Lo principal de la pintura es pensar, el resto es esperar. ¿O tal vez la pintura es más emoción que racionalidad? En un taller lleno de manchas, en un espacio cerrado –un bunker construido para la lectura Nietzscheniana de lo apolinio y lo dionisiaco– dos creadores debaten sobre la finalidad del arte.
¿Debe tener una orientación comercial? ¿Responde únicamente al sentimiento de quien lo elabora? ¿O de quien lo contempla? ¿El arte del pasado es mejor que lo que trajo la modernidad?
El debate que se desarrolla entre lienzos húmedos y música clásica da cuerpo a Rojo, pieza escrita por John Logan (recibió seis premios Tony en 2010, incluyendo el de Mejor Obra). Dirigida por Daniel Dannery, transita por su segunda temporada en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, en Las Mercedes, luego de haber estado en La Caja de Fósforos.
“A partir de la invitación que me hace La Caja de Fósforos comienza una motivación personal de desentrañar el texto, investigarlo y aferrarme a las ideas mismas que el texto propone y que se acercan a mis propias motivaciones como creador. En ese sentido en la obra hay un debate profundo sobre las raíces de la creación y las contradicciones del artista”, expresa Dannery.
Rojo muestra los tormentos de Mark Rothko, pintor nacido en Letonia que fue uno de los principales representantes del expresionismo abstracto estadounidense. Su grandeza, ferocidad y misterio hierven cuando entra en contacto con Kent, un aprendiz.
Este joven llega a su taller para asistirlo en una entrega importante: el famoso arquitecto Philip Johson le encarga a Rothko pintar unos murales para el restaurante Four Seasons del Seagram Building de Nueva York. Este edificio representa entonces la cumbre del capitalismo y por su trabajo le pagarán una alta suma de dinero. Comienzan así las disertaciones, interpretadas por los actores Basilio Álvarez y Gabriel Agüero.
“Ese arrinconamiento de ideas lo descuartiza Logan en la voz de Rothko, cada vez que el artista se confronta a sus propias divagaciones: ¿Es ético vender mi arte? ¿Lo que hago moviliza emocionalmente a las personas que observan mi arte? ¿Tiene algún sentido seguir pensando en algo que posiblemente nadie se tomará el tiempo de apreciar? De esas preguntas, parten las ramificaciones: luz y oscuridad, el valor simbólico (absolutamente hermenéutico) que se le dan a los colores rojo y negro, como representantes de la razón y la pasión”, afirma el director del montaje.
A Dannery fue precisamente este contenido de profundidad intelectual –esa lucha de contrarios en búsqueda del equilibrio– lo que le interesó. Para apoyar el texto, creó una puesta en escena de pinceladas dramáticas, desaforadas, con una luz que es más que atmósfera.
“De Orlando Arocha aprendí que en la puesta en escena el más mínimo movimiento puede ser teatralizado. La búsqueda de ese naturalismo luego es reinterpretado por mí, intentando ir más allá del naturalismo aprendido, casi en una suerte de hipernaturalismo, donde de verdad cada acción, cada gesto, cada mirada, complementa y fortalece el paso emocional del personaje, y lo ayuda a exponer sus intenciones en el diálogo, arropado además por un concepto expresionista en la estética del montaje”, señala.
A esta puesta en escena se suma una dirección de actores y discurso estético que responden a una investigación de conceptos que desarrolló Dannery a partir del texto de John Logan, autor nominado al Oscar por los guiones de El aviador (2004) y Hugo (2011).
“Les di lectura correspondiente para intentar ser lo más respetuoso posible con un libreto que en lo particular para mí es brillante, por la manera como logra debatir términos y acercarnos a un espectador que no necesariamente debe sentirse identificado con ellos”, agrega.
Es muy difícil encontrar el equilibrio, porque siempre afecta la pasión o tal vez influya en demasía la razón. La búsqueda, sin embargo, debe ir hacia la voz propia. Dannery remata:
“Logan dice en el texto, en voz de Rothko: ‘El ser humano es estúpido, porque pasa toda su vida intentando hacer de lo rojo, negro’. Creo que es una verdad terrible. Nacemos en libertad, y morimos, muchas veces presas de nuestras propias ideas. Nos dejamos adoctrinar fácilmente, y pocas veces nos detenemos a escucharnos, quizá también tenemos cosas importantes que decir; pero a veces por miedo o por temor a no ser entendidos nos ahogamos en esas palabras. Pasa en el amor, la política, en todo”.
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