Semblanza

"La Sifrina" y "La Bachaquera" hacen cola en Caurimare

A Laura Pérez y a Yubraska Chacón les irritan las etiquetas estigmatizadoras. Tanto la construcción en disco de pasta del grupo Medio Evo como la hija del Whatsapp carecen de un rostro reconocible, aunque ambos arquetipos femeninos han sintetizado, como pocas, la transición entre el Viernes Negro y ese final que no terminó de comenzar el 6-D 

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Caurimare es el Hollywood de Caracas. Hasta tiene el mismo número de letras. Caurimare no es tan cool: ninguna parte ya de Caracas, en realidad. En todas hay colas. A Laura Pérez le hubiera parecido una película apocalíptica —faltaban dos años para Terminator—, pero en Caurimare se tragaría gas de bombas lacrimógenas en las guarimbas de 2004 y de 2014. Hoy cincuentona, si es que no se ha ido del país, lleva sol y compartió otro febrero que le han robado al lado de Yubraska Chacón, madre de cuatro hijos que se ha venido desde la redoma —se supone que de Petare— hasta el Plan Suárez de El Cafetal para buscar productos regulados.

Ambas odian las etiquetas estigmatizadoras. A Laura, “La Simpar de Caurimare” que se reía de Janeiro mientras viajaba a las Baleares justo antes del Viernes Negro de 1983 —ya no puede pagar ni una Semana Santa en Margarita, para ella un destino de monos en los años ochenta—, le irritaba que le dijeran “sifrina”. La Yubraska, especie de Doña Eufrosina de las historietas de Memín Pinguín que se solidariza con Lilian Tintori —¿la sifrina santificada de 2016? — y le recomienda que “tienes que engordá, marica, no quiere que la llamen bachaquera, sino “comelsiante”.

Otras comparaciones no encajan como el “cuídate ese durce dentro de los apuntes de puericultura que le prestaba la estudiante de Caurimare a un compañero de clase. Laura, la mascadora de chicle aficionada al windsurf que decía “fantabuloso” con la boca retorcida hace 33 años, es la creación inmortal y la única que se coló en la autopista del gusto masivo, pero no necesariamente la más elaborada del grupo Medio Evo, el hobbie en joda de un puñado de músicos intelectuales que dejaron unos cuantos discos de pasta de antología.

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De partida de nacimiento todavía no investigada, Yubraska, la marginal ordinaria que, harta de hacer colas, se cuadró con la oposición el pasado 6-D —probablemente de manera circunstancial—, es la hija de una era de audiencias mucho más fragmentadas. Como lo hizo en su momento Laura, escaló azarosamente hasta Sábado Sensacional —el Olimpo del mainstream—, a pesar de ser un fenómeno no tan contagioso para los neandertales rezagados en la tecnología de los audios empaquetados de Whatsapp. Si le creemos a la entrevista anónima que publicó el diario El Universal, la comadre de Yudirce nació de la inspiración de un publicista-humorista que, como tesis de grado, se propuso imitar la propagación viral del Zika, a pesar de que los evangelistas de las redes sociales pontifican que lo espontáneo es lo que se propaga más rápido. Circula ya su propia canción, el “Yubraskatón” —“hazme un stripel, bájame el zipel”, embiste el coro—, aunque no es su producción más representativa.

Ni Laura ni Yubraska tienen exactamente un rostro, a pesar de que el himno funk de la Simpar de Caurimare se convirtió en el “Light my Fire” del grupo Medio Evo: los helados Tío Rico, entonces del Grupo Cisneros, compraron los derechos para ponerle a la voz de la sifrina de la cantante Pimpi Santistevan el poco intervenido cuerpo en bikini de Kristina Wetter y llevársela para Paparo con Roberto en el Camaro. Pero ambas tienen cosas que decir acerca de las aspiraciones contrastantes de los venezolanos en dos encrucijadas fatídicas de la historia contemporánea, «un arco narrativo de la ‘desmodernización’ de Venezuela» como afirma Tony Frangie Mawad en el artículo From Laura Pérez to Yubraska Chacón publicado el 20 de enero en  Caracas Chronicles.

“El Viernes Negro de 1983 jamás estuvo ni remotamente en la imaginación de nosotros ni del público cuando sacamos la canción de Laura en 1982. Nunca planificamos hacer un reflejo sociológico de lo que pensaba una categoría de jóvenes”, asegura hoy Santistevan, la cara de bajo perfil que pocos asocian con ese anglicismo indescifrable con el que Laura sigue cerrando en Youtube sus oídos ante las palabras necias. “Aquella era otra vida, totalmente diferente. Cuando proyectamos el futuro, generalmente creemos que las cosas van a mejorar, no a empeorar”, suspira Ana Valencia, otra de las integrantes del Medio Evo junto a Carlos Moreán, Gonzalo “Chile” Veloz y Álvaro Serrano.

De Madonna a Nicki Minaj

Lo más tentador, pero no necesariamente lo más desorientado, es incurrir en el análisis epidérmico. Suponemos que Laura tiene una piel tan blanca como la de Madonna: una entre esos venezolanos de origen europeo que, según un controversial reportaje transmitido por Venezolana de Televisión (VTV), jamás se han adaptado realmente a un país tropical e integran 60% del bíblico éxodo por el desaguadero policromo de Maiquetía.

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Se podría especular que Yubraska, al igual que Nicolás Maduro, realmente no nació en Venezuela: quizás vino entre esa inmigración de fronteras porosas que “echó a perder la raza”, sostienen no pocos de la boca para adentro y para afuera. Lo que coloca su misterioso autor como imagen en el perfil de la cuenta de Twitter (@layubraska) es una silueta oscura: hace recordar a Saartjie Baartman, alias la “Venus Hotentote”, la sudafricana que fue llevada a Europa en el siglo XIX para ser exhibida en circos humanos debido a su esteatopigia —así se refiere un médico de la Clínica Metropolitana a un culo gigantesco, al menos cuando está en consulta—, y cuyo esqueleto se mostró como curiosidad en el Museo del Hombre de París hasta una fecha tan cercana como 1974, con el mismo morbo que hoy despierta el videoclip de la Anaconda de Nicki Minaj.

Exclusión e inclusión. Clase media y clase baja, o al menos la visión que se tiene de esta última desde la clase media que, menguada y todo, sigue manejando el grifo de las grandes narrativas. Lo mejor y lo peor de un país, desde cierto punto de vista elitista y racista pero no menos latente. Lo más superfluo y lo más auténtico, según otra perspectiva más condescendiente pero no menos paternalista. La apolítica, wannabe e individualista Laura y la indiscreta Yubraska, deseosa de ser aceptada como un grupo de lobby en la nueva Asamblea Nacional e incorporada a la globalización como comentarista del Miss Universo, se dan la mano en el municipio Sucre, especie de monte Armagedón donde se decidirá el destino de Venezuela, para relatar cómo a un proyecto de nación primermundista se lo llevó el diablo en cuatro décadas.

Un timing inmejorable

El politólogo, locutor y gurú de —alta o baja— cultura pop Joaquín Ortega no está convencido de la autenticidad del fenómeno, aunque lo respeta como síntoma. “Tengo la extraña sensación de que ningún evento que se vuelva viral es 100% azaroso. Responde, evidentemente, a una estrategia enfocada a impactar un nicho y con un interés que es colocar, en la estructura de opinión personal, una serie de verdades, realidades o percepciones. Las propuestas políticas de este tipo las evalúo por los dos tipos de impresiones que me generan: verosimilitud o no y el timing. El público de la Yubraska es opositor, con cierta tendencia a entender el mundo de ciertos segmentos sociales con un tono y modos reconocibles. Pero para otras miradas, un poco más despiertas, se sentía como una serie de contenidos dramatizados con unas gramáticas no necesariamente cónsonas con la jerga y relacionamiento que se da en el supuesto mundo del personaje construido”, explica. Ejemplo tomado al vuelo: un audio en el que Yubraska dice cachetada en vez de bofetá, al parecer mucho más en boga. Los inevitables riesgos de un work in progress que, a diferencia de  la electricidad estática en un surco de vinil, se retroalimenta con acontecimientos en pleno desarrollo.

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“Los sifrinos contemporáneos de Laura Pérez, la de Caurimare, en 2016, están alrededor de los cincuenta años. Por lo general, tienen oficio definido, formaron familia y, como diría el viejo Marx, son pequeños propietarios; al menos de un apartamento y un automóvil”, esquematiza el sicólogo social Leoncio Barrios acerca de aquellos trotamundos ahora claustrofóbicos. “Como Laura, tuvieron oportunidad de viajar al exterior, sobre todo a Miami donde era barato y compraban de a dos; quizás cruzaron el charco en viaje de 15 años o de graduación. Rumbearon en Las Mercedes y el mirador de La Alameda, tomaron birras en el café de Rajatabla, bailaron disc music en West, Hollywood o L’Antro y salsa en el Maní. Disfrutaron de Caracas, la vivían. Muchos de ellos ya no la reconocen por el tiempo que llevan afuera. Se hicieron extranjeros. Otros, aquí siguen, echándole pierna para poder sobrevivir, añorando la ciudad en la que se podía salir a rumbear, tomar el Metro con tranquilidad o ir en su nave sin ir paniqueado por el toquecito en el vidrio de la puerta y el secuestro express. Tratan de conservar otros países en su memoria”.

“Los veinteañeros de 2016 no saben quién fue Laura Pérez ni se calaron sus maneras. Les hablas de los los waperó y pensarán que es warao. Viven encerrados en una ciudad de noches cortas. No hay amaneceres en la playa después de comer tostadas al salir del rumbón. El mundo se les hizo chiquito. Tener un carro, ni pensarlo. ¿Un apartamento? Ni alquilado. El país de la revolución bonita se les puso feo. A los que no se han ido, no les queda otra que soñar en irse demasiado”, agrega Barrios.

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“La política y los contenidos dramatizables llevan hace un buen tiempo una estable amistad, pero hay que moverse con tino para que no parezcan paródicos insensibles, sino paródicos empáticos. Desde el principio, la propuesta de Yubraska no me gustó, pero eso no quiere decir que su éxito no hable también de los tiempos que vivimos. Unos tiempos de inmediatez, baja reflexión y tendencia a ver con liviandad el pequeño infierno cotidiano que construyó un proyecto político destructivo de la humanidad y constructivo para las mafias y los rapiñeros”, desliza Joaquín Ortega.

En estos 33 febreros de espacio entre el viernes 18 de 1983, en que se acabó para siempre el 4,30, y el miércoles 17 de febrero de 2016, que prolongó el cataclismo cuántico del bolívar fuerte, ha habido otros constructos arquetípicos memorables en el humor popular: la Coconaza de Radio Rochela, por ejemplo, le puso centímetros cúbicos a la explotación del cuerpo como modelo de vida; y Yasuri Yamileth, a pesar de su origen extranjero, sintetizó una devastación cultural que podía abarcar desde el reguetón hasta el pranato penitenciario. Pero espontáneas o no tanto, Laura “La Sifrina” y Yubraska “La Bachaquera” cierran un ciclo de plétora y mezquindad que también puede leerse a la inversa, según se prefiera.

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