Cine y TV

"Elvis" lo rompe todo

"Elvis", de Baz Luhrmann, es un homenaje estrafalario, cursi y emocional a una figura de estatura mitológica en la cultura pop. El director despliega su talento para el drama musical y masifica la idea de que Elvis Presley era un hombre destinado a cambiar la historia del mundo

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En una de las escenas más inquietantes de “Elvis” (2022) de Baz Luhrmann, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks) deja claro que Elvis Presley, la figura que deslumbra al mundo, es obra suya. “Yo no maté a Elvis”, puntualiza: “Lo hice”. Por supuesto, se trata de una afirmación engañosa. Durante buena parte de sus casi dos horas de metraje, el argumento mostró cómo la presión de Parker convirtió al cantante talentoso en un ídolo colectivo de proporciones extraordinarias. Pero también, cómo sus dotes para la trampa, el engaño y la manipulación, llevaron a la estrella a lugares oscuros y dolorosos. La combinación convierte el biopic de Luhrmann en un recorrido singular a través de dos recorridos paralelos.

Por un lado, el ascenso a la fama de Elvis, que Luhrmann detalla como la apoteosis de un espectáculo a gran escala con el mundo como testigo. El director, acostumbrado a films en los que la música invade al argumento, sostiene la historia como puede para que al final sea su portentosa banda sonora la parte integral de la narrativa.

Hay pura irreverencia en esta reinvención del mítico cantante para una generación que conoce sus éxitos y quizás, su muerte misteriosa, pero que desconoce su impacto real. Luhrmann cuenta al Elvis desconocido para una generación. La que sabe de los excesos de Graceland y que se habituó a pensar en la estrella como una caricatura, envuelto en semicuero blanco y tachonado en apliques dorados. El Elvis de Luhrmann (encarnado por Austin Butler) no sólo es un cantante talentoso, es también la encarnación y la potencia de la fama. La conexión entre la trascendencia con la posibilidad de convertir el escenario en una herencia cultural de alto calibre.

Por supuesto, todo en “Elvis” es música. Una variación asombrosa de las canciones más populares del cantante, mezcladas en lo que parece una evolución de su legado a futuro.

Luhrmann toma al Elvis cantante y lo eleva a una estatura majestuosa. Convierte su voz en una persistente mirada hacia lo que Elvis simbolizó en su época y que todavía es parte de la nuestra. Hay un sentido de la relevancia de Elvis como algo más que una estrella. Las multitudes que le aclaman en la película son el símbolo de su peso. Las canciones, combinadas con todo un espectro de experimentos tonales y de partituras, asombran por su poder. Pero más allá de la idea de este Elvis totémico, gigantesco, inalcanzable, Luhrmann se hace preguntas sobre lo que recordamos como colectivo y por qué lo recordamos. Y es en ese momento cuando la película se hace más poderosa.

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Tom Hanks y Austin Butler

Más que una biografía, “Elvis” es una reinvención de las fórmulas habituales para profundizar en los mitos de la cultura pop. Luhrmann deja claro que este ídolo de generaciones, este hombre emblemático, está en todas partes: en la música popular en radio y televisión, en la forma como entendemos el sentido del espectáculo. Pero en específico, en la condición de Elvis Presley como centro medular de una noción sobre la fama desconocida hasta entonces.

Baile sobre la historia 

La épica de Luhrmann tiene algo de absurda fábula sobre el éxito como suceso descontrolado. De hecho, todo el guion está obsesionado y apunta hacia Elvis como una criatura asombrosa, creada al fuego de un arrollador carisma. La decisión argumental hace que buena parte de la vida del cantante quede eclipsada por la narración del asombro. El director no presta demasiada atención a los detalles personales acerca de Elvis y pasa por ellos con una rapidez casi anecdótica. Son parte de la narración, forman la idea total de este hombre que nació con un destino grabado a fuego.

¿Y cuál es ese destino? La película avanza con rapidez a su punto más sobresaliente. Al hecho de que a los 19 años, dio el paso definitivo para un tipo de reconocimiento, celebridad e influencia que se narra en trepidantes números y con un score construido para el deleite.

Por supuesto, semejante conmoción sensorial convierte a la película de Luhrmann en una especie de apresurado camino hacia la consagración. Nada más importa, es relevante o apreciable, sino Elvis; un escenario barroco y exagerado que para el segundo tramo del filme resulta asfixiante. Un hecho que es especialmente notorio en la forma en que Luhrmann retrata su primer concierto en un salón en Texarkana, Ark. El director crea la sensación de un pecado a punto de cometerse, en una trasgresión total al tiempo y al deseo. Elvis, vestido de rosa, el cabello abultado y los ojos maquillados recibe insultos y después, una adoración clamorosa que desata una reacción colectiva casi sexual.

Con esa única escena funcional, Luhrmann establece lo que vendrá después. La primera hora del film es una estructura atípica, en mitad de camino entre el objeto cinematográfico a gran escala y una especie de experimento enfocado en los sentidos. Luhrmann desea que Elvis sea música, sea la experiencia, más que una historia. Que haga levantar de las butacas al público, que permita la sensación eléctrica de sacudir de pies a cabeza la concepción extraordinaria sobre su objetivo. Lo logra, por supuesto, pero también desconcierta por completo.

¿Desea Luhrmann contar una historia o sólo crear las condiciones para imaginar toda su potencia? 

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Si The Beatles representaron una ruptura total con la idea del espectáculo y el reconocimiento, Elvis Presley convirtió el escenario en una mirada asombrada sobre el público como reflejo de un fenómeno. Luhrmann lo muestra en una primera hora excesiva y monumental, en la que la música resuena como una narración al fondo de otra. El argumento se convierte en una gran partitura, en una conexión total con la música como único diálogo y al final, en un desenfreno sofocante que provoca la sensación de que todo el metraje es una provocación a punto de estallar.

Luhrmann y el mundo deElvis

Anárquica, desordenada, experimental y en algún punto confusa, “Elvis” podría ser solo música y tendría mucha más solidez que esta historia en dos extremos. Pero Luhrmann se atreve y crea una canción que narra una vida, al mismo tiempo que una vida que narra un fenómeno. Entre ambas cosas, las caderas de Elvis cambian la historia, sacuden el escenario, la concepción de la sexualidad y el deseo. Un cataclismo que rompió los estándares del pop para crear algo nuevo.

Elvis — el de Luhrmann y el que muestra — es una fantasía. También una víctima trágica de un éxito que cambió la historia por completo. Entre los dos extremos, la película busca su peso, sentido y mirada hacia el absurdo. “Porque eso es la vida ¿no es así?”, dice Elvis a Parker a punto de saltar al escenario para enloquecer a la audiencia: “Romper con todo, para entonces volverlo a construir”. La frase podría definir la intención de Luhrmann bajo el oropel de la película y de Elvis como figura espectral y preciada en medio de una historia que celebra su mera existencia.

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