Economía

Soberbia y dignidad

El discurso de la dignidad es muy frecuente en líderes y gobernantes de pueblos empobrecidos que atribuyen su decadencia a una humillación.

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“Dios ensoberbece a los que quiere perder”. Alexis Tsipras sorprendió a la comunidad europea cuando la semana pasada se levantó airosamente de la mesa de negociación y llamó a un referendo nacional para votar en contra de las medidas humillantes de sus acreedores. Tsipras hablaba de la dignidad de los griegos y de la necesidad de votar “No “para conseguir posteriormente un compromiso más honorable.

Una semana más tarde Grecia se enfrenta a un ultimátum que la obliga a elegir entre un paquete de medidas mucho más duras que las que rechazó en el referendo o la suspensión de su membrecía en la comunidad europea. Tsipras pensó que sus manejos políticos y su discurso sobre la dignidad podían tener el mismo efecto en los tecnócratas y líderes europeos que en el pueblo griego. No fue así. Europa reaccionó con mayor dureza y austeridad.

El discurso de la dignidad es muy frecuente en líderes y gobernantes de pueblos empobrecidos que atribuyen su decadencia a una humillación. Fue utilizado por Hitler como catalizador emocional del pueblo alemán hundido en la crisis económica y política de la República de Weimar tras las medidas impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial.

Pero quienes más han explotado el discurso de la dignidad han sido los comunistas y otros gobernantes de izquierda. Entre ellos destaca Fidel Castro, quien logró justificar todos sus crímenes constituyéndose en el representante simbólico de la dignidad de los pueblos latinoamericanos. Es una de las grandes paradojas de la historia de la humanidad, que una de las naciones más indignas del planeta, la cubana, acostumbrada a vivir parasitariamente de otras naciones, como la rusa o la venezolana, que una sociedad habituada a someterse pasivamente y a sobrevivir bajo la pisada de un solo hombre, haya sido considerada el paradigma de la dignidad.

La retórica de la dignidad encaja en la psicología del narcisismo y de la soberbia. Ocupa a líderes poseídos por un complejo de grandiosidad que se nutren del complejo de inferioridad de los débiles, empobrecidos y marginados. Tiene que ver con la negación del propio fracaso, con la atribución de la responsabilidad de nuestro destino a terceros.

Como sucede en la psicología del malandro para quien el respeto es también un referente substancial, implica la negación de la norma como forma de organización social, la idea incivil de que cualquier sometimiento del individuo a una regla es humillante. Hugo Chávez unificó la figura del revolucionario y el malandro en un arquetipo falazmente excelso y heroico que jactándose de su grandeza labró la decadencia de una sociedad que hasta ese momento había sido una de las más prósperas y orgullosas de América: la venezolana.

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