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"Los asesinos de la Luna": todos podemos ser monstruos

Para Martin Scorsese el mal de los hombres es un monstruo devorador. Algo que explora en profundidad en “Los asesinos de la Luna”, su película más ambiciosa y sin duda, una obra de arte cinematográfica que está en cartelera desde el jueves 19 de octubre

asesinos de la luna
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Si algo deslumbra en “Los asesinos de la Luna” (Killers of the Flower Moon) de Martin Scorsese, es la capacidad para ser al mismo tiempo sórdida, sublime y retorcida. Por otro lado, que pueda contar una historia que medita sobre las grandes obsesiones del realizador — la violencia, la amoralidad y la brutalidad de la codicia — desde un punto de vista novedoso. 

Eso aunque el director recurre a sus conocidos primeros planos inmóviles, silencios incómodos y escenas explícitas de asesinatos para narrar cómo los hombres pueden caer en la degradación de la codicia más tenebrosa. En otras palabras, narra una historia muy parecida a sus obras más emblemáticas. Pero su más reciente cinta deja la burlona ironía que siempre subyace bajo sus argumentos a un lado.

De hecho, este Scorsese que reflexiona con cuidado sobre los vicios del poder y la capacidad que cada persona tiene para convertirse en un monstruo, ofrece en «Los asesinos de la Luna» una siniestra mirada a los extremos de la identidad, la colectiva, la de sus personajes y los de una época. 

Este largometraje, en el que una comunidad vulnerable es agredida y destrozada a balazos, tiene más en común con el género de terror que con cualquier otro. Desde sus primeras escenas medita acerca de la naturaleza de lo pérfido y lo escabroso. La pregunta que subyace a través del guion — quiénes son los verdaderos villanos — se responde a partir de lo alegórico, pero a la vez, de lo directo. Scorsese nunca fue más cruel, más preciso en su mirada perturbadora acerca de cómo la maldad es mucho más que palabras o acciones ilegales: deshumanizar con cuidado y alevosía al enemigo, es una labor tanto espiritual como material.

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“Los asesinos de la Luna” tiene mucho de disección acerca de los espacios lóbregos de la historia norteamericana. En específico, la injusticia, los manejos de las influencias y la forma en que el hombre blanco domina el panorama, para bien y para mal. Lo que hace que cada personaje tenga un destino que cumplir sin temor a mostrar sus peores rasgos. Como lobos, tal y como la película repite una y otra vez, se enfrentan por el botín, que rebosa en sangre derramada de víctimas y del temor. Y todos sostienen la premisa de que la maldad no es otra cosa que la materialización de los peores rasgos éticos y el dolor, convertidos en una forma de expresar lo que desean, lo que necesitan y arrebatarán, antes o después.

Un drama histórico que explora el miedo colectivo 

Con sus casi cuatro horas de duración, “Los asesinos de la Luna” es una adaptación fiel al libro del mismo nombre de David Grann. Pero si el escritor se inclinó a explorar conflictos racionales y colonialismo a través de una perspectiva histórica, Scorsese toma la inteligente decisión de crear una épica tenebrosa sobre la naturaleza de lo maligno. Atemporal, cruda a niveles incómodos, desagradable y bien narrada, la cinta aprovecha su larga duración para mostrar sus conflictos y concluirlos de manera inteligente.

De todas las películas de Scorsese, este relato sobre el exterminio de la tribu Osage debido al petróleo, es el más despiadado. Pero, aun así, recorre por caminos distintos las mismas reflexiones que le obsesionaron en “Taxi Driver”. Solo que ahora también hay un interés turbulento, angustiado y provocador por el motor que impulsa las malas acciones. En especial, el personaje de Ernest Burkhardt (Leonardo DiCaprio) es una pesarosa reflexión sobre los matices de lo moral, la búsqueda de la redención tardía y al final, la caída en desgracia. Todos estamos destinados a tocar el fondo de nuestras aspiraciones más toscas y dolorosas, deja entrever Scorsese. Incluso los que creen que hacen el bien.

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El director crea una atmósfera tensa que evade las explicaciones sencillas. Las capas de información se superponen y mientras el argumento rodea y reflexiona sobre el misterio central, también elabora conjeturas inquietantes sobre lo que ocurre fuera de cámara. ¿Es real esta lucha entre los nativos americanos por protegerse y el Estado norteamericano, que hipócritamente, intenta saber por qué son asesinados? ¿O se trata de otra de las tantas formas en las que el crimen y la pasividad sobre ciertos horrores cotidianos se justifica a sí mismo?

Las preguntas que plantea son tramposas, pero la película también tienee un firme componente de análisis sobre la realidad y las líneas que se tocan en lo tangible, por lo que profundiza en la premisa y prosigue el tono lóbrego de un tipo de terror devastado por lo cotidiano y lo vulgar.

Todo lo concerniente a William King Hale (Robert De Niro) es la demostración más dura sobre el poder convertido en siniestra imposición del poder. De Niro logra quizás su actuación más mesurada y sólida en años, imprimiendo a William una naturalidad perversa. Por momentos no hay diferencias entre el personaje y el director. La cámara observa, siempre benevolente y al final, pareciera que el Scorsese artista se regodea de su existencia: un creador que admira a su criatura e incluso llega a brindarle, en sus últimos momentos, una cierta y desconcertante dignidad.

Todo intento por huir del caos es inútil 

El final de la película coincide con el hecho histórico en el que se basa, por lo que no hay buenas noticias o un cierre concluyente al asesinato de indígenas en medio de la fiebre del descubrimiento del petróleo.

Pero para Scorsese, lo que ocurre al fondo es mucho más importante que lo que se muestra en primer plano. Para sus secuencias finales el director envía un mensaje directo. Lo perverso es parte del ser humano y sólo aguarda un momento para manifestarse. Como lobos al acecho, sin duda. La metáfora que cierra y abre esta película para la historia del cine. 

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