«Debo confesar que estoy agotado. El país se me ha vuelto un insomnio. No puedo iniciar estas líneas de otra manera». Así comienza el escrito, publicado a una semana de las elecciones presidenciales de 2013. Dos años después, las frases se repiten al iniciar la entrevista. Padrón, hombre de televisión, de radio y de libros, asiente al recordar palabra por palabra.
¿Cómo está ahora ese país que estaba buscando en 2013?
Puede resultar un poco desoladora la respuesta, pero el extravío se ha intensificado, la neblina es más densa. Lo que en algún momento lo que a uno le parecía inusual y punto de perplejidad ahora se ha convertido en hábito. Ya en esa época se hablaba de escasez, comenzaban las primeras colas, y ya el azote de bandas criminales organizadas con armas largas comenzaba a pronunciar ese discurso mortal que tienen en las calles de Caracas. Lamentablemente la herida se ha hecho más profunda. Si uno da un vistazo a la situación del país, pareciera que la brújula se rompió en pedazos. Pareciera que ese postulado que entraña el título pareciera más remoto, más quimérico.
Yo siento que la urgencia se ha extremado y creo que la solución debe tener la misma urgencia. La alarma es mayor en los venezolanos. La necesidad de conseguir una solución, un país, es muchísimo más pertinente.
«Venezuela se ha convertido en una melancólica pera de boxeo. Todos dicen venerarla, mientras la golpean sin pausa».
¿Dónde y cuándo cree que se extravió el país que ahora busca?
Lo perdimos mucho antes de esto que llaman El Proceso o El Régimen. Creo que malbaratamos la democracia, no la supimos ejercer, la tratamos con excesiva liviandad. Creímos que había llegado para quedarse. Por un momento pensamos que habíamos sido un país de ejemplo democrático, pero olvidamos que veníamos con un largo caudal de antecedentes de fascinación por el caudillismo. Cuando revisas la historia de Venezuela te das cuenta que han sido más los momentos de hipnosis colectiva que los momentos de lucidez y clarividencia. Cuando llegamos a un territorio de madurez, o de aparente madurez, política, lo malbaratamos, lo hicimos añicos. Yo creo que el petróleo también ha sido una de nuestras condenas. La riqueza fácil ha sido para el venezolano, sin duda, una perdición.
Desde entonces yo creo que fuimos diseñando el epicentro para este apocalipsis. En lo que llaman la Cuarta República se incubó un discurso contra la política y, de alguna manera, empezó a prevalecer el discurso de la anti-política. Cuando empiezas a vaciar de sentido a los partidos políticos estás dando pie a que florezcan los outsiders, las figuras improvisadas, los líderes mesiánicos. Eso tal vez fue lo que llevó a más de la mitad del país a confiar en Hugo Chávez.
«Pero más me perturbaría cultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir el desatino monumental que vamos siendo».
¿Qué es necesario para que el país que busca retome su rumbo?
Creo que lo que está pasando tiene que llevar a los venezolanos a un proceso de reflexión muy duro. Estamos muy envanecidos con la idea de que somos el mejor país del mundo, con las mujeres más bellas, las playas más hermosas, el mejor chocolate, el mejor ron. Es mentira. No somos el mejor país del mundo.
Somos un país inmensamente inmaduro que está demostrando de manera ruidosa y sangrienta su inmadurez. Un país que necesita crecer, que parece estar en un proceso de adolescencia, porque nos hemos puesto caprichosos, reactivos, impulsivos, todas esas cosas que tienen los adolescentes. Creo que nos toca renunciar a la soberbia que siempre nos ha caracterizado, a esa arrogancia de que los venezolanos si somos chéveres, somos cálidos, generosos, somos un abrazo eterno. Los venezolanos podemos ser muy cruentos, podemos ser salvajes y podemos ser inmensamente torpes para diseñar nuestro futuro.
Creo que para esa reconstrucción tenemos que empezar a ponernos un traje distinto en la mente. Eliminar los estereotipos verbales y de concepto que siempre nos han acompañado y que nos han hecho muchísimo daño. Hemos caminado con tanta arrogancia por la historia contemporánea que nos hemos tropezado y nos hemos caído de bruces en el charco putrefacto de nuestras miserias. Y ahora nos toca salir de allí. Y para salir de allí tenemos que deslastrarnos de lo que nos puso allí. Tenemos que darnos cuenta de nuestros defectos.
Además, hay que abandonar el discurso del Estado paternalista. En la Cuarta República también lo había, pero esto es delirante. Hemos llegado a «me tiras un mango y te doy una casa», ejemplos tan aislados que obviamente tú le ves las costuras pero son discursos de cara a los demás, para que una persona en Boconó o Naiguatá lo vea y crea que les pueda pasar a ellos.
¿Y cómo le habla a esa gente que se identifica con ese discurso, el de los mangos?
Yo creo que al pueblo hay que hablarle con us propias herramientas discursivas. Quizás una de las carencias que ha tenido el discurso político de la oposición es que no sabe «oler a calle». No sabe meterse en el asfalto y treparse en los cerros. Un escritor de telenovelas para poder ganar el rating tiene que saber hablar a las masas, y yo no les puedo hablar desde mis libros de poesías, pero les puedo hablar desde el discurso televisivo como un lenguaje pertinente, sin renunciar a la coherencia ni renunciar a la decencia. No hay que hablar malandro, para nada. Hay que estructurar una herramienta discursiva distinta.
«Se busca un país» es el segundo libro de crónicas de Padrón, que ha escrito casi una docena de telenovelas y más de diez libros entre poesía, ensayo y literatura infantil. Es un compilatorio de sus páginas dominicales en El Nacional que, a su vez, registra el gobierno de Nicolás Maduro desde sus ojos.
«¿Qué es hoy un escritor en Venezuela? ¿Por qué amenazan el trazo de un dibujante? ¿A quién asusta tanto el humor? ¿Cómo duerme un dramaturgo al que le han quitado la sede? ¿Cuántos insultos por minuto tolera un periodista? ¿Quién oye la voz de los pensadores?»
¿Cómo ha cambiado, si lo ha hecho, su proceso de escritura desde «Se busca un país» hasta «Cinco sótanos contra el sol» (la última crónica del libro, sobre los estudiantes recluidos en La Tumba)?
A veces los escritores tardamos en hacernos la reflexión porque estamos sumergido en el vértigo de la escritura, sobre todo cuando estás escribiendo un género como la crónica, que surge de un requerimiento quincenal para un periódico y entonces vas al ritmo que impone el país. A veces cuando estás sometido a ese ciclón, los procesos reflexivos no consiguen su espacio.
En ocasiones es una escritura golpeada por el desánimo y por el desaliento, pero que siempre está apostando a la persistencia. En este libro, por ejemplo, así como hay un inventario del agobio, del país convulso que somos, de esa respiración entrecortada, también hay un inventario de la resistencia, de la gente que persiste. Por ejemplo, no solamente está la crónica de los estudiantes en la calle reclamando el país que merecemos, también está la crónica de los músicos que hacen festivales a contravía del desastre general, o de las ferias de libros que ocurren en Valencia, Caracas y ahora Margarita, porque esos son los nichos que te hacen sentir que no todo está perdido, que hay distintas formas de apostar por la reconstrucción y que no necesariamente el discurso es político.
Yo siento que mi escritura está serpenteando ese camino. Yo creo que todos estamos metidos en una montaña rusa emocional donde hay días que amanecemos más devastados que otros, y otros que amanecemos más emocionados.
Ayer hubo una noticia que corrió por todos los medios (El reportaje del Wall Street Journal sobre la investigación a oficiales venezolanos por narcotráfico) y uno se pregunta: ¿Será que esto será el principio del fin de un Imperio? Porque ellos, que tanto hablan de Imperio, han estructurado el suyo. A lo mejor esto es una alegría fugaz, en el sentido de que ves cómo se empiezan a caer las máscaras, el trasiego es excesivo, la mancha creo que ya se ve desde un satélite. Pero hay días de días, y yo creo que el escritor debe manejar esas temperaturas, la pluma debe ser un termostato para medir la febrilidad.
«El artista es el moscardón de la realidad. La agitación y la irreverencia. El artista no quiere ser gobierno, prefiere ser conciencia y reclamo».
¿Cómo fue el proceso de este libro, dadas las circunstancias que todos conocemos con el papel en el país?
Yo digo que este libro es una hazaña editorial, este y cualquier otro libro que se edite en Venezuela en estos tiempos. Fue muy cuesta arriba para la editorial Planeta conseguir el papel para imprimir. Cada cuatro días el presupuesto era distinto de parte de las imprentas, por los vaivenes de la moneda. Se tuvo que editar en papel bond, que no es precisamente un papel que los escritores amamos y tampoco los lectores, pero se logró editar.
Una cosa que a mí me pega es el precio del libro. A mí me encantaría que mi libro costara 100 bolívares, pero es un libro que cuesta 2.500 bolívares, cuando Kilómetro Cero costó 600. A mí me preocupa, por ejemplo, que lo que está pasando con el tema de la hiperinflación que estamos viviendo no solamente lesione nuestra calidad de vida sino nuestra formación cultural. Aquí no están llegando las novedades editoriales y ya editar a los del patio se está convirtiendo en un pequeño acto heroico. Yo creo que vamos camino a la indigencia cultural, cosa que al régimen no le preocupa. Para ellos sería mejor que leyéramos todo lo que venden en las Librerías del Sur, que son libros muy baratos porque están subsidiados y donde puedes conseguir algunos cuantos buenos autores, pero que el 80% tiene un tinte ideológico muy marcado.
Me preocupa el panorama del libro en el país a pesar de que, ¡oh, paradoja! el venezolano está leyendo más que nunca, porque está tratando de descifrar con todas las herramientas posibles qué es lo que está pasando. ¿Qué hicimos? ¿A dónde nos puede llevar esto? Esas son preguntas que tiene el venezolano en la cesta básica de sus neuronas.
«El arte, con todos sus rostros, tiene a Venezuela en la punta de sus angustias»
¿No era más fácil buscar un país a través de la telenovela?
Yo lo intenté. Mis últimas tres telenovelas tenían la alarma por el país que estábamos viendo. En Cosita Rica yo tenía un personaje que era el alter ego de Hugo Chávez, que era Olegario, con todas las características, un paracaidista que llegó a ser presidente de algo, era narcisista, y para mi sorpresa era el personaje más popular de la novela. Eso te habla mucho de la fascinación del venezolano hacia ciertos tipos de carácter.
Con Cosita Rica yo viví todo el proceso, desde la algarabía de los medios de comunicación absolutamente apostando por cuestionar, por criticar, hasta el momento de la autocensura. A mí me decían “escribe lo que te dé la gana, tienes luz verde, si Chávez se mete contigo te vamos a defender” hasta “no sigas escribiendo este tipo de cosas, autocensúrate”. Yo nunca lo hice, yo seguía haciendo y entregando mis libretos y les decía «si me querían censurar, háganlo ustedes».
Y lo empezaron a hacer ellos.
En Ciudad Bendita yo comencé a hablar de las invasiones, y La Mujer Perfecta es una reflexión a un país que no estuviera signado al culto a la belleza, a la vanidad, al prejuicio, aposté por una protagonista diferente, que era Asperger (Mónica Spear, asesinada en enero de 2014). Desde entonces he estado escribiendo al país, con registros escriturales distintos, formatos distintos…
La crónica, el ensayo, la radio…
La entrevista. Porque cuando pongo el cenital a ciertos venezolanos, estoy apostando por un país distinto. Como lograr que una entrevista a Jacinto Convit se pueda transmitir en el primetime de la radio. Y los héroes. Ahora los héroes son los “cinco héroes cubanos”, a quienes ni siquiera les conocemos la historia. Uno puede seguir haciéndole una contra al discurso oficial con algo más que el discurso político poniendo un cenital sobre venezolanos que han construido un país de una manera muchísimo más trascendente que la apuesta que esta gente tiene.
Quizás la mejor noticia que he recibido a propósito de Los Imposibles es que se está pidiendo en las escuelas de Comunicación Social, que los profesores lo usan para estudiar el género de la entrevista. Lo otro es que ya me reconocen en la calle como Leonardo Padrón el de Los Imposibles y no Leonardo Padrón el de las telenovelas, que es una fama de la que no reniego, todo lo contrario, estoy muy orgulloso de mi travesía por la televisión.
«Se busca un país que nos contenga a todos. Que sea norte y futuro, no fractura y violencia».
¿Qué debe leer el venezolano para buscar su identidad, para reencontrarse con su país?
Mariano Picón Salas decía “para inventar el futuro hay que repensar el pasado. Para repensar el pasado hay que visitarlo”. Creo que tenemos que volver a leer la historia nuestra porque además la han adulterado muchísimo. Páez no es el personaje que Chávez estigmatizó en sus cadenas. Bolívar no es el súperhombre que tanto se profesa. La Conquista no es esa versión maniquea que nos pintan. Hay que leer a Caballero, Inés Quintero, a Elías Pino, a Morón, a nuestros historiadores.
Hace poco salió un libro de Arráiz Lucas, “Civiles” que hace perfiles de personajes de la historia republicana del país que son valiosísimos, con el punto en común que son civiles. Eso me parece importante porque lo militar pareciera un desiderátum. Hay que volver al territorio de lo civil.
A mí me encantaría que el país descubriera la poesía de Vicente Gerbasi, que es una celebración de lo que somos, la poesía de Rafael Cadenas. Que se leyera más a Cabrujas, a Victoria De Stefano. Yo siempre trato de escribir la mejor página posible dentro de mis posibilidades.
«Se busca un país. Múltiple y unido. Un caleidoscopio de un solo nombre. El detalle es que sólo entre todos podemos conseguirlo».