Arianny se cuela con timidez entre una veintena de clientes de la carnicería La Nueva Génesis, en el municipio San Francisco. La delgadez le abraza todo el cuerpo con tan solo siete años. El sol y el sucio han curtido su piel, tanto como al vestido blanco y azul que la cubre. Su pelo está desaliñado. Camina lento, apretando ambas manos frente a su pecho y en ellas esconde firmemente dos billetes de cinco bolívares mientras mira hacia arriba, intentando cruzar miradas con algún alma caritativa. A las 11:05 de la mañana de ese jueves, toca el codo de un hombre treintañero que espera por un pedido de 10 kilos de carne de diferentes cortes y tres pollos enteros. La niña le implora con voz baja, casi inaudible.
—Señor, ¿me da algo para comer?
El joven desenfunda su cartera, conmovido. Le extiende un billete de 50 bolívares y le pregunta si comió algo.
—Solo una empanada —responde chiquita.
A la conversación se suma su hermana mayor, Margorie. Al acercarse, va guardando un billete en la carterita de juguete que guinda de su hombro izquierdo. Tiene dos años más de edad que Arianny, unos diez. Se asemejan en delgadez, pero luce más acicalada. Una cola recoge perfectamente su pelo y exhibe un porte de mayor confianza.
El cliente le da más dinero, preguntándole por su familia, por su educación, si desayunó. Confirma que compartieron dos empanadas, sin bebidas. Sus otros tres hermanos menores, que les esperan en casa, no corrieron la misma suerte.
—Mamá trabaja limpiando y planchando ropa en otras casas. Mi papá murió hace mucho —cuenta la mayor.
Arianny y Margorie piden limosna cada mañana en locales de la avenida Sierra Maestra para poder comprar comida. Por las tardes, acuden a clases en un colegio cercano a la avenida Sierra Maestra. Son mártires de una inocencia interrumpida por el hambre.
La desnutrición infantil es un karma en el estado Zulia. Richard Hill, secretario regional de Salud, reveló en febrero que 34 por ciento de los menores de 20 años está malnutrido, bien sea por exceso —quienes consumen más carbohidratos que proteínas— o por disminución de su alimento. Desnutrición.
En Maracaibo la cifra de niños desnutridos es de 19,9 por ciento, pero municipios foráneos, especialmente zonas desfavorecidas como Mara, Guajira y Almirante Padilla, rompen el promedio hasta superar el 30 por ciento de la población infantil. El Comité de los Derechos Humanos del estado Zulia se pronunció ante la violación de los derechos de los indígenas y pidieron acciones inmediatas del Gobierno regional y nacional.
Hill, un doctor respetado en la comunidad médica zuliana gracias a sus aportes en el Hospital de Especialidades Pediátricas y que apenas cuenta con tres meses en su cargo, detalló que su investigación sobre la malnutrición infantil se deriva de encuestas a 43 mil 722 niños. Considera que la tasa de desnutrición en el estado es “poca”. Tiene razón, a la luz de los promedios históricos.
En 2004, la Coordinación de Nutrición y Dietética del Estado Zulia reportó que el 32 por ciento de la población menor de 15 años padecía malnutrición y que 22% se hallaba desnutrida. Ello significa una reducción de 2,1 por ciento en la desnutrición infantil de la región en los últimos 12 años, según cifras oficiales.
El informe Mejorando la nutrición infantil, presentado en 2013 por la Unicef, reveló que 12 por ciento de los menores de cinco años que viven en Latinoamérica sufre desnutrición crónica. Es la tasa más baja en el mundo en desarrollo. El reporte refleja estadísticas antiguas, no obstante. La data corresponde a investigaciones hechas en 2011 y sus resultados se presentaron cinco años luego. En Venezuela, los investigadores que trabajaron para Unicef contabilizaron 468 mil niños con desnutrición crónica. Eran los tiempos previos a la peor crisis económica de la historia nacional.
La mayoría de esos pequeños reside en municipios pobres, como Páez —conocido hoy como Guajira. Esa entidad registraba hace 12 años 26 por ciento de desnutrición aguda y 19,42 por ciento de desnutrición crónica. La indagación científica de entonces determinó que 853 de 1.955 niños evaluados en cinco municipios de mayor riesgo nutricional presentaron déficit en sus pesos y tallas por estar malnutridos, según la Coordinación de Nutrición y Dietética.
Tragedia en la Guajira
Los funcionarios de la secretaría de Salud zuliana aún hurgan entre los datos de sus entrevistas para tener mayor especificidad sobre la desnutrición infantil actual en zonas de difícil acceso, como la Guajira. Mientras, el hambre flagela a su antojo a miles en las comunidades indígenas de la frontera.
Natalia Sánchez, socióloga e investigadora de la Universidad del Zulia, da fe de ello con cifras y experiencia bajo su brazo. Ha recorrido durante al menos 20 años las zonas de peor condición socioeconómica en el país, en Caracas, Oriente, en el oeste de Maracaibo. “De todo lo que he visto, la pobreza mas desoladora es la de la Guajira”… y pobreza es sinónimo de hambre”.
Hace semanas, llegó al rancho de una familia wayuu junto a un grupo de estudiantes durante un trabajo de campo en la zona limítrofe. Una anciana lavaba ropa en una ponchera. Era mediodía y en esa vivienda, a diferencia de las vecinas, nadie hervía yuca o alistaba plátanos para el almuerzo.
—¿Qué vas a comer hoy? —preguntó la profesora.
—Nada —contestó la señora.
—¿Y mañana?
—No sé…
Un niño de ocho años acompañaba a la wayuu, sentado a escasos metros. Tenía problemas psicomotores. Su explicación sobre la enfermedad del pequeño fue inmediata. “La pobreza conlleva a desnutrición en muchos casos. La pobreza extrema, en todos los casos, afecta fundamentalmente a los miembros más vulnerables: niños y personas de tercera edad. Eso a su vez produce problemas de salud más severos”, analiza Sánchez.
A la docente no le quedan dudas. Afirma con toda seguridad que en la Guajira zuliana hay hambruna. Enfatiza que la pobreza se ha profundizado debido a la severa contracción económica y la inflación galopante. “Antes de que iniciara este proceso inflacionario solo un 16% de la población de la Guajira vivía en casas no precarias”. Es decir, 84% de las poblaciones de la Guajira viven en condiciones precarias: tres de las cinco parroquias más pobres del estado Zulia están en Mara —Las Parcelas, Monseñor Marcos Godoy y La Sierrita. En Páez las más pobres son las parroquias Guajira, Alta Guajira y Sinamaica.
Sánchez asegura que 35 por ciento de la población en condición de pobreza relaciona la desnutrición con sus enfermedades. A duras penas, ha levantado una data que resulta alarmante. Según sus estudios, al menos 229.908 personas viven en condición de pobreza en la región Guajira. “Hemos pasado la barrera del 80% de pobreza en el estado Zulia. Hace diez años era un 55% de la población. Y más del 35% de esa pobreza es extrema”.
Calcula que en los 21 municipios de la región zuliana al menos 600 mil familias viven en pobreza y 230.397 grupos familiares son pobres extremos. “Estos últimos son los que se encuentran en las condiciones propicias para incluir miembros con desnutrición y complicaciones de salud importantes”.
Su más reciente investigación le permitió determinar que seis de cada 10 hogares pobres en la Guajira se beneficiaban de programas de subsidios directos, como Mercal y Mezul. Quienes no recibían alimentos del Gobierno posiblemente no pudieron tener acceso a los subsidios por su dispersión geográfica. O sea: difícil acceso. “El nivel de dependencia de estos subsidios era mayor. No disminuían la pobreza, ni atacaban sus causas, pero significaba un auxilio”.
El Instituto Nacional de Estadística reportó solo cinco defunciones de niños asociadas con problemas de nutrición en el estado Zulia en 2011: cuatro varones y una hembra. Es la última data oficial al respecto y tampoco especifica el municipio donde ocurrieron esas muertes. Virgilio Ferrer, diputado indígena a la Asamblea Nacional (AN), niega que esas cifras sean transparentes ni acordes a la realidad. Las rechaza a la luz de un reporte de las autoridades colombianas en febrero, según las cuales al menos 2.000 niños y ancianos de la Guajira colombiana han fallecido por padecimientos vinculados a la falta de comida, 21 en lo que va de año, según cifras actualizadas. En el vecino país, el Gobierno ha activado programas de atención infantil, con apoyo de Unicef.
“Nosotros acá no estamos ajenos a la hambruna y desnutrición en la Guajira venezolana, porque sí ha habido muertos por estos casos, solo que no se dicen, porque callan a los medios”, ha declarado sobre la desnutrición infantil en las comunidades fronterizas el parlamentario, graduado como médico en la Universidad del Zulia.
La profesora Natalia Sánchez es testigo de ello. “Una de las tragedias que tenemos en este momento es que las cifras oficiales no existen y las universidades no tenemos los recursos para levantar la data necesaria para saber a ciencia cierta las dimensiones de los problemas que nos estallan en la cara”.
Una investigación de Elizabeth Hurtado, doctora en Ciencias Médicas de LUZ, demostró que “un alto porcentaje” de los niños yukpa menores de cinco años que ingresaban el Servicio de Pediatría del Hospital General del Sur presentaba anemia, compromiso nutricional y patologías infecciosas graves. “La corta estadía intrahospitalaria no permite una recuperación nutricional adecuada”, concluyó la docente.
Un reportaje del periodista José Julio Flores, del diario Versión Final, puso el dedo en la llaga sobre otro aspecto escalofriante sobre la desnutrición infantil: la mayoría de los niños pobres de Maracaibo come una sola vez al día y su ración depende de los programas de alimentación escolar y comedores comunitarios. Estos programas, para refrendar la tragedia, presentan escasez en sus almacenes y hasta interrupciones periódicas.
Sánchez ha certificado que 50 por ciento de los niños y jóvenes de familias pobres recibe ayuda de los programas de alimentación escolar. “Al 50% restante no se le hace seguimiento antropométrico ni están incorporados en ningún programa institucional que vele por su atención física, nutricional, medica ni pedagógica”, advierte.
En esa variable entran Arianny y su hermana Margorie. Ni a ellas ni a su madre autoridad o investigador universitario alguno las ha entrevistado para indagar sobre su alimentación. Lo más cercano a una admisión de su desnutrición son esas conversaciones casuales como la que tuvieron con aquel treintañero que le regaló 50 bolívares a cada una. Da igual que sus nombres o testimonios no estén registrados en algún formulario. Ellas, igual, pasan hambre en el anonimato.