamar a la sindéresis, a no esparcir rumores que aviven el caos en el que se encuentra sumido el país. Cada uno desde su plataforma asume su labor. Un Periscope en el momento justo. La foto que prueba la desigualdad de fuerzas entre GNB y opositores. El retrato del detalle. Miden los apoyos y calculan cuántas cuadras se llenan entre marcha y contramarcha. En fin, dan voz a los asistentes. En una jornada casi, casi, de veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. Cuando el fragor de la noticia lo permite, además ofrecen análisis. Explican las implicaciones de una declaración y las consecuencias de la represión.
Son osados. Pero su osadía puede ser un arma de doble filo. En el afán por tener la mejor gráfica o lograr el testimonio perfecto no miden el peligro. Gajes del oficio.
Están expuestos. Una cámara o una credencial que no guste a los manifestantes, a la policía o la Guardia Nacional puede ser su ruina. Sin querer también se han convertido en protagonistas de la noticia. Al menos 115 trabajadores de los medios han sido agredidos, amedrentados o detenidos. Eso no ha hecho que dejen de estar ahí. Saben que están dejando el registro de los desmanes y que su trabajo no será en vano.
ama de casa
Su protesta tiende a verse limitada a las cuatros paredes de su hogar. Sea madre o no, debe quedarse en casa con algún otro familiar que no pueda asistir a las movilizaciones. Sin embargo, esto no la hace menos partícipe. El internet es su espacio predilecto para vociferar su indignación, reclamos, rabia y tristeza. Se vale del traspaso de información como su arma predilecta. Es la primera en enterarse de todas las declaraciones —reales o no— tanto de los dirigentes opositores como de los miembros del Gobierno. Suele ser, también, la primera en reenviar cualquier información —real o no—q ue obtenga de los grupos de Whatsapp o de las redes sociales.
Es de las que más sufre. A veces, la ansiedad puede más que el país e insisten en que sus hijos no salgan a protestar. Tras varias discusiones, establecen canales de negociación entre los suyos para que, si han de marchar, lo hagan con cuidado. Sobre todo cuando no puede asistir a las actividades de protesta insiste en mantenerse en contacto constante. El temor a que pase lo peor la acosa sin descanso. No obstante, de poder asistir, la bandera de Venezuela la viste por completo; gorras, camisas, collares, pancartas… y pare de usted de contar. La euforia la contagia. Es de las primeras en gritar improperios a los cuerpos de seguridad del Estado. Busca proteger tanto a los suyos como a los demás. Sorprende por su valentía y fortaleza.
Son ingeniosas y creativas. No les queda de otra. Quizás por las habilidades adquiridas de generar comidas en medio de una situación de escasez crítica o de mantener en el orden el hogar en medio del caos, son las primeras en buscar alternativas para asegurar el buen funcionamiento de la protesta. Crean grupos de apoyo entre amigos, conocidos o vecinos. Con estos reúnen alimentos e insumos para todo el que lo necesite. La indiferencia no va con ellas. Luchan por recuperar el país en el que alguna vez vivieron. Más por sus familias que por ellas mismas. Cada detenido, herido o muerto lo sienten como suyo. Se mantienen en la lucha porque su familia merece un futuro mejor.
safrisco corregido
No tenía intenciones de sumarse a las protestas. Quizás por negligencia, resistencia o convicción. Aunque él no llega a la protesta, esta sí llega a él. Por curiosidad o cuestiones del destino, se ve dentro del meollo del asunto. Se mete donde nadie lo llamó. El mirón de palo es un testigo distante de los hechos. No juzga u opina, solo observa. Alguna que otra vez hará un ademán con los brazos para señalar su apoyo a quienes protestan. No más que esto. De surgir algún problema, se mantiene al margen. Tal vez se sume a apoyar a quienes están heridos o asfixiados por el gas lacrimógeno. O en su defecto, busque refugio para evitar verse en peligro. Se impresiona por la situación, no deja de sentir las pérdidas ni el temor de la incertidumbre que vive el país.
No es ajeno a la escasez, la inseguridad y la injusticia. Cree en la necesidad de un cambio. Espera que vengan tiempos mejores. No obstante, las movilizaciones, plantones o trancas no se asemejan a lo que él considera necesario para negociar el cambio. No permite que su rutina se vea interrumpida ante el caos; insiste en asistir y atender sus responsabilidades del día a día. No lo verán vestido con la bandera de Venezuela o con camisas de partidos políticos. No será el que devuelva bombas o apoye barricadas. No cantará el Himno Nacional o consignas. Lo único que quizás sí haga es sacar el teléfono para tomar fotos y videos que enviará luego a sus familiares o amigos.
Mientras el día transcurre, puede que alguno se sensibilice o sienta la adrenalina correr por su cuerpo y termine por unirse. Mutando su personaje de mirón de palo a primer actor de escena. Otro, en cambio, decidirá no ceder ante los impulsos y mantener su estado de inercia ante una nación en caos. La esperanza no se les contagia, pero la curiosidad por un posible cambio los mantiene vigilantes.
tira piedra
Asiste a cuanta manifestación puede. El ánimo lo caracteriza. Desde que inicia hasta el final no se detiene. La adrenalina le dispara una energía que ni él mismo puede contener. Los improperios son característicos de su lenguaje; no tolera ni respeta al que no crea necesario salir de esto. La rabia lo consume. “Ya no podemos seguir así”, repite como un mantra. La indignación la manifiesta en la protesta. Cree que la calle es la única salida. Todavía no olvida ni perdona el desenlace de las guarimbas del año 2014. Para él o ella — sin distingo de géneros— es ahora o nunca.
Llega como cualquier marchista común. Está acompañado por su familia o amigos. Entre consignas y aplausos, se encarga de vociferar su descontento frente el Gobierno. Con el primer avistamiento de gas lacrimógeno se transforma; muchos de los que lo acompañan insistirán en alejarse del centro del conflicto pero el tira piedras no hace caso. Para él, la protesta se torna real en el momento en que inicia la represión. No se va a alejar, va a luchar. La impotencia lo carcome. La rabia lo hará moverse y reaccionar como un ser completamente distinto al que suele ser.
No está del todo preparado para hacerlo. No es común verlo con guantes, lentes, máscaras o ropa adecuada. Su voz y su energía son sus herramientas; grita con euforia lo que más espera: que caiga el Gobierno. Las bombas caen a su alrededor y él, improvisando con lo que tiene, peleará con el mismo ahínco que los guarimberos. No se va rendir sin antes dar la pelea. Muchos a su alrededor se encargarán de equiparlo y de protegerlo. El temor se disipa como el humo a su alrededor. Solo se retira cuando es imposible mantener la lucha o cuando hay que asistir a algún herido. En el frente de batalla todos son sus hermanos. Se despierta en él un sentimiento nacional que pocas veces ha sentido en los últimos años.
vendedor informal
Cuando las calles empiezan a llenarse, él se prepara. Aprovecha la reunión para generar las mejores ganancias del mes. En un tarantín o con un carrito, su negocio prospera en medio del caos y las lacrimógenas. A fin de cuentas, él necesita cobrar a fin de mes. No es ajeno a los problemas del venezolano común. Conoce, mejor que muchos, los estragos de una economía en crisis. Son muy pocas las ventas que logra. Ya la cosa no está como para darse un gustico de los que ofrece.
Venden chupis, galletas, café o chucherías. También está el que replica la clásica gorra tricolor de Henrique Capriles Radonski o el que invita a comprar una nueva bandera de Venezuela. Sí, tiene la de sietes estrellas. Y hay más: su repertorio alberga camisas con los mensajes más clichés: “El tiempo de Dios es perfecto”, “Hay un camino”, “El que se cansa pierde”, el rostro multicolor de Leopoldo López, entre otras opciones.
Claro que no solo ofrece indumentaria. Es un pequeño oasis en medio del calor sofocante; siempre aparece como un salvavidas con su “agüita bien fría”, el “nestí” o la cocacola. Acepta efectivo o hasta resuelve con un punto de venta inalámbrico. Se adapta a cualquier ambiente. La venta debe ocurrir a como dé lugar.
Acompaña a quienes protestan pero no pronuncia su postura, que quizá adapta. Está el que cree en la protesta y también el que no. Opositor o chavista no es un título que busque defender cuando el objetivo es buscar que los clientes abran las billeteras. Las tertulias de ideologías son aplacadas por la fuerza del capitalismo. Sin embargo, no deja de correr con la misma suerte de los que protestan. Ir a las movilizaciones representa un beneficio pero también un riesgo. Como todo el que se encuentre en los espacios de protesta, es víctima de la represión por parte de los funcionarios de la Guardia Nacional. Cuando aparecen las primeras bombas, también debe correr. A veces el ajetreo lo hace perder parte de su inventario. Solo entonces la vida vale más que el negocio.]]>

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