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Coronavirus: 27 días encerrado en un CDI por órdenes de "arriba"

Un joven médico venezolano fue internado en un CDI sin evidencia concreta de que estuviera contagiado de COVID-19. Le obligaron a tomar dosis doble de medicamentos sin considerar los efectos secundarios que lo empujaron a una condición crítica. Aquí cuenta la dramática experiencia de esos días que pasó confinado bajo amenaza

CDI
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Es una orden de “arriba”. Así sin más: a recoger tus cosas que te vas a otro lado. ¿Qué significa eso de “arriba”? ¿Es un espacio elevado donde se toman decisiones? ¿Una cosa de naturaleza celestial? ¿Dónde es “arriba”? La verdad, cuando eres venezolano no tienes tiempo de reflexionar al respecto. Lo asumes de inmediato: “arriba” es una instancia de poder, un tipo con uniforme, un funcionario pesado, un jefe del partido. O quien sea que esté al mando. Y sabes que no habrá discusión posible: de “arriba” mandan a decir que tu PCR dio positivo para COVID-19 y por eso te van a recluir en un CDI.

-¿Dónde está el resultado de mi prueba? Quiero verlo.

No hay papel que muestre nada. Tu nombre no aparece en ninguna lista oficial. Eso viene de “arriba” y como entraste por tierra desde Colombia, tu voluntad quedó anulada temporalmente y tu vida está en manos del Estado. Los de “arriba” deciden por ti.

A las 9 de la mañana del 21 de mayo le dieron la orden a Fernando. Porque eso es: una orden. Luego de pasar 22 días de aislamiento en un hotel en Caracas, de una larga espera por el resultado de su PCR, sería trasladado a un Centro de Diagnóstico Integral en el 23 de Enero.

“Quiero el resultado de mi PCR”, insistió. Porque Fernando es médico, vio sus pruebas rápidas negativas. Quiere la constancia de que efectivamente está contagiado con el coronavirus. Después de todo, es su derecho. ¿No? Pero de “arriba” no mandaron eso. Lo que importa es que obedezca. Y ahí están los tipos con los trajes de bioseguridad y el oficial a cargo de los aislados en ese hotel: para asegurarse de que se cumpla la orden.

Al salir, el oficial le hace unas fotos con su celular. Fernando le da la espalda. Le dice que deje de joder, que no va a estar mostrándolo como un trofeo. Hay una rencilla ahí: el médico ha sido un huésped un poco incómodo porque en algunas ocasiones cuestionó los procedimientos internos. Y eso no le gusta a la gente de “arriba”.

-Al hotel mandaban a muchachos del plan Chamba Juvenil a darnos charlas y en ocasiones les hice saber que estaban diciendo cosas erradas. Debatimos un poco, pero siempre con respeto y argumentos. Pero según lo que llegó a mis oídos luego, era que yo ‘agitaba’ a la gente que estaba confinada ahí conmigo.

Lo montaron en una ambulancia que apestaba a hipoclorito: “En exceso, una cosa que me ahogaba de lo saturado que estaba”.

En el CDI lo recibieron dos médicos cubanos: “Ve a la segunda habitación. Ponte cómodo”.

Un par de horas más tarde, uno de los cubanos le entregó los medicamentos que debía tomar. Cloroquina, Kaletra (un antirretroviral) e Interferón, un antiviral hecho en Cuba cuya eficacia en el tratamiento de la COVID-19 no ha sido comprobada.

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“Son estimulantes del sistema nervioso central”, le dijo el cubano. Pero Fernando sabe qué es cada uno. Y tiene una idea clara de los posibles efectos secundarios, de lo que le esperaba. Le indicaron que debía empezar a tomarlos de una vez: “Sin comer, sin un protector gástrico”.

-Esa es la propuesta cubana de tratamiento para Venezuela. Lo vi luego en un documento de ellos. Esos médicos ni habían visto el resultado de mi PCR, solo siguen órdenes. El Distrito Sanitario se encarga de repartir la lista de casos positivos a los CDI y también a los consejos comunales.

«Estuve crítico»

Bajo esa condiciones, encerrado en un CDI, la opción de rebelarse no es la mejor. Hay una amenaza clara: si quieres salir de aquí, te tienes que tomar el tratamiento completo. Si te niegas, pasamos el reporte. Si te fugas, pasamos el reporte. Y si te agarra la policía, te vuelven a traer y al terminar el tratamiento vas preso. Tenemos tu dirección, sabemos dónde trabajas. Todo.

La segunda indicación del cubano todavía lo sorprende: “Es un tratamiento de 14 días, pero me dijeron que debía tomarlo en una semana. Tomaba 8 pastillas diarias, en lugar de 4. Si no pides Omeprazol, no te lo dan. Tenía que insistir y al final me daban solo un poco y debía administrarlo”.

La primera dosis de Interferón lo tumbó. Literalmente: “Convulsioné. Me desmayé. Perdí la memoria de corto plazo, no recordaba nada de los dos días antes de llegar al CDI”.

No fue lo único: “La cloroquina y la Kaletra me hicieron alucinar y me provocaron mareos, vómitos y pérdida del apetito. Cuando me vieron así, lo único que hicieron fue permitir que no me tomara las pastillas una mañana, pero alargaron hasta 8 los días de tratamiento”.

¿Y cuál es la explicación para concentrar en una semana el tratamiento de dos? Fernando cree que querían que él y otras cuatro personas que estaban en la habitación de al lado salieran rápido del lugar para recibir a más pacientes.

Lo importante para los cubanos era el número de pastillas: Fernando tenía que tomárselas todas y cuanto antes, mejor. ¿Síntomas de COVID-19? Ninguno. Lo que su cuerpo resentía era la forzada combinación de fármacos. ¿Y si los engañaba y botaba las pastillas? Esto no es una película: es un CDI y si algo tienen claro estas personas es que mientras tomas semejante cóctel te vas a sentir mal.

Muy mal.

“Si lo botas ellos se dan cuenta de que no tienes los síntomas del tratamiento y te lo vuelven a traer”, cuenta Fernando: “Supuestamente los médicos cubanos también lo toman, pero a ellos no los ves afectados. Obviamente, no se toman nada”.

Esos ocho días los resume así: “Estuve crítico. La pasé muy mal. No podía comer. La comida la sacaban directo de un congelador, te la daban helada. O cruda. O descompuesta. Tenía ganas de vomitar todo el tiempo y encima te sirven ese tipo de cosas para comer”.

Agua con larvas

Fernando está solo en Venezuela. De hecho, su viaje a Colombia fue para pasar unos días con la familia. Estar solo de traduce en muchas cosas, pero en esta situación, internado en el CDI, implica que no hay mamá, ni papá, ni hermanos que le acercaran algo para comer. ¿Y quién se mueve en una ciudad sin gasolina y complicada como nunca antes?

Por suerte, hubo amigos que estuvieron dispuestos a llevarle algunas cosas, porque en ese lugar no se podía tomar ni agua.

“El agua tenía larvas de zancudos. Hasta que no pude comprar a través de alguien que me ayudó, prácticamente no ingerí líquido… Al CDI le suministran agua con una cisterna y la almacenan en dos tanques que están a la intemperie, con las tapas rotas. Esa la que utilizan para todo”.

Con lo que le llevaron pudo aguantar los días de tratamiento, que transcurrieron en un continuo malestar, cada vez peor. Sobreviviendo: “Lo que haces es tratar de dormir. Esos medicamentos te tumban, estás débil, perdiendo fuerzas. Y te vas poniendo anémico”.

Si lo dejaron solo en la habitación no fue precisamente por una consideración especial. Débil como estaba, Fernando tuvo que sacar fuerzas para imponerse. El mismo día de su llegada al CDI también ingresaron otras cuatro personas, otros jóvenes que también habían entrado por el corredor humanitario de la frontera.

Fernando se resistió a que alguno de ellos –o cualquiera que llegara- se instalara en su habitación. Y cerró la puerta por dentro. Se negaba a salir o a permitir que nadie entrara: “Lo hice porque no tenía el resultado de mi PCR y porque nadie me iba a garantizar que la otra persona no estuviera contagiada. Yo sabía que no estaba enfermo y no quise correr riesgos. Les dije, ‘llamen a la policía a quien sea, pero aquí no van a meter a nadie’. Y tuvieron que desistir. Pero otro día vi que estaban tramando meter a alguien y lo volví a hacer”.

La convivencia, de cualquier manera, es inevitable. Así pudo saber que a los otros 4 pacientes sí les indicaron distribuir las pastillas a lo largo de 14 días, como corresponde. Y por las reacciones adversas al Interferón, solo tomaron una dosis.

Al cuarto día los vecinos recibieron la noticia de que sus pruebas habían resultado negativas. Pero de todas maneras les obligados a terminar el tratamiento, aunque con un ajuste “benévolo”: 7 días de cloroquina y 7 de Kaletra.

Te vas

Apenas comenzó a recuperarse de los estragos producidos por los fármacos, Fernando presionó para que le hicieran una nueva PCR o al menos una prueba rápida que demostrara que estaba sano y así tratar de acelerar su salida. Pero no: la orden de “arriba” era pasar 14 días allí. Al parecer, ya no importaba tener la habitación disponible para nuevos pacientes: “Me daban un montón de excusas nada más que para mantenerme ahí”.

El 5 de junio, finalmente le practicaron la PCR. Y otra vez a esperar. 3 o 4 días, le dijeron.

A las 11 de la mañana del 15 de junio le gritaron desde afuera: “¡Fernando, estás negativo!”.

-¿Me puedo ir?
-No. Mañana te van a hacer otra PCR

El protocolo, la orden de “arriba”, lo que sea: “¿Si estoy negativo para que otra PCR? Son órdenes, es lo único que te dicen”.

Fernando no tenía voz allí. Ni decisión: “Puedes poner mil quejas. Ellos lo plasman en tu historia pero ponen lo que les conviene… Una vez llegué a escuchar que decían que yo me rehusaba a tomar el tratamiento, que me rehusaba a alimentarme y que no cooperaba. ¡Y me tuve que tomar en 8 días el tratamiento de 14!”.

La perspectiva de una nueva prueba de laboratorio abría la posibilidad a otro periodo de espera: ¿10 días más de encierro en esas condiciones? ¿Otra vez la incertidumbre, mirando al techo, pegado al teléfono, comiendo mal?

Algo inesperado ocurrió. El protocolo cambió ese día, le dijeron: “Así que te puedes ir”.

Y el 16 de junio, salió del CDI.

-Te dan un papel, una cosa muy mamarracha escrita por alguien, donde dice que cumpliste el tratamiento y que estás negativo. Eso lo tienes que presentar ante el consejo comunal del lugar donde vives. Te dan eso y te dejan en la puerta y ahí ves cómo resuelves…

La historia, sin embargo, no termina ahí. El consejo comunal le exigió al menos 15 días más de confinamiento en su casa. Los vecinos están enterados de que Fernando estuvo ingresado en un CDI con diagnóstico que nadie vio, ni siquiera él. Y un médico asignado por el CDI le ha visitado un par de veces: cómo estás, cómo te sientes, vamos a tomarte la temperatura, vamos a tomar tus datos…

Para retomar la “normalidad”, para volver a su trabajo, Fernando -quien por temores razonables prefiere resguardar su identidad- debe hacerse otra prueba y en su momento recibir otro papel que indique que es un hombre sano.

Todavía está esperando.

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