Investigación

Jabón y champú: la ausencia de los clásicos del tocador

Venezuela hace jactancia de ser un país limpio. Su pueblo gusta de los buenos olores, perfumes, cremas y otros afeites. La crisis económica y la escasez llegaron al baño. Otra lucha que los criollos han de librar. Mientras se rehúsan a la suciedad y a los recuerdos vintage, buscan caminos limpios para encontrar alternativas de higiene personal

Texto: Yoyiana Ahumada | Composiciones fotográficas: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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María es ama de casa. Lleva en su cesta pequeña dos jabones marca Dove. Los pasea a lo largo de los corredores de un almacén chino atiborrado de mercancía de escasa calidad y limitadísima variedad. Ha recorrido por lo menos tres de esas nuevas tiendas buscando aquella barra aromatizada. Siempre la tuvo en su alacena, pero ahora es un suplicio abastecerse. Ya olvidó el slogan que alguna vez acompañó la profusión y la abundancia de oferta: “un bello rostro de belleza y juventud…Palmolive…”.

Fue con su madre muchas veces a hacer mercado sin saber que esa misma barra acompañó en sus años de doncellez las primeras novelas de 15 minutos en Venezuela. “Soap Opera, Su novela Palmolive”. No conoce el comercial de finales de los años 60 que protagonizaba la sexygenaria diva argentina Susana Giménez debajo de una cascada exótica mientras discurría la musiquita de “Cadum, nuevo Cadum, Cadum shock de frescura…..Shock de fresco limón”. No tiene idea de que Mel Ferrer, la otrora y finisecular Lupita Ferrer, la Zulianita de las novelas que veía la abuela, fuera la imagen de jabones LUX. Entonces exhibía una piel de seda. Su marca: “Para las mujeres más bellas”.

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En su resignación, decide buscar en mercadolibre.com: que se ocupa de rastrear lo que no hay en los anaqueles para constituir un abasto secundario, donde desfilan desde autopartes hasta Camay. El famoso producto de baño —que al igual que Palmolive trajo la Procter and Gamble, P&G— fue introducido por primera vez como un jabón blanco suave, creado específicamente para la mujer.

Ignora María que esa veintiúnica marca, que ahora adorna su cesta de compras, es el objeto de persistencia de una empresa que imprimió su huella en Venezuela en el año 1943 y que además de jabón de tocador vendió el dentífrico Colgate. Mítica incluso en enseñarle a los venezolanos cómo limpiarse los dientes: “Que los dientes de abajo se cepillan hacia arriba…”, cantaba aquel payaso famoso, Toco Gómez: Togolo.

¿Qué sucede en una sociedad cuando sus hábitos de higiene personal se ven limitados por la imposibilidad de escoger? ¿Cómo se va moldeando una psique colectiva que, luego de haberse acostumbrado a escoger, tiene que limitarse y depender de una única oferta de tal o cual producto? ¿Qué ocurre en el imaginario de un país caracterizado fundamentalmente por tener la belleza y la coquetería entre sus valores más caros?

Preciada espuma

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La madre de María se llama Deisy. Estudió Química, aunque no la ejerce desde hace un buen rato. Sabe que P&G inició operaciones en Venezuela en 1950. Llegó a ser la primera subsidiaria. Alcanzó el puesto como la segunda sucursal más importante después de México. Su hija, en cambio, lo único que sabe es que, paulatinamente en la despensa de su casa, solo se ve jabón Protex cuando “lo sacan” —nueva terminología puesta en boga desde la boca abierta del supermercado venezolano. Muy de vez en cuando su prima, que trabaja en el centro de Caracas, se va de buhonero, en buhonero y paga una cantidad de dinero importante por Dove.

Para el año 2013, el 45% del portafolio de las marcas de P&G era elaborado en el país. Vale recordar también que como toda empresa que requiere de materias primas que son importadas para funcionar, P&G padece el retraso de la falta de dólares, primero vía Cadivi, ahora Simadi y Sicad. La planta empacadora de champú y acondicionador ubicada en El Consejo, La Victoria, la abrió P&G en sociedad con Envasadora Venezolana C.A, empresa que fabrica recipientes —otro dolor de cabeza para el funcionamiento de la industria cosmética. Pero el contenido tanto de champú como el tradicional “enjuague” o acondicionador proviene de México.

Jamás la historia de un producto tan preciado fue tan agria: el pasado 11 de marzo un artículo publicado en la página web de Conindustria anunciaba la realización de una reunión “para solventar los problemas del sector” (que forma parte de Cámara Venezolana de la Industria Cosmética y Afines) entre el Vicepresidente del Área Económica Marcos Torres y los ejecutivos de P&G —que por cierto se eximieron de ofrecer declaraciones para Clímax— quizá por medio a cualquier represalia frente a alguna boutade de la prensa o una pregunta fuera de lugar —demasiado tentador como para no hacerlas. Y cómo no si la realidad clama al cielo porque los venezolanos han sido siempre muy coquetos y extremadamente limpios.

En un trabajo de Carmen Sofía Alfonzo y María Fernanda Sojo publicado el 21 de enero en el diario El Nacional, con el título: “No hay divisas para nueva producción de artículos de limpieza”, se recoge que: “las últimas cifras de la Asociación Venezolana de la Industria Química y Petroquímica (Asoquim) de septiembre pasado, registran que en 2014 el Centro Nacional de Comercio Exterior adjudicó al sector 590 millones de dólares, de los cuales 420 millones de dólares fueron para cancelar la deuda de diciembre de 2013 para atrás, y solo 170 millones de dólares fueron para importaciones de ese año”.

Al mes siguiente, en otra nota de Víctor Suarez, publicada por El Universal el 5 de febrero del año en curso, se lee una entrevista realizada en el Noticiero Televen al Presidente de la Asociación Venezolana de Industria Química y Petroquímica, Juan Pablo Olalquiaga. Allí el empresario puntualizó que el gobierno tiene una deuda con el sector de unos 350 millones de dólares, de los cuales 250 corresponden al año 2013. Asimismo, explicó que para el funcionamiento de este sector: “se requieren unos 1300 millones de dólares al año, y que todavía se están realizando algunas importaciones que se otorgaron con el Sistema de Divisas (SICAD II)”.

¿Todos los caminos conducen a la regadera?

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María no entiende el porqué de la “desaparición” del jabón, champú y desodorante, que están regulados a “precios justos” y que, mediante el Decreto Nº 416, quedan exonerados por del pago de Impuesto al Valor Agregado. La Gaceta Oficial N° 40.257 del martes 24 de septiembre reza: “Se exonera del pago de Impuesto al Valor Agregado a las importaciones definitivas de bienes de higiene personal de primera necesidad, realizadas por los Órganos y Entes de la Administración Pública Nacional, destinados al Plan Extraordinario de Adquisición de Productos de Aseos Personal para Abastecer el Mercado Nacional”.

De acuerdo a una nota de la periodista Blanca Vera, publicada en El Nacional el 1 de septiembre de 2014 y titulada “La firma Banc Trust prevé escasez de 35% en 2015”, la escasez calculada para el 2015 será de 35%. La firma pronostica una emisión de deuda de 6 millardos lo que incrementaría la deuda externa de 44 millardos a 50 millardos de dólares”.

María, como otros muchos consumidores, busca alternativas. Incluso hacer sus propios jabones. Sigue los consejos y recetas de páginas webs. Sin embargo, no le quedan bien. Consiguió como opción unos ejemplares llamados Jabones Delicias, cuya fábrica artesanal está ubicada en Valencia, estado Carabobo. Ángel Guevara y su esposa Yulmi son las cabezas de este emprendimiento. Tanto él, profesor de inglés con 26 años de experiencia, como a ella, orfebre egresada de los talleres de Alexis de la Sierra, han ido copando sus horas en busca de esa tablilla de olor y color perfectos. No aspiran a competir con las marcas ya desaparecidas, pero sí apaliar, de la mejor manera posible, la ausencia del bien.

—Quisimos hacer un jabón más puro, con menos químicos, de glicerina. Compro las barras de glicerina, las derrito y les agrego color y fragancia. El resultado lo ofrecí a familia y amigos cercanos. Así empezó el negocio. El problema con estos jabones es que si tú no haces la barra de glicerina, en realidad, no controlas 100% el proceso y la calidad. Decidimos ir más allá: hacer nosotros todo. Bajé libros y videos por internet para aprender a hacer jabones por saponificación en frío.

—Cuando se elabora un jabón de saponificación en frío o caliente se crea glicerina natural. El tema del aceite sí es complicado. Tampoco hay en las tiendas de aceites de almendras y ricino lo mismo que las fragancias que vienen de Francia y España. Guevara sabe que el gran secreto del éxito de los jabones artesanales es la calidad de los ingredientes por eso no abandona la búsqueda que le permita repetir su exitosa fórmula.

Los testimonios de María y Deysi asoman un panorama que aun luce desolador y empieza a despojar a los venezolanos de esa cualidad de ser un pueblo limpio. ¿Cómo ha cambiado la vida, la autoimagen, la relación con la posibilidad de elección por el hecho de no tener variedad para escoger libremente productos de higiene personal? La poeta y abogado, Claudia Noguera Penso, confiesa: “he escogido peleas, luchas, guerras, discusiones por las cuales restearme en esta situación de país. Este asunto y el de la comida no ha sido uno de ellos. Me he lavado el cabello con cualquier champú y a falta de con jabón de panela he utilizado desodorantes que me han regalado. Aprendí a usar y acostumbrarme a la piedra de sal”.

Lo que más le afecta es no poder lavarse el pelo todos los días. “Subo al Ávila y sudo. Así que lo hago cada dos o tres días”, confiesa. Con respecto a las cremas de cuerpo y cara: “utilizo lo que consigo. La cotidianidad es una vaina: me he flexibilizado pero no resignado a volver a lo que alguna vez fuimos. En fin…”

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¿Cómo afecta la psique colectiva de un país en cuyo imaginario está instalada la belleza como un valor determinante de la felicidad? ¿Qué sucede cuando un individuo pasa de la posibilidad de elección entre variedad a la restricción de la unidad, que deriva de la inexistencia del producto o de la imposibilidad de acceder a él?

La psicóloga clínico Cristal Palacios Yumar, directora de Psiquearte —iniciativa dirigida a promover la salud mental y la cultura de paz a través de propuestas como la creatividad y el arte— asegura: “la escasez de productos de higiene personal como desodorantes y afeitadoras ha hecho que el colectivo entre en modo adaptativo y se resigne ante las pocas opciones disponibles. Como aún hay cierto inventario en casa, en los negocios o en última instancia gracias al intercambio de productos, no creo que podamos hablar de cambios en la autoimagen todavía. Sin embargo, sí se percibe una angustia importante para asegurar la tenencia de estos productos, lo que suma al desgaste cotidiano”.

Palacios discurre en reflexión final: “Creo que la reducción de opciones conecta directamente con la libertad y en ese sentido disminuye la calidad de vida de todos. El verdadero riesgo vendrá cuando la ausencia absoluta de estos bienes lleve a las personas a implementar soluciones no tan saludables o peligrosas”.

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