Era mediodía cuando el número 144 de la calle Fuego de la capital mexicana cobró vida con las notas amarillas de las flores, las favoritas del novelista colombiano.
Las trajo quien fuera durante años el conductor y asistente personal de García Márquez, Genovevo Quiroz, quien se mostró sonriente al traspasar la puerta del inmueble con el gran ramo.
Este es el lugar en el que Gabo, como se referían a él cariñosamente, hizo su última aparición pública, en uno de sus habituales saludos a los periodistas que le esperaban en su cumpleaños a la puerta de su hogar para regalarle rosas.
Y también para, como es habitual que se haga en México cuando hay un cumpleaños, cantarle «Las mañanitas», en un coro al que también se unía el premio Nobel, autor de clásicos como «El amor en los tiempos del cólera» o «Crónica de una muerte anunciada».
Aunque el pasado año, cuando se conmemoró el primer cumpleaños del escritor tras su muerte en abril de 2014, hubo seguidores que mantuvieron la tradición de acudir a la calle Fuego, este año la casa mantenía su calma habitual, sin encontrar demasiado movimiento en su exterior.
La fachada de color blanco, salpicada por abundantes flores rosadas que trepan entre las ventanas, enmarcaba una estampa de cotidianidad que parecía estar lejos del ambiente entrañable y festivo de años anteriores.
Nacido en la colombiana ciudad de Aracataca, Gabo hizo de México su hogar durante más de cincuenta años. Allí también fue donde escribió su obra más reconocida internacionalmente, «Cien años de soledad».
Al igual que ocurrió con uno de sus personajes, Úrsula Iguarán, su muerte -pocas semanas después de su cumpleaños- ocurrió un Jueves Santo, tras luchar contra una infección pulmonar.