"Once Upon a Time in Venezuela" sí tiene una posición política, pero habla de la gente
El documental sobre los habitantes de Congo Mirador se ha convertido en un gran fenómeno nacional y muchos lo califican como el mejor en la historia del cine venezolano. La directora, Anabel Rodríguez, prefiere pasar de los elogios y en esta entrevista habla del viaje que significó dejar la piel en un producto que lucha por ser preseleccionado por La Academia
Anabel Rodríguez Ríos responde con el mismo tono y entusiasmo con el que emprendía una conversación en la Universidad Católica Andrés Bello, hace 27 años. En ese tiempo, muchos estudiantes soñaban con hacer películas al terminar la carrera de Comunicación Social. La mayoría, finalmente, fueron seducidos por el periodismo. Ella, en cambio, lo logró.
Y decir que lo logró no es solo por haberse puesto detrás de la cámaras. Su primer largometraje, «Once Upon a Time in Venezuela«, es todo un suceso, probablemente uno de los testimonios audiovisuales más importantes de las últimas dos décadas, codeándose con «Tiempos de dictadura», de Carlos Oteyza.
El documental «Once Upon a Time in Venezuela», que en principio cuenta el fin de un pueblo en Maracaibo por la sedimentación, resume no solo la tragedia de Venezuela desde la llegada de Hugo Chávez Frías al poder. Hay ecos de otras texturas, como las desigualdades que ya se describían en «Casas muertas», de Miguel Otero Silva o la inocencia interrumpida vista en «Macu, la mujer del policía», de Solveig Hoogesteijn.
Antes de entrar en materia y en aras de la transparencia para el lector, es importante aclarar que las próximas líneas no son más que una conversación entre dos personas que se conocen desde hace décadas, pero que con la excusa de un documental vuelven a ponerse al corriente desde el exilio. La directora en Viena, Austria y el entrevistador en Medellín, Colombia.
-Permíteme comenzar con el impacto que ha tenido esta producción en el medio intelectual en Venezuela. Se habla de «Once Upon a Time in Venezuela» como una obra de referencia obligada en la historia del cine venezolano. ¿Te parece acertado o una exageración?
-He leído esas críticas y me dan… un poquito de miedo. Si te soy sincera, me agobian un poquito. Realmente lo que quiero es seguir contando estas historias que nos ha tocado vivir con tanto dolor. Y tratar de entender qué es lo que nos ha pasado. Desde un punto de vista político, pero no desde la estructura de poder, de los partidos o algo así, sino desde nuestras historias. Y luego, lo realmente importante es que siga existiendo el cine venezolano. Porque a nosotros esto nos costó muchísimo, mantener este documental como una película con nacionalidad venezolana, sin ceder para que se vea más mexicana, por ejemplo. Eso es un problema porque no podemos ser productores principales, a menos de que seas un millonario. Eso significa que debemos buscar socios, y gente que se embarque en nuestras historias. Y para mantener una historia venezolana, hay que hacerla universal, claro, pero podría haber una disolución de nuestra narrativa y producción cultural.
-¿Cómo fuiste descubriendo que tenías, en la historia de una sedimentación de un pueblo, una metáfora sobre Venezuela?
-Viendo todo este tema de la polarización, en medio de esta situación que puede ser terminal, y que hay dos posibilidades básicamente: que el pueblo se pierda o se revitalice. Siempre hubo una esperanza de que las dragas llegaran al pueblo y se revirtiera la situación. Yo tenía mi película en la cabeza, y esa película la vida te la quita y tienes que reaccionar. Comencé con no más de tres papeles que mandé al Tribeca Film Institute (que ya no existe), como propuesta de una película para la financiación. Era una página de historia, una de presupuesto y otra sobre quiénes conformaban el equipo de grabación. Y nos dan un primer oxígeno. Yo hago dos o tres filmaciones, con esa primera idea sobre lo que estaba pasando en el pueblo. No estaba tan clara como lo hablo ahora, obviamente. Tenía la intuición, el tema de la polarización, el pueblo que está desapareciendo, esta gente que estaba esperando la ayuda del Gobierno… es como una historia arquetípica latinoamericana de esa soledad en la que quedan estos pueblos, la gente con historias épicas y tal y uno tratando de ponerlo en orden. Algo muy importante es que en ese tiempo no tenía posibilidades de grabar con Tamara. Hubo una primera entrevista y nos dijo «usted graba con esa maestra, usted no tiene cabida». Esa situación duró unos tres años.
-Y entonces contrataste a una persona para hacer ese puente y que Tamara te abriera la puerta.
-Sí, Andreína Gómez, socióloga, margariteña. Ella hace documentales también.
-¿Y cómo la convenció de participar?
-Nosotros alquilábamos un palafito para estar en Congo Mirador (lugar donde transcurre el documental). Esa casa la mudan, por la misma situación que vive el pueblo (sedimentación). Entonces no teníamos donde quedamos. Y Andreína habló mucho con ella, a ver si nos permitía quedarnos con ella. La verdad es que mucha gente se queda allí y las historias son maravillosas. Ahí se quedan trabajadores de las plataformas, van brigadistas y hasta paramilitares. Los paracos eran pocos chamos, con un jefe. Los jefes eran hombres de entre 40 y 50 años, y manejaban a chamos que máximo tenían 25 años.
-Tamara obviamente representa al chavismo como poder en un pueblo y Natalie, la maestra, a la resistencia. ¿Qué ha pasado hoy con esos dos personajes?
-Tamara vive actualmente en un bario en Santa Bárbara. Allí armó una casa y tiene dos taxis, pero de estos autos muy usados. Ella perdió a su mamá. Se ha quedado sola. El principal miedo de Tamara es quedarse sola. En una conversación, en una entrevista digamos global, nosotros le preguntamos que cuál era su mayor miedo y decía que la soledad. Y finalmente quedó así porque solo se dedicaba a cuidar a su mamá. Natalie, la maestra, probó en Colombia. Su hermano, que era el principal sustento, no está bien de salud y lleva un año que no pesca.
-Y luego están los niños y el señor mayor, que sería esa especie de Pablo Pueblo, que son ajenos a estos enfrentamientos entre Tamara y la maestra.
-El registro de lo que hacen los niños viene de una idea primigenia, de contar muchas historias. En el caso de la niña Johari, la idea inicial era seguir su historia. Lo que pudimos ver desde un primer momento es que ella no quería asimilarse como una jevita, como las otras niñas, y ponerse los cacheteros, los hotpants, desde temprana edad. Ella rechazaba eso e intentaba quedarse fuera de esos grupos. Con ella tuve bastante relación, vine de una historia ruda, de maltrato, desde que era bebé. La dejan con la abuela, una abuela que tiene una forma muy particular de amar y es la que escuchamos en el documental referirse a ella como «muchacha eres bruta»; una historia también muy extendida en el país.
Yo seguí esa historia, de ella con su femineidad, porque allí todas las niñas iban al matadero pues, a tener chamos, ser madres adolescentes, atender a los hombres, a cocinar plátano y listo. Por ejemplo, allí se habla de una prima que está embarazada, y esa prima, en una entrevista, nos dijo que soñaba con ser ingeniera en petróleo, era una chama aplicada, que mantenía sus cuadernos ordenaditos, pero salió embarazada y ya. No tenía ni 15 años. Johari finalmente cayó en esta realidad, vive en Barranquitas, que es otro pueblo pesquero, donde hay muchos paramilitares. La mayoría de pesqueros trabajan para una persona que tiene negocios de cangrejas. Espero poder verla cuando vaya a presentar la película, hablamos mucho por Faceboook. Siento que esta historia quedó solo como una impresión y realmente es una historia más profunda.
-Esto nos permite hablar de un tema que algunos ven como defecto y otros aplauden: que tomaste una posición, como cineasta; una posición en contra del chavismo.
-Sí, de una vez te lo digo. Sin embargo, por un trabajo que tomó dos años de edición, aproximadamente, con muchas fricciones, esa posición se fue diversificando y mi visión se fue colocando en otro lugar. Pero mi corazón estaba con la maestra, ¿no? A ver, lo fundamental de la película era la historia. Debía estar atenta a cómo se desarrollaba esa línea simple: ¿se salva o no se salva el pueblo? Y dentro de eso, de las historias personales, tomamos lo que se entrelazaba de esa historia. Ahí siento que hicimos lo mejor que pudimos.
En el primer corte tenía muchas ambiciones, quería hacer una historia coral, que cada persona tuviese un peso. Lo probamos y quedó inentendible, sin estructura, y todo el mundo la rechazaba. Yo coleccionaba los mensajes de rechazo. Entonces, con respecto a Natalie, es una muchacha muy insistente, una chama muy linda, pero como maestra no era una líder, que a mí como contadora de historias me hubiera gustado que hubiera sido, porque tener a un maestro como un líder es algo muy inspirador, sobre todo en una sociedad como la de Venezuela y muy en concreto, tal vez para esos niños allí habría sido otra cosa. Entonces hubo que aceptar esa fuerte presencia de Tamara y también aceptar hacer un relato en el que muestre sus contradicciones. Eso costó sudor, sangre y lágrimas en el proceso de edición.
-Hablando de Tamara, hay una escena que para mí es la mejor como testimonio de la despreocupación del Estado y del verdadero sentir de Tamara. Ella está realmente preocupada porque Congo se está quedando solo, por la sedimentación y el gobernador Arias Cárdenas le da un desayuno, pero realmente no le presta la mayor atención. Ella plantea una situación y Cárdenas se dedica a hablar con otra persona, entonces Tamara baja la mirada hacia el plato de comida…
-Esa escena no estaba inicialmente, no la habíamos conseguido. Esa toma no la hice yo, sino que la hizo el hermano del fotógrafo (John Márquez), que nos apoyó e hizo la cámara 2. Por eso estoy de acuerdo con la crítica: sí, hay una posición. En un principio yo iba con mucha ira, quizás eso era muy marcado y hasta el final yo quería perfilar a los personajes mucho más, como arquetípicamente. Hoy día valoro más que lo hicimos como lo hicimos y haber asumido esas contradicciones, sobre todo con Tamara, que es tremendo personaje.
Con el tiempo sí sentí que se fortaleció (la historia), pero con el tiempo… es ahorita que empiezo a pensar… porque las simplificaciones son muy fuertes, sobre todo por lo que hemos vivido en Venezuela. Esta es la historia de una gran desilusión y tú que emigraste lo debes saber, porque lo que hemos vivido todos es un gran engaño. Siento que vivimos dentro de las fake news desde hace muchos años. Creo que la historia que estamos contando es mucho eso.
-Y por eso es que Tamara también es una víctima, una víctima de un gran engaño. Puede que exista un interés mercantilista, pero también mucha gente sigue creyendo en «la revolución», sobre todo en lugares tan ajenos a Caracas y que a los políticos de traje poco le interesan.
-Hay muchas personas que aun creen en la revolución. Yo empecé la grabación, que duró cinco años, con mucha rabia y en contra de quien era partidario del chavismo. Y en este momento creo que todos, en mayor o menos medida, somos víctimas del ejercicio del poder; nos han triturado, nos han malogrado mucho y a los propios chavistas, por supuesto. Seguramente quien esté en la elite del poder tendrá otras historias interesantes, ojalá pudiéramos desentrañar qué es lo que en el fondo mueve a esta gente, para establecer esa separación entre los que están en la élite y el resto de la gente que vive aplastada por los caprichos de ellos.
Entonces, de la rabia pasé a ponerme en los pies del otro. En el caso de Tamara, no es una persona pobre, ella se está levantando, es una persona con una gran capacidad para levantarse donde sea, pero uno ha visto a gente que realmente está muy mal y que son chavistas hasta el final, víctimas del lavado cerebral o del fake news; de la propaganda, que sigue siendo muy fuerte y que llega a todas partes. Incluso gente muy querida, tíos, familia de uno, que culpan al bloqueo o al imperialismo por la situación actual. No niego que hay un bloqueo, porque lo hay, que le está haciendo mucho mal a Venezuela, pero es bravo escuchar ese discurso tan reiterativo. Sin embargo, tengo la percepción de que entre la gente, no hablo de enchufados, sino la gente, están ocurriendo historias de solidaridad, de ayudarse, independientemente de la convicción política.
-Tal vez lo podemos ver en el acercamiento de Tamara a la gente de Congo, es muy diferente al de otras personas que he visto, que usan la autoridad y la vejación. En el fondo, creo, Tamara sabe que esos habitantes de Congo sí la están pasado mal e incluso en algún momento cambia el discurso al ver que no puede convencerlos para que voten por el chavismo y entonces pide que simplemente no voten. Y aunque no le dan certeza de lo que van a hacer, ella les entrega los alimentos.
-Sí, cierto, es así. Mi casa es un ejemplo, Mi padre se ha vuelto a reunir con su hermana, por situación de salud, pero ambos no se hablaron por mucho tiempo por las divisiones políticas del país. Y el hecho de luchar para que esta película tenga una posibilidad de ser preseleccionada al Oscar parte también del reconocimiento, porque para que fuera posible te tiene que postular el gremio de cineastas venezolanos y allí hay tanto cineastas chavistas como de oposición. Sí creo que hay algo allí que se está moviendo.
-Y Tamara y todos estos personajes circulan alrededor del agua de la laguna de Congo. Creo que todos los que vemos el documental nos preguntamos si la gente no se enferma, porque allí no hay tuberías de aguas negras.
-Hay enfermedades. Efectivamente no hay cañerías. Claro, esa laguna está super contaminada. Yo me metí en otras partes (menos contaminadas) y todavía me pica la piel. Obviamente, de alguna manera ellos desarrollaron una resistencia. En producción (de la película), a veces decíamos que estas personas serían los sobrevivientes del futuro, por su capacidad de sobreponerse a un ambiente tan complejo. Realmente parecía que no se enfermaban por meterse al agua, pero, desde que empezamos a filmar y hasta el presente, ha muerto mucha gente.
La abuela de Johari se murió de diabetes por falta de atención. Del grupo de niños con los que comenzamos el corto y que dio pie a esta película, murió una niña de tuberculosis y hay un niño al que están atendiendo en Maracaibo gracias a una conexión con Viviana Márquez, que trabaja en la Universidad del Zulia. Ella lleva con nosotros la idea de hacer un corredor humanitario hacia Barranquitas, que es donde están muchos congueros actualmente. Y luego están los casos como de la época de nuestros abuelos, que mueren famélicos o desnutridos. Y claro, si vamos más allá, en Maracaibo, Barranquitas y Congo, se dan mucho los casos de la enfermedad de Huntington (EH), que mucha gente confunde o se refiere como «Mal de San Vito», que es lo que tiene uno de los tíos de los niños, que se baña con ellos en la laguna.
Hace no más de 25 años o 30 años atrás, en la laguna había manatíes y otro tipo de peces, que no es ese bagre que vemos en la película. De hecho, ese pez era descartado y poco a poco, probablemente por el cambio climático, esas aguas se van llenado de esa tierra. Esas matas, que tu ves, que son unas boras, con las raíces reúnen más sedimento y se va formando un suelo rápidamente. Donde está el barco, en medio de la selva, eso era agua. El señor Camarillo dice: ese barco estaba encallado, de eso hace unos 60 años. Es una zona que tiene varias características, es ciénaga, es cambiante, pero la sedimentación empezó a acelerarse en determinado momento.
-¿Hubo un momento en el que dijiste: ya no puedo más con esta historia? ¿O lograste esa iluminación de separar, como documentalista, el objeto estudiado?
-Afectada, claro. Parar, no. Decir que no lo soportaba más, no, pero llorar en grupo, muchas veces y tratar de hacer algo, también muchas veces. Fue un aprendizaje. Por ejemplo, al principio nosotros le dijimos a la madre de los niños con la que comienza esa historia (el corto «El Galón»), que si podíamos adoptar a una niña, una niña que muere después a los 15 años y la madre nos dijo: «no no, yo no me separo de mis hijos, los quiero a todos». Y eso fue muy importante porque te hace ver que uno viene con una idea preconcebida de «lo bueno es esto», de venir a decirles qué era lo bueno y eso te baja los humos. Empiezas a ver todo (lo que estás filmando) con más calma. A la niña Johari me hubiera gustado mucho poder ayudarla a crecer y tenerla al lado. Obvio que es una gran responsabilidad. Cuando repasas todo eso con el tiempo, te dices: estás loca.
-¿Y cómo fue la relación con los paramilitares mientras grababan?
-Al principio era una relación de miedo. Teníamos una distancia. Conocimos, sin embargo, a unos jovencitos tras dos o tres viajes, pero luego ya no los vimos más y nos contaron que los habían matado. Entró otro paramilitar, al que le decían «El Furia». Nosotros preguntábamos por qué le decían así. Nos contaron que porque había matado a más de 50 personas. Tenía 21 años. Cuando lo pudimos conocer, nos sorprendimos porque era un muchachito, que tenía aún acné juvenil. Él estaba allí con un compañero y le teníamos distancia, pero fue él quien buscó acercarse a nosotros porque quería que lo grabáramos declamando unas letras de rap. Por varias consideraciones éticas y prácticas no lo hicimos. El caso es que una vez que regresamos, ya «El Furia» no estaba y sucedió que desobedeció a su jefe, un tipo al que vimos y sí que daba miedo. De «El Furia» quedó un monito, que llamaban «Bin Laden». Nosotros, como homenaje post mortem, lo bautizamos como «El Furita». Ese mono se quedó con Tamara y es el que vemos en el documental. Y a su vez, el mono tiene una intrahistoria, porque era «el hijo», de «El Furia» y su novia. Me dio mucha cosa porque era un chamo inteligente, da dolor porque es la historia de esos chamos que nunca tuvieron una oportunidad en la vida.
-¿Qué sentiste que te faltó o que te gustaría cambiar de la película?
-No me gusta ni como comienza ni como termina. Sobre todo el comienzo, lo veo y me duele. Porque me hubiera gustado alcanzar algo más cónsono con el desarrollo y el final. A ver, habían varias opciones. Porque es un documental, pero también un punto de vista, claramente. El final quizás no hace honor a lo ambiguo que realmente ocurría en ese momento. Había gente yéndose, pero al mismo tiempo había gente sembrando. Eso lo grabé, todo. Pero si ponía ambas era un bajón muy fuerte. Me hubiera gustado poder estar abierta a esa ambigüedad, pero al final decidimos por esa imagen del que se va. Y lamentablemente, como se desarrollaron las cosas (migración de la mayoría de los habitantes), confirmaron que esa era la mejor opción. Pero claro que era muy interesante ver a la gente sembrando. Hoy día quedan unas cinco personas muy mayores. En febrero iré otra vez a ver cómo están.
-¿Y qué se puede sembrar en Congo?
-Maíz, aguacate, auyama y verduras en general. No sé cómo ha progresado eso. Pero en 2018 ya veías casas con maizales al lado. Lo que me han contado es que lo último que ha llegado allá son «tigres». Les dicen «tigres», pero son jaguares, lo que indica que cambió el ecosistema. Menciono esto porque había la oportunidad de decir que había una esperanza. Yo ando un poco en esa lucha con el tema de la esperanza. Porque siento que como país, esa indecisión, eso de no plantear un punto de vista o aclarar algo, de si va a ocurrir o no va a ocurrir, de se salva el pueblo o no se salva, eso nos terminó perjudicando. Y también perjudicaba el mensaje del relato. Y claro, esas son ya mis conversaciones de yo con yo, con respecto a la esperanza. A mí me gustaría que esto cambiara de raíz y poder hacer una vida en Venezuela, sin embargo pensar que habrá un cambio político en Venezuela… yo perdí esa expectativa. Y eso es como una pérdida de inocencia.
-Es paradójico lo que dices, porque acabas de estrenar un documental sobre Venezuela, con todas las limitaciones económicas del mundo y ha tenido un gran impacto, luego de un largo camino desde tus inicios como actriz de teatro universitario. Si te pones a ver, es un camino de fe, de esperanza.
-Sí, quizás está relacionado con la devastación del país. Como se dice, aprieta y pedalea. Es verdad, ha sido un ejercicio de fe total, pero viendo dónde están las opciones reales
-¿Y cuáles son las opciones reales de ser preseleccionada al Oscar?
-Por un lado, estamos haciendo eventos online, tratando de llegar a varios frentes y tratando de llegar a gente de La Academia por email. Hay unos mínimos gastos y una gran cantidad de regulaciones. Por ejemplo, cada envío de email a las personas de La Academia son 2.000 dólares. Al principio te asustas, crees que es imposible, pero muchas organizaciones nos han ayudado, como Chicken and Egg. Pero en el fondo lo importante es llevar el tema de Venezuela a esos espacios, la resonancia, eso era lo que me movía.
A nosotros nos apoya Topic Studios, con un presupuesto de 50 mil dólares, que es lo mínimo que necesitas para esta primera etapa. Lo que hicimos como equipo fue decir: bueno vamos con lo que podemos y la apuesta es que si quedamos preseleccionados, una empresa se interese y apoye financieramente. Porque de ahí en adelante es muy difícil moverte para una nominación sin un presupuesto mínimo de 200 mil dólares. Es así de crudo.
-¿Cuál ha sido la relación de la película con los órganos oficiales de Venezuela?
-Hasta ahora, y gracias a la gran labor de Claudia Lepage (productora), nos han aprobado todo, en lo que se refiere a permisos. El CNAC ha hecho su trabajo. Nosotros queremos presentar la película en Maracaibo, así sea en una presentación pública como un mínimo gesto, para darle algo de vuelta a la gente. También vamos a hacer presentaciones en la frontera con Colombia, en Medellín, Bogotá y Cartagena. Más o menos en ese orden, pero la frontera es importante.
-¿Cuál es tu próximo paso?
-Tengo historias para seguir. Hay varias. Estoy con la idea de trabajar sobre los derechos humanos, y ese movimiento que hay con lo artístico y los derechos humanos. Hay una radio que se llama Humano Derecho y me gustaría hacer algo con ellos, pero como historias cortas. Otro tema son los chamos que quedan atrás, cuando los padres emigran, que quedan con una abuela, una tía, una vecina. Estoy en eso y la idea es grabar este año, también como historias cortas. Otro plan para una película larga es trabajar con el arco minero, porque es muy fuerte. Y finalmente, tengo ganas de hacer algo con el cambio climático, las preguntas que nos hacemos como civilización sobre hacia dónde vamos.
Puede ver «Once upon a time» in Venezuela en Cine Mestizo, plataforma dedicada exclusivamente al streaming de películas venezolanas. También está disponible en la plataforma de Gran Cine.
La película también tiene un campaña de crowdfunding para llegar a los Oscars.
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