Cultura

Intercolegiales de gaitas: la industria que mantiene viva una tradición

El Festival Intercolegial de Gaitas es la meta de muchos jóvenes que estudian en colegios privados de Caracas. Algunos vieron a sus familiares en tarima y el sueño es mantener la tradición por generaciones. A la movida gaitera han llegado los mejores preparadores y también la industria del espectáculo. Aquí sus protagonistas cuentan lo que hay detrás

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Gaiteras del Colegio Mater Salvatoris. Foto cortesía de Tadeo Astorga.

El alboroto es constante. Los gaiteros, unos chamos de entre 15 y 16 años de edad, en su mayoría estudiantes del último año de bachillerato, suben y bajan del escenario. Todos intercambian miradas tratando de comprobar si los instrumentos, las bailarinas y el equipo de protocolo están ubicados en su lugar. Cierta calma aparece cuando las luces bajan y desde la oscuridad escuchas ese sonido que identifica a un Festival Intercolegial de Gaitas: repique de tamboras. Luego se une el cuarteto de voces y el teclado. El resto del ensamble musical se suma y el show comienza.

Durante casi 20 minutos, la atención no se despega del escenario, especialmente la de aquellas personas que durante años han seguido la tradición gaitera escolar. Hay que verlo todo porque cada espectáculo genera expectativas: ¿qué nuevo paso hacen las bailarinas? ¿Quién es el cantante que desafina o alcanza los mejores agudos? ¿Por qué ese colegio lo hizo diferente?

Presentación del Colegio Champagnat en el Gaitazo Centenario del Santa Rosa de Lima. Fueron el penúltimo colegio del día, pues en esa jornada dos instituciones hicieron su festival. Foto: María José Dugarte.

Lo curioso es que todo ocurre en una cancha deportiva institucional que por un día se convierte en un auditorio al aire libre. En esa jornada, un colegio anfitrión recibe a más de 20 grupos gaiteros de otras instituciones privadas. Las actividades pueden arrancar antes de las 10:00 am y extenderse hasta las 12:00 am.

En «las gaitas» encuentras todo lo que verías en un festival de alto nivel: stands de marcas tradicionales, tarimas con las pantallas más modernas del mercado, feria de comida con presencia de restaurantes reconocidos, bazares, parque de juegos y zonas vip para padres.

Público del Colegio Santa Rosa de Lima. Muchos son chamos de años inferiores de bachillerato e incluso de primaria que ven el show con admiración. Foto: Betania Ibarra.

Hasta casi el día de Navidad, esa dinámica se puede encontrar en varios colegios de Caracas durante los fines de semana. Es evidente que el evento, inolvidable para tantas familias, es ajeno para gran parte de la población venezolana, que vive otra realidad económica.

¿Cuánto cuesta participar? ¿Cómo se audiciona y quién elige a los participantes? ¿Realmente son gaitas? ¿La competencia es sana? ¿Por qué el festival sobrevive a pesar de la crisis? Estas son algunas preguntas que cualquier persona se hace mientras presencia este evento y aquí responden quienes por años han vivido y preparado tal experiencia.

Nueve meses: todo o nada por las gaitas

Cada mes de noviembre, desde hace más de 20 años, inicia el recorrido del Festival Intercolegial de Gaitas de Caracas. Llegar a la primera fecha de presentación implica un trabajo de preparación que, en la mayoría de los casos, arranca en marzo con las audiciones de los estudiantes. Hay puestos para el grupo de canto, armonía, percusión, baile, protocolo y redes sociales.

Para quien toda la vida ha soñado con estar en gaitas, los primeros tres grupos son la meta. Sin embargo, otros prefieren una participación de bajo perfil para no dejar de vivir la experiencia. En ambos casos, no solo basta el talento.

Ensayos previos al Gaitazo del Santa Rosa de Lima en el Colegio Champagnat. Un joven gaitero tuvo que tocar la batería y a la vez los timbales para suplantar a un amigo que no estaba. La tradición gaitera también se trata de resolver. Foto: Betania Ibarra.

«Nosotros, en el mes de marzo, le pedimos a los muchachos que se anoten en unas listas. Venimos al colegio y vamos pasando a uno por uno para probarlos. En el área de armonía normalmente hay muchachos que saben tocar un instrumento porque ya han estudiado, pero en el caso de la percusión es distinto. Llegan completamente de cero. Y nosotros hacemos la experticia en esas audiciones. Ahí los probamos a ver si tienen ritmo y tiempo. Luego, tomamos la decisión de quién puede tocar cada uno de los instrumentos», cuenta Luis Alfredo Ayala, músico y director general del grupo de gaitas del Colegio Champagnat, quien tiene 32 años de experiencia en el montaje de estos eventos.

Vocalistas del Colegio Champagnat. Hay colegios que pueden ensayar todos los días y algunos solo tres veces a la semana. Mientras más ensayos se planifiquen, mejor es el show. Foto: Valentina Rivas.

La primera decisión sobre quién toca un instrumento no es definitiva. Se pueden dar cambios mientras se agudiza el oído durante los ensayos. Por ejemplo, es posible que de la tambora alguien pase a la charrasca porque lo puede hacer mejor.

En el caso de la Academia Merici, una institución únicamente para niñas, la preparación es más temprana. «Nosotros entre el 10 y el 15 de enero comenzamos a hacer audiciones. Aquí las niñas audicionan para todos los grupos y allí vemos todos los talentos que tenemos. Lo vemos los directores de música y baile, y empezamos a seleccionar a las niñas donde más se necesita. Esto toma 11 meses de trabajo», cuenta Alfredo Pereira, director de baile de las gaitas de la institución y de Pentagrama, una academia de baile de Caracas.

Siempre debe haber un orden al momento de ensayar y tocar en vivo, pero también se trata de disfrutarlo. Foto: Valentina Rivas.

Tanto en el Colegio Champagnat como en la Academia Merici la participación es exclusiva de los estudiantes de quinto año de bachillerato. El hecho de que sea así tiene sentido para los directores: «Es una forma de unir a la promoción».

«Aquí hay muchachos que han estudiado juntos toda la vida y nunca se habían hablado. Y llegan a gaitas y terminan siendo mejores amigos. ¿Por qué? Porque eso es lo que generan las gaitas intercolegiales: hay una hermandad muy grande», expresa Ayala.

Sin embargo, esa «unión gaitera» solo es posible si pasas el proceso de selección y puedes pagar lo que se necesita.

Quedar y no quedar: el problema gaitero

Isabel Arcaya es estudiante de Comunicación Social. Fue gaitera del Instituto Andes de Caracas en 2019. A diferencia de la mayoría de sus compañeras, participar en el grupo de gaitas de su colegio no era su sueño: «Yo no quería participar, pero me agradaba la idea de estar con mis amigas y sabía que protobaile, como le decimos en nuestro colegio, era una buena opción porque era más barato y podía estar, pero no todo el año. Yo no me apasioné por esa movida para nada, pero sí quería una actividad extracurricular que me entretuviera y me hiciera sentir cercana a la promoción».

El cambio de parecer generó aprensión en sus padres: «Estaban en contra de todo eso porque a ellos les parecía una exageración, una competencia. Y no te miento, el proceso sí parece así al principio porque es muy exigente, pero cuando llegamos a las gaitas, es una fascinación: mis papás empezaron a amar las gaitas. Sin embargo, el proceso es muy duro para las niñas. Es duro por el dinero que gastan los papás para que sus hijas estén ahí, y porque algunas no llegan a los papeles que desean o capaz no les dan el protagonismo que los papás sienten que sus hijas se merecen y ahí es más difícil».

Cada colegio paga por tener videografos o fotógrafos durante su show. La idea es conservar la memoria de esa presentación con la mejor calidad para la posteridad. Foto cortesía de Tadeo Astorga.

Para Isabel, las gaitas se complejizan cuando una joven no pasa el proceso de selección: «Está esta mirada de “yo no quedé y soy la excluida”, por ejemplo. En el Merici y el Andes es muy fuerte para las niñas que quedan excluidas porque están 60 personas en la promoción, 50 quedaron, 10 no quedaron y esas se pierden de una experiencia que comparten entre la promoción».

De ahí que se hayan encontrado soluciones de integración: uno de ellos es el grupo protocolo, por eso el nombre protobaile, y el equipo de redes sociales, que se sumó en los últimos años.

El Colegio Mater Salvatoris actualmente tiene un grupo de gaitas con 42 jóvenes. La mayoría aprendió a bailar con coordinación y a tocar instrumentos durante su temporada gaitera. Foto cortesía de Tadeo Astorga.

Sobre el origen de estos cargos, Luis Alfredo Ayala, director general de las gaitas del Colegio Champagnat, dice: «A veces no tienen tiempo ni rítmica porque nunca han tocado un instrumento. Y lo que hacemos, para no frustrarlos, es que les damos espacios para que lleven las redes sociales del proyecto o para que sean parte del protocolo. El protocolo se encarga de ayudar al grupo de gaita en la escenografía, a montar, llevar esto y lo otro. De manera de que forme parte también del proyecto. Eso lo que genera es trabajo en equipo y la compenetración de la promoción».

La ventaja es que la inversión es menor: de unos 1.000 o 2.000 dólares que debe invertir una familia, el monto disminuye a $500, al menos esas eran la cifras que manejaba Isabel Arcaya cuando participó en las gaitas durante 2019 sin incluir el vestuario y otros gastos.

La tradición tiene precio

Verónica Padilla es fotógrafa y directora de baile de las gaitas del Colegio Mater Salvatoris y llegó al cargo en 2019, dos años después de haber vivido su experiencia gaitera con la misma institución: «Al participar sientes como que ‘es mi momento de explotar mi talento’. Entonces, creo que es como ese sentimiento de pasión, adrenalina, emoción, nervios. Es como la mezcla de todo».

Más allá de la experiencia, una de las cosas que Verónica recuerda con claridad son las cuotas que debía pagar en 2017, justo cuando la crisis venezolana era más evidente: 150 dólares mensuales para cubrir las clases.

Muchos directores de gaitas intercolegiales enseñan que este proyecto es una suerte de trabajo. Para que salga bien, debe haber organización, coordinación y sentido de la responsabilidad. Foto cortesía.

Para 2023, Verónica indica que el monto ha cambiado a 230 dólares mensuales y que el grupo de gaitas está conformado, al menos en este colegio, por 42 niñas.

Ese precio no es general, sino que varía por colegio. Por ejemplo, de acuerdo con el director de gaitas del Champagnat, los gaiteros pagaron entre 800 y 1.000 dólares por 10 meses de preparación de la temporada 2023. Es decir, 100 dólares por mes.

El director de baile de la Academia Merici, Alfredo Pereira, no ofreció un monto específico del pago mensual de las niñas, pero indicó: «El total por el Merici podría estar en rondando 20.000 el año total». Sin embargo, otras fuentes consultadas por El Estímulo aseguran que podría ser mucho más dinero debido al tipo de show que ofrece este colegio.

Hay colegios como el Instituto Andes de Caracas que todas las temporadas, al menos desde hace tres años, involucra a exgaiteras en sus dinámicas por redes sociales para mostrar el paso de una generación a otra. Por esa razón, muchos creen que el Festival Intercolegial de Gaitas es una forma de hacer networking. Foto cortesía.

¿Cuánto gana cada director por área? Verónica Padilla lo explica: «Normalmente, el rango de un director de baile está entre los 3.000 y 9.000 dólares. Y no es que ese dinero se lo lleva una sola persona, pues todo depende de cuántos trabajen en el montaje gaitero. En el caso de baile, siempre se suele trabajar con dos personas o tres personas. Ese rango de precio incluye el número de ensayos y la cantidad de trabajo, que son los nueve meses que dura el montaje como tal de las gaitas. El precio se establece considerando la cantidad de niñas que vayan a entrar a las gaitas. Esto puede variar«.

Eso sí, la directora de baile del Colegio Mater Salvatoris aclara que no son los únicos pagos: «Hay gastos adicionales que son las entradas, el transporte, la comida y adicionalmente el otro pago a los directores, que son percusión, armonía, voces y la directora general de las gaitas».

Durante los nueve meses de preparación muchas gaiteras olvidan sus vacaciones para mejorar sus técnicas de baile y de canto. Esa dinámica también transforma los planes familiares porque los padres deben acompañarlas durante el proceso. Foto cortesía.

Con relación a las entradas, el proceso de venta funciona así: cada joven gaitero recibe por lo menos dos entradas del Festival Intercolegial de Gaitas, pero a veces pueden ser más. El precio de los boletos varían entre $15 y $25. En caso de que no los venda, los familiares suelen pagarlos. Es decir, no solo deben vender las entradas de sus propios colegios, sino de las instituciones donde van a presentarse.

En el caso del Colegio Mater Salvatoris, si las 42 gaiteras reciben solo dos entradas por un show y el precio de estas es de $20 cada una, el grupo de gaitas tendría que entregar 1.680 dólares en total. Vale decir que hay días en los que los grupos gaiteros se deben presentar en dos colegios diferentes.

La industria y la tradición: siempre juntas

A simple vista es evidente que el Festival Intercolegial de Gaitas no solo moviliza a bailarines, cantantes y músicos, sino también a personas externas como empresas de montaje de conciertos, productores musicales, agencias de seguridad y transporte privado, servicios de catering, entre otras.

Sin embargo, quienes vivieron los primeros años de este evento, reconocen que antes no era así, sino un encuentro modesto y tradicional de colegios: solo para tocar música y pasarla bien.

En la tesis Intercolegiales de gaitas: historia y evolución de una tradición, hecha por Mariana Alejos y Vanessa Villalobos en el año 2008 y publicada por la Universidad Católica Andrés Bello, hay testimonios que relatan la causa de ese cambio. Resumiendo las razones: de la tradición se pasó al reconocimiento. Quizás no en dinero, pero sí en mérito y renombre. Entonces, en ese nuevo contexto, para ser mejor, había que contratar a los mejores. Esto último atrajo a los patrocinantes.

Hay cuatro instrumentos que no pueden faltar en el show de un intercolegial de gaitas para poder entrar: tambora, charrasca, cuatro y furruco. Si un colegio no cumple, puede quedar descalificado. Foto cortesía.

Sebastián Iribarren, director musical de la Academia Merici, expresa sobre la entrada de la industria: «Los músicos no son dueños de esto, son más bien los niños, entonces ahí hay una tradición. ¿Que difiere de la tradición gaitera del Zulia? Totalmente. Pero hay una tradición, sin duda alguna, porque hay un sonido. Uno escucha una gaita intercolegial y sabe lo que es y por supuesto que la industria se ha metido. Se ha visto que hay un espacio que aprovechar ahí y han buscado monetizar la cuestión, pero igual hay un factor importante de tradición«.

Profundiza: «Todo el proceso del montaje de gaitas, el tiempo que se le dedica, ahí no hay industria, ahí no se mete nadie, realmente. Ahí sigue siendo una cuestión muy de los padres y madres que financian esto hasta el fondo. De eso se trata».

Luis Alfredo Ayala, director de las gaitas del Colegio Champagnat, tiene una posición parecida: «Yo pienso que la tradición y la industria tienen que estar pegadas porque obviamente esto es vestuario, escenografía. Es un musical. Es tratar de hacer el mejor show posible para impactar a un jurado, pero al final yo soy de los que pienso que menos es más. Tú puedes hacer un show increíble con muy poco y si la música te representa lo más duro posible no tienes que gastar mucha plata».

Un dato curioso es que algunas marcas, patrocinantes o no del show de gaitas, buscan integrar a los colegios con tradición gaitera a sus comerciales y estrategias de mercadeo durante la temporada decembrina. Esta es una forma de darle mayor visibilidad a los proyectos de los colegios. Foto cortesía.

Isabel Arcaya, exgaitera del Instituto Andes, abre otra discusión que afianza la industrialización de las gaitas: la diferenciación entre colegios mixtos y solo de niñas sobre la competencia.

«Aunque me divertí, creo que es una industria cien por ciento. Creo que la tradición se perdió a través de los años, pero hay algunos colegios que lo siguen haciendo más como una tradición. Por ejemplo, el Don Bosco, Valle Arriba, Los Arcos, tienen apego a la tradición porque para ellos es una vaciladera. Pero hay muchos colegios, como el mío, que es El Andes, el Merici, el Mater, que lo han transformado en una industria, es como quién paga más para entrar en este show, que además es un show con todas las de la ley porque están involucrados muchos productores de música, bailarines famosos, entonces se convierte en una exigencia y una responsabilidad enorme y se pierde el sentido de las gaitas que es divertirse. También creo que es una cosa de clasismo. Creo que muchas personas en los colegios así están muy centradas en cuánto se gasta y cómo son los vestuarios y han perdido mucho la simpleza del acto», expresa.

¿Por qué pasa esto con los colegios para niñas en su mayoría? Isabel da algunas pistas: «En los colegios de niñas, en general, educan de una manera extremadamente competitiva. Todo es por un reconocimiento, todo es por ser la mujer perfecta. De hecho, hay un premio en nuestro colegio que se llama “La mujer íntegra”, que básicamente es la mujer perfecta de tu promoción. Toda esta idea te lleva a esta competencia donde pierdes de vista lo divertido que podría ser bailar con tus compañeras».

Cada grupo de gaitas integra a su show lo que desea. Fuegos artificiales, efectos en las pantallas de la tarima, burbujas y actualmente también se pueden encontrar drones. Todo depende de la creatividad y especialmente el presupuesto de los padres. Foto cortesía.

Una persona que entró al circuito gaitero hace un año y está involucrada con una agrupación de un colegio del oeste de Caracas y pidió anonimato comentó a El Estímulo: «Hay una línea en la que no es posible distinguir si es clasismo o son colegios con mucha tradición gaitera. Hay colegios que organizan un festival, cumplen con el tema logístico y aun así hay grupos que no quieren participar porque estás en el oeste. En 2019, ellos dijeron que era por temas de logística, que era complicado, que dónde iban a parar los carros. Y para que no se cayera el intercolegial, ese colegio no vendió las entradas. Ese día fue uno de los mejores toques de la temporada, pero es difícil seguir adelante así».

Agrega: «Lo mismo pasa con las invitaciones. Las mamás tienen que hacer contactos para que vayan llamando al colegio. Pero se siente cuando un colegio no es la primera opción de la temporada gaitera y eso afecta a los chamos porque internamente se sienten en desventaja y el trabajo es doble. La línea es difusa porque quizás nos estamos comiendo las verdes para después comernos las maduras».

Y como el Festival Intercolegial de Gaitas no tiene dos días, por supuesto que hay comportamientos e ideas, negativas y positivas, que pasan de generación en generación. Sebastián Iribarren tiene una posición al respecto: «Son años de madres y padres que han estado en este proyecto. Esto lleva unos 40 años y ahora es una parada obligatoria para un niño o niña. Y son los padres quienes lo impulsan porque conocen de primera mano lo que significó para ellos y lo que va a significar para sus hijos».

Mamá y papá gaiteros en el Gaitazo del Colegio Santa Rosa de Lima. Llevar una franela con esa identificación en la zona de la espalda es común y sirve para crear vínculos entre padres. Foto: María José Dugarte.

Ni la crisis para el festival

Entre 2015 y 2018, el periodo donde Venezuela entró en la etapa más grave de su crisis política y humanitaria, el Festival Intercolegial de Gaitas no paró. Lo único que detuvo los ensayos y las presentaciones fue el confinamiento por la pandemia en 2020 e incluso así se preparó un show virtual. Ese panorama, a cualquiera que haya vivido la experiencia, solo le dice una cosa: este evento siempre buscará la forma de transformarse para no morir.

¿Por qué no muere? Angela Spinelli, una «mamá gaitera» del Champagnat que habló con El Estímulo en el Gaitazo Centenario del Colegio Santa Rosa de Lima, da su perspectiva:»Esta es una oportunidad para que ellos vean una Venezuela diferente, que hay oportunidad, que aun cuando no saben hacer las cosas, porque casi ninguno de los que están allí son músicos o cantantes, ellos las hacen. Uno tiene que estar allí para decirles que sí se puede (…) Esto es algo que ellos van a vivir una sola vez, que no se repite. Con todo lo que uno diga, que si el calor y el dinero, todo vale la pena por esta alegría que nos dan nuestros hijos».

Gaitas del Colegio Cristo Rey de Altamira en el Anfiteatro de El Hatillo. Ese año las gaiteras se presentaron con tapabocas debido a las medidas de seguridad por COVID-19. Foto cortesía.

Alfredo Pereira, director de baile de la Academia Merici, apoya la conclusión de Spinelli: «Los festivales de gaitas son un momento para que los chamos salgan un poquito de toda esta circunstancia que estamos atravesando y creo que les permite tener un poquito de felicidad. No creo que eso haga daño».

Además dice: «Cuando yo comencé, sacábamos hasta un arbolito de Navidad que medía 7 metros y un andamio. No es que la crisis no ha afectado a los festivales, pero uno hace el esfuerzo y trata de pasar por encima de eso sin que signifique que no pensemos en ello. Creo que la política siempre es dar las gracias porque podemos hacerlo».

Y las cosas no parecen ir mal: en 2019 eran 15 colegios en el circuito gaitero escolar y ahora son 24 instituciones de Caracas.

Luis Alfredo Ayala del Colegio Champagnat piensa que el motivo del crecimiento está en el apoyo del rescate de las tradiciones: «(…) los padres se dan cuenta de que hay que seguir enseñándole a la gente nuestra música, que tenemos algo que no tienen en otras partes del mundo, que es la gaita. Eso es de nosotros. Eso no me pueden decir que viene de ningún otro lado. Mientras sigamos creyendo en la música, en la gaita, esto no va a morir».

Ser gaitero, de cierta forma, también es crear un precedente. Varios niños y niñas admiran para luego emular el show de gaitas que los cautivó. Foto cortesía

Una discusión habitual y que exacerbó las redes sociales, es si lo que hacen los chamos es gaita o no, Ayala opina: «Hay un reglamento que hicimos los directores musicales de todos los colegios y allí dice que hay que tener setenta por ciento de gaita, parranda, aguinaldo y villancico y dejar un treinta por ciento para fusionar de otros géneros o adaptar cosas«.

Por eso es que de repente un grupo de gaitas puede cantar reggaeton, salsa o merengue y luego saltar al primer verso de Cuando voy a Maracaibo.

Para Alfredo Pereira, que solo trabaja con «conceptos etéreos» en la Academia Merici, tiene sentido: «El arte va evolucionando. Yo yo considero que la gaita es el género y no la canción. Entonces, yo puedo cantar una canción de Bad Bunny en 6 por 8 y para mí sería gaita. Eso queda al criterio de cada una persona. Hay personas que defienden lo tradicional y eso está bien porque les funciona. Yo particularmente apoyo que todo tiene que evolucionar y todo tiene que ir en pro a que la gente conozca lo que es el género y no una canción».

Para bien o para mal, las gaitas no se olvidan

Del Festival Intercolegial de Gaitas salieron integrantes de la banda caraqueña Anakena y cantantes solistas como «Nani«, por dar ejemplos contemporáneos. Luis Alfredo Ayala cuenta que ha conocido a jóvenes que de la Ingeniería deciden saltar a la música y ahora son alumnos de Berklee. Y no solo pasa con los estudiantes, sino con quienes están detrás del montaje de los bailes o la música, ya que pueden conseguir mejores oportunidades laborales a partir de la exposición que genera coordinar un show de este tipo.

Esos casos, pocos realmente, son parte de la memoria de quien participa en este evento que para otra parte de la población son sinónimo de monotonía, pérdida de tiempo y esfuerzo físico y económico. No obstante, la realidad es que frente y sobre la tarima todo se olvida.

Aunque para muchos pueda ser una tradición sin mucho sentido, la realidad es que se ha convertido en un evento que cientos de familias esperan para encontrarse, conversar y ver a sus hijos brillar. También sirve para integrar a chamos de otros colegios que no tienen esta costumbre. Foto cortesía

Sus protagonistas lo saben. «Las gaitas son tradición, no se trata del festival, sino de las experiencias que hace que tengamos recuerdos. Aquí aprendimos a tocar y bailar gracias a nuestros profesores. Mi hermano me hablaba de esto y ahora yo lo estoy viviendo», dijo Josuhe Romero, percusionista del grupo gaitas del Colegio Santa Rosa de Lima, durante el «Gaitazo Centenario» de esa institución el pasado 11 de noviembre.

Lo mismo afirmó una gaitera del Colegio San Agustín de El Paraíso que fue invitada al evento: «Subir ahí es hacer las cosas con todo el corazón. Si algo sale mal, no importa, sigo sonriendo y bailando. Es disfrutarlo como si fuera el último toque».

Y como le pasó a Verónica Padilla, hay formas de revivirlo si regresas como colaborador: «En las gaitas todos nos unimos en una sola faceta. Es algo que nos mueve, algo que disfrutamos, formamos familias entre colegios, nos unimos. Creo que si tú te motivas a seguir esa tradición, a difundir esa tradición, creo que todo es posible».

Nota del editor: las entrevistas a los jóvenes menores de edad fueron autorizadas por autoridades de los colegios, sus tutores y familiares.

Sobre el documental

  • Dirección y edición: Betania Ibarra.
  • Producción: Valentina Rivas.
  • Cámara: Betania Ibarra y Valentina Rivas.
  • Texto: María José Dugarte.
  • Reportería: María José Dugarte y Valentina Rivas.
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