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Indiana Jones y su lucha contra la vejez

“Indiana Jones y el dial del destino” despide a una saga clásica desde la nostalgia y través de la percepción de la mortalidad y el paso del tiempo, encarnado en un héroe envejecido, frágil y pesimista. ¿Necesitábamos esta imagen crepuscular de un ícono? Sí y no

Indiana Jones
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En las primeras escenas de “Indiana Jones y el dial del destino” queda claro que todo lo que acontecerá en adelante, tiene relación con la desesperanza. Mucho más con el de las diversas transformaciones que el tiempo — cronológico, mental e incluso, cultural — imponen. Se trata de una idea compleja para un guion basado en la aventura y en la acción. Pero, aun así, el director James Mangold explora en ella con habilidad. Indiana Jones (Harrison Ford) disfruta de los beneficios del rejuvenecimiento digital. 

Se enfrenta, por enésima vez, a los nazis. Pero también a un planteamiento que subyace en la cinta bajo el rostro artificial y el cabello grueso de este Indiana de 1936 que es un recuerdo. La película es una despedida, una exploración acerca del miedo a envejecer y lo que resulta más singular, a la visión de la fugacidad de la vida como parte de una búsqueda de la propia historia.

No hay motivos para decir que la última entrega de la saga creada por Steven Spielberg y George Lucas en la década de 1980, no sea un largometraje sólido. Lo es y con toda seguridad, el mejor desde la mítica “Indiana Jones y la última cruzada”. Mangold, conocido por su inclinación al western crepuscular y las grandes miradas sobre una Norteamérica inocente, logra con Indiana Jones el prodigio de la dignidad. El adiós al héroe desvergonzado es un recorrido a través de sus mejores momentos. Lo que incluye, además, guiños directos a cada una de sus historias, escenarios y andanzas por el mundo. Una aventura coherente con la evolución del personaje a través de las décadas. Pero también es una cinta triste. Algo inédito y sorprendente en la saga. 

Tan dolorosa como para que las primeras secuencias de un joven Indiana, que pelea a mano limpia con sus tradicionales enemigos, sean más conmovedoras que emocionantes. Hay un aire de definitivo adiós, de conclusión, que gravita sobre las imágenes alteradas, en la idea de que el personaje conoció mejores y más provechosas épocas. Para cuando el héroe cumple su misión — lo intenta, al menos — ya es evidente que la película tendrá que mostrar la evolución — o la conclusión inminente —  de un relato que deja claro que la decadencia de las grandes narraciones, incluso esta, es inevitable. 

Indiana el amargado 

En un salto temporal, el argumento muestra al profesor Jones, ahora octogenario, al final de la década de los sesenta. El film insiste en dejar claro que su protagonista no es un aventurero en la tercera edad. Al contrario, es un anciano gruñón, malhumorado y lleno de achaques, que no quiere saber nada de trascendencia, legado o herencia.

Lo que hace más duro aceptar que este hombre de cabello blanco sea el mismo que fue en busca del Arca de la Alianza hasta una isla del Egeo, que cruzó Petra a caballo o las selvas peruanas para hallar una valiosa estatuilla. El Indiana Jones del 2023 no tiene paciencia para chistes, glorias pasadas o búsquedas. Solo quiere que le dejen en paz.

Eso, hasta que su ahijada Helena (Phoebe Waller-Bridge) le habla sobre una deuda histórica que debe saldar. O al menos, así lo compone la película, que deja entrever que la primera secuencia es un hilo conductor hacia el futuro. 

Uno de los aspectos más interesantes del guion de Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y James Mangold es lograr crear capas de significado que unen con cuidado y elocuencia, como Indiana abandona el retiro — y el pesimismo — para una última aventura que pueda consolar las heridas espirituales que le aquejan.

Y eso, por supuesto, le lleva en busca de un objeto extraordinario, que de caer en manos de los nazis — ocultos bajo la protección del gobierno norteamericano — provocaría un desastre inimaginable. Pero esta vez no se trata de un mecanismo mágico, una pieza de museo o el recuerdo de una civilización antigua. 

El dial del destino titular es el centro medular de la película, aunque aparezca solo en contadas ocasiones y solo muestre su poder en las secuencias finales.

La quinta entrega de esta franquicia tradicional, es en sí misma un viaje en el tiempo, uno que lleva al espectador que ama a Indiana Jones a través de todos sus recorridos emblemáticos, que obsequia cameos que llenan los ojos de lágrimas — ahora sí, bien pensados y mejor ejecutados — e incluso, a un final que estremece por su profundo sentido del respeto al personaje.

“Indiana Jones y el dial del destino” es más que una película, un homenaje. Uno pesimista, atado a la tierra, en tonos grises y sepias, con un personaje que comprende sus límites, que está asustado y que ya no se recuerda como el hombre joven que colgó de lianas y escaló muros rocosos. Pero que puede crear a una versión de sí mismo para la despedida, en la melancolía de comprender que el tiempo es amigo y enemigo, y que la deconstrucción moderna del héroe pasa por la vulnerabilidad. 

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