Luis Chataing tiene el aspecto de un actor de carácter. Guapo sin dar el tipo de galán envuelto en una nube de laca. Mide 1,82 mts. y pesa 90 kilos, que intenta mantener ejercitándose “en ciertas temporadas” en una cinta caminadora instalada en el estudio de su casa, donde trabaja varias horas al día —hay que decir que en el mismo recinto acumula bolsas de galletas Susy. Tiene estampa muy varonil, cara cuadrada, barba cerrada, cabello de muchacho, oscuro —con canas incipientes—, abundante y cortado de manera que siempre está un poco levantado. Es hombre de temperamento, a un tiempo concentrado e inquieto, controlado y nervioso. Se aburre muy fácilmente y no ha desarrollado ardides para disimularlo. Por eso, aunque cuenta con el favor de las multitudes, procura la soledad, donde nadie le da lata y puede recluirse para trabajar sin distracciones. Aunque es imaginativo, audaz, creativo, innovador y confiado en sus propias posibilidades no se confía ni deja nada al azar.
Es posible que estemos frente a una historia con tintes mágicos: al caracterizar a Chaplin —como se disfrazó algunas vez para ir a una piñata— se impregnó no solo de la prodigiosa vis cómica del maestro inglés, sino de su espíritu obsesivo, su talante controlador, perfeccionista, autoritario en el ámbito laboral y profundo conocedor del medio en que se expresaba. Chaplin ensayaba minuciosamente esas escenas que parecían haber brotado de manera espontánea frente a las cámaras; y Chataing se recluye en su estudio para escribir todos los chistes y retruécanos que dirá al aire la mañana siguiente. No deja nada librado al azar. Cultiva la espontaneidad pero rechaza la improvisación. Sobre todo, por encima de todo, le resulta insoportable la idea de transitar caminos trillados por otros. No es que se haya propuesto ser el mejor ni el más ingenioso, es simplemente que no apoya su planta sobre huella ajena. Lo que ya está hecho no cuenta para él. Solo se involucra en proyectos cuya viabilidad está por verse. En la práctica.
Comparte la ternura por la madre y el horror que le produce verla sufrir. Esto explica que conserve, fresco como una rosa, el rencor hacia el director del Colegio Champagnat que firmó su boleta de expulsión “por mala conducta” y el recuerdo del momento en que su madre salió de la Dirección llorando porque la medida, que ambos consideraron injusta, era irrevocable. “Me marcó ver a mi mamá sufrir de esa forma. Nunca había derramado lágrimas por algo que yo hubiera hecho. Fue la primera vez que me quisieron ver la cara de gafo… la primera de una lista que se extiende hasta nuestros días”, dice.
Luis Chataing tenía 16 cuando se convirtió en socio de una miniteca con Pablo Dagnino, el baterista Alberto Cabello y otros compañeros. En esa época, las minitecas consistían, básicamente, en un tipo poniendo discos. Chataing ponía videos. Grababa imágenes del televisor y los editaba de betamax a betamax. Era un proceso tremendamente laborioso al que se sometía arrastrado por su necesidad de experimentar nuevas formas de comunicación. Hacía un collage de imágenes hasta lograr una secuencia de lo que él pensaba que calzaba con la música. Esa miniteca se acabó para dar paso a Sentimiento Muerto, donde Chataing no encontró cabida. Pero ya se había ganado el primer dinerito de su vida. No podía volver a las mesadas asignadas por sus padres.
Al terminar el bachillerato se inscribió en Administración de Empresas, en la Universidad Metropolitana. Era el año 84. Mientras cursaba estudios superiores —que no terminaría— creó la firma de franelas And & And. “Busqué hacer franelas que nadie tuviera, las que no conseguía en las tiendas. Yo me encargaba de la parte organizativa de la empresa, pero también intervenía en lo creativo. Diseñé una línea de hormigas, que ilustraba cómo los insectos veían a los humanos y su mundo. Ese fue mi primera prueba ante un público masivo. Empecé con 2 mil bolos que me prestó el esposo de mi mamá, Marcos Gambús, y creció tanto que llegó a ser una empresa que hacía decenas de miles de franelas al mes, además de varios productos, como boxers, cuadernos, carpetas. Se convirtió en un gran negocio. Llegó un momento en que el trabajo administrativo se me hizo abrumador. Era horrible. Me estaba matando. Hasta que lo dejé. Luego hice la radio que no escuchaba y la Tv que no veía”, repasa sus triunfos.
Un día escuchó a Ely Bravo y se le ocurrió que podía hacer un segmento en su programa. Tenía la vaga idea de convertir las ya célebres hormigas en una historia seriada. Se sentó en su escritorio a pergeñar notas y cuando completó el diseño del segmento, se preguntó que por qué le iba a dar eso a Ely si podía hacer su propio programa.
Premisa básica en la vida de Luis Chataing: con mi esfuerzo hacer los intentos necesarios para ser lo mejor que pueda. “Cuando mi abuelo materno murió, yo tenía 17 años. En el momento de levantar la urna en la funeraria, mi madre me dijo: ‘no defraudes a tu abuelo’. Yo había sido su primer nieto y siempre me quiso mucho. Tenía ese aire tachirense y una severidad afectuosa. He hecho lo posible por no defraudarlo. He tenido múltiples oportunidades de venderme, de tomar caminos que traicionaban mis convicciones, y no los he seguido. He tomado mis decisiones sin titubeos. No he sido complaciente. Eso me llevó a poner el doble del empeño, a trabajar como trabajo y a obtener los resultados que obtengo sin recibir favores, lo que no significa que no haya recibido ayuda y solidaridad de personas generosas”.
La primera oportunidad se la dieron en la 92.9 FM. Fernando Ces le ofreció el espacio de 12 a 2 de la medianoche. Era febrero del 92. El programa se llamaba Primera y última. “Mi primer guión era como un tomo de enciclopedia donde anoté todo lo que narraría y lo acompañé con los efectos sonoros. Buscaba traducir todo lo gráfico y visual a la radio. Desde entonces trabajo muchas horas en la concepción y escritura de mi programa como si fuera el primero. Dejaba grabando el programa y al día siguiente mientras montaba bicicleta por el Cafetal lo escuchaba con los audífonos. Corregía: ‘estoy hablando lento, estoy hablando pistoladas, fui cambiando, desechando, decantando’. Entonces no hablaba de política. Quería ser una isla donde la gente pudiera acudir a escuchar algo distinto. Pero en la medida en que la política se fue volviendo un tema prohibido para sus espacios naturales, me sentí en las responsabilidad de abordarlo yo a través del humor y sin desligarme de los fines que me han llevado a los medios, que se enraízan en el entretenimiento”.
A los ocho meses, le propusieron pasar a las seis de la tarde. El programa se llamaba Tarde o temprano. Y no pasaría mucho tiempo para que le ofrecieran el premio mayor de la radio: el horario matutino. Ely Bravo era el rey indiscutible de la radio juvenil en ese espacio, pero se había retirado para viajar por el mundo. Cuando decidió volver se dio contra un muro llamado El monstruo de la mañana —que conducía Chataing de 6 a 10 a.m. No quedó para nadie.
Luego vino un episodio amargo, del que Chataing prefiero no hablar. La Mega, que había sido, por cierto, la primera puerta que tocó y de donde se marchó furioso porque le dieron una cita y lo dejaron esperando tres horas, lo contrató. Y la 92.9 FM lo demandó, lo que acarreó su salida del aire por varios meses y un sinfín de incordios que le hicieron la vida difícil. La 92.9 FM forma parte de las empresas 1 Broadcasting Caracas, también conocido como Grupo 1BC o Grupo Phelps, propietario también de RCTV, cuya pantalla quedó vedada para el díscolo. Siempre se ha dicho que la salida del programa Ni tan tarde del aire, que llevaron Erika de La Vega y Chataing en Televen, desde el año 99 hasta 2002, se debió a una “llamada” de los ejecutivos de 1 BC. Pero cuando el régimen de Chávez cerró Radio Caracas Televisión, en mayo de 2007, Chataing salió en defensa del canal. Hizo declaraciones públicas y la noche de la clausura se encontraba al lado de los trabajadores y ejecutivos de la planta. “Los estaba defendiendo a ellos y estaba defendiendo la libertad de expresión, el derecho de la gente a ver lo que quiera”.
Al verse fuera de Televen, aceptó la oferta de Univisión, en Miami. Se estableció fuera del país entre 2003 y 2005. Transmitía su programa de radio desde Miami y Acapulco para Venezuela. Con parte del material que escribía para la radio en esos años escribió dos libros, que publicó Ediciones B.
En 2008 escribió el texto de su primer stand up comedy, Ahora me toca a mí. Tuvo un éxito estruendoso que se prolongó por casi dos años y 150 presentaciones incluidas tres en España, dos en Estados Unidos, una en Canadá, otra en Panamá. Su nuevo espectáculo unipersonal, Si me permiten, empezó en marzo de 2011 y en seis meses llenó casi cien funciones en todo el país y algunas en Bogotá y Miami. También hizo una película, estrenada en diciembre 2014, Fuera del aire. Ergo puntualiza: “Encontré un lugar donde no respondo a nadie por lo que digo, salvo a mí mismo”.