Músicos resisten ante la precariedad y censura
Por una presentación de 40 minutos en un bar, los músicos reciben entre 30 y 40 dólares; otras veces les dan lo recaudado en entradas para el evento
Por una presentación de 40 minutos en un bar, los músicos reciben entre 30 y 40 dólares; otras veces les dan lo recaudado en entradas para el evento
Jóvenes disfrutan bajo la lluvia las canciones de Novanout en un festival de música alternativa, uno de los escasos escenarios que quedan en Venezuela para este género, confrontado no solo a la crisis económica sino a la censura.
«No nos paramos por nada», reivindica Julio Zamora, su vocalista de 21 años, tras participar con once agrupaciones de reggae, punk y ska en el festival Nuevas Bandas, que desde hace dos décadas impulsa el talento emergente.
En una plaza de Caracas, Novanout interpreta su reggae Araguaney, una crítica al poder: «Son zamuros pisoteando esta orquídea / llenos de rencor, resentimiento y envidia / pisoteando el paisaje tricolor / desperdiciando el néctar de esta flor».
Catapulta para géneros contestatarios, el festival apenas se sostiene en este país donde los grandes conciertos son un recuerdo y con mermadas tarimas por el cierre de espacios emblemáticos o su paso al infalible reguetón.
«La movida (musical) no es que no existe, pero quizá no es tan activa como años atrás», asegura Julio, quien bromea durante un ensayo en una pequeña sala.
«¡Gracias, Poliedro!», remata aludiendo al mayor escenario nacional, con aforo de 20.000 personas, donde antaño se presentaron artistas como Queen o Metallica. Hoy, sus instalaciones albergan especialmente actos del chavismo.
Para conseguir presentaciones, Novanout ha adaptado su repertorio a salsas y boleros. Fusionarse es su «ventaja», explica Andrés Villamediana, guitarrista.
Veinteañeros, los integrantes de Novanout ponen de sus ahorros los 12 dólares de alquiler del sitio donde ensayan dos veces por semana. Este «diezmo», como lo llama Julio, equivale al ingreso mínimo mensual en Venezuela.
Agente Extraño guarda parte de sus ganancias para costear 20 dólares mensuales de ensayos, pero a veces el publicista, el electricista, el contador o el asistente administrativo que conforman la agrupación de punk rock tienen que aportar de su bolsillo.
Por una presentación de 40 minutos en un bar, reciben entre 30 y 40 dólares; otras veces les dan lo recaudado en entradas (un dólar por cliente). Pero solo un set de cuerdas para guitarra cuesta ocho dólares.
«Es por amor al arte», sostiene su guitarrista Rafael Pire, de 44 años.
Este año, en un tributo al rock nacional, Agente Extraño grabó Miraflores, una pieza de Sentimiento Muerto de mediados de los noventa que dice: «Quiero trabajar para el gobierno / para tener una casa gigante».
Palabras que no son triviales en la Venezuela de hoy, donde el opositor Juan Guaidó busca sacar del poder al presidente Nicolás Maduro.
Grabar en estudio un sencillo o un CD, además, es muy difícil en una economía reducida a la mitad desde 2013 y con una inflación estimada por el FMI en 200.000% para 2019.
Los integrantes de Rapisarda & La Celebración se sienten «en plena guerra», pues además lidian con el colapso de los servicios.
Sus ensayos en el estado Anzoátegui (este) se desarrollan en casa de quien tenga agua, luz o consiga gasolina, muy escasa en la provincia, cuenta el vocalista Carlos Rapisarda, de 25 años.
Antes de la llegada al poder del fallecido expresidente Hugo Chávez (1999-2013), canciones protesta como Políticos paralíticos (1988) y Valle de balas (1997), de Desorden Público, ícono del ska nacional, sonaron fuertemente en la radio denunciando la corrupción y la violencia.
Hoy es casi imposible que piezas similares pasen en estaciones radiales o televisivas, muchas de línea chavista y bajo el censor de la estatal Conatel.
Conatel solo permite «contenido complaciente y que el gobierno tolere», denuncia Marco Santos, locutor del programa radial Rock en Ñ.
Canciones que cuestionen al poder «de ninguna forma» se pueden programar, pues se dejaría «a mucha gente sin trabajo», añade Santos, de 37 años.
Entre 2004 y 2018 cerraron 138 radioemisoras, según la ONG Espacio Público, incluida 92.9 FM, bastión roquero, al no lograr renovar su concesión en 2017. El gremio periodístico lo consideró una represalia por su contenido crítico.
Pero «mientras haya internet hay formas de comunicarnos sin censura», asegura Max Manzano, director del festival.
Es el caso de Instagram, donde los Novanout saludan a su comunidad de casi 4.000 fans. La tarima de las redes sociales no les falla.