Cine y TV

"Insidious: The Red Door", otra secuela innecesaria

“Insidious: The Red Door”, del debutante director Patrick Wilson, parece demostrar  que las llamadas secuelas tardías no tienen arraigo, relevancia o el más mínimo interés para un público saturado de contenido

Insidious
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Durante el fin de semana, la muy esperada “Indiana Jones y el dial del destino”, de James Mangol, sufrió un estrepitoso fracaso en taquilla. Con un presupuesto de 300 millones de dólares, apenas recaudó 60 en sus tres primeros días. Lo que es aún peor, fue llamada “tibia”, “antigua” y en el mejor de los casos “sobria”. No obstante, la mayoría de las críticas tuvieron un punto en común: a pesar de las virtudes que la película pudiera — o no — tener, en realidad es por completo innecesaria. Una adición sin nada que decir, con un héroe octogenario que debió ser rejuvenecido por tecnología digital para complacer a un público escéptico. Una conclusión cruel, pero síntoma de los tiempos que corren para el cine.

Lo mismo podría decirse de “Insidious: The Red Door”, debut en la dirección del actor Patrick Wilson, y última entrega de una saga venida a menos. También es una continuación sin demasiado sentido de una historia que, para empezar, jamás fue especialmente exitosa. La franquicia creada por James Wan se convirtió en un suceso menor a principios de los 2010. Con una estética grotesca, una puesta en escena exagerada y guiones que analizaban el terror desde una óptica poco frecuente, era una rareza en el género. Pero nunca fue lo suficientemente importante como para convertirse en un éxito de masas.

En lo que sí se transformó fue en una de las grandes apuestas de la productora Blumhouse, experta en generar éxitos con mínimo de inversión. Con una política que insiste en gastar menos de diez millones de dólares y arriesgar a la alta distribución, logró que pequeñas películas de terror se convirtieran en rentables: “Insidious” en 2010, es un ejemplo. Y así se sustentó a lo largo de la década una franquicia con tres películas, siempre con un riesgo financiero básico y la noción de permitir a James Wan experimentar con el apartado técnico y argumental.

No obstante, “Insidious: The Red Door” no es un experimento sofisticado ni una versión inteligente sobre qué causa el miedo. En realidad, la película es un refrito de todas las anteriores entregas combinadas en una estética de baratillo y tan carente de solidez que para su segundo tramo, peca de genérica. Una herejía para un conjunto de largometrajes que siempre destacó por su originalidad, incluso en sus peores momentos. Pero la obra de Wilson atraviesa una ciénaga pesada y movediza, la de ampliar un universo que jamás se tomó en serio a sí mismo y que se basó en la audacia para prosperar. Algo que el director olvida, al cambiar en forma radical el tono y convertir a la quinta entrega de la saga — y en apariencia la última — en un soporífero drama familiar.

Un vínculo que se extiende en el tiempo 

Han transcurrido diez años desde la última vez que la historia de la familia Lambert fue el centro de la trama de la franquicia. Por lo que el regreso implica hacer un repaso rápido y somero, a lo que pudo haber sucedido — o no — en casi una década. El repaso, sin embargo, se presenta como algo obligatorio y con tan poca habilidad que no resulta de interés.

El argumento se toma más de diez minutos en puntualizar en qué punto se encuentra cada miembro. Josh (Patrick Wilson) atraviesa una etapa baja de su vida después de que su esposa Renai (Rose Byrne) le abandonara. Los hijos de la pareja son ahora extraños, peregrinos en el espacio tumultuoso de un divorcio agrio. Pero en especial Dalton (Ty Simpkins) para quien el comienzo de la experiencia universitaria es su punto de partida, no solo para alejarse del conflicto de sus padres sino, de un pasado que no recuerda.

La película retoma el hilo de la segunda entrega y usa su punto más controvertido para construir su conflicto. Ni Josh ni su hijo recuerdan la traumática experiencia que vivieron. Por lo que en cuanto “Insidious: The Red Door” comienza a explorar en su universo, apela al socorrido recurso de pesadillas, visiones y apariciones, para dejar claro que lo sobrenatural no olvida. O en el mejor de los casos, que siempre se encuentra latente. Pero un mensaje tan sugerente no se elabora en toda su extraña elocuencia. Antes que eso, Wilson carece de la capacidad para crear la atmósfera que deje claro que la condena de lo maligno que persigue a sus personajes excede cualquier límite físico y mental.

De modo que todo ocurre en una serie de accidentes desprovistos de interés. Josh es acechado por presencias grotescas sin que sepa el motivo. Dalton se encuentra en medio de un ejercicio creativo y recuerda — súbitamente y sin transición — que hay una entidad — o varias — en su persecución. Todo parece apresurado, mal dispuesto y peor narrado en esta película que intenta completar una historia más amplia, más intuitiva y mucho más relacionada con una idea de lo sobrenatural que evade explicaciones sencillas. Pero todo eso queda a medio sugerir. Incluso, los personajes más conocidos de la saga — que incluye al Lipstick-Face Demon de Joseph Bishara — son rápidas visiones de una idea general que la película no puede sostener.

Para su anticlimático, predecible y sin mayor relevancia trecho final, la cinta dejó claro que su problema es que es una sucesión de partes desordenadas de una premisa que ya no encaja en un género en que el terror tiene una rápida evolución hacia lugares más nihilistas, menos sensibleros y más enfocados en los horrores nebulosos. Un punto que “Insidious: The Red Door” olvida con lamentable frecuencia.

Desde “Star Wars: el despertar de la fuerza”, “Blade Runner: 2049” hasta la postrera aventura de Indiana, las secuelas tardías son un género en auge que resulta tan aburrido como innecesario. Algo que la cinta de Patrick Wilson reconfirma con su pobre ejecución.

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