Perfil

Tamara Adrián, la primera diputada transgénero de Venezuela

La transgénero abogado intenta cambiar las mentalidades de un país machista y militar. Mientras tanto se afana por hacer valer sus derechos civiles y los de otros muchos que aún se esconden, ahora desde una posición más influyente: la primera diputada trans en la historia de Venezuela y de América Latina. Así, continuará las luchas legislativas que libra desde sus ropas

Fotografía: Anibal Mestre ®
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La elección de Tamara Adrian, como suplente de Tomás Guanipa en la Asamblea Nacional, puede ser la más histórica de todas. Tiene la responsabilidad de ser la tercera mujer transgénero en el mundo ocupando un curul en un Parlamento, y la primera en Venezuela y Latinoamérica. Cuando se le pregunta si llegará directo a proponer ley de identidad de género y matrimonio igualitario responde sin rodeos: “En este momento, más allá de mi bandera, debo promover acciones que solventen la situación del país. Por ejemplo una ley de acceso a la información pública”, no solo para los periodistas sino para “el control ciudadano y contraloría social que no se puede hacer sin información”. Agrega con emoción, sobre ser la primera diputada trans de Venezuela, que «es una responsabilidad muy fuerte, ha llegado el momento de que el país supere una cantidad de prejuicios y que se encuentre en las diferencias”, dice Tamara a Clímax. “A partir de ahora podemos reconciliarnos. No se trata de que todos seamos iguales, más bien de convivir sin exclusión. Para lograr eso hay que olvidar las diferencias políticas, religiosas, raciales, y culturales. No se puede permitir que todo el mundo sea uniforme”.

Tamara Adrián, quien apareció con ese nombre en el tarjetón del 6 de diciembre pero en la carta de adjudicación del CNE fue mentada Tomás, es lo que algunos podrían llamar, haciendo acopio del catálogo de términos que legó la novela romántica, una mujer apasionada. En su despacho acumula montañas de papeles, documentos, libros y revistas que revisa constantemente en su enorme afán de estar al tanto de todo lo que sucede en torno a casos similares al suyo.Se defiende y dice: “¿Tú ves todos esos libros de allí? Esos son los que me han llevado a tener un discurso propio. No he llegado lejos por una cara bonita”. Y sí que ha llegado lejos. Ha conseguido alzar la bandera del arcoiris alrededor del mundo. Ha ocupado un asiento en numerosos foros internacionales, entre ellos: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (UNICEF), y la Organización de los Estados Americanos (OEA). Ahora buscará una curul en la Asamblea Nacional de Venezuela para la que competirá en las parlamentarias de diciembre 2015. Va como segunda en la lista de la oposición en el Distrito Capital, una posición «salidora». El Consejo Nacional Electoral aceptó su postulación, mostrar su nombre femenino en el tarjetón y hasta contarla como parte de la «paridad de género» recién exigida. Todo ello, a pesar de que ninguna ley aún le garantiza su derecho a la identidad y que el propio CNE es el administrador del registro civil donde Tamara -como ella- aún no figura.

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Saca una descomunal carpeta anillada gris, que se ha hecho famosa en varios foros de discusión en Internet. Esta carpeta recoge las 151 páginas y 400 folios de anexos que hace ya 11 años introdujo ante el Tribunal Supremo de Justicia, en las que solicita un recurso de amparo que le permite cambiar su nombre y su identidad. Legalmente, Tamara se llama Tomás. “Es increíble pensar que en tanto tiempo no se les ha ocurrido hacer un cambio, o al menos leer la petición. No soy la única, hay gente de todos lados que está en la misma, incluso simpatizantes del gobierno”, comenta.

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“Desde 1.975 hasta 1.998 fuimos los pioneros de la región en cuanto al reconocimiento de la identidad de las personas transgénero. En aquel entonces había una ley que reconocía la no discriminación por la preferencia e identidad sexual. En 1.999 todo cambió y echamos para atrás”, añade. Hoy en día, Colombia, México, Argentina y Uruguay , reconocen el cambio de identidad de cualquier persona, sea cual sea su preferencia sexual. Este fenómeno venezolano de resistirse y negarse ante la discusión de todas las leyes que garanticen igualdad ante las personas homosexuales, se debe, según Tamara, a cuatro rasgos característicos del criollo:

  1. Excesivo militarismo en los entes gubernamentales. “¿Quién más misógeno y homofóbico que un militar?” dice la peliroja.
  2. Sobrerepresentación de evangélicos en el gobierno. Asegura: “el 5% de la población venezolana es evangélica. El 67% se encuentra adentro de la asamblea. Cada vez que se lleva a discutir el tema, muchos diputados lo pasan debajo de la mesa”.
  3. Pretensión de tener derecho humanos auténticos. “Nuestro país presume que no viola los derechos humanos, claro, porque el gobierno adaptó los ‘derechos humanos’ a su conveniencia, los nuestros no pareciesen ser iguales a los de todo el mundo”.
  4. Ignorancia por el nivel educativo. “Llevamos tres períodos con una Asamblea General llena de gente muy poco preparada. Dime tú, ellos dicen que primero hay que cambiar la sociedad para ver si se ajusta una ley. Todos sabemos que las leyes cambian a la sociedad, no al revés”, explica haciendo mención de las veces que las leyes han ayudado a cambiar el comportamiento social, como el voto de las mujeres y de los negros.

Cada vez que Tamara necesita cobrar un cheque, es Tomás quien va a la taquilla del banco. Cuando usa su tarjeta de crédito para pagar en un restaurant, el mesonero la mira dudoso, porque esa señora está pagando con la tarjeta y la cédula de un señor. Y en un país en el que el dato fiscal se ha vuelto tan valioso, cada vez que Tamara va a la farmacia, al supermercado o al café de la esquina y paga en efectivo, debe llenar un recibo con el nombre de Tomás Adrián.

Sin embargo, Tomás no está por ningún lado cuando Tamara habla, se sienta, camina por su oficina, pierde la paciencia porque las cosas no están en su lugar, sabe cuál es la cucharita con la que se debe servir el café, se pone crema humectante en las manos o explica cómo ese hermoso par de zarcillos que luce llegó hasta sus orejas. Tamara es completamente mujer.

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Siempre lo ha sido. “La gente piensa que uno ‘quiere ser’ hombre o mujer. Uno simplemente ‘es’. Yo pasé años de mi vida llorando por las noches y rezando para que Dios me convirtiera en una niña. Al llegar la mañana me preocupaba, si ese milagro se había cumplido, cómo lo iba a explicar. Pero nunca pasó”.

La de Tamara ha sido una vida llena de pruebas. Desde pequeña entendió que era una niña, pero durante muchos años vivió la vida de un varón porque no quería hacerle ruido al mundo que lo rodeaba. Como Tomás tuvo un matrimonio, dos hijos y una vida que trató de adaptar a los moldes que la sociedad le imponía. Pero en un punto se dio cuenta de que no tenía ningún sentido. Se armó de valor, y emprendió su cambio.

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Ha tenido que dejar atrás todo vestigio de su pasado reciente. Y no ha sido fácil. Pero, si algo parece haber sacado de todo esta contienda es una fortaleza a prueba de balas. “Buscando respuestas, he llegado a la conclusión de que no tengo muchas, pero sí tengo algunas pocas convicciones muy fuertes: yo no pedí sentir lo que siento. Pero creo que es un ejercicio de libertad personal. Uno decide vivir. Y conozco gente que ha decidido morir, no solo en esto, sino en otros ámbitos, como la carrera, la pareja, la familia. Ese ejercicio de libertad, supone que uno no tiene ningún piso. Es un terreno fangoso en el que te puedes hundir en cualquier momento. Y creo que no hay diferencias entre los hombres y las mujeres. Creo que las diferencias están en el trato, pero no en las oportunidades. Las mujeres podemos hacer casi cualquier cosa que se nos antoje. Yo me considero una feminista extrema y siempre lo fui”.

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El tema de los prejuicios es determinante en la discusión sobre la legitimidad que tiene la transexualidad como una opción de vida. “Los padres son capaces de aceptar problemas de drogas, asesinatos, delincuencia, pero por cuestiones de estereotipos no pueden enfrentar esto. Lo trasladan a ‘¿Qué van a pensar de mí?’”. Esa reacción en las familias es el reflejo de un fenómeno más amplio. Adrián señala que una de las enseñanzas que ha sacado en claro de este proceso es que “mientras uno sea más intransigente, más problemas tienes por resolver con uno mismo o mientras más trata de imponer a los demás, menos es lo que uno tiene para dar, y por eso se aferra a esa mínima porción. Las personas que más me atacan son las que tienen un cachito quemado por ahí”.

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Ecos del cambio

Para Tamara, todo se resume a las mismas reglas que han determinado la distribución de poderes en el mundo desde siempre. “Yo creo que el dilema aquí es el eterno shakespiarano ‘ser o no ser’. Aquí se plantea inclusive en términos de Heidegger: de vida o muerte. Cuando se asume ‘no ser’ por complacer o confortarte a las exigencias sociales psico-impuestas y hetero-normativas, que divide todo en sexos, clases, roles, razas, en el fondo ves que todo es cuestión de dominación de unos sobre los otros”.

Hasta el momento, ella no ha recibido ninguna respuesta del Tribunal Supremo de Justicia por su solicitud. A once años de la introducción de su caso, ni siquiera ha recibido una copia certificada de esos documentos. Su petición la ha convertido en una bandera de lucha por los derechos de los transexuales en este país. De hecho, es la presidenta del Comité Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia (IDAHO) celebrado oficialmente el 17 de mayo en todas partes del mundo, menos en Venezuela. “Este año hice una solicitud ante la Asamblea Nacional para solicitar que el 17 de mayo sea reconocido como el día en contra de la homofobia en el país. Sin embargo, hace menos de una semana nos la negaron”. Se pregunta: “si mi solicitud viniera por un tema de racismo ¿tendría la misma respuesta?”.

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Entre otras muchas acciones, ha hecho un inventario de casos similares al suyo que han provocado decisiones legales en distintos países. No todos, por cierto, muy lejanos. En Perú, en 2004, se le reconoció a un policía la reincorporación a ese cuerpo, después de haber sido despedido de su cargo por haber contraído nupcias con una mujer transexual. En Cuba se estudia una propuesta para autorizar operaciones de cambio de sexo y modificaciones de documentos. Y en Colombia, quien quiere tramitar su cambio de sexo legalmente, puede hacerlo con una serie de pasos tan sencillos como los que debe seguir cualquier ciudadano para tramitar una cédula o un pasaporte, como puede verse en el sitio web.

Estas evidencias, solo algunas de las muchas que engordan la carpeta de Tamara, no han sido suficientes para el Tribunal Supremo de Justicia en Venezuela,

Justo a tiempo

Pero no es esa exposición constante de la vida privada al ámbito de lo público lo único ni lo más grave que debe vivir un transexual, cuya identidad ha sido negada desde lo legal; en general, casos como el de Tamara son los menos frecuentes. “La mayoría de los transexuales tiene un nivel muy bajo —algunas páginas especializadas ubican esta cifra en un 70%—, y no pueden desempeñarse en oficios especializados. En este sentido, si eres transexual hombre, puedes ser obrero, pero si eres mujer puedes elegir entre buhonera, peluquera o prostituta”, señala Tamara Adrián.

El tema de la salud también es materia de preocupación. “Las personas transexuales se hacen cambios por su lado, sin ninguna o con muy poca asesoría, consumen hormonas sin prescripción y hasta sé que aquí se han hecho operaciones por debajo de cuerda”, subraya. Y si bien, los índices de transexualidad son proporcionalmente en casi todos los países y clases sociales —1 sobre 30 o 40 mil personas, aproximadamente—, las condiciones para asumir la identidad y el estado ideal, difieren entre las sociedades. En la página web de Lynn Coway —hecha por un ingeniero transexual estadounidense que tuvo una importante participación en el desarrollo de chips para IBM— pueden verse casos de transexuales en todo el mundo que no solo han tenido acceso a los medios para cambiar satisfactoriamente su cuerpo y sus identidades, sino que han podido empezar a hacerlo en edades tempranas.

Los últimos esclavos

Tamara Adrían también maneja información sobre personas que no han podido asumir exitosamente el cambio que emprendieron. “Sé de varios casos en los que la persona fue operada y reasignada, pero o la enviaron a otro país —conozco a una muchacha a la que la familia le pagó la cirugía en una clínica en Caracas y luego la mandaron a Italia—, o la encerraron en sus casas para que nadie las viera. También sé de un muchacho heterosexual a quien la esposa le maneja las cuentas porque él no tiene ni siquiera una cédula y de otro al que la familia quería desheredar porque, legalmente, ‘no existe’. Y recuerdo con dolor el caso de Esdras Parra —escritora, transexual, fallecida hace unos años—, quien se enfermó de un cáncer en la lengua, una cosa que te hace pensar en lo que pudo haber dicho y no dijo”.

Tamara Adrián dice que nadie puede hablar por los transexuales excepto ellos mismos, “pues nadie puede entender en realidad de qué se trata vivir así. Por eso es que esta lucha es importante, porque en casos como el mío es un discurso auto referencial, y eso tiene un valor enorme para quien necesita ayuda”.

La discriminación que han vivido y continúan viviendo las personas transexuales en todo el mundo, los convierte, según Adrián en “los últimos esclavos”. Hace ya más de 4 años que Tamara dejó atrás el cuerpo de Tomás. Pero sus documentos le cuentan a todo el que los ve una historia que solo le concierne a ella. Historia que, por cierto, ha sido ampliamente reseñada por los medios de comunicación nacionales e internacionales. Como sucede con todo aquel que pelea por una causa enorme, la que Tamara lleva a cuestas la ha convertido en una figura pública. Va recurrentemente a talleres y conferencias e inclusive usa su experiencia personal para ayudar a otras personas que están en pleno proceso de cambio. Para el año entrante espera tener lista y operativa una asociación sin fines de lucro que prestará asesoría legal a transexuales de escasos recursos en Venezuela.

También quiere entrar en la Academia Venezolana de Ciencias Políticas donde espera “que no apliquen los mismos prejuicios, porque además tengo todos los méritos, modestia aparte”.

Tamara se considera creyente. Cree que está aquí porque tiene algo que aprender. Cree que sus vidas tienen mucho más sentido y están felices de ser quienes son. Cuando le preguntas, ¿Y, no estás cansada que siempre te llamen para hablar de lo mismo? Responde con alivio: “Llevo 20 años en esta lucha, y todos los días descubro nuevos motivos por los que seguir. ¿Cuántas personas conoces tú que estén cambiando el mundo?”.

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