Humor

Mamadores de gallo, chalequeadores, pero ante todo humoristas

Una afirmación se repite con regularidad en las redes sociales. Se entreteje en medio de las quejas por la crisis, se cuela con decepción luego de una sonrisa cómplice. “Los venezolanos estamos mal por hacer chistes de todo”. En esta oportunidad, los humoristas dan su punto de vista

Texto: RIcardo Del Búfalo | Fotografías: Oriana Milu Lozada
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¿En realidad no se cansan de hacer un chiste de lo que ocurre? Mientras de todo hagamos un chiste, seguirá el gobierno riéndose de nosotros”, es el comentario con más likes a una noticia de El Chigüire Bipolar. Al mismo tiempo es una de las críticas más frecuentes que recibe el sitio de sátira política más famoso de Venezuela.

La frase aparece de vez en cuando en las conversaciones nacionales: el venezolano hace chistes de todo, no se toma nada en serio, no se molesta por nada y por eso nada cambia. Juan Andrés Ravell, director y cofundador de El Chigüire Bipolar, cree que “esa es una mentira repetida. No somos el único país que se ríe de sus desgracias. Hay países que se burlan de sus desgracias primermundistas y no pasa nada. Culpar a alguien por reírse o no de lo que suceda es como culpar a los videojuegos de la violencia”.

Pero esa frase contiene en su seno una pregunta relevante: ¿al reír se toman de manera ligera las cosas que se deberían asumir seriamente? El Profesor (José Rafael) Briceño, comediante y presentador del noticiero humorístico Reporte semanal en la televisora por Internet Vivo Play, manifiesta su preocupación. “Una pregunta que nos hacemos todos los humoristas es si nuestro trabajo no contribuye en parte a que sea más llevadero el desastre en el cual vivimos, pero quizá la risa sea una respuesta lógica, cuando la otra opción es básicamente que te metan preso por protestar”. Pero esa carcajada provocadora también puede ser peligrosa para el que se rebela “Si nos reímos de todo puede ser una herramienta de evasión, aunque también de enfrentarnos a la realidad”, argumenta Briceño. “Es un arma de doble filo que puede cortarnos a nosotros mismos, pero también puede cortar el traje nuevo del emperador”.

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Un humorista que sabe de corte y costura, por una lengua que flamea, y por haber visto al fantasma de la censura a los ojos, es Luis Chataing. Piensa que la razón por la cual cerraron su programa de televisión en junio de 2014, transmitido por Televén, y por la que han despedido caricaturistas como Rayma, es “porque los humoristas tenemos una puntería bestial para decir las cosas. El caricaturista, con una línea y un trazo, puede decir cosas que duelen muchísimo más que el discurso de tres candidatos a la Asamblea. Ese es el poder del humor. Entonces si por el humor estamos como estamos, es gracias al humor”.

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Tanto Chataing como Briceño aseguran que el humorismo sirve de drenaje de indignaciones y frustraciones. Sobre todo ahora que la política ha asfixiado todos los espacios de la vida privada. “Yo siempre apelo a la película La vida es bella de Roberto Benigni donde el padre hace lo imposible para su hijo no se dé cuenta de que está metido en un campo de concentración. Yo no creo que el humorista pretenda distraer la atención pública a un país de maravillas que realmente no lo es”, dice Chataing.

Briceño también comparte la idea de que el público es quien decide qué hacer con su risa. “Nosotros no podemos imponerle al país que mire para otro lado. Los humoristas somos surfistas que nos montamos en la ola de necesidad que tiene el venezolano de reír. Cuando un surfista trata de sacarle a una ola más de lo que ella quiere dar, se cae; del mismo modo que cuando un humorista trata de ponerle humor a un público en Venezuela sobre algo que no le da risa, porque ya ha llegado a un punto en que ni siquiera risa le da, no lo va a lograr”.

Un pueblo echador de broma

Es popular la idea de que el buen humor es parte del carácter venezolano. Así lo reza la primera línea del libro Los humoristas de Caracas, del célebre poeta Aquiles Nazoa. Así también lo suscribe Briceño —quien recurre a la historia. “El humor viene de nuestra raíz española. Como cultura hemos estado bregando con la herencia de Capitanía General, porque no nos gusta el poder militar vertical, pero al único poder al que sabemos responder es al vertical. En esa ironía donde vivimos, donde nos quejamos por la falta de normas, pero en el fondo queremos que venga alguien y nos imponga normas, lo único que nos queda es reírnos”.

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Ravell, sin embargo, tiene sus reservas con respecto a la cultura humorística venezolana. “Yo no sé si el humor es parte de nuestra idiosincrasia, pero creo que la jodedera sí. En mi opinión, una cuestión es el humor como expresión artística y otra cosa es el chalequeo, la mamadera de gallo. Quizá la diferencia entre ambos sea la intención. Un humorista está haciendo una reflexión sobre algo original y a veces el jodedor lo que hace es repetir patrones de chiste, como el ‘chinazo’. Y no le quito mérito. Si lo llevamos a la cocina, puede ser tan buena una señora que cocina en su casa para sus hijos, como un chef profesional. Ninguna es más o menos que la otra, sino que son distintas”.

En Venezuela, el humor brota por doquier. Se venden los quemaítos de Er Conde der Guácharo en la calle, se pasan chistes por cadenas de WhatsApp, se viralizan videos de canciones paródicas que hablan de la escasez y hasta la gente le cuenta chistes a los humoristas para que los digan en sus rutinas. El humorismo también se ganado un espacio importante en la opinión pública. “Desde la aparición de la primera caricatura en un periódico, en 1844, los dibujos cómicos y los textos festivos proliferaron en la prensa nacional, a tal punto que, entre 1900 y 1980, circularon en Venezuela al menos 42 revistas y semanarios humorísticos independientes”, según datos del historiador Ildemaro Torres. Y si se recuerda que Radio Rochela fue el programa cómico más longevo de la televisión mundial, pareciera entonces que el humor es un factor fundamental de la sociedad criolla.

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El Profesor Briceño arguye: “el país tiene su propia agenda humorística. Es la forma de llevar la dimensión del absurdo en que vivimos”. Por su parte, Chataing cree que “traducir la desgracia en forma de chiste denota primero la necesidad de auto-sanación que tenemos, de curarnos la herida, para sobrevivir y seguir adelante. La manera de ser del venezolano es alegre, si no tuviéramos esa condición de respirar a través del humor, quién sabe qué hubiera pasado en este país hace rato”.

¿Entonces el chiste funciona como catarsis para evitar la locura o prevenir un estallido social? Laureano Márquez, en su ensayo titulado El humor como actitud política, sostiene “el humor es una suerte de antídoto contra la violencia y, por consiguiente, un signo inequívoco de tolerancia. El humor no puede nunca sustentarse en la ira, porque como señala Santo Tomás citando a Aristóteles, ‘no atiende perfectamente a la razón’”. Briceño no piensa lo mismo. Para él, “estamos llegando a un momento en donde prácticamente el chiste lo tenemos que hacer desde la ira, porque hacerlo desde la mera risa, desde la mueca, ya no es suficiente para corresponder al nivel de agresividad y de desesperanza”.

Chataing no comparte la ira como génesis del humor, porque cuando está iracundo casi siempre se pasa de la raya. Sin embargo, reivindica el carácter liberador del mal humor. De hecho, revela que es un tipo malhumorado. “Yo desde esta amargura con la que convivo a diario, encuentro los espacios más creativos o las salidas más sarcásticas para combatir los atropellos que estamos sufriendo”.

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¿Cuándo dejan de hacer chistes?

Para el director de El Chigüire Bipolar, no hay temas que el humor no pueda tocar. Lo importante es la forma como se haga y a quién esté dirigida la crítica. Aunque reconoce que hay temas sensibles sobre los que decide no hacer bromas, como una muerte violenta. “No me burlaría de la persona que perdió la vida, pero quizás haría una reflexión sobre por qué estamos en estos niveles de violencia, y criticaría el status quo que la mantiene”.

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Aunque el humor es crítico e irrita al poderoso, reírse de la propia desgracia no siempre es bueno. El Profesor Briceño opina que “hacer chistes de nuestra tragedia puede ser negativo, porque no pasamos de la consciencia a una acción, sino que nos quedamos en el mero hecho sensorial, emotivo, de la risa. Quizá porque creemos que no vale la pena emprender nada y la risa nuestra es una risa ante el absurdo. O quizá porque nos da flojera y porque sabemos que lo primero que tendríamos que cambiar somos nosotros. Y eso ya implicaría un compromiso al cual no estamos dispuestos”.

Chataing asegura que “el humor es necesario, aunque el humor de 24 horas es tóxico. La seriedad de 24 horas es tóxica. Lo importante es que cada quien vea en qué medida le abre la válvula al humor y la seriedad en su día. Siempre y cuando el humor no distorsione la necesidad y el deber que tenemos de participar en los cambios para que nuestro país esté mejor.” Y remata diciendo: “yo estoy convencido de que la gente busca en la risa hacia su propia desgracia un poquito el beneficio del descanso, del reposo, para luego participar y actuar”.

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Aunque la acción no dependa de ellos, los humoristas viven y la risa sigue. “¿No se cansan de hacer chistes?”. Al unísono responden: “No”.

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