Opinión

Nuestros domingos venezolanos con Aly Khan y el 5 y 6

La despedida de Aly Khan trae recuerdos de una época que también desapareció mucho antes: la de las glorias del hipismo venezolano y de su sistema de apuestas del 5 y 6

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La Rinconada, el templo de Aly Khan

Por aquellos años 70 asistir por TV a las carreras dominicales del 5 y 6 era casi una religión de práctica tan constante en Venezuela como ir a misa. Solo que atraían a mucha más gente. El sumo sacerdote de ese sistema de apuestas hípicas era Aly Khan, un hombre de voz diáfana y potente que lograba comprimir el tiempo en las patas de unos hermosos caballos corriendo por dinero.

Aly Khan acaba de morir cuando muchos venezolanos ni siquiera sabían que todavía estaba vivo. Tenía ya 92 años y no sabemos si conservaba al menos parte de la lucidez que lo llevaba a narrar con tan pasmosa contundencia, en aceleradas palabras de impecable dicción, los avatares de una carrera de caballos en las que tantas cosas sucedían de manera simultánea.

Fue una figura muy popular, un ídolo no solo para los amantes del hipismo de alto nivel, sino también para los miles de venezolanos que sellaban su cuadro del 5 y 6 para esperar entre pacientes y soñadores los desenlaces de las carreras e ir a cobrar el lunes.

Todos los apostadores quieren ganar, pero en el caso del 5 y 6, además de ganar había que lograr el milagro de que muchos miles de otros apostadores perdieran.

Es que si muchos le habían apostado al mismo caballo ganador en cada carrera válida, las ganancias repartidas caían tanto que aquello terminaba en un “mercado libre”. A la dificultad de acertar en el cuadro del 5 y 6 solía sumarse la decepción de constatar que ese domingo no pagaban gran cosa… y a esperar al domingo siguiente.

El heraldo de esa fortuna o de ese extravío era Aly Khan, que guiaba con su voz los anhelos de quienes no tenían mucho más que la esperanza para salir de abajo.

“Es difícil ganar, pero si no se juega es imposible ganar”, resumía la tía Carmen, quien siempre se las arreglaba para reunir la plata y mandar a sellar su cuadrito, para entretenerse.

“¡Van 23 quintos en los primeros cuatrocientos metros!”… gritaba El Príncipe en su narración emocionada cuando algún ejemplar se perfilaba ganador en la arrancada.

En nuestra ingenuidad infantil un día creí descubrir el truco: si en cada carrera se marcaban todos los pequeñitos óvalos de ese pliego rosado con copia de papel carbón, sería inevitable ganar. Pero mi padre me hizo ver que eso sería imposible, pues el valor de la apuesta se multiplicaría tanto que el precio de sellar ese cuadro sería más alto que cualquier premio a cobrar.

Lo de Virgilio Decán, Aly Khan, “El Príncipe de la narración hípica” los fines de semana era todo un ritual: empezaba el sábado con Monitor Hípico desde los estudios del Canal 8, donde ya los interesados comenzaban a orientar sus apuestas, a ver los prospectos, a esperar noticias sobre resultados de las pruebas y traqueos y sobre los retirados. Después era esperar el inicio de la transmisión en vivo el domingo desde el Hipódromo de La Rinconada, ese templo del hipismo venezolano, en las colinas del sureste de Caracas.

Muchas veces un caballo favorito, en el que todos habían confiado su propio futuro, era retirado a última hora. Las imágenes hoy difusas -primero en blanco y negro y años después a pleno color- mostraban a los briosos ejemplares saliendo a la pista, cubiertos con mantos largos, tapa ojos y medias o vendas en cada pata.

Parecía una eternidad el proceso de cuadrar esos bichos en el aparato de salida, esperar la “¡Paaartida!” y escuchar cómo brotaban las palabras de Aly Khan para poner en orden aquella confusión de patas de caballos, jinetes que con el lente de hoy eran del tamaño de los Hobbits azuzando a las bestias… y el público galvanizado en las tribunas del majestuoso óvalo de La Rinconada.

A veces uno de pequeño, que había cumplido la importante tarea de ir a sellar el cuadro en ciertos negocios dotados con máquinas troqueladoras especiales, también se sumaba al coro de las carreras, para dar ánimo al apostador, en este caso a mi papá, como si él mismo fuera manejando una cuadriga romana con caballos desbocados.

Casi nunca ganábamos… si acaso cuatro y por poco cinco carreras. Yo nunca comprendía por qué tenía que haber tanta diferencia entre los premios que pagaban en cada caso y por qué era tan difícil hacerse millonarios apostando en esas carreras llenas de tantas posibilidades.

Pero la mayor alegría e inmediata tristeza de esas tardes dominicales fue un día en el que por fin pegamos los seis caballos… y en silencio todos queríamos gritar de alegría… Mi padre, cauteloso, acariciaba el cabello de mi hermanita, a la espera de los otros resultados, los que importaban: cuánto iban a pagar a ganador. Quiero pensar que no fue la voz de Aly Khan quien nos hizo constatar ese día que era otro mercado libre, y que el premio en cuestión apenas alcanzaría para sellar un par de nuevos cuadritos del 5 y 6, la semana siguiente.

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