Tecnología

Los hilos de las "fake news"

Las informaciones falsas están saturando cada vez más el debate político en todo el mundo, socavando la ya muy debilitada confianza en los medios y propagándose más que nunca en las redes sociales

Fotografía: AP
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El presidente estadounidense, Donald Trump, popularizó el término «fake news», usado como arma sobre todo contra los medios, y cada vez más empleado por los políticos, ya sea en España, China, Birmania o Rusia. El concepto de «fake news» puede abarcar cualquier cosa, desde una información falsa hasta un error involuntario, pasando por una parodia o una mala interpretación. Al mismo tiempo, cada vez se ve más información falsa en internet que busca influir en los resultados electorales, como presuntamente ocurrió con la victoria de Trump en las presidenciales de 2016.

Desde la elección, Trump calificó de noticias falsas cualquier información que no fuera de su agrado, mientras que su entorno se refiere a una mezcla de verdad y tergiversaciones, hablando en ocasiones de «hechos alternativos». Esto ha perjudicado a la credibilidad de los medios estadounidenses y hay quien describe la época actual como una «era posverdad», un periodo sin una realidad compartida. «La verdad ya no se considera importante», considera John Huxford, de la Universidad Estatal de Illinois, investigador sobre las informaciones falsas. «Las mentiras y las invenciones parecen apuntalar la reputación de una persona y su destreza política entre su núcleo duro de partidarios», explica.

Cómo las «fake news» transforman nuestra percepción

Según un estudio del instituto de sondeos YouGov para Reuters Institute realizado en 37 países, la confianza en los medios se mantenía estable en 2018, en un 44%. Pero el investigador socio del Reuters Institute Nic Newman advirtió: «Nuestros datos muestran que la confianza del consumidor en las noticias sigue siendo preocupantemente baja en casi todos los países, a menudo debido a los altos niveles de polarización de la prensa y la percepción de una influencia política indebida».

Esto se agrava cuando las autoridades propagan información falsa. En algunos países puede ir muy deprisa, como en Ucrania, donde las autoridades simularon la muerte del periodista ruso Arkadi Babchenko en mayo. Kiev lo justificó diciendo que era una forma de frustrar un plan real para asesinarlo.

La simulación, difundida de buena fe por medios de todo el mundo, «es una bendición para la gente paranoica y los teóricos de la conspiración. […] Que un Estado juegue con la verdad de esta forma complica aún más las cosas», opina Cristophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras.

La confianza en los medios tradicionales sigue siendo mayor que en las redes sociales, según el sondeo de YouGov. Solo un 23% de los encuestados dijeron confiar en las noticias que encontraban en redes sociales. Un 54% estaban de acuerdo o muy de acuerdo en que les preocupa qué es real y falso en internet. «El hecho de que mucha gente comparta una noticia tergiversada le da credibilidad», apunta Huxford, de la Universidad de Illinois. Y un estudio del MIT publicado en marzo mostraba que las noticias falsas se propagan más deprisa en Twitter que las verdaderas.

Crisis existencial de las redes sociales

El escándalo de Cambridge Analytica, en el que Facebook admitió que los datos personales de hasta 87 millones de usuario fueron usados por la consultora británica, se sumó a las críticas a la red social por difundir y amplificar grandes cantidades de noticias falsas. En Estados Unidos, la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre los vínculos de Rusia con la campaña electoral de Trump puso el foco en muchas cuentas de Facebook y páginas privadas gestionadas por Internet Research Agency, una «granja de troles» basada en Rusia.

Facebook reconoció el 3 de julio que era investigada por reguladores británicos y estadounidenses por el escándalo de Cambridge Analytica, después de que su presidente y fundador, Mark Zuckerberg, tuviera que dar explicaciones ante el Congreso estadounidense y el Parlamento Europeo. Para mostrar su disposición a cambiar, el gigante estadounidense acentuó en 2018 una ofensiva comunicativa y técnica iniciada en 2016, firmando acuerdos con más de 25 medios en 15 países como Argentina, Estados Unidos y Francia.

El objetivo es que medios reconocidos «evalúen la exactitud de los artículos» que circulan por Facebook y los señalen a la empresa, que después podría «reducir la distribución de los mismos […] en una media del 80%» si se consideran falsos.

WhatsApp también empieza a anunciar medidas: los medios pueden crear perfiles en los que los usuarios señalan contenidos dudosos. Pero no va mucho más allá. En WhatsApp, las llamadas y los mensajes están encriptados y «ningún tercero, WhatsApp incluido, puede verlos o escucharlos», precisa el grupo.

Google anunció en marzo una serie de proyectos destinados a combatir la desinformación y a apoyar los medios considerados «creíbles», con una inversión de unos 300 millones de dólares en tres años. Su motor de búsquedas hace que suban las verificaciones hechas por los organismos de verificación de hechos.

Las manos que mueven los hilos de las «fake news»

Jovan se compró calzado de marca y se fue de vacaciones a Grecia, su recompensa por haber contribuido a la oleada de noticias falsas salidas de la ciudad macedonia de Veles durante las campaña electoral estadounidense de 2016. «Ganaba unos 200 euros al mes» por contribuir a los sitios de «fake news», cuenta este estudiante de 20 años, que pidió que se preserve su identidad. El salario medio en este país pobre de los Balcanes es de unos 350 euros (unos 400 dólares).

Veles, una ciudad de 50.000 habitantes del centro de Macedonia, fue un importante centro industrial de la antigua Yugoslavia, antes de decaer y de iniciar una improbable reconversión. En 2016, desde sus servidores salieron cientos de sitios de internet y páginas de Facebook destinadas a elogiar a Donald Trump y a perjudicar a sus adversarios demócratas, Hillary Clinton y Bernie Sanders, o a atacar el balance de la presidencia de Barack Obama.

Jovan, estudiante en la facultad de tecnología de la ciudad, fue reclutado por uno de las decenas de investigadores locales implicados en la carrera por los clics remunerados. Hasta entonces se concentraban en las webs de famosos, automóviles o consejos de belleza. «Después la gente se dio cuenta de que la política también podía generar dinero», cuenta Borce Pejcev, diseñador web de 34 años que participó en la creación de numerosos sitios.

Jovan cuenta que su trabajo consistía en recuperar artículos publicados en sitios conservadores, como Fox News o Breitbart, así como en medios tradicionales, y «adaptarlos, cambiándolos un poco, poniendo un título sensacionalista». Como muchos macedonios de su generación, Jovan no tiene perspectivas en un país en el que 55% de los jóvenes están desempleados. Según el Banco Mundial, entre 2001 y 2016, 500.000 personas abandonaron el país, con 2,1 millones de habitantes en la actualidad.

«Ni de derecha ni de izquierda», Jovan «no sabe» si contribuyó a la victoria de Donald Trump, pero en realidad le «da igual». Solo sabe que por primera vez en su vida ganó dinero para comprarse lo que quería. «Escribíamos lo que la gente leía», afirma. «Muy pronto se vio que los conservadores eran más propicios para hacer dinero; les gustan las teorías del complot, esas sobre las que siempre se hace clic antes de compartirlas», explica el diseñador web Borce Pejcev.

«Ayudé a Trump a ganar», reza con orgullo la tarjeta de visita de Mirko Ceselkovski, un consultor del sector digital. Él vio pasar a muchos de estos creadores de sitios: «Solo les enseñé cómo ganar dinero en internet y cómo encontrar un público». «Cuantas más veces se hace clic, más dinero de Google Ads hay», explica. «Es un mundo en el que manda el clic».

Incluso adultos con un empleo aprovecharon este nicho, como la profesora de inglés Violeta, que no quiso dar su verdadero nombre. Durante el periodo electoral, casi llegaba a duplicar su salario de 350 euros mensuales trabajando tres horas diarias. Ahora sigue ganando 150 euros (175 dólares) con esta segunda actividad.

«Sé que está mal aceptar un trabajo complementario que consiste en decir ‘¡Eh! ¡Las vacunas matan!’, ‘¡El Holocausto no existió!’, o en promocionar a Trump. Pero cuando uno tiene hambre no puede darse el lujo de pensar en el progreso de la democracia», dice esta madre de dos niños que viven solo de su salario.

La gallina de los huevos de oro ahora es menos fecunda. Según Jovan, Facebook bloquea las páginas políticas procedentes de Veles. Él lo dejó, pero su amigo Teodor sigue trabajando para una empresa que gestiona cientos de sitios de moda, salud, belleza y automóviles. Dice que recibe entre 100 y 150 euros, casi tanto como su madre, obrera a tiempo parcial en una empresa textil. «Cúlpame si quieres, pero entre eso y mover historias en internet, me quedo con la segunda opción».

Antes de Trump

Originalmente, «fake news» designa una «noticia falsa lanzada con conocimiento de causa al campo mediático», según el especialista francés en rumores Pascal Froissart (Universidad de París VIII).

Mucho antes de que el 45º presidente de Estados Unidos llegara al poder y de la emergencia de las redes sociales, las noticias falsas ya existían con diferentes denominaciones: anécdotas, farsas o desinformación.

Anécdotas bizantinas: El historiador estadounidense Robert Darnton (Havard) ve en las «Anécdotas» del cronista bizantino del siglo VI Procopio de Cesárea los antecedentes de las «fake news». Estos escritos secretos («anécdota» significa «cosas inéditas»), descubiertos tras la muerte de quien redactó la historia oficial del emperador Justiniano, están trufadas de «informaciones dudosas» sobre los escandalosos y licenciosos entresijos de su reino.

Farsas faraónicas: El investigador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (Iris) François-Bernard Huyghe se remonta a los tiempos de los faraones para encontrar los primeros rastros de desinformación. La «victoria» de las tropas de Ramsés II frente a los hititas en la batalla de Qadesh el año 1274 antes de nuestra era, celebrada en bajorrelieves y textos egipcios, fue en realidad una «semiderrota». El éxito fue sobretodo «propagandístico, de los escultores y los escribas», explica el investigador.

Libelos medio ciertos: Los libelos eran textos cortos, satíricos o polémicos que mezclaban abiertamente lo verdadero con lo falso en el siglo XVIII. Se pueden considerar «una forma antigua de fake news», según el historiador estadounidense Robert Zaretsky (Universidad de Houston). Un libelo de 1771 sobre las «Anécdotas escandalosas de la Corte de Francia» comenzaba con esta advertencia: «Debo prevenir al Público que algunas de las noticias […] son de lo más verosímiles» y otras de una «evidente falsedad».

«Canards» e inocentadas: En la misma época surgieron los «canards», unas populares páginas vendidas a voz en grito en Francia que describían sucesos imaginarios, como la captura de un monstruo quimérico en Chile en 1780. En el siglo XIX aparecen en la prensa americana los «hoax», unas inocentadas con las que se buscaba vender ejemplares. En 1874, el New York Herald describió la sangrienta huida de animales salvajes del zoo de Central Park. El artículo terminaba diciendo: «Evidentemente, la totalidad de la historia anterior es pura invención».

Falsificación de noticias: El término «fake news» habría aparecido en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Entonces se desarrollaba una prensa diaria basada en «la escritura de lo real», en oposición a la escritura fantasiosa y aproximativa de los «canards», según la historiadora francesa Anne-Claude Ambroise-Rendu (Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines).

Operación «Infektion»: La desinformación, nacida durante la Guerra Fría, designa la «propagación deliberada de informaciones falsas para influir una opinión y debilitar al adversario», en este caso el campo occidental, según François-Bernard Huyghe. Un caso emblemático fue la operación «Infektion», elaborada por el KGB y que comenzó con la publicación, en 1983, de un artículo en un diario indio que intentaba hacer creer que el virus del sida era un arma biológica fabricada por los laboratorios militares estadounidenses.

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