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Ricardo Ramírez Requena: “Somos como una vela en la oscuridad”

Resisten toda adversidad. Desconfían de los malos augurios y son sordos ante cualquier vaticinio catastrófico. Ellos viven dentro del caos, pero el enfoque que han logrado labrar en su propio camino de servicio los protege ante la centrífuga asesina. Ricardo Ramírez Requena es profesor universitario, y su misión de acompañamiento y enseñanza lo anima a continuar en Venezuela. Él es uno de los orfebres de la esperanza

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Nací en Ciudad Bolívar el 9 de septiembre de 1976. Mi familia materna es de los estados Sucre y Bolívar, y la paterna del estado Táchira. Soy Ricardo Ramírez Requena, licenciado en Letras de la UCV, cursé estudios en la maestría de Literatura Comparada de esa misma universidad, trabajé en las librerías Ateneo de Caracas, Tecniciencia, El Buscón, Nacho y Kálathos.

También fui coordinador editorial de Editorial Alfa, he sido profesor de las universidades Simón Bolívar, Metropolitana, UCAB y de la Escuela de Letras de la UCV desde el año 2009. Actualmente soy director de La Poeteca, una fundación privada que promueve la lectura y la escritura de poesía, a través de talleres y conferencias. Tenemos una sala de lectura con más de 5.000 ejemplares y coordinamos el Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas.

Yo soy de los que creen que tú no puedes trabajar y hacer una vida aquí y, a la vez, planificar una migración

Además de dictar clases y dirigir La Poeteca, dicto charlas en el Espacio Anna Frank. A pesar de esto que te estoy contando, te puedo decir que no vengo del mundo de la cultura. Mi padre es militar retirado y mi madre profesora de preescolar, jubilada. Yo me crie en El Cafetal. Mis amigos eran ingenieros, administradores, se ocupaban de otras cosas.

Entender el mundo de Letras fue un proceso, un descubrimiento, una decisión de atreverme y de proponerme estar allí. Mi desconocimiento sobre eso llamado “estamento cultural” era tal, que ni siquiera sabía que existiese una carrera llamada así, Letras.

Yo había estudiado Administración, soy TSU en esa especialidad por el Iludirla, y mis trabajos habían sido en Cantv y en Telcel, primero como operador telefónico y después como supervisor. A Letras llegué a los 23 o 24 años de edad. Eso sí, frecuentaba todas las actividades culturales de los años 90: la Semana Internacional de la Poesía, el Festival Internacional de Teatro, las retrospectivas de las películas del Ateneo de Caracas y de la Cinemateca Nacional, y los museos.
Sabía que no era hijo de ningún artista, ni de algún escritor, pero también sabía que me gustaba muchísimo leer y escribir; y hay algo que he aprendido a lo largo de estos años: uno tiene que escuchar mucho. Eso es lo que tienes que hacer: escuchar, aprender y preguntar.

Ricardo Ramírez

No fue un proceso natural ni tampoco sobrenatural. Ni tiene que ver con características extraordinarias de uno. Sencillamente, tiene que ver con decisiones. Decidí que deseaba leer lo que había que leer, y que quería escribir. Quería formar parte de un mundo en el cual no estaba inmerso: conocerlo, explorarlo, desde una gran humildad, porque sabía que no era de allí.

Estudiar la carrera de Letras me ayudó. Ahora te puedo decir que jamás pensé que fuera a trabajar en el mundo del libro o de la cultura. Me veía trabajando en otra cosa, es que ¡no conocía a nadie! Los escritores y los editores estaban por allá y yo los veía desde el lugar del público. Entonces, descubrí que en este país se hicieron cosas extraordinarias, únicas en el contexto de América Latina.

Acá siempre se ha escuchado: “Es que aquí no se publica nada”. ¡Aquí se publicó de todo! Todo lo que tú te puedas imaginar. Las revistas más extraordinarias, que duraron años. Los mejores diseñadores gráficos, los mejores autores: acá estaban la crema y nata de la cultura latinoamericana. Estaban en este país, por eso la gente venía a trabajar acá. Descubrir ese acervo es descubrir que acá hay algo que hay que salvaguardar. Algo por lo que vale la pena trabajar y continuar.

El profesorado venezolano gana mal desde inicio de los años 90. Si uno se metió a dar clases, sabía en qué se estaba metiendo

Ese mundo es cerrado, sí, pero hay que entrar y conocerlo. Es como entrar en el mundo de los especialistas en Derecho Mercantil o en el gremio de los auditores, de los traumatólogos, de los cirujanos de mano. Es decir, todo eso tiene unos lenguajes que tienes que conocer. Si no los conoces, cómo entras. Sin embargo, lo que sí te puedo decir es que dentro de las múltiples taras que pudo haber habido, aquí hubo frutos. Y esos frutos se procuraron destruir y hoy en día estamos en ruinas.

¿Qué cómo es el contexto en el que ahora vivimos? Vivimos en un país donde todo se mueve entre ruinas. La Universidad Central es una ruina. Es la sombra del lugar al cual yo entré a estudiar hace 20 años; y el mundo del libro se fue abajo.
En Venezuela no quedan grandes iniciativas editoriales. Todas dependen de subsidios de pequeñas fundaciones privadas. Esto último está muy bien, pero no es suficiente. Hay que entender que esto es, en mucho, el “mientras tanto”. El “para que esto no se termine de hundir, vamos a mantenernos acá”; pero en algún momento el país tiene que cambiar, volverán las grandes editoriales y este tipo de fundaciones también crecerán.

Recuerdo que alguna vez le escuché decir a un amigo que si él se quedaba en el país, tenía que hacer algo útil por el país. Para mí algo útil es, por ejemplo, estar en la universidad: enseñar. Pertenecer, por ejemplo, a iniciativas como La Poeteca, que son pequeñas, que son modestas, en comparación con lo que podía hacer el Conac, pero que en este momento tiene una ponderación especial. Aunque tampoco crea que haya heroísmo alguno. Me parece que es lo que hay que hacer y punto.

Ricardo Ramírez

Este es un país donde el 87% de la población vive en pobreza, y a mi juicio una enorme cantidad de esas personas son responsables de la situación en la que se encuentran; pero los niños desnutridos, los niños enfermos muriéndose de cáncer o de hambre no son responsables ni merecen esto. Esos sí son los grandes problemas.

Estamos en un contexto de tierra arrasada total. Pero me parece irresponsable decir que acá estamos nosotros, como héroes. No. Simplemente somos como una vela en la oscuridad y nuestro trabajo es mantener esa velita encendida. Acá vamos a hacer todo lo que tengamos que hacer y todo lo que esté en nuestras manos. Pero, atención, los grandes cambios serán otros y tienen que ser de enorme envergadura. Por eso creo que estamos en el “mientras tanto”, pero es importante mantenerse en ese “mientras tanto”, porque más fácil es tirar la toalla. Es muy fácil decir: “No hagamos nada. Ya esto se perdió. Chao”.

Creo en una consciencia histórica de la venezolanidad, mi país es este y no quiero irme a ninguna otra parte

¿Qué por cuál razón sigo acá? Son muchas las respuestas: no tengo pasaporte europeo ni visa americana. Tenía mi visa y fui a pedir la de mi hijo Tomás y no solo me negaron la del niño sino que me cancelaron la mía y la de Blanca, mi esposa. ¿Qué por qué sigo aquí? Porque no tengo 25 años, porque si me voy será para darle una mejor vida a mi hijo, pero haré cualquier otra cosa en lo que me queda de vida, que no será lo que yo he hecho.

Te puedo mencionar un millón de casos de amigos míos que todos son vigilantes nocturnos. Irse es muy difícil. Y sí, tengo vínculos con Venezuela que para mí son muy importantes: toda mi familia es de aquí, creo en una consciencia histórica de la venezolanidad, mi país es este y no quiero irme a ninguna otra parte. Además, siento que si me voy me sentiré como un “maleteao”, un “botao”. Me sentiría expulsado.

¿Qué cómo es el contexto donde ahora vivimos? Vivimos en un país donde todo se mueve entre ruinas

Estamos en un momento en el cual nada está garantizado. Tengo como tres años diciendo que a lo mejor “este es mi último semestre”, y mientras yo pueda estar ayudando y dando, ahí estaré. Pero puede haber un momento en que diga: “Ya no sigo”.

El profesorado venezolano gana mal desde inicios de los años 90. Si uno se metió a dar clases, si uno adquirió estos compromisos, sabía en qué se estaba metiendo. Todo el mundo vive de otros trabajos y de otras cosas que hace por fuera. Nadie vive de ser solo profesor en la universidad. Por eso cuando me piden sugerencias, recomiendo la reinvención.

Uno tiene que reinventarse. Buscar elementos a los cuales se pueda aferrar para evitar la desesperación, y asimismo tiene que manifestar sus emociones. De nada sirve reprimirlas. Si estas harto, si quieres llorar, quieres pegar cuatro gritos, tienes que permitirte hacerlo. Pero también tienes que valorar y sopesar las cosas que sí estás haciendo. Las cosas que sí tienes: tu casa, tu carrito, tu hijo, tu esposa, tu grupo de amigos, que al igual que tú están fajados.

Ver las iniciativas extraordinarias que sí están surgiendo en el contexto del periodismo, en la literatura, sin que esto signifique un velo que te haga ver todo rosado, como Disneylandia, o haga que te engañes. No puedes dejar de valorar y de reconocer las cosas que están ahí: el Ávila sigue ahí todas las mañanas, y entender que cada experiencia, aunque se parezca muchísimo a la de otros, es distinta. No todos se van (o se quedan) por las mismas razones, ni tienen las mismas condiciones.

Ricardo Ramírez

Cuando hablo de reinventarse, en el contexto de los cambios que estamos viviendo, que esencialmente están determinados por la hiperinflación, me refiero a que tiene que haber un cambio de paradigma en términos de ingreso, en términos de cobro. Tienes que buscar dolarizarte, aunque en mi caso, por ejemplo, recibo ingresos mixtos, pues, como profesor de la UCV, cobro en bolívares que no pueden ser dolarizados.

Durante muchos años, por lo menos desde finales de los años 70 hasta mediados de la década pasada, el estamento cultural, en el sector de la literatura, era un bloque sólido que trabajaba de una sola manera: a través del Estado. Tú recibías subsidios pero también tenías un Estado al que no le dabas cuenta. Es decir, había dinero y punto.

Hoy en día, de todo lo que hacemos uno lleva las cuentas. Estás obligado a sacar la más mínima cuenta. Antes existía el “viernes de quincena”, cuando te ibas a tomar unas cervezas con los panas y si te salías un poco del presupuesto, sabías que en 15 días volvías a cobrar. Ese dinero te servía, te funcionaba. En hiperinflación eso no sirve. No funciona.

Sabía que no era hijo de ningún artista, ni de algún escritor, pero también sabía que a mí me gustaba muchísimo leer y escribir

Cuando yo hablo de reinventarte, también vale para el caso de un profesor de la Escuela de Letras de la UCV que ahora está trabajando en una librería en Quito, porque se dio cuenta de que no lograba obtener los recursos para vivir acá. Entonces se tuvo que ir. Se trata de buscar soluciones para evitar que tú o tus seres queridos pasen hambre.

Reinventarte es que yo trabajaba en la UCAB y, luego de pertenecer al jurado del concurso de poesía, me plantearon la idea de hacer esta fundación y decidimos echarle pichón. En este momento. y en este contexto, cuando el presupuesto es determinado, debes rendirlo a lo largo del tiempo y, además, todo está dolarizado.
Ahora, ¿por qué acepté este compromiso? Porque es algo nuevo y el país lo necesita: trabajar el hecho poético, trabajar lo que es la poesía vinculada con la educación.

Mi plan A es quedarme aquí. Ese siempre ha sido mi plan y el de mi familia. ¿Que si tengo un plan B? Todos los venezolanos lo tenemos, pero mi Plan B nunca ha sido salir corriendo. Yo no tengo 20 años para irme a vivir debajo de un puente, con un muchacho y con una esposa. No. Entonces hasta ahora no he visto con claridad ese: “Me voy”.

La cosa no es nada más comprar un paisaje de avión e irte. Tienes que tener una red, tienes que tener un grupo de gente que te apoye. Son muchas cosas que conlleva el planificar una migración. Yo soy de los que creen que tú no puedes trabajar y hacer una vida aquí y, a la vez, planificar una migración. Yo me siento incapaz de hacerlo.

Este es mi caso. Y aclaro que no soy nadie para decirle a la gente que no se vaya. Lo que sí hago es que le pregunto a mis estudiantes sobre sus viajes y procuro darle contactos de amigos que estén fuera, porque también conozco a un montón de gente que se ha ido y que ha regresado; pero eso no sale en las redes. Lo que sí es cierto es que no seré yo quien le diga a un joven de 25 años, que lo único que ha conocido es este desastre, que no se vaya a conocer otras cosas.

Entender el mundo de Letras fue un proceso, un descubrimiento, una decisión de atreverme y de proponerme estar allí

¡Olvídalo! Tuve una juventud maravillosa. Conocí muchísimas experiencias del espacio público en Caracas: las noches caraqueñas, las madrugadas, las rumbas, todos los museos, las salas y los grandes momentos del libro de al menos los últimos 25 años. Además, he podido hacer lo que para mí era inesperado: una carrera en el mundo literario en Venezuela.

He podido dar clases en el lugar donde me gradué, tengo una mujer maravillosa y un hijo bellísimo; y a punta de muchísimo trabajo he podido tener una vida plena y dichosa que he llegado a valorar, porque en dos o tres oportunidades he tenido operaciones mayores y en todas se ha planteado el hecho de no superarlas.
Mis tres operaciones fueron en los años 2006, 2012 y 2015, y eso me ha dado fuerzas para avanzar en una cantidad de cosas. Me pude haber quedado en el quirófano y a partir de allí empecé a priorizar las cosas importantes de mi vida.

Si me tengo que ir del país será otra vida, será otra realidad, serán otros asuntos. No estoy cerrado a que Tomás, mi hijo, termine siendo argentino, mexicano o chileno, para nada; pero mientras yo esté aquí, si estoy acá, es porque las cosas están andando de una manera interesante.

Seguir aquí significa que continúa la posibilidad de seguir manteniendo encendida esa vela y yo insisto en decir que hasta el último día que cada quien pueda estar acá, tiene que arrimar un poco el hombro para ayudar y hacer lo que tenga que hacer por el país. Hay centenas de cosas por hacer y la gente las está haciendo”.

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