Historia

Diez parejas que construyeron país

Representan la política, las artes plásticas, los movimientos ecológicos y hasta los medios de comunicación. Su aporte –el de ambos– fue crucial para forjar la democracia y la modernidad en Venezuela. En resumidas cuentas, pusieron su grano de arena y nos definieron como sociedad

Fotografías: Cortesía del Archivo de Fotografía Urbana
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Dos son matrimonios que ocuparon La Casona y otros tres pudieron haberlo sido: el escritor Francisco Suniaga se ha referido a Jóvito Villalba como “el hombre que no quiso ser presidente” y hay quien murmura que al cuasi canonizado Arístides Calvani se le convirtió en un modélico canciller para que no robara demasiado protagonismo. En cuanto a Rómulo Betancourt, sólo formalizó su relación con la psiquiatra Renée Hartmann después de cumplir la meta de llevar la democracia a su primer traspaso de banda.

Los restantes cinco han estado detrás de inolvidables expresiones de las artes plásticas, los medios de comunicación y también de los movimientos ecológicos. Por supuesto, no están todos los que son: así al vuelo, quedan fuera, por ejemplo, María Teresa Castillo y Miguel Otero Silva, o Isabel Palacios y José Ignacio Cabrujas. Pero estas 10 parejas heterosexuales (una de ellas, incluso, muy cercana al chavismo) ayudaron a construir un país que, aunque hoy se haga una edificación irreconociblemente precaria, quizás conserve cimientos democráticos en los estilos que estos organismos simbióticos con vida propia transparentaron en la esfera pública y, con menos escisión de lo habitual, en lo que se ha podido curiosear de la intimidad de sus hogares.

1.- Alicia Pietri y Rafael Caldera

Casados desde 1941, cuando ella todavía era menor de edad, hasta la muerte del dos veces presidente de la República en 2009.

“Tenían las mismas ideas, los mismos principios, una gran fe en Dios y un enorme amor entre ellos, tanto que a los 60 años de casados él todavía le escribía: Con el mismo amor del primer día. Constituyeron una ‘empresa’ muy sólida, lo que le permitió a él dedicarle una de sus obras diciendo: A Alicia, mi socia en la empresa de aportar seis venezolanos más al capital humano del país. Estuvieron siempre tan compenetrados que para nosotros no había duda en quien tenía la última palabra en las cosas familiares, no era necesario acudir a uno u otro, ya que siempre los dos nos daban la misma respuesta. Su unión fue tan grande que ella, a pesar de su enfermedad, solo pudo sobrevivirlo escasamente un año pues para mamá la casa sin Rafael no era lo mismo”, recuerda Mireya Caldera, hija de la pareja y directora del Museo de los Niños.

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2.- Mary Soliani y Joselo Díaz

La actriz y luego abogada se casó con el comediante en 1981 y permanecieron juntos hasta la muerte de él en 2013. Dejaron un documento audiovisual de su amor: el unitario de televisión La Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez.

“Fui amigo de él por más de 50 años: nosotros éramos del mundo de la comedia y ella desbordaba su naturalidad en las telenovelas, dos universos entonces muy separados. Tenía fama de galán errante, pero después de que la conoció, cogió mucha seriedad, porque Mary era toda una dama. Todo el mundo decía: ‘Por fin le pusieron el aro a Joselo’. El eterno echador de broma se dejó de andar coqueteando”, relata Toco Gómez, actor y comediante.

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3.- Ismenia Villalba y Jóvito Villalba Gutiérrez

Tío y sobrina. Se casaron en 1949, cuando la primera candidata presidencial de la historia venezolana tenía 20 años y el fundador de URD ya había cumplido los 40. Ella le sobrevivió exactamente dos décadas, tras la muerte de él en 1989. Tuvieron seis hijos.

“Entre los Villalba siempre tuvimos tradición de casarnos entre primos y familiares, cuando llegaba una niña al mundo solían decir: ‘Nació la esposa de fulano’. A Jóvito siempre le gustaron mucho las mujeres y ella aprendió a tolerarlo, aunque nunca dejó de ser celosa. Una vez entré a su despacho y había un ramo de flores puesto en el piso. Le pregunté: ‘Ismenia, ¿pero qué hace ese ramo ahí?’. Y ella contestó con cierta resignación: ‘Bueno, es que él debe haber enviado varios y me mandó uno a mí también’. Algo fundamental en su hogar era el respeto en la mesa, donde cada uno tenía un puesto fijo. Un día Jóvito llegó a comer y uno de sus hijos vestía una franelilla sin mangas. Él dijo: ‘Un momento’, subió a su habitación y bajó en ropa interior. Aleccionó al hijo: ‘Cuando usted se siente bien vestido en la mesa, yo lo haré también”, la remembranza la haca Lourdes Villalba, sobrina del líder político.

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4.- Renée Lozada y Renaldo “Renny” Ottolina

Contrajeron matrimonio en 1953 y tuvieron cuatro hijos: Rhona, Ryna, Rena y un varón, Ronny, que falleció poco después. Se separaron en 1971. Ella, conocida sobre todo como la madre de sus hijos pero con una personalidad propia, falleció en 2007.

“Era una mujer súper inteligente con un tremendo físico, que se convirtió en imprescindible para él. Cuando ocurrió la primera separación, el abogado recibió unos honorarios tan elevados que hasta se quedó con un Cadillac con todo y televisor que había pertenecido a Renny. Y luego se volvieron a juntar. Renny tuvo muchos romances, pero el más serio fue con una modelo a la que llegó a comprarle un apartamento en La California. Él se lo contó a Renée: ‘Estoy enamorado’. Y ella, en vez de armar un escándalo, le respondió con mucha serenidad: ‘Si tú quieres yo te ayudo a salir de ese problema’. Posteriormente Renny me lo admitió: ‘Renée se ha portado como toda una señora’. Más que las infidelidades, les distanció lo absorbente que era su trabajo”, asegura Gonzalo Fernández de Córdova, padre, ex productor ejecutivo del animador de televisión.

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5.- Carmen América “Menca” Fernández y Raúl Leoni

Se casaron en el exilio en 1949. El líder político bolivarense falleció poco después del final de su período presidencial, en 1972, y ella le siguió poco después. Tuvieron cinco hijos.

“Menca era la que lidiaba con el quehacer cotidiano de la casa y fue la mejor relacionista pública que he conocido. Los unía una forma de ser espontánea y sencilla, respetuosa del ser humano, sin importar su condición o posición social. Raúl era un eterno enamorado (la llamaba Doña Menquita) y eso se manifestaba en infinidad de detalles como esperarla cuando bajaba del carro o darle un beso amoroso y espontáneo. Menca, con su personalidad encantadora y arrolladora, estaba siempre pendiente de ayudarlo con los nombres de la gente, cosa que a él le costaba un poco. Le encantaba complacerlo preparándole sus platos favoritos, como el pelao guayanés. A Raúl le costaba mucho regañar a los hijos, eso se lo dejaba a mi mamá. Creo que uno de los gestos significativos del amor de Raúl era aceptar irse por unos días al Hato Puedpa, herencia y pasión de Menca. Estoy segura de que él se impacientaba por volver sus labores oficiales pero nunca le oí una queja, quizás porque allá siempre conseguía con quien echar una partida de dominó que era un pasatiempo del que disfrutaba mucho. Raúl y Menca demostraron que el poder se puede ejercer sin estridencias y con verdadero sentido de servicio al país”, asegura la hija mayor de la pareja Carmen Sofía Leoni.

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6.- Mara Comerlati y Pedro León Zapata

Se conocieron cuando ella lo entrevistó como periodista. Se casaron en 1982: el caricaturista era 23 años mayor. Lo que vivieron a partir de 2008, cuando él sufrió una discapacidad motora casi total luego de una operación de corazón abierto, es una historia digna del premio Oscar: Mara, con ayuda del archivo de imágenes de él y de un alfabeto computarizado con la “tipología Zapata”, se convirtió en una extensión de su cuerpo para que él siguiera elaborando la caricatura del diario El Nacional. “Sería una película muy difícil, lenta, reiterativa, por momentos desesperante, hecha de prolongados silencios y largos diálogos con solo una voz inteligible que casi siempre interroga como buscando adivinar. A dos años de haber muerto Pedro León, lidio aún con su ausencia pues él llenó nuestro hogar y mi vida por más de treinta años y aunque al final la inminencia de su partida estaba clarísima, no quería pensar en eso. Ahora racionalmente puedo entender que aguantó demasiado, por nosotros, su familia y por sus lectores, combatió heroica e infructuosamente contra un cuerpo que se le volvió enemigo y carcelero, aprisionando su mente brillante, su deslumbrante imaginación. Un destino injusto, inmerecido, que me duele incluso más que su muerte”, dice hoy Mara.

“No sé a quién de los dos se le ocurrió el método de comunicación, pero Mara y Pedro León eran un equipo. Trabajaron como un organismo único hasta el último momento de la vida de él. Desde antes de su problema de salud se entendieron naturalmente sin necesidad de palabras. Mara llegó a construir hasta varios tipos de abecedario con todas las variantes de la letra de él, e iba traduciendo letra por letra lo que Pedro León deseaba expresar luego de que ella le leyera las noticias del día. Y así construyeron los Zapatazos durante siete años. Hay gente muy maluca que dice que los Zapatazos se los hacían a Zapata. Y no: puedo dar fe de que él siempre estuvo totalmente lúcido”, asevera Miguel Delgado Estévez, músico, humorista y amigo de la pareja.

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7.- Adela Abbó y Arístides Calvani

La activista social y presidenta del Concejo Municipal de Caracas y el canciller entre 1969 y 1974 contraen matrimonio en 1949. Procrean siete hijos. Ambos fallecen en una tragedia aérea en Guatemala en 1986. Existe un proceso abierto para su canonización por la iglesia católica.

“¿Qué si detrás de todo hombre hay una gran mujer? ¡Noooo, mi amor! ¿Ella quedarse en su casa? ¡Estás loco! Mamá siempre buscó qué hacer. Y mi viejo cambiaba pañales, nos bañaba y se involucraba en las labores domésticas. Nunca los vimos pelear. Discutían en francés para que no los entendiéramos, pero pronto se fregaron porque nos enseñaron la importancia de aprender idiomas. Eran personajes muy públicos y nuestra crianza fue más de calidad que de cantidad, pero de algo jamás nos quedaron dudas: nuestros viejos nos querían que juega garrote. Él nunca fue un hombre complicado: su cena era un arroz que le habían dejado, al que le ponía salsa de tomate, y una lata de pepitonas, a la que le echaba limón. Ella también era muy sencilla, pese a que venía de un entorno socioeconómico muy superior. Muy determinada y firme de convicciones, se empecinó en casarse a pesar de que a mi abuelo materno no le gustaba mi papá. Él un poco más dubitativo, pero más cariñoso. Sin embargo, mamá, a pesar de que se crió en un internado, también tenía su manera de ser cálida. La educación en casa era muy europea, pero un día mamá decidió: ‘Vamos a hacer hallacas’. Él se encargaba de poner el onoto y amasar. Ella preparaba el guiso. Y nos montábamos todos en una mesa larga a trabajar. En casa jamás se respiró una religiosidad agobiante”, relata Maribel Calvani, hija del matrimonio.

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8.- Juanita Ríos y Armando Reverón

Más se sabe del pintor de El Castillete que de su compañera, cuyo apellido incluso es incierto. Según la versión más difundida, se conocieron en 1918. Tras el fallecimiento de él en 1954, ella vivió sola y en la indigencia hasta 1972. Según una investigación, sus restos yacían juntos en el Cementerio General del Sur hasta que él fue trasladado al Panteón en 2016.

“Sigo pensando que las razones que unieron a Reverón y Juanita fueron machistas. Por eso, cuando alguien escribió que el film de Diego Rísquez era machista en su forma de abordarlos, respondí que esa condición no era un defecto de la película, era la naturaleza de esa relación. Si nos atenemos a los consejos de Ferdinandov, amigo, mentor y figura casi paternal para Reverón, las reglas que éste le dictara a Armando son reveladoras de esa condición: hacerse una casa en un lugar apartado, dedicarse a pintar y sólo pintar y buscarse a una mujer que no pregunte. Así comienza esa historia. Por supuesto que con el pasar del tiempo uno puede sentir —allí están las fotografías—que aquella humilde muchacha de servicio, india, se transformó en la musa, en la madre, la hermana, en el gran amor, la fiel compañera. Claro que sí. Pero su encuentro no es un flechazo idílico a lo Romeo y Julieta”, advierte Luigi Sciamanna, protagonista de la película Reverón.

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9.- Kathleen “Kathy” Deery y William H. Phelps, hijo

El ornitólogo y empresario de medios de comunicación contrajo nupcias con la conservacionista de origen australiano y fundadora de los Guías Scouts de Venezuela en 1941. Ella le sobrevivió 13 años tras la muerte de él en 1988.

“Cuando en Venezuela no se hablaba casi de movimientos verdes, ellos se anticiparon a todo el mundo, porque querían a este país como casi nadie. Les unió un objetivo muy grande: la identificación de las aves del territorio nacional. Pero asumieron ese propósito aparentemente muy científico con el disfrute y el deleite genuinos que les proporcionaba la contemplación de nuestra naturaleza. Lamentablemente la conocí más a ella que a él. Kathy era simpática, coqueta, divertida, con una perenne actitud positiva y una sensibilidad increíble para la pesca: una vez en una lanchita en Los Roques sacó ella sola 30 peces con su caña en apenas una hora. Siempre le sacaba una sonrisa a la gente que se atravesaba a en su camino”, afirma Cury de Bottome, viuda de Peter Bottome, hijo de una relación anterior de Kathy y directora de Topotepuy, el jardín ecológico en El Hatillo que el matrimonio construyó como casa de reposo en 1959.

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10.- Renée Hartmann y Rómulo Betancourt

Fue el amor de madurez del líder más determinante de la democracia puntofijista, que procreó su única hija (Virginia) dentro de su anterior matrimonio con la costarricense de nacimiento Carmen Valverde. Se casaron en 1968 y ella lo acompañó hasta su muerte en 1981. La siquiatra falleció una década después.

“Se salen con mucho del esquema clásico de una ama de casa que complementa a una gran figura histórica. Ella venía de un cuadro muy definido y tradicional, de familias antiguas muy conservadoras, católicas y acomodadas, pero mamá fue siempre una contestataria y una rebelde de toda la vida. Con 16 años ya militante del clandestino partido PDN, existen fotos de ella a la cabeza de manifestaciones en 1936. Sólo viene a conocer a Rómulo en 1957, en los últimos meses de la dictadura de Pérez Jiménez. El mejor testimonio al que podemos acudir es el libro que ella misma escribió en 1984 con la precisión que se puede esperar de una siquiatra, Rómulo y yo: ‘Éramos lo que se puede llamar cabalmente una pareja. Nos habíamos unido con la humanidad, con la naturaleza y entre nosotros mismos sin desmedro de la integridad e independencia de nuestro propio yo. Los libros nos unieron siempre. También éramos capaces de sentir el dolor de la tierra reseca, como el de un animal desvalido y un niño hambriento”, cita el politólogo Alfredo Coronil Hartmann, hijo de una anterior relación de Renée.

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