Cultura

La La Land: es más la bulla que la cabuya

La laureada película de Damien Chazelle es un filme que funciona perfectamente para los jurados. Pero detrás de la innegable belleza que posee, la historia de amor entre sus protagonistas transita todos los clichés del género, aún y su final "inesperado". 

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La La Land es del tipo de películas de las que no sales bien librado al analizarlas porque todo está, en apariencia, perfectamente estructurado. La pareja es de torta de matrimonio. Hablamos  de Emma Stone (Mia), que luce elegante hasta cuando eructa y de Ryan Gosling (Sebastian), un hombre que seguramente destila belleza sentado en la poceta. La química entre ambos quema, literalmente, la pantalla. Reúnen lo mejor de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart (Casablanca) y de Patrick Swayze y Jennifer Grey (Dirty Dancing). Es imposible que el espectador no suelte un «ayyy» cuando se rozan. Chazelle lo sabe, por eso no nos da una sobredosis de Emma y Ryan hasta el último segundo.

«Ya no se hacen películas como estas», había leído en el tráiler y cuando tales afirmaciones saltan en pantalla, es mejor tomar distancia. Porque como bien apunta Alexis Correia para esta página, La La Land es una versión coloreada de The Artist, aquella preciosa cinta de Michel Hazanavicius, rodada en blanco y negro y sin diálogos, que dejó boquiabierta a la propia crítica francesa porque el «vulgar» (por comediante) Jean Dujardin lograba instalarse en el Olimpo, al lado de Marlon Brando y Jack Nicholson.

Chazelle, tiene apenas 31 años y en sus dos últimas películas refleja su enorme pasión por la música y por el cine. En  la fantástica Whiplash demostró cómo esa furia le impide conseguir un equilibrio entre fondo y forma. No fueron pocos los músicos que pegaron el grito en el cielo al ver la relación maestro-estudiante que domina la cinta y la fijación del sufrimiento como método para llegar a la excelencia. «La idea del jazz en la película es una caricatura grotesca y absurda», escribió el columnista Richar Brody,en The New Yorker. Obviamente eso le debe saber a casabe al director, que suma premios como palitos de queso.

En el caso de La La Land tenemos a un hombre y a una mujer que no cantan ni bailan bien (la voz de Gosling es realmente terrible), pero que se ven tan bonitos en la pantalla que lo dejamos pasar. Los enormes ojos de Mia y la sonrisita de Gosling -a medio camino entre la ironía y la melancolía- nos llevan de la mano como si nos hubieran rociado con burundanga. A merced de Chazelle, el filme termina sin que nos duela absolutamente nada, pero tras una ducha fría sospechamos que algo no ha funcionado bien, para más tarde entender que nos han timado. Porque La La Land no es un musical original, como tampoco lo es  la historia de amor, aunque la oferta decía todo lo contrario.

La escena inicial es caótica. Se entiende que el director busca establecer un cambio drástico en relación a Whiplash desde el principio. Por eso se la juega con un plano secuencia que marcará el camino de la primera mitad de la obra. Si en la historia del obsesionado baterista los cortes y primeros planos nos asfixiaban, en la fábula del pianista de jazz y la aspirante a actriz, la cámara nos invita al suspiro. Esto no es ni malo ni bueno, simplemente diferente. Lo que falla en el inicio es la canción. No llega a nuestra sangre pese a ser un «overture». De hecho, salvo «City of Stars», que realmente es un tema de situación de la pareja, no hay ninguna otra composición memorable. ¿No es una falla grave en un musical?

Justin Hurtwitz, compositor de La La Land, aseguró que una de las grandes influencias del filme es Les parauplies de Cherbourg. Basta ver el color, la historia divida en capítulos y la tragedia siempre coqueteando con la felicidad, para encontrar las similitudes. No obstante, el filme de 1964, que conquistó a Cannes y que fue nominado a 4 premios Oscar, tenía una banda sonora espectacular, compuesta por Michel Legrand. «I will wait for you» se convirtió en un éxito que Tony Benett y Frank Sinatra no dudaron en versionar. Lástima que tal influencia no haya permeado el trabajo de Chazelle.

Hay más «influencias». El inicio recuerda a Les Demoiselles de Rochefort (baile y autos incluidos).

Las coreografías a Gene Kelly y Debbie Reynols en Singing in the Rain y I Love Melvin.

Y Rebel Without a Cause, con su Planetario incluido, es una referencia directa en la obra.

La nostalgia, como recordamos al hablar de Stranger Things, está de moda. El problema sucede cuando no logramos diferenciar entre el «se parece a»; «se inspira en» y el fatal «se copió de». Más allá de esta discusión, que puede dar para miles de artículos, lo que no termina de convencerme de La La Land es su tono amilbarado que contrasta con un cierre en el que Chazelle grita: «bueno, ya hice una obra para ustedes (los críticos, los nostálgicos, los dueños de Holllywood), ahora déjenme darle un toquecito de Wiplash«. Y así llegamos al juicio final. Pareciera que en cada obra, el joven director trata de hacer las paces con una relación truncada por su verdadera pasión: el cine.

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