Literatura

Eduardo Sánchez Rugeles: la persistencia es la clave

Autor de novelas exitosas como Etiqueta Azul, Liubliana o Jezabel, el venezolano Eduardo Sánchez Rugeles también ha tenido la fortuna de ver parte de su obra llevada al cine. Por estos días, en cartelera está la película "Dirección opuesta", una buena excusa para conversar con él

Sánchez Rugeles
Foto: Vasco Szinetar / Cortesía Eduardo Sánchez Rugeles
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El desarraigo, la nostalgia, el desamor; quienes han leído a Eduardo Sánchez Rugeles recordarán estos sentimientos a lo largo de sus historias. Con un lenguaje llano y coloquial, cargado de imágenes cinematográficas y con una banda sonora acompañando muchas de sus escenas, Rugeles aborda la memoria desde la perspectiva de un venezolano con quince años de residencia en España.

Creció en Caracas, hijo de abogados, gran parte de su biblioteca consistía en textos de derecho. No obstante, Rugeles rememora que de niño encontró gran satisfacción en una colección de literatura juvenil, con algunos de los libros menos populares de Julio Verne, Mark Twain y Hans Christian Andersen. También disfrutaba mucho del cine, veía las películas que pasaban por televisión y las que alquilaba en clubs de video: “La guerra de las galaxias, por ejemplo, para mí fue un antes y un después”.

Licenciado en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y en Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, es Magister en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma de Madrid y en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid. También se desempeñó como docente en el Colegio San Ignacio de Loyola por más de dos años.

Entre sus libros más conocidos se encuentran Etiqueta Azul (2010), Liubliana (2012), Jezabel (2013) y El síndrome de Lisboa (2020). Rugeles es, además, ganador del premio Iberoamericano de Novela Arturo Uslar Pietri por Etiqueta Azul; así como del Certamen Internacional de Literatura, Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz y premio de la Crítica de Venezuela por Liubliana.

En los últimos años Eduardo Sánchez Rugeles también se ha involucrado en el séptimo arte como coguionista de «Las consecuencias», de Claudia Pinto Emperador, y las adaptaciones cinematográficas de sus novelas. «Dirección opuesta» es una película ítalo-venezolana estrenada en 2020, dirigida por Alejandro Bellame, basada en Etiqueta Azul y que actualmente se encuentra en las salas del Trasnocho Cultural. Por su parte, «Jezabel», de Hernán Jabes, tuvo una proyección especial en el Miami Film Festival el 10 de marzo. «Liubliana», a cargo de Héctor Palma, aun se encuentra en la etapa de pre-producción.

-¿De dónde surgen tus personajes, tus historias?

-De cualquier experiencia, de la vida cotidiana. A veces escucho una historia, una anécdota mientras, qué sé yo, estoy viajando en el transporte público. Entonces escucho lo que están conversando las personas a mi lado, o leo el titular de una noticia, y mi instinto me dice: aquí hay una historia, esto es un personaje. Y así, poco a poco, se van modelando mis relatos, y van tomando cuerpo hasta convertirse en algo más grande.

-¿Sientes que residenciarte en España te marcó como persona y escritor?

-Sin duda dejó una huella, porque fue un cambio de circunstancia en muchos sentidos: personal, económica, profesional y familiar. Lo que yo era se transformó por completo. Y ese cambio se reflejó en el trabajo literario. No creo que sea algo racional. Ni siquiera es algo que pasó de un día a otro. Forma parte de un proceso, empecé a pensar en el país, en la memoria, de otra manera.

Venezuela sigue allí, en mis proyectos, en mi obra. Son quince años de residencia en Madrid, y sin embargo la materia prima de mi invención sigue teniendo que ver con mi país de origen. Existe un vínculo, una reflexión basada en la experiencia migratoria, que no es exclusiva, que forma parte de un fenómeno que sacudió a la sociedad venezolana en los últimos años.

Comparto a través de mis letras mi punto de vista de ese fenómeno. No me interesa generalizar, ni decir que los venezolanos somos de esa o cual manera, porque es una sociedad sumamente compleja, con multitud de aristas, que ha atravesado dificultades e inconvenientes, con sus fortalezas, virtudes y defectos. Y yo solo ofrezco una mirada.

Sin duda esta sociedad está marcada, aunque no puedo identificar muy bien cuáles son esos golpes. Tampoco me importa, simplemente soy consciente de que esas heridas están allí. Las emociones tienen esa incisión. Creo que eso, de manera desordenada, es lo que te puedo decir.

-En varios de tus libros la historia está ligada a las canciones que escuchaban los protagonistas. ¿A qué se debe esto? ¿Cómo es tu relación con la música?

-Sí. Por lo general, mis novelas son musicales. Siempre los personajes tienen una afición musical, y alguna canción, alguna melodía, tiene una incidencia importante en el argumento.

No soy ejecutante, no sé tocar instrumentos, pero necesito la música como parte de mi entorno. Como método creativo, cuando trabajo a mis personajes, una de las preguntas que les hago es qué música escuchan. A parte de eso, también me interesa saber qué películas ve, cuáles son sus aficiones y por qué. Encontrar esas respuestas me dará un indicio de su temperamento, su personalidad, su forma de ser.

-¿Cuál es la importancia de las humanidades en la actualidad?

-Las humanidades están en un momento de profundo desprestigio, debido en parte al mundo virtual y a las redes sociales. La academia y la formación están muy mal vistas, porque para muchos no importa.

¿Qué ocurre? Si observas a las personas de treinta años, con licenciaturas en historia o filosofía, luchando por sobrevivir en un mundo donde no hay casi oportunidad laboral para los graduados en esas áreas, una pregunta legítima que hace el que les sigue es: ¿para qué voy a estudiar algo si luego no voy a poder vivir de ello? En cambio, pareciera que ahora quienes más oportunidades profesionales tienen son los YouTuber, los influencer, y quienes conocen de SEO. Y esta situación le crea una sombra, no solo al humanismo, sino a toda la academia.

Sin embargo, a pesar de este escenario casi apocalíptico, estoy convencido de que el estudio de las humanidades refuerza la eticidad y el compromiso social que nos hace mejores personas.

Es una época cambiante, y además frenética en la que siempre hay algo, y además nos encontramos totalmente informados. El bombardeo de información que se vive en la actualidad es impresionante. Con respecto a eso las humanidades nos ayudan a pausar y analizar mejor una situación.

-Antes de la adaptación de tus libros a la gran pantalla, ya habías colaborado en guiones como el de Las consecuencias, de Claudia Pinto. ¿Sientes que hay diferencia entre escribir una novela y un guion de cine?

-En la parte creativa, la invención del argumento y de la trama, que es anterior a decidir el formato, ambos procesos tienen muchas afinidades. No obstante, tarde o temprano surge la pregunta de cómo contar la historia. ¿Es una película o una novela? Una vez que se toma la decisión, se comienza a discriminar.

Por ejemplo, si tengo un personaje muy reservado, con un mundo interior muy rico pero de pocas acciones, es mejor explorarlo en una novela, donde tengo los medios para penetrar su psique. Y otro que hace muchas cosas, viene, va; es mejor para una película.

Algo que tiene de interesante el cine es la experiencia colaborativa. La narrativa, el trabajo creador de un autor, de un poeta, de un novelista, es muy solitario. La subjetividad del autor es la única que está presente. Más adelante puede aparecer el editor con alguna sugerencia, pero el escritor decide si seguirla o no.

El cine es diferente, es colaborativo, y esa es una de sus grandes fortalezas. Como guionista, eres solo una parte, pequeña aunque significativa, de todo el engranaje. Y luego está la figura del director, quien toma las decisiones finales sobre el proyecto.

A la larga el guion cambia; las versiones no son definitivas. Durante las conversaciones con el director, con los co-guionistas, con los actores, incluso con el editor; la historia se transforma y se adapta en lo que será la película. Ser parte de ese mecanismo requiere de una flexibilidad que he descubierto que me gusta. A mí me gusta que el actor improvise con base en las líneas que yo le ofrezco.

-¿Cómo ha sido tu experiencia durante los rodajes de “Dirección opuesta” y “Jezabel”?

-En ambos casos las novelas descansaron. Es decir, se escribió la novela, se publicó, me aventuré a nuevos proyectos y llegó la idea de hacer la adaptación. Me gustó que sucediera así, porque pensar la idea para el libro y su adaptación al mismo tiempo hubiera sido como tener un cortocircuito.

Pero tanto en el caso de “Dirección opuesta”, como en “Jezabel”, ha habido un tiempo entre la publicación y el rodaje; lo que para mí lo hizo más fácil al momento de retomar los argumentos. Además, no me gusta que mi guion sea una traducción literal de mi novela. Disfruto conservando la idea y ver cómo hago ahora para contarla. Me ayudó mucho que las dos veces me brindaron sus miradas mis co-escritores y directores de los filmes, Alejandro Bellame y Hernán Jabes.

sánchez rugeles

«Liubliana» también está en camino. Héctor Palma será el director. El proyecto aun está muy verde, solo se ha escrito la primera versión del guion, pero está allí.

Yo estoy conforme con los tres productos cinematográficos que se han cerrado hasta la fecha: “Dirección opuesta”, “Las consecuencias” y “Jezabel”. La satisfacción es inmensa, y además he tenido la fortuna de contar con directores generosos que me permitieron ser parte de todo el proceso. En algunos casos más que en otros, pero siempre los acompañé.

-¿Cómo te impactó la pandemia de estos últimos años?

-Tuvo que ver sobre todo con el movimiento editorial. Publicar toma su tiempo. Que te lean, te aprueben, se edite y se haga la maqueta del libro; un proyecto que entregas hoy, se planifica para el 2027. Cosas así súper perversas y siniestras, que generan agobio. Y un día, en medio de la pandemia, me aburrí y decidí publicar El síndrome de Lisboa en Amazon.

Previamente había conversado con Rodrigo Michelangeli, que había leído el manuscrito, y me pidió ser él quien hiciera la película. Yo, por supuesto, estuve de acuerdo, pero quería que primero se publicara el libro. Así que lo saqué por Amazon para ir adelantando todo lo que implica la producción cinematográfica. Aunque no le fue bien en ventas, lo van a sacar en inglés, griego y español; eso será luego de que lo tumbe de la plataforma. Todo esto pasó gracias a la pandemia.

Otra cosa que me pasó tuvo que ver más con el método. Yo siempre he escrito en las mañanas. Ese siempre ha sido el momento en que tengo mayor lucidez, claridad y espontaneidad para redactar. Cuando llegó la covid mi hijo tenía cinco años, los colegios cerraron y a mí me resultó imposible escribir una línea que tuviera sentido con él a mi lado. Así que comencé a trabajar de madrugada. Me paro a las tres y media de la mañana, más o menos, me tomo un café y me siento a escribir hasta las ocho, hora en que se despierta mi hijo. Este cambio me funcionó de maravilla. Avancé considerablemente en varios proyectos, y es un método que trato de mantener en la medida de lo posible.

-¿Qué convierte en arte a un producto en particular?

-Por una parte, creo que esto que me planteas es muy subjetivo. Algo que para ti puede ser estremecedor, brillante, emocionante y bello, para otra persona puede pasar desapercibido. Esos valores, esa belleza que uno encuentra, creo que tiene que ver mucho con la subjetividad.

Ahora, si abrimos más el foco y tratamos de darle una definición, creo que lo esencial en una obra de arte es la honestidad, la autenticidad, la pasión con la que un artista hizo ese trabajo. A lo mejor el sufrimiento, el dolor, la motivación de ese autor a mí no me interesa, porque simplemente no conecto con su sensibilidad, pero puedo reconocer el esfuerzo, esa fuerza interior que impulsó a una persona a pintar ese cuadro, filmar esa película o escribir ese libro. Y eso es algo que respeto.

La idea de comunicar, esa urgencia por mostrar sentimientos, emociones, deseos, anhelos, eso tiene una gran belleza y el arte se trata de eso, de traducir emociones, pensamientos no muy claros, imágenes del mundo interior de las personas. Eso supone que nos llega a todos, que hay una armonía universal. La subjetividad pesa mucho, pero creo que es significativa la autenticidad de un artista.

-¿Qué recomiendas a los jóvenes que les gusta escribir, pero que aun no han publicado su primera novela?

-Pues que aprovechen el tiempo para leer, ver mucho cine, teatro, en fin, tener nuevas experiencias artísticas en general, evitar las prisas y tener paciencia. Creo que esa es la parte más dura, difícil y desesperante de este oficio. Aprender y ejecutar la paciencia, porque los tiempos de culminación de todos esos proyectos literarios y cinematográficos son bastante lentos. No es algo que ocurra de un día para otro, y lo tienes que asimilar, comprender.

Creo que la paciencia es complementaria con la buena utilización del tiempo. Por ello recomiendo leer mucho, evitando los prejuicios. Sobre todo la juventud tiende a evitar algunas obras, porque ellos simplemente no leen ese tipo de cosas. Hay que estar abiertos a las distintas influencias, a la experiencia artística que aportan. Algo que me fascina es descubrir cosas que me deslumbren.

Otra cosa que es muy difícil de mantener, es la persistencia. Tenemos que evitar la desmoralización. Constantemente nos rechazarán manuscritos y se echarán atrás los proyectos. En calidad de artistas, con una sensibilidad muy particular, solemos ser muy frágiles. Este tipo de desencuentros, fracasos, caídas, muchas veces nos hunde. Por eso hay que persistir, aprender a negociar. Creo que si quieres algo, y no te rindes, en algún momento se conseguirá el resultado que se espera. Quizás es una ilusión, una fantasía, pero me gusta pensar que es así.

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