Cine y TV

"Evil Dead Rises": así es el terror en una época vanidosa

“Evil Dead Rises”, de Lee Cronin, recupera la franquicia imaginada por Sam Raimi para una generación acostumbrada al terror. De modo que toma una serie de decisiones que revitalizan la franquicia, sin perder su identidad, alejándose del acostumbrado refrito de clichés, con decapitaciones y un negro sentido del humor

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"Evil Dead Rises"

¿Qué aterroriza a una generación hipercomunicada, desconfiada y cínica? Es evidente que el director Lee Cronin se hizo la pregunta al filmar “Evil Dead Rises”, la nueva adición a la célebre franquicia de terror y ultraviolencia de Sam Raimi. ¿La respuesta? Comenzar por comprender que el público al que se enfrentará la cinta -la más cara, sangrienta y la mejor ejecutada de la saga-  no es el mismo que se sentó en las butacas hace treinta años. Al mismo tiempo, que esta audiencia quiere ver la sangre y las cabezas correr. Pero a la vez, desea una historia realmente buena que mantenga su atención fuera del celular. 

Y la cinta lo logra. No solo porque es una brillante ejecución del acostumbrado tema de la posesión demoníaca, sino porque es una burlona mirada autoconsciente a lo que el género de lo espeluznante puede ser. La película no disimula su origen, tampoco sus intenciones. Desde su primera secuencia, en la que empalma narración y atmósfera con “Evil Dead” (2013) de Fede Álvarez, es evidente que el largometraje continúa una historia conocida. La cabaña es la misma, el bosque desolado también. Lo diferente es la conciencia siniestra de que eso que aguarda en la oscuridad ahora puede ser mucho más grande.

De modo que Lee lleva la idea hasta un nuevo lugar. Esta vez, el libro condenado, el mítico Necronomicón, no está hundido en el barro, tampoco perdido bajo cadenas y llaves que anuncian su carácter peligroso: se encuentra bajo el concreto de Los Ángeles. Pero tal y como hizo “Scream VI”, el cambio de contexto no es solo una mirada renovada a la premisa. Se trata de una concesión al tamaño y a la envergadura del mal, a la formidable potencia de lo que habita entre las páginas del libro y que las hermanas Ellie (Elysa Sutherland) y Beth (Lily Sullivan) tendrán que enfrentar con los recursos a su alcance, que son más bien pocos.

El realizador, evidente fanático de la franquicia de la cual proviene la película, decide entonces que la ciudad no será un telón de fondo, sino una criatura brutal que se sacude para dejar al descubierto el peligro.

Más imaginativo aún: convierte los apartamentos en pequeños refugios de un mal que se manifiesta a través de paredes que se derrumban a trozos, grietas que se alzan desde las esquinas hasta techos, en líneas fragmentadas que supuran una humedad hórrida casi infecciosa.

De vuelta a los orígenes 

La saga “Evil Dead” marcó historia al crear un argumento que podía ser ridículo sin perder su capacidad para ser escalofriante. Pero en específico, encontró cómo unir la idea sobre demonios, libros condenados forrados en piel humana y criaturas deformes y sonrientes, en un único relato. Sam Raimi, que comenzó su carrera con ensoñaciones de pesadillas de bajo presupuesto, construyó en su gran primer triunfo una imagen movediza sobre lo que puede asustar a partir de los temores primarios: lo primitivo, aislado y reconstruido en una cabaña a punto de derrumbarse.

Pero el interés del jovencísimo director iba más allá de asustar. A pesar de los litros de sangre notoriamente falsa y las convulsiones de sus zombis, Raimi se hacía preguntas sobre los peligros que acechan a un mundo en el que lo sobrenatural ha desaparecido. A la vez, en qué es lo que queda cuando el miedo se resume a la posibilidad de morir. “¿En dónde está el alma?”, se preguntaba uno de los personajes de la ya icónica “Evil Dead” de 1981. “No lo sé, pero temo que también me la arrebaten de un zarpazo”, le respondía otro, con el libro del Necromicon, el grimorio ficticio más famoso del mundo sobre las rodillas. 

"Evil dead Rises"

En los ochenta, el cine de terror atravesaba una época fértil y extravagante. Era la época de “The Shinning”, de Stanley Kubrick, que sublimó la locura como hecho paranormal. También de las secuelas de “Halloween”, con un Michael Myers sin achaques reumatoides y un Jason que todavía no había visitado el infierno para luchar contra un por entonces, desconocido Freddy Krueger. ¿Qué asustaba a la generación Reagan?.

Tal vez, una cabaña en mitad de la nada, imaginó Raimi. Una posesión satánica alejada del nihilismo religioso de “El exorcista”. Y la fórmula triunfó, ya fuera por poco frecuente o por demostrar que el temor siempre podía impresionar a un nivel por completo nuevo. “Evil Dead”, pedestre, con efectos de segunda y una puesta en escena casera, deslumbró por su elocuencia. Lo que el mal es no necesita otra cosa que el miedo para manifestarse.

Para la generación Z, el mal es el caos y la pérdida del control. Ese miedo a lo irracional que no puede ser captado por cientos de cámaras, traducido en comentarios jocosos de redes sociales, interpretado desde la moral inocente de una época sin villanos.

En “Evil Dead Rises”, el mal invade, destroza, carcome, arranca brazos y cabezas, pero sobre todo, el mal aísla, deja claro que el ser humano no es otra cosa que un pedazo de carne sometido al arbitrio de fuerzas ocultas. ¿Qué puede ser más terrorífico para una época vanidosa? Quizás nada. Un mensaje que subyace en medio de las sonrisas de los demonios, los brazos amputados y el llanto que deja a su paso el miedo.

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