Conversación con

Francisco Suniaga: “La estética es la víctima visible de la crisis”

El autor margariteño cerró 2016 con la presentación de Adiós Miss Venezuela, su última novela. Una obra que emplea la metáfora del concurso para contar cómo el país ha venido perdiendo su encanto. Un aullido suave que advierte las respuestas ante la debacle: huir o morir

Texto: Dalila Itriago | Fotografías: Cristian Hernández
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A diferencia de una gran mayoría de personas que se queja de su mala suerte durante el año 2016, Francisco Suniaga aún conserva la sonrisa. El autor margariteño de 62 años de edad acaba de presentar Adiós Miss Venezuela, una novela que le alteró la concentración durante ocho años. Después de este esfuerzo, interrumpido constantemente por las tareas domésticas que implica sobrevivir en este país, ahora brinda contento por el logro: atreverse a escribir después de los 50 años sin esperar la aprobación de la intelectualidad criolla.
Asegura que nunca quiso imitar a nadie, sino escribir como un tipo margariteño con unas vivencias muy particulares. De allí que cuente, de entrada, que terminó por entender que la prosa es como el ADN de cada quien, algo que no se puede cambiar. Quizá por eso se ría tanto cuando uno le pide que vuelva a echar el cuento de cómo fue que se armó de valor para publicar La Otra Isla, por allá en el año 2005. “Le mandé la novela a Sergio Dahbar y ni siquiera la leyó. Luego fui a llevarle el manuscrito a Todtmann Carsten pero él no estaba; así que dije para mis adentros: ‘¡Ah, mejor!’. Se la dejé con una hermana en enero y él la leyó en septiembre. Me comentó que lo hizo porque no tenía nada que leer. Después decidió que había que publicarla…”
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La sencillez en Suniaga resplandece como el sol de su isla natal. No dice nada de las catorce ediciones que lleva esta obra. Tampoco menciona que fue traducida y publicada en Francia y Alemania. Simplemente sigue contando, como aquellos niñitos de la infancia que se acercaban a los turistas para relatar la toma del Fortín de La Galera, ocurrida en Juan Griego en 1817. “Cuando llegas con 50 años ante un editor para mostrarle una novela y este te pregunta por los libros que has publicado antes y tú le dices que no tienes nada; él dudará de invertir una plata en un proyecto que no sabe a dónde irá a parar. Había una brecha de credibilidad, que existió también con el público, e incluso con la gente que me conocía como profesor, como abogado, como político, como articulista, pero no como escritor de literatura. Entonces esa brecha hacía que se preguntaran: “¿Quién será este?”
Pero ese fue un miedo inicial. El debut. Luego vendría una nota de Rafael Osío Cabrices y otra de Luis Pérez Oramas, quien casi le provoca un infarto al escritor al asegurar que la mejor novela venezolana que había leído en mucho tiempo se llamaba La Otra Isla y su autor era Francisco Suniaga. “Superado ese primer susto escribes la segunda novela y ¿tú crees que no vas a tener miedo? ¡Ya el listón está alto! Así fue como publiqué El Pasajero de Truman (2008) y fue otro éxito (según Editorial Dahbar se habrían vendido más de 50.000 ejemplares). Sin embargo, hay gente que dice que es una lástima que después de escribir La Otra Isla, yo haya hecho una novela tan mala. Además, aquí pasa una cosa increíble: de repente estoy presentando la novela y te preguntan ¿de qué vas a escribir ahora?”, comenta entre carcajadas.
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Suniaga quiebra el estereotipo del escritor retraído, brumoso y atormentado. Tampoco se parece a aquél que se encierra durante meses a buscar la palabra adecuada para su prosa. Confiesa que no tiene tiempo para hacerlo y que las obligaciones del quehacer cotidiano lo conminan a dejar la silla y la computadora para salir a lugares tan inverosímiles como la redoma de Petare, en Caracas, para buscar la escasa comida.
El jueves 1 de diciembre, cuando bautizó su novela en la librería El Buscón de Las Mercedes, llovía intensamente en la ciudad. Eso hizo recordar aquella vieja creencia de que cuando llueve el día de una boda, es porque la novia ha llorado mucho a su amado. Con la amplitud que ofrece su sonrisa de mar, se le pregunta si también él lloró haciendo esta novela: escribiendo la historia de una miss que se suicida durante la despedida de una tarde margariteña. Dice que no lloró, pero admite que le causó algunos dolores de cabeza. No sabía cómo manejar algo tan pesado como el suicidio.
“Sentía la necesidad de escribir una obra que completara la trilogía margariteña: La Otra Isla (2005), Esta gente (2012) y, ahora, Adiós Miss Venezuela; pero es una novela que me tomó largo tiempo hacerla porque los escritores venezolanos no vivimos de este oficio. Escribir es una compulsión que hacemos en tiempos marginales. En mi caso, yo me levanto a las 4:00 de la mañana, aprovecho incluso los insomnios, y me siento a escribir con mi portátil. No son muchas las horas que le dedico, hasta las 7:00 u 8:00 de la mañana, pero allí logro concentrarme porque no tengo tantas cosas que me distraigan”, explica.
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No recuerda exactamente cuándo surgió la idea de escribirla. Solo sabe que esta iniciativa ocurrió en la ciudad de Caracas y que tenía dos premisas sobre las cuales fundamentaría la novela: se trataría de un caso para Benítez, el abogado e investigador de historias irresolubles y, ocurriría en Margarita. “A él le tocan asuntos imposibles, casos que no tienen consistencia jurídica pero que está obligado a tomar porque vive en esta época y no puede darse el lujo de no trabajar. Es un limpio. Respecto a la isla, allí había dos misses, Susana Duijm y la leyenda de una mujer que se pasea por Playa El Agua y Playa Parguito, a quien parece el crack la destrozó. Es una mujer muy flaca, alta, rubia, con una voz muy bonita que camina por la playa vendiendo sombreros. Lo hace como las misses. Entonces me dije que había que contar la historia de esa mujer que concursó a inicios de los años ochenta. Una historia sobre una institución nuestra como es el Miss Venezuela”.
Y aquí comienza a ponerse reflexivo el señor… Mientras los clientes entran a la pastelería para comprarse una marquesa de chocolate o un croissant, y se escuchan acordeones parisinos; Suniaga advierte la brecha que hay entre las personas seguidoras del concurso y la intelectualidad que lo rechaza y se mofa de él. “¡Pero vamos a hacer una elección pues! Allí te darás cuenta de que sí, a la gente le gusta. Y es la misma gente que muchas veces los intelectuales nos empeñamos en ignorar. Por eso es que creemos que debía ganar Hillary, que los británicos tenían que haber votado Sí en el referendo para permanecer dentro de la Comunidad Económica Europea, y que en Colombia la mayoría iba a aprobar el acuerdo de paz con las FARC. Entonces pierden y no entienden por qué. Y esto ocurre porque no nos preocupamos por situarnos y juzgar desde la experiencia de la gente”, juzga.
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Cuando habló sobre su obra, durante el bautizo del libro, Suniaga reconoció que anteriormente él también había sentido rechazo hacia el certamen por considerarlo superficial. Después admitiría que esta expresión popular, así como el béisbol, contiene elementos para considerar. Es allí cuando se devela el verdadero tema: Venezuela. “Este país lleva dos décadas padeciendo una crisis en todas las áreas que se ha llevado por delante instituciones e infraestructuras. Insólito sería que no destruyera también la estética. Y quizá sea esta la víctima más visible, porque el país se puso feo. Los pueblitos venezolanos eran hace 30 o 40 años más bonitos que ahora. La naturaleza los dotó de paisajes maravillosos, pero nosotros vamos y los destruimos. Hay una afectación general, y esto repercute en el concurso como empresa, a pesar de que hay titanes que tratan de mantener la nave a flote”, comentó ante decenas de personas que fueron a saludarlo y a brindar con él por Adiós Miss Venezuela.
Suniaga cree que incluso en la percepción que se tiene respecto al concurso se hallan las claves para entender la idiosincrasia del venezolano promedio. “Nosotros somos expertos en destruir las cosas buenas que tenemos porque existe una especie de anhelo por buscar ‘algo mejor’ que, además, no está definido ni existe un plan para llegar a ello. Entonces, aunque no esté debidamente pensado, solemos dinamitar lo concreto buscando ‘algo mejor’. Sucede que no nos sale y nos quedamos, incluso, sin lo que considerábamos bueno”, glosa sus argumentos.
Sostiene el autor que en un país donde se producen incontables proyectos, el Miss Venezuela es una institución de calado que presenta una propuesta estética que resultó ser exitosa: “Hay un formato que tiene unas características y sobre ese modelo se construyó la belleza. Además, allí confluyen otras artes: danza, vestuario, oratoria, retórica. Es decir, hay una búsqueda de lo bello y, para los griegos, lo bello también implica lo bueno”.
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La novela habla de la decadencia del principal concurso de belleza. El Miss Venezuela es una creación del país y, al mismo tiempo, su reflejo. Una creación que se desbarata literalmente, según Suniaga. “En el curso de esta metáfora me pregunté: ¿qué es lo que pasa con los jóvenes en la actualidad? Y la respuesta es que se quieren ir del país. El Miss Venezuela también se va. Hay una protagonista que se suicida y hay otra que se va. Creo que esas son las opciones que se nos ofrecen en este momento: o te mueres o te vas. Solo que tú escoges cómo te mueres: de forma rápida, lenta o por cuotas. Hay, sin duda alguna, un obvio paralelismo entre lo que ocurre con el concurso y lo que ocurre con el país. Si estuviésemos en una dictadura dura, creo que esta novela la prohibirían”, reflexiona.
Aunque se resiste a condicionar la percepción de sus lectores, pues sabe que la novela es independiente de su juicio; Suniaga reconoce que el personaje principal de María Genoveva Herrera Becher representa también al país. “En algún momento las personas son el país. En algún momento Carlos Andrés Pérez fue el país. En algún momento Hugo Chávez fue el país. En algún momento Andrés Galarraga fue el país. Y te puedo decir que una vez yo estaba en el estadio cuando anunciaron por los parlantes que Luis Aparicio había sido elegido para el Hall de la Fama, en los Estados Unidos, y la gente se levantó y cantó el Himno Nacional. En ese momento, Aparicio era el país. Cuando una muchacha es seleccionada para ir a un concurso en el exterior, ella es, en ese momento, el país. Claro, ahora cada vez menos, porque el certamen ha perdido peso. En medio de la crisis, todos hemos perdido peso”, afirma.
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El desenlace
Se le pide que aporte su visión sobre la realidad actual. Responde que todo lo que tenía que decir, lo dijo en su novela; pero si se le insiste mucho asume la postura de un profesor y con toda la calma explica que desde el año 1945 los venezolanos están en la búsqueda y consolidación de un proyecto de sociedad democrática y moderna donde el bienestar material es un valor importante. En ese trayecto, a su juicio, ha habido momentos muy buenos, regulares, y muy malos; y se ha pasado por periodos donde se ha logrado avanzar rápidamente, y otros donde ha habido que detenerse —como por ejemplo durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Suniaga cree que, con este gobierno, lo califica de régimen, ha habido una paralización, un retardo, y se ha desandado parte del camino. Pero, asimismo, afirma que es innegable que la sociedad venezolana sigue teniendo vigente la misma aspiración y sigue moviéndose hacia su hallazgo. De allí que recuerde la imagen de los Ñú para hablar del tiempo presente. Alude a los rumiantes cuyo aspecto oscila entre el antílope, el buey y el caballo; y cuando hacen su migración anual, más de un millón de estos ejemplares se desplazan con los cambios de estaciones en busca de alimento, muchos mueren.
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Según el relato de Suniaga, en ese trayecto los Ñú tienen que pasar por un río donde hay un montón de cocodrilos esperándolos. Entonces llegan y se paran en el borde del río sin avanzar. Pero llega un momento, que la presión de la manada es tal que todos terminan pasando. Los cocodrilos se comen a algunos, pero al final pasan. Para él, así ocurrirá en Venezuela. “Aquí hay ahora un régimen que no confronta a una oposición, sino que confronta a un país que quiere otra cosa. No podemos concebir la vida en términos de sobrevivencia. Nosotros buscamos vivir con toda esa carga valorativa de la sociedad occidental idealizada. Queremos conocer, viajar, ser mejor, progresar. Hay un montón de valores que queremos realizar. Esto nos lo impide y por algunos años nos lo han impedido. Son cocodrilos en el caño. ¡Pero nosotros pasaremos!”, ratifica.]]>

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