Sexo

Camila Montalbán, la gocha sádica de España

Tacón dentro de la boca, tacón pisando testículos. La mistress venezolana radicada en España, Camila Montalbán, disfruta estar al mando del sexo y, por supuesto, que otros sientan placer a través del dolor

Texto: Mawarí Basanta Mota | Fotografía: Xavier Vásquez
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Son los zapatos de tacón sus instrumentos de dominación favoritos, pero dentro del umbral de la fantasía BDSM —Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo— todo cuenta: insultos, asfixia inducida y juegos extremos que incluyen cortes en el cuerpo del sumiso. Sin embargo, Camila confiesa que no llega a tanto, nada de romper o castigar hasta el límite de la sangre. En sus palabras: ella es una mistress más sutil. Utiliza látigos, dildos, cera caliente y llega a practicar el fisting o fist fucking, que no es más que la penetración anal usando la mano o todo el brazo.

Mientras que para algunos clientes unas cuantas groserías y un par de cachetadas son suficientes, otros pagan una hora solo para lamer los pies de su “ama”, pero también están los hombres deseosos de sacudir el borde de lo prohibido, esos que piden que le introduzcan tres o cuatro consoladores a la vez. Son tantas y tan variadas las peticiones, que Camila termina la explicación de esta especie de restaurante sadoerótico con una frase: “hay para todos los gustos, es un tema muy amplio”.

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Camila supo de sus límites cuando uno de sus esclavos le pidió que lo amarrara y lo dejara así, atado dentro de una jaula por una semana, se negó. “Yo soy más sutil, no soy de esas que castiga o rompe”, dice la mujer nacida en el estado Táchira hace 29 años.

La imaginación corre por cuenta del sumiso, quien debe pagar el tributo de 300 euros la hora, que incluye a una “ama” —en este caso Camila— y una o dos chicas para el sexo. No sin antes dejar muy en claro en su contrato de esclavitud: qué desea, cómo lo desea y hasta dónde su masoquismo roza el límite del dolor y su propio tabú.

Cuando las reglas están claras, cuando todo está dicho, es la última vez que el cliente pide algo, después de eso, será un esclavo que solo va a recibir dosis de castigos.

Y ahí es cuando entra Camila.

El brillo de la domadora

Camila toma su papel de dominatrix como un pasatiempo, una actividad que realiza en sus ratos libres, un agregado para sus fanáticos mientras funge como periodista en Barcelona, España, y entrevista a personalidades del mundo porno y artistas de la farándula. No solo eso, también se preparó como Showwoman y anima en los festivales de cine para adultos. En esos espectáculos está en la tarima al mando de las escenas de masturbación y sexo en vivo.

Un trato directo con la gente que le alimenta una parte que muy pocos ven cuando se quitan la ropa, pero que todos tienen en menor o en este caso en mayor proporción, su ego. “A mí me gusta ser una Showwoman porque tienes ese contacto cuando vas a un festival. El público te admira, te ve un cuerpazo y que eres venezolana”.

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Estar metida en el voraz mundo de la fama, le hace confesar que ella no la busca y que tampoco le importa. Aunque cuenta con mucho orgullo una anécdota: el día que un cliente lloró en una sesión de sadomasoquismo, no porque se extralimitara con las sádicas caricias de su látigo o tacones, sino porque el hombre no podía creer que podía tocar y hablar con la Diva —empaparse de su estela de estrella.

“Hay muchos hombres que quieren estar conmigo”, responde cuando pone el primer freno a algo que no haría: películas pornográficas. Las propuestas llegan todos los días, pero Camila no quiere ser una más del montón. “No quiero encasillarme en algo que ya existe. No soy la única reportera, tal vez no soy la única enfocada al erotismo, pero sí soy la única que sobresale de todas las que están”.

En un círculo donde proliferan sin descanso tetas, nalgas y órganos sexuales de todos los tamaños y colores, la Dominatrix venezolana le huye —en parte— al desnudo. Se ha desvestido parcialmente, pero tampoco quiere ser catalogada como una de esas chicas que han mostrado hasta sus marcas de nacimiento. Lo que sí está pensando muy en serio, es protagonizar alguna película para adultos: “donde folle a los hombres o a las mujeres con arnés, en donde muestre esa parte sexual que existe y que podemos llegar a ser, pero desnudo por ahora no quiero”.

Ni es lesbiana, ni es bisexual, ni es heterosexual, Camila Montalbán no se encasilla en unos roles preestablecidos por la sociedad. Lo de ella es algo más directo, porque si tiene la curiosidad va por ello y lo experimenta. Eso sí, le gusta tomar el control, hasta en su vida personal.

El amor de la domadora

Con una familia que la apoya incondicionalmente, Camila entra en sus relaciones con los hombres cediendo un poco, dando la mitad para que otros la dominen, pero solo en la cama, porque la vedette deja las reglas del juego bien claras: el trabajo es una cosa y su pareja es otra. Muchos entran en su vida como admiradores, pero terminan ocupando un lugar en su corazón hasta que llegan los celos. “Mis relaciones han terminado por gente que no sabe cómo llevar esto, porque son personas que creen que me conocieron en un convento o en una iglesia”, hace befas.

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En gustos personales, nada de hombres derrochando físico o pendiente más de los músculos que de la relación, lo de ella —aunque suene imposible de creer— son “los gordos y feos porque son los que más sentimientos tienen”. Del tamaño del pene, ni siquiera apunta medidas astronómicas. “Hoy en día me voy más por la lengua que por lo demás. Muchos pueden tener un miembro muy grande, muy pequeño, muy bien trabajado, pero la mayoría se cansa, en cambio la lengua no. Lo que no puede hacer con lo de abajo que lo haga la de arriba”, aconseja.

Los orígenes

Con su cabello rojo intenso, piel blanquísima y traje de látex negro, Montalbán llama la atención. Con medio cuerpo lleno de tatuajes, es en sus nalgas donde está calcado el recuerdo más significativo: pisadas de un felino para cubrir las heridas de bala que le dejó un secuestro en Venezuela, marcas para toda la vida que reafirman por qué se fue y por qué no piensa volver jamás.

Fue en Caracas donde empezó su contacto con el estrellato. Era una figurante más en los canales de TV nacional, pero luego mutó a ejercer el cargo de manager de las pornstars venezolanas Allison Miller y Lismar Bravo. Uno de esos trabajos la llevó a visitar España para entrevistar a Nacho Vidal, el pornstar más conocido del país, famoso entre otras cosas, por el tamaño de su hombría erecta.

En ese festival empezó a crear una red de contactos con todo el mundo porno y decidió radicarse en Barcelona con una misión que todavía ejerce: ser presentadora y reportera. Y aunque en eso se quiere enfocar, en su faceta dentro del mundillo de la farándula, es su papel como dominadora lo que enciende el foco de las preguntas.

¿Qué debe tener una buena Mistress?

Debe tener claro lo que desea consigo misma. Hay muchas que dicen ser Mistress, pero en realidad no son sino fracasadas o tienen desamor y por medio de este oficio quieren hacer pagar sus frustraciones a personas que no tienen culpa.

¿Disfrutas tanto el papel que no ves fecha de caducidad para ese “animal que tenía dormido”?

—Siempre voy cambiando para no aburrirme y no cansarme de lo mismo.

Entre tantas opciones que has experimentado, ¿qué cosa nunca te ha despertado curiosidad?

¿Qué no haría? No sé, es que creo ya lo he hecho todo.

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