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El otro tricolor: un bolso para llevar a cuestas la realidad

En casi cinco años, Daniel Hernández ha documentado la realidad de aquellos que cargan el bolso tricolor de arriba a abajo. En esta nota, analiza lo que representa el accesorio y cómo se ha transformado bajo su perspectiva

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Lo ves al esperar la camionetica. En la esquina donde el indigente hurga en el basurero. En los niños que lo llevan en la espalda mientras caminan con los zapatos rotos. En las manos del albañil que hace la transferencia en el metro. El otro tricolor, en forma de bolso, está en todas partes.

No hay espejismo económico que oculte la realidad de las calles. No importa que existan nuevos negocios, creados con la fórmula de lo novedoso, ni que el ritmo lo lleve el dólar y el bolívar no valga nada. Hay otras cosas que evidencian la pobreza y la precariedad de un país entero: el bolso tricolor es buen ejemplo.

El bolso tricolor es un regalo del Estado que busca dignificar a los estudiantes de escuelas públicas, pero que más bien representa un símbolo irónico porque los espacios educativos no tienen infraestructura apta, profesores bien remunerados y la deserción escolar ha empeorado en los últimos años. Ese tricolor es más un compañero de la miseria: pasea e incluso migra de un país quebrado.

La mochila que no falta

Historias con el bolso tienen todos y a veces no hace falta preguntar. Un día común, a las 8:00 am, conocí a Tomás Isidro, un hombre mayor que hacía la cola para cobrar la pensión. Su bolso estaba sucio, deshilachado y le sirvió para taparse del intenso sol. Aunque no lo dijo, su rostro se notaba cansado y tendría que pasar el resto de la mañana esperando su turno.

No le pregunté, pero es probable que aquel bolso amarillo, azul y rojo, fuera de su nieto o un obsequio.

Lo mismo vi en Petare. Por la calle La Paz iba un hombre con una carretilla, andando entre buhoneros para ganarse la vida. Su accesorio era el bolso tricolor, el mismo que acompañaba al vendedor ambulante de figuras de la virgen en Sabana Grande.

Cargar la mochila para todos se traduce en una cosa: algo entrará allí. Y lo aseguro porque lo he visto.

Bajo el puente de Los Ruices, los días martes y sábados, un grupo de personas entregan comida a los necesitados. Ellos hacen cola para llevarse algo a la boca, y lo que no degustan, lo guardan en el fondo de aquel morral para después. 

A donde mires

El bolso se mueve en muchos lugares y lleva distintas cosas en su interior: en el pecho del que carga a su perro o un gato. En la espalda del pescador que guarda sus carretes y lo que consiguió con la faena, o en la del niño que pide limosna o vende chucherías en el pasillo del bus. 

Hay una verdad: cada día que camino aparecen más morrales tricolor. Un bolso que para algunos significa cargar esperanza, sustento o una almohada cuando la calle, después de todo, se convirtió en un refugio. El otro tricolor refleja lo que perdimos. Es un desaire palpable que se puede contabilizar y brilla entre la multitud. Es un accesorioque demuestra que las cosas no mejoran, sino que se manchan y van perdiendo resistencia.

No creo que el bolso sea un enemigo ni culpable de la realidad. Al final es útil para quien tiene una necesidad. Después de observarlo tan seguido, vale la pena preguntarse: ¿quién no ha caminado por muchos lugares con un morral, aunque no sea tricolor, a cuestas? 

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