Crónicas

La recta final de Aly Khan

Pero al final uno no conocía al mundo del hipismo. Lo que uno hacía era disfrutar la forma como Aly Khan recreaba cada trayecto con su verbo.

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Aly Khan en La Rinconada

Cuando era un imberbe, solía escaparme los sábados al hipódromo La Rinconada. Mamá no sabía nada de esto. Yo tomaba una chaqueta calurosísima de gamuza azul, y escondía una corbata en uno de sus bolsillos. Era siempre la misma corbata, porque solo tenía una para estas travesuras.

A eso de las once, me escabullía gritando la típica excusa: “Ya vengo”. Tomaba un interminable San Ruperto, desde Las Mercedes hasta el óvalo de Coche. Con la corbata y mi metro ochenta y cinco de estatura, ganaba fácil acceso a la tribuna B. Allí pasaría las próximas cuatro horas.

Arriba, en la llamada Bola Continental de ese maravilloso y colorido paraje, estaba uno de los seres que más admiré: Aly Khan. O, por lo menos, yo presumía que él se situaba allí. Era lo que decían de vez en cuando a través de las transmisiones de VTV, que entonces dejaban de ser en blanco y negro y sí eran para todos los venezolanos.

Eran los tiempos de Gelinotte y Sweet Candy, Tío Julio el gran rematador y Negresco, un animal incansable. Estos y otros tantos daban al espectáculo hípico un sabor que comenzaba a paladear con los vecinos de mi cuadra a partir de cada martes, cuando la Gaceta llegaba a los kioscos.

Pero una cosa era presenciar la justa, allí sentado ligando un placet de un fuerte, y otra muy distinta cuando a ella se sumaba el relato exaltado del Príncipe, con perfecta dicción y mejor castellano, si eso es posible.

Aly Khan parecía conocer hasta el más mínimo detalle de los caballos y sus carreras. En sus narraciones, los corredores no pertenecían al mundo animal. Eran “pupilos” de tal o cual entrenador, como Daniel Pérez o Millard Faris Ziadie, que hacían yunta con tal o cual jinete. Juan Vicente Tovar era la estrella, y Argenis Rosillo estaba allí agazapado, para dar sorpresas.

Pero al final uno no conocía al mundo del hipismo. Lo que uno hacía era disfrutar la forma como Aly Khan recreaba cada trayecto con su verbo. Quizá en estos tiempos sea difícil comprender lo dicho aquí. Si esto les sucede, pongan en Youtube Clásico del Caribe 1977. Imposible no crisparse al escuchar:

“¡Huracán Sí, ganó Venezuelaaaaa!”.

Aly Khan

En algún momento imaginaba que mi profesión sería entrenador de purasangres. Quizá para ser parte de las narraciones de Aly Khan. Pero papá, que no tenía ni una pizca de agrado por las carreras, me hizo desistir. “Usted primero se hace profesional, y luego hace con su vida lo que quiera”, me dijo. Él seguro veía cosas que este muchacho no.

Entonces, emprendí los estudios de Humanidades para luego ser periodista. En el camino, conocí a Virgilio Decán. Tenía un trabajo de medio tiempo en una empresa que hacía publicidad sobre películas. Venía el estreno de «Volver al Futuro», el hit de Robert Zemeckis. Mi jefe de entonces (Luis Lamana) me involucró en la organización de un desfile de carros antiguos, que terminaría en La Rinconada, un domingo. Algo así como una campaña de intriga. Y una cosa llevó a la otra. A pocos días de haber iniciado las gestiones, estaba sentado en un gran despacho del centro de Caracas, perteneciente a Decán.

Mientras le exponía nuestro proyecto, se me atravesaba un pensamiento: ¿Por qué una estrella como Aly Khan iba a creer nada de lo que planteara un joven que apenas rozaba los diecinueve años, sudoroso y desconocido?

Pero Aly Khan guardó silencio, prestó atención y creyó. De ese encuentro, quedé con la impresión indeleble de haber conocido a un caballero, de los que ya entonces no aparecían con mucha frecuencia.

El desfile de carros antiguos fue un éxito. Aly Khan también lo narró.

Gloria eterna para El Príncipe.

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