En un salón del emblemático liceo Fermín Toro, en el centro de Caracas y a pocas cuadras del palacio presidencial de Miraflores, 15 bachilleres sentados en pupitres responden en una hoja en blanco las preguntas fijadas en papeles sobre la pizarra: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?. Es parte de la lección del día en uno de los programas de formación acelerada de docentes del gobierno chavista.
“Nosotros somos futuros maestros de la patria”, así lo reconoce una de las participantes del programa justo antes de presentar, junto a un grupo de seis jóvenes, su primera tarea ante sus compañeros: exhibir un símbolo patrio con el cual se identifican. Este módulo inicial corresponde a la “identidad nacional”.
Quienes se inscribieron en el programa lo hicieron con la mejor de las intenciones, atendiendo la necesidad de suplir una carencia docente evidente. Es el caso de una de las estudiantes, que hace poco descubrió su vocación: ser maestra de preescolar. Ella tiene 23 años, es bachiller, y encontró en el programa una oportunidad para aportar a la educación. Aclara, pidiendo reservar su identidad pues no quiere ser expulsada del curso, que inicialmente estaba preocupada porque el programa se enfocara solamente en conceptos políticos desde el chavismo. Pero confiesa que durante el transcurso de las primeras dos semanas de clases ha podido rescatar material útil.
Entre las materias que le han sido impartidas están pedagogía crítica, pedagogía popular, análisis de medios de comunicación y análisis jurídico de instrumentos legales como la Lopnna. Eso sí, en las clases se mencionan reiteradas veces el Plan de la Patria, la guerra económica y las misiones, entre otros aspectos de la narrativa oficial. “Es realmente incómodo cuando hablan de política, porque a mí no me interesa, en tal caso cuando yo sea profesora quiero que mis niños reciban valores, arte, cultura, conocimientos y aprendan manejar sus emociones. Tú a un niño de preescolar no puedes inculcarle política”, afirma.
En esta aula están reunidas unas 15 personas de las que atendieron el llamado para suplir las carencias del sistema de educación pública nacional en materia docente. Se trata de un programa oficial que el 10 de septiembre comenzó a formar a una nueva cohorte de futuros profesores -profesionales o bachilleres-, cuyas edades oscilan entre 19 y 50 años. La promesa es que en cinco semanas será impartidos los conocimientos esenciales y las estrategias pedagógicas necesarias para sumarse a las aulas en el período escolar 2019-2020, cuyo inicio formal es el 16 de septiembre.
Antes, otros grupos han pasado por los pupitres de planteles públicos -durante las vacaciones escolares- para recibir el diplomado de 420 horas de la Micromisión Simón Rodríguez que surgió como respuesta por parte del Estado ante el déficit de maestros en el país. El 1 de agosto, la alcaldesa de Caracas Érika Farías anunció el «Registro de Maestros Emergentes».
Al día siguiente, el Ministerio de Educación (ME) calificaba como «fake news» que el asunto fuese el inicio de una formación de «maestros express».
A pesar de que la imagen difundida en aquella oportunidad no era de emisión oficial, lo cierto es que el programa comenzó a implementarse desde mediados de agosto. Y aunque el término “chamba juvenil” es omitido, la carpeta donde se registran los datos de los futuros docentes en la sede de la Zona Educativa del Distrito Capital lleva impresa la etiqueta “Gran Misión Chamba Juvenil”.
Pese a ello, y consultada al respecto, la encargada de orientar a los interesados que llegan a preguntar por las inscripciones no encuentra palabras precisas para identificar este curso de formación, aunque insiste no tiene nada que ver con la Misión Chamba Juvenil, anunciada por Nicolás Maduro en 2017 prometiendo a jóvenes de entre 15 y 35 años capacitaciones de lapsos cortos en áreas de salud, mantenimiento urbano, educación, entre otros, en el Instituto Nacional de Capacitación Educativa y Socialista (Inces). Habla de «propedéutico» y de «inducción».
En el salón del Fermín Toro las actividades comenzaron con la bienvenida por parte de una de las instructoras, con aplausos. “Aquí no estamos formando ningún maestro exprés, como dicen por ahí. ¿Que cómo va a ir ese bachiller a dar clases? Pues ese bachiller se está instruyendo. Además ustedes van a ir a la nueva universidad”, comenta la encargada del grupo. Trasmite así un discurso parecido al que dio el propio ministro Aristóbulo Istúriz el 27 de agosto.
Se refieren a la Universidad Nacional Experimental del Magisterio “Samuel Robinson”, donde los involucrados continuarán los estudios luego de las primeras cinco semanas de formación, y mientras se desempeñen como maestros en las escuelas públicas. Esta cohorte ya podrá dar clases a los niños a partir del 16 de octubre cuando reciban su credencial, explica al grupo Ivette Rodríguez, una de las coordinadoras del Programa Nacional de Formación Docente en el lugar. “Es una universidad diferente, ya verán. Las clases serán viernes en la tarde y sábado en la mañana, el resto de la semana podrá ejercer la docencia”, señala Rodríguez.
La Universidad del Magisterio fue creada por decreto presidencial el 1 de noviembre de 2018, para servir a «más de 70 mil educadores y educadoras», aunque en su perfil de Wikipedia afirma tener 130 mil inscritos. La institución está dirigida por Belkis Bigott y su sede principal es el Centro Araguaney, una oficina en la sede del Ministerio de Educación en la capital.
El 20 de agosto, el magisterio protestó en rechazo a «salarios de hambre» y en contra de los «maestros exprés» frente al liceo Andrés Bello de Caracas, uno de los puntos donde se desarrolla el programa de formación. “Nosotros no vamos a permitir que unos bachilleres vengan a querer a robar la educación con cuatro meses de preparación cuando la licenciatura tarda cinco años en conseguirse”, dijo en aquella oportunidad René Zapata, coordinador de operaciones de la Coalición Sindical Nacional. Orlando Alzuru, presidente de la Federación Venezolana de Maestros, aseveró entonces que si ese plan de formación realmente se estuviera aplicando sería “la locura más grande en contra de la educación».
Pero ya antes de terminar el periodo escolar pasado había indicios de cómo se incorporarían los de Chamba Juvenil a las escuelas. Así lo recuerda la profesora Carmen Hernández, docente del liceo Leopoldo Aguerrevere en Caracas, al asegurar que presenció el ingreso al plantel de lo que ella describe como «adolescentes con una sospechosa formación, específicamente en el área de Educación física».
Un déficit que tiene tiempo
Desde el año 2012, al menos, se habla de la insuficiente cantidad de docentes en el país. El Centro de Investigaciones Culturales y Educativas señalaba entonces que el déficit en las áreas de ciencias era de 40%. En 2014 el entonces ministro de Educación, Héctor Rodríguez, decía que en el país hacían falta “entre 1.100 y 1.500 maestros”, y llamó a los jubilados a reincorporarse a las aulas de aquellas materias más necesitadas.
En 2017 el déficit rondaba el 50%, según cálculos del docente e investigador Leonardo Carvajal. Desde entonces un elemento adicional se ha incorporado a la ecuación: la migración. En 2018 Fetramagisterio calculaba que 40% de los educadores en Venezuela se habían ido del país.
Carlos Calatrava, jefe del Departamento de Ciencias Pedagógicas de la Escuela de Educación de la UCAB, estima que durante el año escolar 2018-2019 hubo una deserción del 30% de profesores de educación básica y media. El dato coincide con los cálculos del informe presentado por la ONG Unidad Democrática del Sector Educativo (UDSE) en julio pasado.
La subcomisión de Educación de la Comisión de Desarrollo Social de la Asamblea Nacional estima que la deserción de maestros y profesores alcanzó los 300 mil docentes el período pasado, debido a los bajos salarios y las pésimas condiciones de vida. Es más, la Federación Venezolana de Maestros calcula que en el país hacen falta 150 mil educadores. La coordinadora de la UDSE, Raquel Figueroa, ha dicho que la desvalorización del salario ha hecho que los maestros «ya no puedan subsistir», haciendo de la carrera docente una en franca desaparición.
En 2019 la respuesta ha sido el programa calificado como exprés. Una reacción que la investigadora del Observatorio Venezolano de Educación Olga Ramos advierte “se aprovecha de la necesidad de los jóvenes que son bachilleres desempleados y les dan una formación vaga a cambio de un salario mínimo”.
Recuerda que el quiebre en el sistema educativo con los planes de formación de docentes se remota desde hace más de una década cuando nació la Misión Sucre que incluía formación en Educación. “Los maestros se formaban en tres años, pero el problema era que el currículum tenía una parte importante de contenido sobre el socialismo, en vez de formación académica”, explica Ramos.
En 2014 surgió la Micromisión Simón Rodríguez dedicada a preparar a los maestros. “Crearon muchos cursos para que los docentes los tomaran progresivamente, pero no hay un eje formativo, es instruir a cuenta de retazos. Es muy distinto esto a que un licenciado quiera hacer cursos para seguir formándose. Tampoco es lo mismo entrar a las aulas tan pronto sin hacer una evaluación previa, a prepararte a través de prácticas universitarias con un supervisor de por medio”, señala la investigadora.
El contenido de los programas de formación de bachilleres en 2019 causa preocupación. Carlos Calatrava cree que aun cuando estos docentes pudieran tener noción de las áreas que van a impartir no se garantiza que tengan competencias de didáctica, pedagogía, planificación, evaluación y más. “Tres veces más peligroso es el plan Chamba Juvenil, ya que ni siquiera manejan los contenidos. Nadie tiene acceso a esos planes de estudio, nos enteramos de las graduaciones porque salen en el canal ocho. No sabemos lo que está por detrás”, advierte.
Olga Ramos admite que Venezuela atraviesa una emergencia humanitaria compleja y pudiera requerir medidas extraordinarias como la incorporación de personal no docente al oficio para garantizar el derecho a la educación de los niños, niñas y jóvenes. Pero le resulta alarmante que el Ministerio de Educación se niegue a revelar por lo menos los sistemas de evaluación de sus programas de formación.
“Está bien crear un mecanismo para incorporar docentes. Sin embargo, es importante conocer y evaluar el programa. No hemos visto los materiales que el Ministerio está preparando para ayudar a formar a estas personas. No hemos visto la evaluación que garantice que sepan lo que van a hacer, ni un acompañamiento por parte de un supervisor”, explica.
Desde el sector privado también se buscar aportar. La Universidad Católica Andrés Bello tiene dos programas de formación para educadores, ambos semi presenciales y aprobados por el Consejo Nacional de Universidades. El Programa Especial de Licenciatura en Educación fue fundado en 2011 y está dirigido a profesionales no titulados en la docencia que trabajan en alguna institución educativa, para obtener la licenciatura en dos años. El segundo, el Programa Especial de Profesionalización de Docentes en Ejercicio, va destinado a bachilleres que ya dicten clases en alguna escuela. “Ofertamos tres menciones, prescolar, integral y pedagógica, que es para el componente administrativo de la escuela. Es un intensivo de cuatro años”, explica Calatrava.
¿Y dónde están los maestros?
Carmen Hernández no puede más. Tras 15 años de ejercicio docente en el liceo Leopoldo Aguerrevere en el área de Ciencias sociales, prefiere dejar a un lado su marcador gastado y el borrador de pizarra. Una decisión difícil para una mujer que desde los ocho años anhelaba con ser maestra. “En mi familia hay un récord de profesores. Yo me enamoré de la docencia por mi tía, que me llevaba a sus clases cuando apenas era una niña. Y como estudié en el Aguerrevere lo ideal era trabajar allí”, relata.
Carmen hizo de todo para mantenerse activa en la enseñanza, a pesar de un salario que no le aportaba lo suficiente ni para el transporte público, las precarias condiciones del planteles, y la deserción de los propios alumnos durante el periodo escolar 2018-2019. Pero los atropellos por parte de una directiva impuesta en junio pasado por el Ministerio de Educación -que supuestamente persigue a quienes protestan- fueron la gota que derramó el vaso. No ha vuelto a esa aulas. “Tendría que gastar dos mil bolívares diarios y gano como 70 mil bolívares mensuales. Lamentablemente, tengo que comer, soy madre soltera y aunque mi hija también trabaja, no puedo resolver con ese salario”, enfatiza.
El magisterio se regía por un contrato colectivo firmado para el período 2018-2020 por el anterior ministro de Educación, Elias Jaua. La vocera del Sector Educación de la Coalición Sindical Nacional, Gricelda Sánchez, explica que este documento establecía que un docente de categoría uno, el menor rango, ganaba por lo menos seis salarios mínimos; y el sueldo aumentaba progresivamente por categoría. Además, se garantizaban aumentos salariales cada trimestre.
Con la reconversión monetaria anunciada en agosto de 2018, el contrato colectivo quedó anulado. “El sueldo de los educadores quedó sepultado, no se han cumplido las cláusulas ni se hicieron los aumentos salariales que correspondían”, denuncia Sánchez. Por si fuera poco, los maestros denunciaron ante la Asamblea Nacional que recibieron el 10 de septiembre un bono especial por el inicio de clases de apenas Bs. 2.028.
El inicio del año escolar 2019-2020 fue por tanto con una masiva protesta frente al Ministerio de Educación, en Caracas, el 16 de septiembre, de docentes reclamando los exiguos salarios y las precarias condiciones laborales. La convocatoria terminó con un llamado a paro nacional y agresiones por parte de uniformados y civiles armados contra los maestros.
Maribel García da clases en la escuela Mercedes Limardo de Antímano. Desde enero pasado ha recladao fuertemente la precaria remuneración, a pesar de sufrir acoso e intimidación por parte de la Zona Educativa, el Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes e incluso representantes del Consejo Comunal de Padres, según denuncia. «Me vigilaban y preguntaban a cada rato qué estaba haciendo. Lo más lamentable es que mis colegas abandonaron la lucha y dejaron de hablarme. Te estoy hablando de que tengo 17 años en ese plantel, yo no estaba habiendo nada malo, luchaba por ellos”, agrega.
En septiembre no volvió a las aulas. Tomó un trabajo en otra rama para poder subsistir. “Como dicen por ahí, amor con hambre no dura”, comenta. Como mucho, ganaba 120 mil bolívares por 40 horas en cada escuela que trabajó.
En cambio, Carlos Garrido se mantiene firme en dar clases cada día. Le toca viajar desde los Valles del Tuy hasta La Bandera, y caminar al liceo Luis Urbaneja Achelpohl, en Caracas, donde se desempeña como profesor de Matemáticas. Sale de su casa a las tres de la mañana para llegar puntual al plantel.
Carlos es Ingeniero en sistemas e ingresó a la institución hace unos cuatro años respondiendo al déficit de maestros. Lo que no esperaba era enamorarse de este oficio, tampoco que el miedo a que su hija de 15 años sea educada por un «chambista» lo impulsara a continuar. “La problemáticas sociales que tienen nuestros muchachos se han agudizado en los últimos años. Muchos de ellos no tienen a sus padres en el país, y de alguna manera uno pasa a ser una figura paternal. Estos muchachos necesitan orientación, algo que un joven de Chamba Juvenil no le puede otorgar”, advierte quien come dos veces al día para que sus dos hijas y su esposa tengan bocado.
Según Olga Ramos, del Observatorio Venezolano de Educación, de no solucionarse la crisis de docentes en el país las futuras generaciones padecerán de deficiencias y frustraciones. «Una persona que no tenga competencias, no podrá manejar su vida familiar o laboral. Es importante que se apliquen programas para completar los aprendizajes perdidos. Se está ocasionando un daño, porque la educación es un derecho que debe permitir el desarrollo pleno de la persona”, concluye.