Opinión

El prestigio del malandro

Las formas democráticas alientan la pluralidad y el saber hacer. Pero la malandrería, la tosquedad y el abuso se han transfigurado en valores públicos en ciertas mentes, fascinadas aunque no lo admitan por los logros del chavismo, así hayan sido a golpe y porrazo

portada: AP
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Entrevistado por la periodista Blanca Elena Pantin, hace más de dos décadas, el novelista Francisco Herrera Luque afirmó que a su colega Arturo Uslar Pietri le faltaba “burdel”. Se refería, me imagino, a que el autor de Las lanzas coloradas se manejaba en esferas cultas y sofisticadas, con poco contacto con el espíritu popular y, sobre todo, muy escasa propensión a adherir, recrear o justificar los códigos de la ilegalidad.
En aquel momento, la brutal afirmación de Herrera Luque, escritor de gran éxito para la escala venezolana, produjo hilaridad y no poco acuerdo. A Uslar Pietri, en cambio, no le hizo ninguna gracia. Unas semanas después de publicada la entrevista, en El Diario de Caracas, Uslar dio una conferencia en el Celarg a cuyo término se abrió una ronda de preguntas. Me acerqué al micrófono y le pedí su perspectiva de la declaración de Herrera Luque. Sin traza de humor (no era, por cierto, el fuerte de Uslar) y sin disimular el desagrado que aquella le expresión le producía, Uslar respondió que él había tenido “todas las experiencias que un hombre puede tener”. Esta respuesta me decepcionó. Lo percibí como una aceptación de haber tenido comercio con lenocinios, cuando yo esperaba que rebatiera la provocación por su vulgaridad y misoginia. Además, desde luego, por la injusta desvalorización de la obra de Uslar.
Evoco este episodio cada vez que escucho o leo que la Unidad Democrática debería “contar con la asesoría de un pran”. “A la MUD le falta malandrería, qué útil sería tener un malandro en sus reuniones”. Estas consideraciones, emitidas entre bromas y veras, reflejan no solamente una idealización del delincuente, al que se le atribuye una inteligencia y capacidad estratégica de las que el honesto carece, sino que –y es lo más grave- revela un soterrado desprecio por los valores y la conducta democrática, que siempre pero siempre están amarrados a la legalidad, a la transparencia y al establecimiento de consensos mediante procesos de consulta y respeto a las minorías.
Quienes sugieren incorporar la perspectiva malandra “porque nos las vemos con delincuentes y debemos pensar como ellos para enfrentarlos en su terreno” desestiman lo más importante de la lucha por la recuperación de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela: cuando los delincuentes se salen con las suyas es porque trasgreden todas las normas, atropellan al otro, violan los pactos y, en suma, no les importa en lo absoluto las consecuencias de sus actos. Para eso no se necesita inteligencia, ni capacidad para planificar y concebir una estrategia ganadora. Para eso basta tener la fuerza de las armas, de la violencia o del dinero y ejercerla sin miramientos. Es lo que hizo Chávez y lo que ha hecho Maduro.
La Unidad Democrática ha tenido éxitos –incluso, grandes éxitos- cuando se ha cohesionado en la búsqueda de un objetivo, cuando ha valorado las posiciones de todos sus miembros para allegarse a un discurso común y cuando se ha apegado al compromiso institucional, esto es, a la lucha electoral. Es decir, cuando ha actuado como una coalición democrática, respetuosa de las normas. No como una banda criminal que arrasa con lo que se le atraviese.
La sobrevaloración del malandro expresa una admiración por el caudillo y la idea de que ser demócrata es ser débil o apendejeado. Chávez se pasó quince años reforzando esta idea por todos los medios. Y hete aquí que la vemos repetida en quienes menos nos imaginamos. La verdad es que el pajarobravismo goza de tanto prestigio en Venezuela como desprecio concita la persona culta. Por eso vemos tantas figuras de oposición que dicen procurar un cambio y no se preocupan por formarse (la ignorancia y tosquedad de la mayoría son verdaderamente desalentadoras) e imitando las formas de expresión y conducta del chavismo, movimiento cuya base es la ilegalidad, la corrupción y la simulación.
Muy probablemente, si usted hace una encuesta entre sus conocidos para saber qué prefieren en un político, que conozca la tradición literaria y artística venezolana o que sea agresivo y chabacano, encontrará cuántos adeptos tiene la zafiedad (de la que Chávez era alto exponente).
No es coherente exigir democracia y a la vez aconsejar malandrería. Son caminos opuestos que jamás conducirán al mismo lugar.]]>

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